REVELACIONES SOBRE UN ANTIGUO PLEITO (Roberto Fontanarrosa)
Publicado en
agosto 18, 2022
Hay un cuento infantil muy difundido que narra cómo una tortuga logra vencer en una carrera contra una liebre, nada menos.
En el cuento, la liebre termina siendo derrotada cuando, al confiarse en su velocidad, se distrae y demora repetidas veces durante el trayecto de la competencia.
Es posible que para mucha gente este relato haya significado un ejemplo, una enseñanza o simplemente una anécdota divertida. Pero en mi condición de estudioso de las especies animales, sus costumbres y características, el cuento significó por años un verdadero misterio, una obsesión cierta y un tema de discusión permanente.
En el pabellón de Ciencias Naturales de Yverdon, cercano al lago Neuchâtel, mantuve mil y un altercados con numerosos etólogos con respecto a dicho relato. Yo sostuve durante años la teoría de que casi ninguno de esos cuentos populares nacían por generación espontánea, sino que se basaban en hechos reales que luego eran deformados, exagerados y a veces, tergiversados.
El profesor Milton Odilâo Ziraldo Nuñez Coimbra, eminente naturalista portugués, fundador de la corriente que postula al ratón lemúrido de Tasmania como continuador de una política centrista en Sud África, sostenía, en cambio la tesis de que dichos relatos son tan sólo producto de la picaresca popular. Abrevaba su fundamentación en la convicción de que nunca una tortuga puede llegar a derrotar a un lepórido en carrera franca.
Algunos de los destacados estudiosos y científicos con los cuales compartíamos el pabellón concordaban conmigo y otros se inclinaban por lo expuesto por el etólogo portugués. Las reyertas verbales eran, reitero, frecuentes, y llegamos a las manos en más de una ocasión, debiendo soportar suspensiones y duras reprimendas de parte de las autoridades de ese alto instituto educacional.
Pero en el año 1968 llegó a Isberne un naturalista colombiano dispuesto a doctorarse con una tesis sobre "Estructura social de las langostas saltonas del Orinoco". Era el profesor Rucio Javier Banderola Samper, quien aportó a la discusión un dato más que interesante. Me juró conocer el lugar y los protagonistas que habían vivido la increíble anécdota de la carrera entre la liebre y la tortuga que luego daría pie al cuento infantil de mundial conocimiento.
Convencido de que me hallaba ante una evidencia que pondría en franca y terminante ventaja a mi teoría sobre las endebles lucubraciones del científico portugués debí convencer al profesor Banderola Samper para que me brindase mayor apoyo e información al respecto. No me fue fácil pues el sudamericano se hallaba muy imbuido en sus estudios y debí comprar su colaboración dictándole por lo bajo su examen final sobre ergometría computada en saltamontes, aun a riesgo de ser ambos echados de la alta casa de estudios. Agradecido, Banderola Samper me dio el nombre de un campesino de las cercanías de Cartagena, único testigo del hecho que quedaba con vida. Reconozco que fue un golpe de suerte el haber dado con un dato de ese calibre ya que, aun comprendiendo que Isberne es un centro de estudios que recibe alumnos de todo el mundo, no dejaba de ser una flagrante casualidad conocer a alguien que pudiese informarme de un suceso que podía haberse originado en cualquier parte del globo donde existiese una persona con virtudes para narrar hechos poco comunes.
Un mes después volé hacia Cartagena y tras largas averiguaciones di con don Marcial Mercado Machuca, un costeño de 102 años, que sin ningún tipo de problemas se prestó a referirme la anécdota que, con los años, había dado origen al cuento que nos ocupa.
"Digamos, hermanito, que yo era un javión varanda de unos 35 años en esa época y llevaba como cuatro añitos ya de mozo compelero sañino curtiendo cueros en lo de don Isandro Curaba, hombre de Alfajores Bajos, una ciudad más que bonita algo más al sur en la costa que lleva a Mimbrería."
