¿CON MI ESPOSA EN AUTO? NI LOCO
Publicado en
noviembre 28, 2009
CONDENSADO DE ''PLAYING HOUSE". © 1978 POR GERALD NACHMAN. ILUSTRACIÓN: SANFORD KOSSIN.Por Gerald NachmanMI MUJER siempre se ha sentido orgullosa al saber que, aunque quisiera, no puedo abandonar la casa, ya que es ella la única que conoce todas las maneras de llegar a cualquier parte. Si un matrimonio logra sobrevivir a la búsqueda de un pequeño restaurante en algún camino apartado, soportará cualquier cosa. Siempre que veo un automóvil abandonado en la bifurcación de una carretera, me pregunto si es que allí se ha deshecho repentinamente un matrimonio cuando, camino de la casa nueva de unos amigos, surgió una desavenencia insalvable y ambos consintieron en romper de inmediato antes que continuar buscando.
Me imagino al marido diciendo: "Bueno, mi amor, creo que ya es tiempo de que nos separemos". Acto seguido baja del auto y desaparece silenciosamente por la derecha. Y la mujer, contesta: "Este lugar es tan bueno como cualquier otro"; y a continuación toma su abrigo, su mapa de caminos y su caja de pañuelos desechables, y se aleja por la izquierda.Casi todas las esposas preferirían que su marido pasara con otra mujer un fin de semana a acompañarlo a alguna parte a la que él no sabe exactamente cómo llegar. Y, sin duda alguna, la mayoría de los hombres pasarían con otra mujer un fin de semana en alguna parte si no necesitaran a la suya para que les indicara cómo llegar allí.Sospecho que muchos matrimonios, ideales por otros conceptos, han terminado en la catástrofe a causa de una disputa de esta índole. Muchas mujeres alardearán: "Mi marido conduce y yo pongo atención al mapa, pues él tiene un pésimo sentido de la orientación". Esto, en teoría, parece sensato; pero en la práctica no funciona, porque casi todas las esposas quieren poner atención al mapa, al camino y al esposo.—¿Por qué no te fijas? —protesta este, desviando, furioso, el auto hacia un matorral—. Te toca leer los letreros, y en lugar de hacerlo te dedicas a advertirme que vaya más despacio.Eso sirve sólo para indignar a la temperamental guía, quien, para contrarrestar, replica:—Si no fueras tan aprisa posiblemente pudiera leer los letreros.Mi mujer y yo, cuando viajamos por carretera, formamos un matrimonio inusitadamente mal avenido, pues ni soy muy buen conductor ni me fijo mucho en los letreros. Lo que de ordinario hago es aferrarme al volante y esperar órdenes: yo maniobro y ella conduce. Cuando Mary toma el volante, me desentiendo en seguida de todo y me pierdo en la lectura de cualquier cosa que encuentre a la mano, salvo, naturalmente, el mapa de carreteras, que me produce jaquecas y calambres.Desde recién casados mi mujer se encargó de guiar, y después de 10 años no lo ha hecho del todo mal: el 82 por ciento de las veces hemos llegado al primer intento; el 11, con 40 minutos de atraso, tras dos salidas en falso; y en ese fatal 7 por ciento restante es donde naufragan tantos y tan sólidos sentimientos de mutuo afecto, cuando ella, al igual que yo, no tiene la menor idea de dónde andamos, con la única diferencia de que mi esposa no quiere reconocerlo.
Para Mary es cuestión de honor encontrar el camino sin ayuda de extraños. Se niega rotundamente a admitir que estamos perdidos o que, cuando salimos, ignoraba en realidad cómo llegar. En cambio, pretende saber con exactitud qué es lo que hace a cada paso.Cuando asume el cargo de Navegante en jefe, se convierte en un capitán Queeg, del libro The Caine Mutiny ("El motín del Caine") de Hermán Wouk, de las vías terrestres: toma decisiones irracionales, conduce al tanteo, se guía por corazonadas de viejo marino y por un vago sentido de la geografía, incursiona sin causa entre las tinieblas nocturnas y finge recordar caminos que es imposible que conozca.En cuanto a mí, que sólo recuerdo el camino al trabajo y el de regreso a casa, lo que más me exas-pera de esa técnica de vuelo a ciegas es que mi mujer acierta con más frecuencia de lo que tiene derecho a acertar, lo cual, por principio, la hace sentirse muy segura de sí misma; y, si acierta, es imposible ir en auto con ella en un año.Lo que suele darnos el tiro de gracia, aun cuando sepamos a dónde vamos, son los atajos. Mi mujer tiene la manía de descubrir formas vanguardistas de llegar a nuestro destino, lo cual aumenta la duración del recorrido unos 35 minutos. Me esfuerzo por seguir el mismo derrotero año tras año, pero a ella no le interesa llegar a tiempo —y ni siquiera le preocupa llegar—; lo que le importa es descubrir un "camino nuevo".Su táctica fundamental consiste en esperar hasta el último momento antes de doblar una curva o de entrar en un puente, y gritar: "¡A la derecha!" Este alarido hiela la sangre, y se necesitan nervios de acero para obedecer órdenes tan desesperadas. Demandan de mí, el piloto sereno, más pericia de la que podrían reconocerme. A ella se le rinden todos los honores, pero es mi labor impecable al volante, en condiciones críticas, lo que permite que lleguemos con vida.Cuando agotamos todos los recursos insisto en que solicitemos ayuda profesional, pero entonces el problema cambia, pues ya no se trata de si debemos pedir ayuda sino a quién debemos pedirla, lo cual suele degenerar en discusiones acaloradas sobre si se puede confiar más en un boticario que en los propietarios de una vinatería.Si opino que "tal vez en esa vinatería sepan dónde está el camino de Arroyo Seco", mi mujer se apresura a replicar: "¡No! ¿Por qué no preguntar en esa gasolinera? Allí deben de saber".En el mejor de los casos, el encargado me mandará a consultar el mapa mural de 1958, que está en la oficina. Si acaso tiene alguna información que ofrecer, le pido que la dé directamente a mi esposa, quien por lo menos comprende el significado de "nordeste", "paso a desnivel" y otros muchos tecnicismos. Siempre olvido lo que me dicen si en sus instrucciones incluyen más de dos vueltas a la izquierda y una iglesia.Así pues, permanezco tranquilamente sentado detrás del volante mientras mi mujer dobla y desdobla mapas, inserta pequeños comentarios sarcásticos y profiere órdenes negativas, como "Bueno, ¿torcemos a la izquierda o no?" "¿Por qué no pediste instrucciones más precisas?" y, su favorita "¡Fuiste tú, en primer lugar, quien discurrió venir aquí!"