PADRE DEL MODERNO PARQUE ZOOLÓGICO
Publicado en
noviembre 05, 2009
Un distinguido especialista suizo ha proporcionado a la población de estos lugares de conservación y cría una vida mejor que la que llevaba en la selva.
EL CABLE llegado de Sydney (Australia) decía: "Todo va mal en nuestro parque zoológico. Venga cuanto antes, por favor". Cuando el profesor Heini Hediger lo recibió en Zurich (Suiza), hizo la maleta y tomó el primer avión para Australia. Una vez más necesitaban al padre del parque zoológico moderno para curar a un enfermo. "Lo que allí encontré", me contaba Hediger más tarde, "erizaba los cabellos". Una selva de alambradas y barras de hierro ocultaba a los animales de la vista. En algunas partes abundaban las ratas. El antiguo estanque para cisnes era un cenegal. A dos osos pardos y un jaguar los tenían encerrados en estrechas jaulas de transporte, rodeados de basuras e inmundicias. Sacrificaban costosos antílopes para dar su carne a los leones y tigres.
Dos semanas de arduo trabajo, más un informe al gobierno de Nueva Gales del Sur, pusieron al parque zoológico en el camino del restablecimiento. Veinte toneladas de rejas y alambradas fueron a la larga reemplazadas por fosos disimulados y muros cubiertos de flores. Las sendas y jaulas al aire libre se diseñaron de nuevo para satisfacer las necesidades particulares de los diversos tipos de animales. Y hoy, al fin, millones de visitantes gozan de un parque zoológico que exhibe animales perfectamente sanos en su ambiente natural.
Entre los zoólogos modernos, el profesor Hediger no tiene igual por el número de parques que ha construido o remodelado completamente, ya sea en el Himalaya o en los confines de la selva brasileña, en Australia o en Europa. Sus libros sobre la vida silvestre son otras tantas "biblias" para todos los conservadores de parques zoológicos, y diariamente llueven sobre su oficina consultas donde le preguntan el mejor modo de manejar ciertos ejemplares, desde el colibrí hasta el primate.
"En mi juventud", dice este erudito de 67 años de edad, que después de retirarse como curador trabaja aún para el Parque Zoológico de Zurich con el carácter de consejero, "el parque zoológico era en parte museo, en parte espectáculo de feria y en parte mercado de animales. Casi nadie sabía o se preocupaba de aprender a cuidar a los animales cautivos. Podía verse, sentada en una tina llena de agua, a una infortunada foca a la que el pregonero calificaba de sirena. En enormes galerías desnudas se exhibían hileras y más hileras de jaulas pequeñas, cada una de las cuales contenía una infeliz ave".
Gracias principalmente a los esfuerzos de Hediger, el parque zoológico moderno se ha convertido en la actualidad en un mundo de fantasía donde los animales medran. Los rinocerontes, que antes morían jóvenes de ataque cardiaco debido a la soledad, viven ahora hasta la "edad bíblica" de 40 años. En un tiempo se consideró imposible criar al gorila en cautiverio, pero hoy ya no se piensa así; en muchos parques zoológicos ya se ven gorilas recién nacidos.
El profesor Hediger ha consagrado desde la infancia su vida a los animales. Cuando todavía usaba pantalón corto, puso en su gorra un letrero que decía "Parque Zoológico" y estableció el propio en el jardín de la casa paterna. La población de su parque consistía en tres frascos con renacuajos, una rana, caracoles de agua, el gato de los vecinos y una zorra amaestrada llamada Fritzli. Más tarde, ya zoólogo, Hediger pasó algún tiempo como ayudante de un domador de grandes felinos que trabajaba mayormente con tigres y pumas. Aprovechó esta experiencia para escribir su tesis profesional sobre el adiestramiento de los animales, que hoy es bien conocida entre los estudiantes que se especializan en administración de parques zoológicos.
Tiempo después, como curador del de Berna, Hediger compiló su obra “Animales salvajes en cautividad”, tratado que ha revolucionado la vida de los animales en los parques zoológicos de todo el mundo. "No había entonces libros que enseñasen cómo manejar a los animales cautivos", explica Hediger. "Por tanto, tuve que sentarme a escribir uno yo mismo".
