NUEVA ESPERANZA: LA VEJEZ COMIENZA A LOS 80
Publicado en
noviembre 28, 2009

Estamos a punto de dar un importante paso en la ciencia médica: Muy pronto podremos ajustar con absoluta precisión el reloj biológico del hombre para prolongar su juventud y madurez, y acortar el período de decadencia.
POR ALAN CRANSTON, senador norteamericanoEL ANTIGUO Testamento estableció que 70 años era la duración máxima de la vida del hombre, y hasta 80 la de los individuos "de vigor extraordinario". Unos 3000 años más tarde, el erudito inglés Francis Bacon no halló motivo para actualizar la cifra. "Desde los tiempos de Moisés hasta nuestros días", dijo, "la duración de la vida del hombre se ha mantenido alrededor de los 80 años".
Ni Bacon ni los sabios del Antiguo Testamento confundieron ese período de 80 años con el índice de longevidad. Unos pocos afortunados podrían vivir 70 u 80 si sobrevivían al ejército de enfermedades que los acosaban en la infancia, en la juventud y en la edad adulta; pero el índice de longevidad, es decir, el tiempo que una persona en condiciones corrientes podía llegar a vivir, era otro asunto. En la edad de bronce y la de hierro, que abarcaron los tiempos del Antiguo Testamento, este índice marcaba unos 18 años; en la época de Bacon, menos de 35.Hoy, los adelantos de la medicina han doblado con creces esta cifra en las naciones más ricas. En este siglo (casi nada más que por la erradicación de enfermedades infantiles) se han agregado más de 20 años al promedio de vida de, por ejemplo, los estadounidenses, que ahora es de 74 para las mujeres y de 70 para los varones. No obstante, muchas personas piensan que la duración máxima es harina de otro costal; que es un valor constante, fijo y siempre fuera del alcance del hombre y de la intervención de la medicina.Estoy convencido de que se equivocan. Una serie de nuevos descubrimientos efectuados por la gerontología, ciencia que estudia la ancianidad, sugieren que un día no lejano podremos llevar la duración de la vida más allá de los límites que por tanto tiempo se han considerado irrebasables.En 1973 presidí en el Senado norteamericano unas audiencias en las que los científicos discutieron la posibilidad de que la gente gozara de salud y vigor mental más allá de los 100 años. Luego, después de que el Congreso inauguró el Instituto para la Ancianidad, dependiente de los Institutos Nacionales de Salud, seguí manteniéndome al día en ese campo. Invito regularmente a sesiones informales en mi oficina de Washington D. C. a grupos de gerontólogos y peritos en biomedicina.Lo que oigo en esas ocasiones es asombroso; los investigadores ahondan cada vez más en los misterios de la actividad biológica —la desintegración y mutación de células y moléculas— que llamamos envejecimiento, y ya han convencido a la mayoría de los gerontólogos de que es posible reestructurarla en nuestro beneficio. La cuestión no es, pues, si esto será posible, sino cuándo.En Estados Unidos la ciencia médica, mediante la destrucción de muchas enfermedades, ha conseguido acercar las cifras correspondientes al índice de longevidad a las de la duración máxima de la vida. Y ya no queda mucho por andar. El índice de longevidad nacional, que dio un salto de 17 años entre 1900 y 1950, adelantó solamente tres en el siguiente cuarto de siglo. Habrá una evolución apreciable cuando se consiga dominar el cáncer y las enfermedades cardiovasculares, por hoy los enemigos más nefastos.Pero aun en un mundo libre de cáncer, ataques cardiacos y apoplejías, los ancianos seguirán muriendo (aunque algo más tarde) a consecuencia del colapso físico y mental. ¿Qué ocurriría si eliminaran las enfermedades mortales sin remediar los procesos degenerativos de la ancianidad? Nos encontraríamos con una población colmada de ancianos incapacitados.Deprime pensar que pueden prolongar la vida —sin mejorarla— incrementando simplemente los peores años. Por fortuna el objetivo de los gerontólogos, lejos de limitarse a ampliar la duración total de la vida, trata de aumentar los años productivos. "La vejez propiamente dicha no durará más, sino que llegará unos 10 años más tarde, entre los 80 y los 90", dice Alex Comfort, gerontólogo inglés. O, según Albert Rosenfeld, escritor científico, la meta principal de la gerontología "es mantener íntegras hasta el final la actividad funcional y la agudeza de las facultades". Si los gerontólogos consiguen dar con lo que ocasiona el proceso del envejecimiento y regula su ritmo, la capacidad de alargar la vida humana y sus años productivos estará dentro de su alcance.¿Cuánto les falta para conseguirlo? Los hombres de ciencia ya son capaces de prolongar la vida, y lo han logrado repetidas veces con animales de laboratorio, si bien no están seguros de cómo funcionaron los experimentos. En otras palabras, han alterado el proceso de envejecimiento, pero hasta ahora no han podido definirlo.No obstante, las teorías sobre la vejez empiezan a coincidir en que el organismo humano lleva consigo un "reloj" biológico que determina genéticamente la velocidad de su envejecimiento. A medida que el reloj anda, las células van perdiendo misteriosamente su vitalidad y su inmunidad a la invasión de las enfermedades, hasta que por fin, mueren junto con el resto del organismo.Algunos investigadores sugieren que dicho reloj se encuentra en la sustancia genética que alberga el núcleo de cada célula; otros, que opera mediante la liberación de las "hormonas de la muerte", que desgastan sin piedad las células encargadas de mantener y reparar los tejidos. Puede estar en muchos sitios (núcleos celulares) o actuar desde un centro de control principal, como la glándula pituitaria, productora de hormonas. Aunque no han logrado localizar el reloj, los investigadores aseguran que su existencia se confirma cada vez que los experimentos logran retardar la de-generación de las células animales.Denham Harman, bioquímico de la Universidad de Nebraska, sostiene que el envejecimiento deriva del desgaste que producen los "radicales libres", desechos celulares que se apiñan sobré las células, obstruyéndolas u "oxidándolas" hasta inutilizarlas. A juzgar por los experimentos de este investigador, una dieta especial y la ingestión de compuestos antioxidantes tales como vitamina E, pueden contrapesar el daño causado por los radicales libres. En las pruebas que realizó consiguió alargar considerablemente la vida de unas ratas.Otro promotor de esta teoría, Richard Hochschild, de la Universidad de California en Irvine, informa de una serie de experimentos en los cuales se administró a ratones de 70 años en cifras humanas, sustancias que ayudan a reparar las membranas después de haber sido afectadas por los radicales libres. Los animales vivieron un 49 por ciento más de lo normal.