"Trabajo duro, pero yo era joven y lo que en verdad pero en verdad me gustaba puche curiba era esa cuestión de las carreras y esas vainas que a quién no le gustan, siempre digo y diga sino, compañero. Y ahí ahicito, varas nomás de Mimbrería estaba el gimnasio de Pedro Chamillo, donde se hacían para ese entonces tipo de carreras y apuestas de gentes o de animales o humanos."
"Los fines de semana cuando volvían las canoas de los pescadores se armaba fiesta verraca y tole tole que había que ver porque venía gente de hasta Cartagena y dale pedernal y pisco, naranjita, mole y pincho moruno todo el tiempo. Se chupaba mucho, mi amigo, y había que verlo."
"Le voy a decir, le voy a decir yo y no me lo va a creer, que yo he visto apuestas y disparadas hasta de bichos cabrones que usted no pensaría ni curado que pudiesen correr y hacer figura, que no. Yo he visto piques y carreras cortas de pescados de mar que las gentes se amontonaban para apostar sus platitas y darles camba y aliento a los animales. Hubo un pargo rojo de este porte que le puso cruces y le frunció el hocico por casi ocho varas a un huachinango salmón tostado que habían traído de Méjico diciendo que le hacía raya y media a más de uno y el parguito se lo dejó rechupino y pidiendo alpiste que le sacó cola y cuarta de ventaja en 200 varas. ¡Bachicha con el parguito, ligero que no lo veías! Y a mí que no me vinieran porque me traía salado y cambrí un puerquito que compré en el mercado de Bucaramanga, así el puerquito, coloradón que ni pidas, madre de cochinillo ése, que te resfriaba si te pasaba al lado de rápido el cabronazo. No había quién lo pujara en Mimbrería y como los años me gané las viandas con el puerquito. Hasta se lo puse de patas a un caballo de la capital que decían los costeños que era muy bravo y el cochino le clavó un minuto y medio en las 300 varas, que yo lo tenía hecho un cuetazo al paquidermo. Ni bachica me pedía el cuerpo. Que le daba arepa todo el día mojada en vino y no me va a creer pero yo dormía con él para que no me lo salteara algún puyango javión varanda, que andaban como zopilotes los gallos viendo qué se podían robar de las casas, los desgraciados. Mucho negro bembón, mucho mazimba, mucho culón remilgo de los que venían en los barcos de harina de pescado que pasaban para Perú había en ese entonces y te pillaban lo que mirasen los condonguitas. ¡Pinga con el puerquito, qué madre era!"
"Pero al que le sabe bien la melaza le gusta el ron, compañero, y a mí que me tiraba las chambas la competencia de carreras de animalitos no dejaban de gustarme tampoco las agarradas de gallos, mesas de naipes, y el zangoloteo verraco de cubilete y dados chingue madraza. Y el que saca tres busca cuatro, compañero, y a un buen hijo de Bucaramanga no le escuece los morros la cervecita, el pile en champitas y la buena caña de higo mamón. ¡Bachicha qué la pasaba! Pero así fue también que me perdí de una postura sola toda la platita que me había hecho en la curtiembre y con el puerquito dando mi fe y coraje por un dos de oro que no venía. Quedé más pobre que musaraña compadre, y debiendo sencillo, calderilla y fortuna a un tal Ezequiel Calaña 'Batelera'. Calaña que le decían porque el muy cabro había sido boxeador y de los muy buenos, esparrín el zambo hasta de Roqui Valdéz, que con eso le digo todo. Y el javión varanda me vino armando cebolla, me pronosticó machuque del bueno bueno si no le pagaba lo que se adeuda, compadre, y no era hombre de alegar en falso el culo remilgo. Yo tenía que ganar platita, compadre, ¡Pinga costura! Y el que sabe cocinar no se mete a curar cuero, y yo lo único que sabía hacer madre era arremangar bichos para carreras, los recibía sobados, pochos y maricones y te los sacaba cuetazos a los infames. Pero tenía que agarrar un carrerón donde todos me apostaran en contra para sumar plata y corcoja en grande la diferencia."
