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noviembre 05, 2009
En julio pasado, en un despliegue de fulgurante precisión militar, valor y audacia, los comandos israelíes rescataron del corazón de Uganda a 102 rehenes secuestrados. He aquí la historia extraordinaria de una hazaña que ya se ha convertido en leyenda.
EL DOMINGO 27 de junio, poco después de mediodía, el blanco avión de Air France despegó de la pista del aeropuerto de Atenas, subió por entre una tenue capa de humoniebla y puso rumbo oeste sobre el azul rutilante del golfo de Corinto. Todavía estaba encendido ocho minutos después el aviso de abrocharse los cinturones de seguridad, cuando un grito de mujer traspasó el aire. En la sección de primera clase se pusieron en pie de un salto un hombre y una mujer, armados de sendas pistolas en una mano y una granada en la otra. Mientras la mujer apuntaba con su pistola a los atónitos tripulantes encargados de atender a los pasajeros, el hombre se dirigió a la cabina de los pilotos.
Aquel hombre, identificado después como Wilfried Bose, de 27 años de edad, de Alemania Occidental, se abrió paso hacia la cabina de mandos y, tomando el micrófono de intercomunicación del avión, anunció en inglés con marcado acento alemán: "Me llamo Basil Al Qubasi. El Frente Popular para la Liberación de Palestina, el grupo Che Guevara, la brigada de Gaza, han asumido el mando de este vuelo. Si se quedan ustedes quietos y no hacen ningún movimiento sospechoso, nadie sufrirá daño". (Se cree que el nombre Al Qubasi corresponde a un guerrillero de Gaza asesinado que los palestinos consideran mártir.)
Con el secuestro, que empezó como tantos otros, se inició un período de angustia para 242 pasajeros y 12 tripulantes del vuelo Tel Aviv-París. Durante la semana siguiente los secuestradores llevaron a sus rehenes primero a Bengasi (Libia), para reponer combustible, y después al aeropuerto de Entebbe, en Uganda, donde muchos de ellos estuvieron seis días en una sala de pasajeros abandonada y llena de polvo. El propósito del secuestro, según supieron luego los secuestrados, era forzar a Israel y a otras cuatro naciones a dejar en libertad a 53 terroristas palestinos o pro-palestinos que estaban en ese momento en prisión.
El grupo de rehenes, jóvenes y adultos, estaba compuesto por judíos (de Israel y de otros países) y viajeros que no lo eran. Entre las ocupaciones allí representadas había un farmacéutico, un médico, un soldador, un maestro, el propietario de una gasolinera, un abogado, un microbiólogo, una enfermera, un estudiante, un ingeniero de computadoras y muchos jubilados.
Los secuestradores (dos árabes que aparentaban poco más de 20 años, vestidos con camisa deportiva y pantalones flojos, Bóse, alto y de pelo rubio, y una mujer que todavía no ha sido identificada positivamente) habían llegado de Bahrein a las 6:25 de la mañana, en el vuelo 763 de Aerolíneas de Singapur, y entraron en el salón de pasajeros en tránsito del aeropuerto de Atenas. Por lo visto nadie examinó su equipaje de mano cuando embarcaron en el vuelo de Air France en Atenas. Pero al entrar en el avión, algo en su aspecto inquietó a varios viajeros. La señora Dora Bloch, de 74 años, se volvió a su hijo, Ian Har-Tuv, economista de Jerusalén, y le susurró al oído que los dos jóvenes parecían árabes, y que llevaban maletines donde cabían pistolas. Confesó que estaba preocupada, pero su hijo no hizo mayor caso.
Después que los secuestradores tomaron el mando del avión, empezaron a llamar a los pasajeros, que fueron pasando hacia adelante para que los registraran. Har-Tuv recordaría más tarde que el pasaje, en general, conservó la calma: "El ambiente era sumamente tenso", explicó, "pero nadie gritó ni mostró señales de histerismo".
El avión dio diez vueltas sobre Bengasi y descendió rápidamente hacia la pista de aterrizaje. Dejaron salir a una señora embarazada y la enviaron a un hospital. Los terroristas empezaron a recoger pasaportes y a meterlos en una bolsa de plástico. Los jóvenes secuestradores árabes colocaron cerca de las puertas unas cajas que, según anunciaron, contenían explosivos.