Quienes sostienen que el proceso de la vejez es provocado por hormonas han conseguido también resultados positivos. Dicho proceso ha sido alterado en animales de laboratorio, a menudo en forma muy significativa, suprimiendo o retardando la acción de ciertas glándulas. Así, por ejemplo —extrayendo la glándula suprarrenal del pez—, lograron alargar el ciclo de desove, maduración y muerte del salmón del Pacífico.El gerontólogó W. Donner Denckla removió las glándulas pituitarias del cerebro de ratas viejas, y luego les administró tiroxina y otras hormonas vitales. Después observó que varias de sus funciones orgánicas habían recuperado "características juveniles". El pelo volvió a ser brillante y tupido, los movimientos rápidos y enérgicos. No mostraron signos de vejez o debilidad hasta casi el momento de morir.No hay duda que los métodos empleados por estos pioneros de la biomedicina parecerán un día absurdamente primitivos; pero, aun así, han permitido llegar al uso de técnicas eficaces y de drogas ya empleadas en forma limitada en seres humanos para el tratamiento de la senilidad avanzada y de trastornos genéticos hasta ahora incurables.A medida que los métodos se perfeccionan y los objetivos se aguzan, los gerontólogos irán corrigiendo y determinando con precisión el funcionamiento del reloj biológico, para alargar la juventud y los años intermedios y reducir el período de decadencia que lleva a la muerte. La ciencia médica está a punto de dar una nueva definición de la vida humana.¿Sucederá pronto? Unos pocos optimistas creemos que antes de terminar el siglo se hallará la clave de la prolongación de la vida; otros especulan que aunque no se dominen todos los secretos relacionados con el proceso de la vejez, se aprenderá lo suficiente para lograr grandes adelantos clínicos en los próximos decenios (tal como fue posible practicar la vacuna mucho antes de comprender todos los mecanismos de la inmunización). Una de estas importantes mejoras sería la eliminación de las enfermedades degenerativas que abaten a los ancianos con despiadada lentitud; las personas podrían vivir hasta el fin de sus días libres de enfermedades o achaques, y la muerte llegaría casi sin aviso previo.La suerte, junto con el talento individual y colectivo, determinará si nosotros o nuestros hijos gozaremos de esta revolución del promedio de vida. El progreso en este campo dependerá también de la cantidad de fondos disponibles y de la amplitud de los programas de acción. Según Alex Comfort, "el control del índice de longevidad será un hecho; el cuándo depende de que la sociedad exija la investigación, y de que esta se efectúe sabiamente".Demasiados proyectos y experimentos prometedores quedan truncados por falta de fondos o de interés público. Una de las razones es la incredulidad; otra, que muchas instituciones rechazan cualquier idea que rompa con lo tradicional, por no garantizar una inversión segura.Este año el gobierno estadounidense gastará cerca de 900 millones de dólares en la investigación del cáncer, y casi 500 millones en la de enfermedades cardiacas y pulmonares; por fortuna, no todos padecen estos males. Pero para hacer investigaciones en torno a la vejez, que nos afecta a todos, contaremos con unos 37 millones de dólares. Buena parte de ese dinero se destinará a los análisis de orden social, sicológico y estadístico; y un poco a los estudios biológicos del proceso de la vejez; y de ese poco, sólo una fracción financiará esfuerzos tendientes a prolongar la duración de la vida.¿Avanzamos lentamente por miedo? ¿Acaso pensamos que un aumento de diez años en la duración de la vida significaría una carga insoportable para nuestro sistema de bienestar y servicios sociales? Reflexionemos de nuevo. Cuando nuestros años productivos abarquen la mayor parte de la vida, la dependencia económica y social por causa de la edad será un problema de poca monta. Una vejez libre de su actual estigma y de enfermedades, y con vigor suficiente para rechazar las injusticias que hoy acepta, logrará que la sociedad se beneficie por fin de su sabiduría y experiencia, tesoros que ahora imprudentemente desperdicia.