ESTRATEGIA PARA EL DIARIO VIVIR
Publicado en
diciembre 03, 2024
"Hace varios años acudió a mi consultorio cierto joven, hombre de negocios, con una singular petición: deseaba que yo le diera una serie de normas de conducta para desempeñarse bien sin ayuda médica, pues pasaba por un estado de confusión y angustia a consecuencia de graves problemas personales". Así empieza el notable siquiatra Dr. Ari Kiev en el prefacio del libro que le inspiró la petición de aquel enfermo. "Lo que me he propuesto aquí", prosigue el Dr. Kiev, "es trazar una estrategia para el diario vivir, que nos ayude a alcanzar cada día algo más valioso que el anterior y que permita al lector aprovechar al máximo sus posibilidades. El éxito en la vida no depende del azar; es la suma de modestos triunfos diarios. Este libro ayudará al lector a buscar el triunfo, sin limitarse a esperarlo".
Por el Dr. Ari Kiev (profesor adjunto de siquiatría en la Universidad de Cornell.
EN EL ejercicio de mi profesión , de siquiatra, he comprobado que ayudar a las personas a proponerse alcanzar metas propias constituye el medio más eficaz para auxiliarlas a superar sus problemas. Al observar la vida de los seres humanos que han sabido vencer la adversidad, he notado que se han propuesto determinado objetivo y lo han perseguido con todas sus fuerzas hasta conseguirlo. Y desde el momento en que tales seres decidieron concentrar todas sus energías en la consecución de un propósito determinado, por ello mismo empezaron a salvar los peores obstáculos.
Dice el famoso escritor inglés Edward Bulwer-Lytton: "El hombre que sobresale entre sus semejantes es aquel que desde muy pronto ve con claridad su objetivo en la vida y encauza habitualmente hacia él todas sus facultades. El genio no es sino una gran capacidad de observación, reforzada por el constante empeño en un propósito. Toda persona que observa atentamente y toma una decisión irrevocable se va convirtiendo inconscientemente en un genio".
La clave del éxito en la vida estriba en la elección de una finalidad. Y da el paso más importante para conquistar una meta quien, antes que nada, concreta su objetivo. Estoy seguro de que el lector dispondrá cuando menos de 30 minutos al día para hacer una lista de posibles objetivos. Hágalo cada día durante un mes; al cabo de ese tiempo elija entre las posibles metas anotadas la que le parezca más importante y apúntela en una tarjeta. Lleve esa tarjeta consigo en todo momento, y medite diariamente en ese propósito. Elabore imágenes mentales de ella, en forma concreta, como si ya la hubiera logrado.
Que no nos atormente el temor al fracaso. Recordemos a este respecto las palabras de Herodoto: "Es preferible que en nuestra noble osadía nos expongamos a sufrir la mitad de los males que imaginamos, a permanecer sumidos en la cobarde indiferencia por miedo a lo que podría ocurrir".
Podemos descubrir nuestras aptitudes o facultades de muy diversas maneras: desde someternos a determinadas pruebas sicológicas hasta el análisis de los deseos que sólo se manifiestan en nuestros sueños. No hay un método aplicable a todas las personas. El lector podría comenzar, por ejemplo, recortando y archivando los artículos periodísticos que más le interesen. Al cabo de 30 días, vea si esos artículos reflejan alguna tendencia, indicio de gustos o inclinaciones naturales profundamente arraigados en él. Conviene mantenernos atentos todos los días para descubrir la menor señal de alguna destreza o talento especial, aunque esas posibilidades nos parezcan absurdas o triviales.
Con estos ejercicios podemos descubrir en nuestro interior ciertas facultades latentes. Cuando hallemos en nosotros alguna disposición o talento para algo, pensemos cinco maneras de aplicar y desarrollar ese potencial. También deberemos anotarlas en una tarjeta, que leeremos periódicamente como recordatorio constante.
Enfoquemos la atención en una sola finalidad cada vez. A semejanza de un servomotor, el cerebro, ajustado para alcanzar determinado objetivo, pondrá en juego los mecanismos mentales que harán fructificar los propios esfuerzos. Nuestros actos armonizarán entonces con nuestros deseos, y de ello surgirá la realización. Si creemos que vamos a lograr un propósito, no cejaremos en el empeño hasta verlo cumplido.
