Publicado en
noviembre 05, 2009
COMO QUERÍA bajar de peso, me inscribí en el programa de los Weight Watchers ("Cuidakilos"), especie de club donde pidieron a cada socio que compartiera con los compañeros su pasatiempo favorito. Así que nos acomodamos con caricaturas, arreglos de flores, tejidos de punto y reproducciones pictóricas en el regazo.
A un lado estaba sentada una señora a la que aparentemente faltaban pocos kilos para llegar a su peso conveniente. Observando que no había traído nada consigo, la instructora le preguntó:
—¿Cuál es tu pasatiempo favorito, Irene?
—Hacerme la ropa más estrecha —respondió sonriente y con aire de triunfo.
—P.S.K.
UNA NOCHE se apagaron súbitamente las luces. Pedí a mi madre que se asomara a ver si también las de la calle se habían extinguido.
—Sí —me informó ella—, pero no puede ser un apagón general, porque los automóviles todavía llevan encendidos los faros.
—J.Q.
AL NACER mi segunda hija, llegó mi madre para ayudarme con la recién nacida y con su hermanita, de 14 meses. Cierto día las dos niñas estaban empapadas y molestas, y mi marido comentó:
—En momentos como este pienso que Dios debió dar a las madres cuatro brazos.
—Se los dio —respondió mi madre sonriendo—, sólo que dos de ellos los tiene el padre.
—S.D.S.
HACE ALGUNOS MESES, al salir mi tren de la estación, dejó escapar un silbido continuo. Una por una, se le unieron todas las locomotoras que había en el patio ferroviario. Mis compañeros de viaje y yo estirábamos el pescuezo tratando de descubrir el motivo del peligro. Después los remolcadores del puerto y los lanchones agregaron sus pitidos al estridente clamor que resultó casi inaguantable para los oídos humanos. El alboroto continuó hasta que el tren entró en un túnel.
Al pasar el revisor por el pasillo recogiendo los billetes, le pregunté de qué se trataba.
—Es que el maquinista se jubila desde esta noche —me respondió—. Hoy hace su último viaje. Lo que ustedes oyeron fue simplemente la despedida a un viejo amigo.
—B.W.T.
A RAÍZ DE HABER dejado de fumar, me puse insufrible. Cada vez que mi marido encendía un cigarrillo, le echaba un sermón: el fumar era dañino para él, un mal ejemplo para los niños, acaba con los pulmones, con las cortinas, daña las ventanas, al perro, etcétera. Un día, mientras seguía en el televisor un juego de fútbol, mi esposo se sirvió un whisky y, sentándose a mi lado, encendió un cigarrillo. Entonces se me soltó la cuerda de nuevo:
—¡Fumar, fumar, fumar! —exclamé— ¡Y ahora te da por beber! ¡Beber y fumar!
—Sí —repuso él con un suspiro—. Y creo que pronto volveré a salir con mujeres. No ha sido necesario que me repita la indirecta.
—V.Q.
AL HALLAR la acera bloqueada por una señora que empujaba un cochecito e iba acompañada de dos niños y tres perros pastores, le pregunté mientras acariciaba a uno de estos últimos:
—Le darán mucha guerra, ¿no?
—Los perros no son problema —respondió—: a ellos ya los hemos educado.
—B.W.
AL LLAMAR POR teléfono a uno de los directores de mi banco, me respondió una voz femenina y me informó que el banquero no estaba en ese momento. Se me ocurrió entonces que la secretaria podría darme el informe que pensaba pedir, así que le dije:
—Tal vez Usted me podría informar. ¿Es usted la secretaria del señor León?
Titubeó ella un momento antes de contestarme:
—No, señora.
Estaba yo a punto de dejarle mi número de teléfono, cuando mi interlocutora añadió:
—Pero quizá pueda yo servirle: soy la jefa del señor León.
—E.E.M.
MIS PADRES dieron nuevas pruebas de su espíritu práctico cuando me casé. Nos regalaron muchos objetos necesarios en la vida, y ninguno de lujo. Luego, el día del matrimonio, nos dieron una gran caja que llevaba este letrero: NO ABRIR HASTA QUE SE APAGUEN LAS LUCES.
Intrigados, mi marido y yo llevamos el paquete a la alcoba nupcial y lo abrimos después de apagar la lámpara. ¡Había adentro suficientes bombillas eléctricas para cinco años!
—N.J.R.