En ese libro, el joven Hediger echó por tierra conceptos tan arraigados como erróneos sobre los animales salvajes, en particular la teoría de que los residentes del parque zoológico añoran su perdida "libertad dorada". Hediger dice: "Ningún animal hace una vida realmente libre en el sentido de recorrer vastas zonas. Si no fuera por la laboriosa tarea de buscarse el alimento, los animales apenas se moverían de sus querencias". Tampoco recorren a discreción el lugar en todas direcciones. Cada uno está limitado a su propio territorio fijo; dentro de él cada animal se mueve en ocasiones determinadas, por caminos y lugares definidos.
Con frecuencia ese territorio es asombrosamente pequeño. Mientras recorríamos el Parque Zoológico de Zurich, el profesor Hediger se detuvo ante el cercado ocupado por una familia de vicuñas. "Diría usted", explicó Hediger, "que estas bestias, parecidas a las llamas, acostumbradas a vagar por los Andes sudamericanos, necesitarían un enorme cercado. ¡Pero mire!" Y, ciertamente, las huellas dejadas por sus cascos en la nieve demostraban que las vicuñas no usaban ni siquiera la mitad del terreno que tenían a su disposición. No obstante, la prueba del bienestar de que disfrutaban estaba delante de nosotros, sosteniéndose sobre unas patas todavía inseguras: era una vicuña recién nacida, una verdadera sensación zoológica, porque hasta ahora estos tímidos camélidos rara vez han parido en cautividad.
"El bienestar de los animales de un parque zoológico", explica Hediger, "no es simple cuestión de espacio, sino de lo que tienen en él. Del hombre depende proporcionarles un ambiente que se aproxime a su hábitat natural: un hogar bien definido donde se sientan seguros, y lugares fijos donde comer y abrevar. Las bestias y aves de rapiña deben tener un sitio donde despedazar sus alimentos. Los elefantes y búfalos necesitan un aguadero para bañarse, y los leones una solana. Otros animales requieren un lugar donde puedan ver sin ser observados, o una guarida donde ocultarse. También es importante que los habitantes de nuestros parques zoológicos puedan fijar su propio territorio, igual que hacen en tierra virgen, en suelo más o menos semejante. Si se les facilita todo esto, los animales en cautiverio necesitan sólo una fracción del espacio que requieren viviendo en libertad".
También desempeñan un papel ciertos incentivos modestos. Por ejemplo, a las cebras del Parque Zoológico de Zurich se les proporcionan termiteros de hormigón, en imitación de los verdaderos, para que puedan restregarse contra ellos. Los osos pardos tienen nudosos troncos de árbol individuales en los que dejan sus secreciones glandulares para hacer saber con ello a otros osos que se mantengan alejados. En un jardín zoológico holandés, un armadillo corría continuamente en círculos porque el piso de hormigón de su cercado le impedía ejercer su instinto de excavar. La solución, según Hediger, fue una capa de tierra de 20 centímetros, con la que se calmó inmediatamente el animal. Un león del Parque Zoológico de Francfort (Alemania), debilitado por la edad, volvió a sentirse dichoso cuando le facilitaron una gran roca tras de la cual podía esconderse de sus compañeros más robustos.
DESDE QUE las ideas de Hediger han convertido los parques zoológicos del mundo en habitáculo natural para los animales, las criaturas de la selva han comenzado a sentirse en ellos tan a sus anchas que, si se les da a elegir, prefieren el cautiverio a la libertad. En cierta ocasión un guarda del Parque Zoológico de Berna dejó abierta por inadvertencia la puerta del recinto de los ciervos y estos se lanzaron en seguida a explorar el mundo exterior. Aunque había un bosque a no más de cien metros de allí, los ciervos volvieron a su recinto después de haber merodeado un rato. "Esto se debió a que aquí se sentían en casa", explicó Hediger.
Una vez que la original labor de Hediger le conquistó el reconocimiento mundial, no pasó mucho tiempo sin que comenzaran a llegarle invitaciones: "Queremos un parque zoológico. Por favor, venga usted a montarnos uno". Su primer "cliente" fue Sao Paulo (Brasil). Los tres millones de habitantes de esta ciudad clamaban por una isla de naturaleza viva en su desierto de asfalto. Los padres de la ciudad reservaron para el proyecto 42 hectáreas de selva virgen donde había un lago pequeño, colinas y cañadas.