Tras seis horas en tierra, Bóse informó a los pasajeros que se reanudaría el vuelo. Les dio las gracias por su cooperación y les comunicó que se dirigían al "término de su viaje". Seis horas y media después, a las 3:40 de la madrugada del lunes, el avión tocaba tierra en Entebbe.
(Condensado del Times de Nueva York)
EL 29 de junio, a unos 3000 kilómetros de distancia, poco después de que los terroristas dieron a conocer sus exigencias, los estadistas de Israel asistían cansados y preocupados al salón de juntas de gobierno, con sus paredes recubiertas de madera y su gran cuadro de Jerusalén. El ministro de Transportes, Gad Yaakobi, fue el primero en expresar lo que estaba en la mente de todos: "Si cedemos a las exigencias de los secuestradores, los palestinos intensificarán sus acometidas terroristas y ningún israelí que salga del país estará seguro".
El primer ministro Yitzhak Rabin asintió con la cabeza y, mirando al teniente general Mordechai Gur, jefe de estado mayor de Israel, le preguntó:
—¿Hay alguna opción militar?
Gur explicó que le faltaba información suficiente sobre la disposición del aeropuerto de Entebbe, el número de rehenes, los riesgos bélicos y humanos. Y contestó:
—Por el momento, no tenemos opción militar.
Rabin pidió una votación y el gabinete acordó por unanimidad que el gobierno debía seguir explorando las posibilidades de conseguir la liberación de los rehenes por negociaciones y sin efusión de sangre. Pero también ordenó que el Ejército y los jefes del servicio secreto del país presentaran una alternativa viable de acción armada.
El Ejército israelí se puso en movimiento casi inmediatamente. Se reunió una fuerza para un posible ataque en una base militar asentada en alguna parte del desierto de Israel. Aquel fue el primero de tres días de simulacros para una misión de comandos que podía llevarse a cabo o no llevarse.*
El problema de Jerusalén era doble. Por un lado, Israel tenía que recopilar muchos informes de un país distante y hostil; por el otro, debía convencer a los terroristas de que seguía negociando de buena fe. Los mensajes se enviaban por medio del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia a las autoridades ugandesas, para que los hicieran llegar por fin al jefe de los secuestradores.
Pero con el paso de las horas fue cobrando fuerza la tentación de un golpe militar, y el gobierno buscó informes en todas las fuentes posibles. Los funcionarios pidieron datos a la compañía israelí constructora del aeropuerto de Entebbe, pero supieron que en los años últimos lo habían ampliado tanto que resultaban inservibles los planos antiguos. Preguntaron al numeroso personal de la línea aérea El Al Israel en Nairobi, capital de Kenia, por las posibles rutas de vuelo, oportunidades de reabastecimiento de combustible, servicios de comunicación. Introdujeron subrepticiamente agentes negros en Uganda. Y con todo esto engrosaron los libros de órdenes.
El 30 de junio y el primero de julio los secuestradores liberaron a los pasajeros que no eran israelíes, con lo que se redujo el número de cautivos de 253 a 106, cantidad mucho más manejable para una operación de rescate que debería ser rapidísima. El acto dio a los israelíes una información vital: en París, los rehenes liberados informaron que en la sala de tránsito donde estaban encerrados los pasajeros apresados no habían armado explosivos, y que las medidas de seguridad tomadas por los terroristas no parecían ser muy estrictas.
El gobierno israelí siguió aparentando intenciones de negociar. Nombró "equipos negociadores" especiales para hacer listas de prisioneros a quienes Israel estaría "dispuesto" a dejar en libertad. Para el mundo exterior, parecía que Israel tendría que ceder, y los israelíes siguieron fomentando esa impresión.