"Y ahí fue compadre que se me vino a la pensadora lo de la tortuga. Que a nadie que tenga un seso bajo del pelo se le puede ocurrir que una tortuga salga de pique contra otro bicho, pero a mí que se me había puesto de coscorrón y firme porfiado que no me iban a rayar el sayo si yo me metía de pulque cogote a remezar chimbre y fuertón un piche quelonio."
"Ahí nomás le encargué a mi compadre Membrives Cuevas, pescador de altura, que me consiguiera una tortuga de las de aguas, que son más sueltas para el cariño sojuzgadas como matildas para el rodeo y que le pegan timbre y callando a la disciplina. Al mes me aparece Cuevas con el quelonio, marinero como un popeye el bicharraco, de este perímetro en lo que va de la cabeza a la cola y ojos tipo chiguagua que de mirarlos daba churrasco, compadre."
"Al día siguiente nomás la saqué al campo. Un mes después le daba pista, ripio y arena. Le cochambré las patas, lijé los bordes, y le dejé crecer verracas uñas a la regalona para que fuera rumba, vacilón y cuete en la largada, compadre. Grasita de anguila macho en la baquelita me la pasaba, mucho masaje al pescuezo y meta aceite de pile bajo la panza para el resbale. ¡Ni ver te digo la que se armó cuando caí al tabernón de Pedro Mañana con el envite! Así estaba de gente la comedera cuando desafié con mi tortuga a la liebre pajona del "Bomba" Barbacuñado. ¡La que se armó mi compadre, que se reían a barriga suelta los atrevidos! ¡Eso era una gozadera! Todos me querían apostar por la contra de mi tortuga que se llamaba Platanera porque la tenía a patacón de plátano soliviantado en fritura a la mañerita."
"Quedó para un sábado el encontronazo y yo le tenía pinga coraje a mi tortuguita. La había probado de firme contra un gallino, animal colorado sangrita de patas largas, medio misturado con zancudo el avícola pero corredor de fondo y la tortuga me lo había abandonado sobre las 50 varas dándole cadera y anca al gallino que ya de arranque largó casi los interiores. Y siempre de oculto nomás para que no me la pasmaran los envidiosos, ni me le hicieran males de tirar arroz o maguey y por detrás de la oreja, la había puesto sobre arenilla de contra con un ratón zunzún cola pinta velocista que ni lo veías al cobrachito y ahí también mi tortuga lo dejó macaco y medio refiñadón al mamífero que revoloteaba los ojos como pitón pirpita tragando anuros al ver lo que no creía, que estaba madre la verraca tortuga."
"Yo estaba confiado y todo pero la curiosidad gargaja me traía saltón de los nervios y el día anterior a la justa me fui a espiar el apronte de la liebre pajona del Bomba Barbacuñado."
"Mire compadre, yo sé que a usted le habrán contado que esa liebre pajona llegó echando interiores y mal dormida al evento. Más de un balustrín rumbero de la costa dirá ahora que esa liebre pajona no se cuidaba y que era lindre para el esfuerzo y papel mirache para el pinche sudor, pero yo como que me llamo Marcial Mercado, le puedo decir a pie descalzo y firme coraje que no conocí animal más abnegado para el martirologio ni de mayor contracción para el trabajo que esa liebre pajona que lo que es barbecho es barbecho y no refilado de mimbre."
"¡Pinga costura! Que vi esa liebre y me quedé con la sangre alunada, compadre. Era tan rápida que estaba pasando y ya había pasado, con eso tendrá una esencia compadre. Te creías que la estabas viendo y no la veías, compadre. Tumbadora y canela las patas, cuetaza madre esa pupila del Bomba Barbacuñado. Ni soñar de verla cuscona y adelante a mi tortuga frente a ese chumbo."