"Los brasileños estaban tan ansiosos de tener su parque zoológico que ocurrió un verdadero milagro", cuenta Hediger. "Apenas terminé de dibujar un esbozo de los recintos, construcciones y caminos, cuando ya las explanadoras invadían la zona para desbrozarla. En agosto de 1957 todavía avanzábamos por la selva virgen, y en marzo siguiente ya estaba nuestro parque zoológico completo, con 1000 animales llevados de todo el mundo".
Hediger se levantaba todos los días al amanecer para planear y organizar. Su primera orden fue: "Nada de alambradas ni rejas en ninguna parte". Ni siquiera enjaulaban a las aves. En vez de eso, ensayó una sensacional fórmula nueva, hoy copiada muy a menudo: aviarios donde se mezclan visitantes y aves bajo una cúpula de cristal.
El profesor Hediger creó su siguiente parque zoológico en Simia, en las alturas del Himalaya hindú. "Aquella fue una obra especialmente satisfactoria", relata el zoólogo, "porque tan escabroso mundo de montañas, con sus magníficos bosques de cedros y de rododendros del tamaño de árboles, tiene gran abundancia de especímenes raros no hallados habitualmente en los parques zoológicos, tales como el panda gigante blanquinegro, el lanudo yak y el toro almizclero asiático, este último exterminado casi por completo por la industria de la perfumería". Muchos de esos animales han encontrado un nuevo hogar en Simia... sin rejas, naturalmente.
Es larga la lista internacional de parques que llevan el sello de la colaboración de Hediger. En ella están Winterthur (Suiza) y Washington, así como Innsbruck (Austria), Verona (Italia), Nairobi (Kenia) y Toronto (Canadá), para mencionar sólo unos cuantos. Su última innovación es el primer "alpinario" del mundo, situado a una altitud de 3000 metros cerca de Pontresina, en la Engadina (Suiza). Allí, en una montañosa reserva al aire libre, los visitantes pueden observar de cerca al íbice o cabra montés de los Alpes, a la marmota, la liebre alpina y la gamuza.
Hoy el parque zoológico se ha convertido en el último refugio de muchas especies animales. Desde comienzos de este siglo se han extinguido 50 especies de mamíferos y aves. Otras 34, tales como el bisonte europeo y el antílope órix de Arabia, la cebra montañesa de África y la tortuga gigante de las islas Galápagos, están consideradas "en peligro de extinción" por el Fondo Mundial para la Fauna Silvestre. Incluso especies clásicas tales como el oso polar y el cocodrilo pueden desaparecer de la naturaleza.
"La mayoría de la gente", manifiesta el profesor Hediger, "ignora que a una gran parte del reino animal se le está mudando, por vía de experimento, de la llanura a los jardines zoológicos. Hace diez años el número de orangutanes de los bosques de Borneo y Sumatra estaba reducido apenas a unos 2800, y aún seguía disminuyendo. Sin embargo, hay no menos de 500 orangutanes en los parques zoológicos del mundo y de ellos dependerá la conservación de su especie".
Estos parques ya han dejado de ser un lujo; se han convertido en algo de vital importancia tanto para el hombre como para los animales. El de Zurich, del profesor Hediger, recibió la visita de 600.000 personas en 1975. Según Hediger, "la vida urbana aleja cada vez más al hombre de su origen natural, y los parques zoológicos ofrecen una forma fácil de mantener el contacto con la naturaleza viva. La falta de tal contacto podría muy bien obrar graves efectos sicológicos".
Además, los parques zoológicos están resultando cada vez más importantes para la investigación animal. ¿Es cierto, por ejemplo, como se ha creído, que los castores madres llevan a sus crías a lugar seguro acunándolas en sus patas delanteras extendidas hacia delante? Las películas filmadas en el Parque de Zurich demuestran que así es, en efecto. ¿Es cierto que el avestruz africano puede incubar sus gigantescos huevos incluso entre la nieve y la escarcha? Las observaciones directas de Hediger revelaron que esa es la verdad.
Cuando pregunté al profesor Hediger qué le movió a consagrar toda su existencia al estudio y el cuidado de los animales, me contestó: "Creo que, fundamentalmente, queremos comunicarnos con nuestros amigos de cuatro patas y de plumas. El anhelo de mi vida ha sido poner algo de mi parte para derribar las barreras que nos separan de ellos".