Después, el 2 de julio, ocurrieron tres hechos decisivos: la Secretaría de la Defensa de los Estados Unidos proporcionó a Israel fotografías de reconocimiento aéreo y de satélites en que aparecía el aeropuerto de Entebbe; los agentes clandestinos israelíes penetraron en la zona y trajeron informes vitales; y Kenia dio seguridades secretas de que permitiría a la fuerza de ataque israelí aterrizar en Nairobi para repostar de combustible y atender a los heridos cuando volvieran de Uganda. El escuadrón, de choque del jefe de estado mayor, Gur, era ya una fuerza de ataque compuesta por hombres muy selectos y adiestrados especialmente para los asaltos aéreos. Habían practicado el ataque una y otra vez, y lograron reducir a 55 minutos el tiempo de la acción en tierra. Las unidades que iban a intervenir incluían elementos de la brigada 35 aerotrasportada e infantes de la brigada Golani: "Lo mejor de lo mejor", como dijo de ellos un israelí. Al mando de la fuerza de asalto iría el coronel Jonathan Netanyahu, oficial de 30 años de edad, que había llegado a Israel, procedente de los Estados Unidos, cuando tenía dos. Los comandos despegarían de una base aérea del desierto cercana a Sharm el Sheikh, muy al interior de la península del Sinaí, y pondrían rumbo al África.
(Condensado de Newsweek)
EL 3 de julio, a las 2 de la tarde, se reunieron 19 ministros en el salón de juntas de gobierno, en Tel Aviv. Allí les informaron que los habían convocado para que decidieran si se debía lanzar una operación de rescate. A las 3 se les dijo, además, que, por la necesidad de sincronizar perfectamente la misión propuesta, algunas unidades de la fuerza de ataque ocupaban ya posiciones de despegue. Si la votación de los ministros era negativa, se les podía dar en el último momento la orden de regresar.
(Condensado de New York)
EN SU mayoría, los ministros no sabían nada de los preparativos militares y se mostraron preocupados por la posible pérdida de vidas. Pero Rabin abogó enérgicamente en favor del ataque. A las 3:30 de la tarde pidió una votación. La respuesta fue un "sí" unánime, y la junta terminó con una oración.
El grupo aéreo de ataque estaba formado por cuatro, enormes aviones de carga Hércules C-130, de construcción norteamericana, y dos Boeing 707 de retropropulsión, en uno de los cuales se había instalado un centro de mando y comunicaciones, y en el otro un hospital. Los seis aparatos recorrieron parte del viaje escoltados por los reactores Phantom israelíes, siguiendo la ruta habitual de la línea aérea El Al Israel hacia Sudáfrica: rumbo al sur sobre el mar Rojo, y después sobre Etiopía y Kenia. El avión hospital aterrizó en Nairobi. Los cinco aparatos militares se salieron de las rutas marcadas en los mapas aéreos para entrar en Nairobi y, descendiendo mucho por el cielo nocturno, enfilaron a Entebbe. A las 11 de la noche los cuatro Hércules israelíes pasaron en vuelo rasante sobre las orillas del lago Victoria hacia el aeropuerto. El Boeing 707 que llevaba a los altos oficiales se quedó dando vueltas por encima.
(Condensado de Newsweek)
DURANTE SU encarcelamiento de seis días en la sala de espera de la antigua terminal aérea de Entebbe, los rehenes israelíes recibieron varias veces la visita de su "anfitrión" oficial, el gigantesco e impredecible mariscal de campo Idi Amin, Presidente de Uganda, entre cuyos guardaespaldas se contaban varios palestinos. Aunque había expresado abundantemente su preocupación por la seguridad y el bienestar de los prisioneros, Amin brindaba a las claras un santuario a los terroristas, e incluso les prestó tropas para que ayudaran a custodiar a los cautivos. Y por lo menos dos veces había comentado que Israel y los otros países debían "ceder" a las peticiones palestinas.
Pero uno de los Hércules rodaba va por la pista y se detenía en la oscuridad. Allí abrió la rampa de cola y descargó un gran automóvil de lujo Mercedes-Benz negro, al que siguieron de cerca dos Land Rover donde iban diez comandos israelíes con uniformes palestinos. En la parte trasera del Mercedes se sentaba un corpulento oficial de Israel con uniforme de mariscal de campo ugandés y el rostro pintado de negro. El número de matrícula del automóvil era idéntico al del coche oficial de Amin, y cuando el cortejo se acercó al edificio de la terminal, los soldados ugandeses se pusieron firmes. Aprovechando el éxito de aquella treta, los comandos del coronel Jonathan Netanyahu pudieron acercarse a pocos metros del edificio sin que se hiciera el primer disparo.