"¡Pinga costura! La mañana del sábado agarré mi quelonio y le inyecté una brazadera entera de buen fluido para estimularla. Yo sé compadre que eso no es de sabedor ni cosa buena, ni ricura de farplei para los cosongos pero Dios te comprende si conoce el babero en que te has metido. Una jeringa llena de alcaloide flumíneo, compadre, que me la trajo tigre a la Platanera y ya desde antes de la confronta zumbaba bachica gorda dentro del bungalou."
"¡Había más de tres mil gentes agarbiñadas chonga marosca aquella mañana! Humanos de Panamá, Yucatán y hasta gringos de Venezuela se habían venido en trocas y transportaciones para ver la disparada. Le tuve que clausurar el agujero de la cabeza a Platanera porque si asomaba el rollo te veías clarito nomás que la sanguanga tenía los ojos desorbitados por la montera chufa que le había propinado con la jeringa. ¡Pinga costura! Parecía que le apretaba la baquelita al animalito y largaba baba como choco rabioso. Yo decía que la tenía en la pinche negrura de oscuridad como monja de clausura porque el quelonio se me cimbraba de los nervios y las ataduras de las arterias."
Al bocinazo de la largada ya nomás la liebre pajona me le sacó 20 varas a mi quelonio que venía pisando tejo y retejo con lindo ritmo de marinera. Pero a los 40 mi Platanera le husmeaba el culo a la pajona y le zapateaba un mandoble y retintín puyango sobre las ancas, y si viera usted, compadre, los carantones empalidecidos de los costeros y los negrazos bembones melé y chincheros que habían jugado sus moneditas a la pajona. ¿Qué se paró la liebre en algún momento? ¿Qué se entretuvo en grupines esa pajona mientras corría? Ni para mear, compadre. Rosca y caldera, que era un cuetazo madre la leporina. Pero ya le dije que mi quelonio no era de achuchar con la boya y sobre los 150 le quebró el paso a la pupila del Bomba y pasó a ganar pinche coraje. Pero faltando 30 nomás la liebraza metió pelota, arrugó oreja, y no sé cómo no reventó caldera pero pasó de nuevo al frente y ganó por el hocico, que me la caga pinche boliche cada vez que me acuerdo, compadre. Había perdido todo, compadre. Había quedado más seco que tortilla de carcamela. Y el "Batelera" Calaña que me la tenía prometida y pesada, no de las pavas, mi alma.
"Pero al rato viene el Bomba Barbacuñado y me pide que le pase la método de entrenamiento que yo había repicado para el quelonio. Se había quedado con los ojos de espanto por el suceso, se pasó la carrera a culo mordido admirando a la Platanera y el negro zambo quebracho quería saber cómo había hecho yo para lograr ese cuetazo. 'No es gratis el jamón del puerco' le dije yo, y le dije que no podía decirle cuál era el método que había gastado porque era un pinche secreto que venía bajando de antaño y era el orgullo de la escudería. Pero que podía venderle a la Platanera si había platita y de la que duele. Bomba Barbacuñado me compró el quelonio en buena cifra."
"Yo pagué mis horqueras, limpié el cañazo, y todavía tuve monedas para comprarme una bicicleta de canastera. Platanera corrió incluso varias disparadas para el Bomba y mal no anduvo, compadre. Después ya las viejas y los curados renegados de tragos tardos, los borrachitos de Mimbrería, los que hablan de puro calzones amplios y majaretes empezaron a contar mil historias sobre la carrera entre mi Platanera y la liebre. Hasta escuché decir que había ganado la Platanera de narigada. Pero la verdad que sirve, la de la piedra, compadre, fue que ganó la pajona de raye y moco sobre el timbrazo le digo. Esa es la verdad. Fue marinera la tortuguita. ¡Bachicha madre el quelonio! Pero para que una tortuga le refile el fieltro a una liebre pajona... ¡Pinga costura! difícil que me lo veo, compadre..."
Fin