Tengamos siempre una segunda meta de reserva; recordemos que la satisfacción máxima estriba en perseguir objetivos; no simplemente en lograrlos. Y, sobre todo, no nos dejemos vencer por la impaciencia; acaso el lector, al principio, sólo pueda dedicar una hora diaria a la actividad que juzgue más importante. Pero incluso una hora al día suma siete a la semana, y 3650 a los diez años. Es mucho lo que podemos lograr en ese lapso: seguir un curso de ciencias o artes, escribir un libro, pintar un retrato.
Los cinco enemigos de la paz.
Según el notable crítico musical inglés Ernest Newman, "el gran compositor no se pone a trabajar porque se sienta inspirado; se siente inspirado porque está trabajando. Bach, Mozart, Beethoven y Wagner se aplicaban cada día a la obra que tenían entre manos, y lo hacían con tanta regularidad como la del contable que se enfrenta diariamente a sus cifras. Esos compositores no perdían el tiempo esperando la inspiración". Un objetivo ineludible regía sus actividades, como las de otros grandes maestros, lo cual les permitía salvar los mayores escollos. La actividad misma genera el ímpetu para emprender más obras.
Sepamos distinguir las situaciones negativas producidas por los cinco grandes enemigos de la paz: la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo. Dice Petrarca: "Si desterráramos a estos enemigos, gozaríamos de una paz perpetua".
La avaricia surge cuando creemos necesitar ciertas cosas que probablemente no nos hacen falta, y cuando tememos perder algo que precisamos para vivir.
La ambición procede de la insatisfacción con nosotros mismos y con nuestras actividades. Bien está imponernos tareas difíciles y querer triunfar; pero una ambición desmedida nos puede inducir a fijarnos metas inasequibles. Persigamos el objetivo a un paso acorde con nuestro temperamento. Y concentrémonos en el esfuerzo, no en los resultados obtenidos.
La envidia nace de la irracional comparación entre lo que otros han logrado y lo que hemos alcanzado nosotros. La causa de nuestra frustración no está en lo que poseen los demás, sino en haber cultivado mal nuestras facultades.
La ira puede hacer presa en nosotros y destruir nuestros alicientes. Cuando el lector se encolerice, conviene que examine la causa de este sentimiento. ¿Alguien lo ha censurado o menospreciado? ¿Es ello motivo para enfadarse? ¿Dependemos de la opinión ajena? ¿Ha permitido el lector que prevalezca lo que alguien espera de él, o que otro le dicte lo que debe hacer?
El orgullo deriva del afán de impresionarnos a nosotros mismos o de impresionar a los demás con cualidades de las que en realidad carecemos. La persona madura reconoce sus limitaciones, es humilde y tolera la discrepancia de sus semejantes. Nuestro desasosiego desaparecerá si reconocemos la propia falibilidad.
Estrategia contra las tensiones nerviosas. La confianza en uno mismo es hija de dos actitudes: la orientación positiva hacia metas definidas y la atenuación de ciertas formas de dependencia innecesarias e inhibitorias. Tratar de satisfacer a los demás para tener aceptación provoca el compulsivo afán de obrar en consonancia con normas ajenas, lo cual limita nuestra expresión cabal y nos hace depender de otros.
Muchas personas son extremadamente sensibles a las actitudes de hostilidad o de rechazo tácitas y a menudo inconscientes. Si el lector se siente objeto de algún desaire, real o imaginario, no lo comente con nadie. Acusar a alguien de abrigar sentimientos ambiguos o de no interesarse bastante por nosotros, podría causarnos frustración; suscitar un conflicto o provocar precisamente el efecto que tememos. Refrenemos la propensión a devolver el sarcasmo o las indirectas. Reconozcamos que todo el mundo tiene derecho de pensar como le plazca y terminemos la discusión. Si mantenemos una actitud positiva, a la larga obtendremos reacciones también positivas.
Pensemos en nuestra propia actitud para con los demás. ¿Nos importa demasiado lo que piensen de nosotros? ¿Acaso encubrirá nuestro prurito de perfección cierta depresión anímica? ¿Tememos la crítica ? Si todo esto parece aplicársenos, hagamos un balance de nuestras cualidades y defectos y marquémonos objetivos más acordes con nuestros intereses, necesidades y aptitudes.