(Condensado del Times de Nueva York)
EN SU mayoría, los rehenes no asociaron los tiros aislados que se oyeron en un principio con la llegada de soldados israelíes. Como tantos otros, Gabriela Rubenstein, de 29 años, yacía medio dormida sobre un colchón, y pensó en ese momento: "¡Oh, Dios, los ugandeses han decidido matarnos!"
Y transcurrió acaso medio minuto de silencio. Después abrieron fuego de nuevo, pero esta vez alrededor de ellos: las balas destrozaron los vidrios frontales del edificio y se produjo el pánico cuando la sala empezó a llenarse de polvo y humo.
El terrorista alemán, Wilfried Bóse, entró corriendo en la sala por la puerta delantera y apuntó con su metralleta a los cautivos que estaban acostados en el suelo. Pero dudó y, dándose la vuelta, se encaró hacia afuera, hacia el aeropuerto. En esto se oyó una descarga y el terrorista se desplomó.
Dos días antes cuando habían separado a los judíos de los restantes pasajeros, Yitzbak David se había arremangado la camisa para enseñar a Bóse el número de prisionero que le habían tatuado en un campo de concentración, diciéndole:
—Sus padres mataron a los míos porque eran judíos. ¿Va a matarme usted a mí por la misma razón?
En tono casi de justificación, Bóse le contestó:
—Yo no soy nazi-. Soy un idealista.
Nadie sabrá nunca si fue aquel diálogo lo que hizo detenerse al alemán y no disparar contra los rehenes.
Desde los primeros disparos habrían transcurrido de 10 a 15 minutos. A unos cautivos les pareció menos; a otros, más tiempo. Fuera como fuese, el hecho es que muchos de los que estaban en la sala principal o en el corredor seguían creyendo que Idi Amin trataba de matarlos. Sólo se desengañaron al oír las primeras palabras que les gritaban por un altavoz desde el exterior del edificio: Hanachnu Israelim! ("¡Somos israelíes!")
La mayor parte de los prisioneros tardó unos segundos en captar la realidad. No parecía posible. Akiva Laxer, judío ortodoxo, al ver el primer paracaidista que saltaba por la ventana abierta, pensó en el ángel libertador. Lilly Hirsch, sobreviviente de Auschwitz, se acordó de los soldados norteamericanos que habían liberado los campos de concentración. La tripulación de Air France no entendió lo que pasaba hasta que alguien les tradujo.
Los soldados empezaron a correr entre los rehenes, gritando a todos que se echaran cuerpo a tierra. Cuatro o cinco minutos después cesó el fuego y uno de los soldados ordenó a los secuestrados que se pusieran en pie otra vez y les anunció: "Hay un avión afuera. Los vamos a llevar a casa". Casi todos estaban a medio vestir. Los que pudieron, cogieron pantalones, vestidos y zapatos. Lisette, esposa de Yosef Hadad, tomó sus pantalones y vio que tenían dos perforaciones de bala.
Han Har-Tuv echó un último vistazo al lugar antes de abandonarlo. El día antes habían llevado a su madre, Dora Bloch, enferma de la garganta, a un hospital de Kampala. No podría hacer aquel viaje. No estaría en Nueva York la semana entrante para la boda de su otro hijo. Al día siguiente de la incursión, según se dijo, la sacaron por la fuerza de la cama del hospital y la mataron.
Los liberados salieron corriendo del edificio y se lanzaron a la oscuridad exterior: los padres llevaban a cuestas a sus niños; los jóvenes conducían a los viejos; unos soldados llevaban camillas, mientras otros, volviéndose, disparaban contra la torre de control. A lo lejos podían ver las explosiones de los 11 aviones MIG que otra unidad israelí estaba destruyendo para evitar que los persiguieran en su retirada.