Preguntémonos: "¿Qué factores de mi vida son un lastre para mi progreso? ¿Hasta qué punto estoy descuidando mis propias necesidades?" ¿Proyectamos la imagen del hombre de anchas espaldas, dispuesto a echarse encima toda clase de cargas? ¿Somos demasiado serviciales, al extremo de que amigos, parientes y otras personas no vacilan en abusar de nuestro tiempo? Por otra parte, pesemos la positiva satisfacción que ello nos procure; por otra, el costo que nos supone renunciar a nuestra soberana libertad de acción.
No se preocupe el lector si rechaza alguna solicitud que le exija un sacrificio personal. A la larga, es mejor que nuestros familiares y amigos sepan que cuanto hacemos por ellos nace de nuestra voluntad, de buen grado, y no porque nos falta valor para negarnos.
Saber estar solos aumentará nuestra confianza en la propia competencia para lograr lo que nos proponemos. Y también nos dará la energía necesaria para soportar serenamente la incertidumbre y las frustraciones. Aprendamos a escuchar nuestros pensamientos. Eso nos ayudará a conocer mejor el verdadero yo y los auténticos objetivos. Pasemos un rato cada día a solas con nosotros mismos, dialogando con nuestras ideas. Es fácil hacerlo mientras paseamos al aire libre, al descansar en casa o al visitar una iglesia o biblioteca pública. La soledad nos permitirá sentirnos a nuestras anchas con los propios pensamientos o sensaciones y examinar las diferentes estrategias para realizar nuestros anhelos.
El premio de quien sirve al prójimo. "Quien desee el bien de los demás, habrá asegurado el propio", sentencia Confucio. La solícita preocupación por el prójimo guarda estrecha relación con'los bienes que recibimos de la vida.
¿A quién podemos servir? ¿Dónde podemos ayudar en algo? Pensemos en la gente que nos rodea; en nuestra familia, nuestros amigos, clientes, compañeros de trabajo, en todos aquellos que tratamos en la vida diaria. Nos sentiremos recompensados en la medida en que ayudemos al bienestar de esas personas.
Si deseamos que nos respeten, deberemos, a nuestra vez, tratar al prójimo con respeto. Para conseguirlo, acaso nos agrade elaborar un programa. Tratemos durante un mes al semejante como si fuera la persona más importante del mundo. Todos necesitan sentir que son importantes para alguien; la gente corresponde invariablemente al afecto, a la atención y al respeto de quien satisface tal necesidad humana. Recordemos que toda persona tiene algo que enseñarnos. Cada cual tiene algo que decir y un punto de vista personal. Y para comprender al mundo hay que tratar de observarlo desde el mayor número posible de ángulos.
Avivemos el fuego de nuestro entusiasmo. Según el abogado John Foster, "uno de los rasgos más característicos del genio es la facultad de avivar su propio entusiasmo". Los grandes triunfadores se rigen por algún propósito unificador y se expresan como mejor convenga a su realización; ya sea por la sencillez, la modestia o la confianza en sí mismos. Pensará el lector que Stravinsky, Einstein y Picasso, gracias a su genio, ganaron el derecho de mostrarse excéntricos, caprichosos y empecinados. No; yo sostengo que la decisión que hizo de cada uno de estos genios el amo de su propio destino les dio el valor indispensable para intentar lo nuevo, lo original.
Estar dispuesto a pensar lo que nadie ha pensado exige valor para enfrentarse a la soledad y exponerse al ridículo. No todo el mundo es un Picasso, pero todos tenemos, conscientemente, la capacidad de distinguirnos del mundo circundante. Jonathan Swift lo expresa así: "Aunque se acusa a los hombres de no conocer sus propias flaquezas, acaso pocos conozcan su fuerza propia. En el hombre, como en la tierra, suele haber vetas de oro desconocidas de su dueño". El tiempo que el lector desperdicia pensando en su insuficiencia, podría emplearlo en buscar esas vetas de oro en sus actividades y en sí mismo.
Avivemos el fuego de nuestro entusiasmo. Persigamos nuestras propias metas sin temor al fracaso, a las censuras o a las críticas. Así haremos aflorar esa peculiar combinación de factores que yace inactiva bajo la piel de nuestra personalidad social. La actividad mental de cada uno constituye una parte tan importante de nuestro ser como los latidos del corazón y el ritmo respiratorio. Hallaremos la paz mental cuando decidamos y obremos conforme a nuestra naturaleza íntima y a los objetivos que nos hayamos fijado.
Extractado del libro A Strategy for Daily Living, © 1973 por el Dr. Ari Kiev.