Un Hércules C-130 se había acercado rodando a unos 300 metros, y su compuerta trasera abierta invitaba a entrar a los rehenes. Cuando la alcanzaron y empezaron a subir la rampa, varios de ellos tropezaron y cayeron, pero otros se pararon a levantarlos. Y por fin subieron todos: los vivos, los heridos y dos ya muertos. Durante diez minutos acaso, la docena de soldados que estaban a bordo repitieron el recuento de personas (se rescataron 90 rehenes más los tripulantes de Air France).
Una vez bien cerrada la compuerta trasera, el avión empezó a moverse. El simulacro de la noche anterior había durado 55 minutos. La operación efectiva tardó 53. Dentro del avión, colgaron las camillas de soportes dispuestos a lo largo del costillar del fuselaje, y los médicos atendían ya a los heridos más graves. Los tapones distribuidos para los oídos amortiguaban el rugir de los motores y los gritos de dolor.
El Hércules tomó rumbo a Nairobi para reponer gasolina y dejar a los heridos, mientras quedaban en Entebbe otros tres Hércules media hora más para que los comandos terminaran su labor y tomaran las huellas digitales de los terroristas muertos.
(Condensado de New York)
EL RESCATE no salió perfecto en un cien por ciento. Tres de los rehenes fueron abatidos cuando comenzó el tiroteo. Entre los terroristas muertos estaban los dos alemanes occidentales: Bóse y la mujer no identificada. Murieron 20 soldados de Uganda y un comando israelí: el jefe de la fuerza de asalto, Ne-tanyahu. Un tirador apostado en la torre de control lo mató de un balazo en la espalda.
Cuando Amin se enteró del ataque, recorrió apresuradamente con una columna blindada los 37 km que separan a Kampala de Entebbe. Humillado, ordenó que fusilaran a los cuatro encargados del radar del aeropuerto, cuyos cuerpos aparecieron allí cerca, cosidos a balazos.
A bordo del Hércules, algunos liberados lloraban; otros oraban; otros más guardaban estupefacto silencio. Una mujer gritaba: Ness! Ness! ("¡Milagro! ¡Milagro!")
Tras un vuelo de ocho horas llegaron los rehenes a tierra israelí. La noticia del éxito de los comandos había electrificado al país y los viajeros fueron recibidos por muchedumbres delirantes. Muchos de los 2000 israelíes y judíos norteamericanos que se habían congregado en Jerusalén para celebrar el Bicentenario de los Estados Unidos, se abrazaban y lloraban de alegría. David Bromberg, presidente del B'nai Brith, declaró que los israelíes habían traído al mundo un regalo de cumpleaños en ocasión del aniversario 200 de Norteamérica. Ese regalo, explicó, es "el undécimo mandamiento: No te doblegarás ante el terrorismo". Sin embargo, el desbordamiento del júbilo nacional quedó algo atemperado por la muerte de cuatro rehenes y del coronel Netanyahu.
"El principio fundamental es combatir a los terroristas dondequiera que pueda uno hacerlo razonablemente", dijo el primer ministro Rabin a un ayudante. "Debemos combatirlos en Jerusalén o en Entebbe; pero hay que combatirlos. No hay que ceder". A los israelíes se les había presentado una oportunidad de correr con buena fortuna un audaz lance militar: y lo corrieron.
(Condensado de Newsweek)
*Se le dio el nombre en clave de Operación Thunderball, tomado de una de las aventuras fantásticas de James Bond, el personaje creado por Ian Fleming.
Condensado del "Times" de Nueva York, "Newsweek" y Philip Ross en "New York".
TIMES DE NUEVA YORK (11 Y 13-VI1-1976). © 1976 POR THE NEW YORK TIMES CO. 229 W. 43 ST. NUEVA YORK. N.Y. 1O036: "NEWSWEEK" (19-VI1-1976). © 1976 POR NEWSWEEK. INC.. 444 MADISON AVE. NUEVA YORK. N.Y. 10022: REVISTA "NEW YORK" (2-VIII-1976). THE NYM CORP.. 755 SECOND AVE. NUEVA YORK. N.Y. 10017. © 1976 POR PHILIP ROSS.