Publicado en
octubre 03, 2021
Rodrigo regresaba todas las noches a su casa después de una larga jornada de trabajo como chofer en una empresa de limosinas.
Una noche, al llegar a su casa, su mujer lo estaba esperando en la sala. No era costumbre de ella hacerlo, y para variar, parecía estar contenta.
―¿Cómo te fue en el trabajo, amor? ―le preguntó, mientras le ayudaba con la chaqueta y la gorra y las colocaba en el gancho.
―¡Bien, muy bien! ―respondió el esposo―. Hoy me tocó una celebridad.
―¿Conseguiste su autógrafo? ―le preguntó ella.
―Sabes que las políticas de la empresa lo prohíben.
―¡Lastima! Si no fuera por esas políticas, ya tuviera algunos autógrafos... ¿Quieres un poco de helado?
―¡Pero es la una de la mañana! Creí que me esperabas despierta porque querías algo de intimidad esta noche.
―¡Por supuesto que quiero intimidad! Pero quiero complacer a mi esposo, que llega cansado, con su helado favorito y con el jarabe que tanto le gusta. Lo terminé de preparar hace un par de horas.
―Si eso te complace, sí, tomaré un poco de helado.
Su esposa le dio un ligero beso antes de dirigirse a la cocina. Rodrigo la siguió, algo intrigado. Especialmente porque era raro que su esposa fuera tan complaciente. Últimamente no tenía más que seños fruncidos y malas maneras para con él. Fue por eso que decidió darle por su lado.
La mujer le sirvió cuatro generosas bolas de nieve color rosado y le escanció un buen chorro de jarabe rojizo. El esposo se lamió los labios y empezó a comer. Ella no comió y se limitó a mirarlo, siempre sonriente. En algún momento él pensó que esa sonrisa era algo sospechosa, pero desde luego eran tonterías suyas.
―¡Estaba delicioso! ―exclamó cuando terminó― ¿De casualidad habrá más?
―Sí, pero si quieres otro poco, tendrás que servírtelo tú mismo.
―¡Pues lo hago! ―Se expresó con agrado.
Cogió el plato y se dirigió hacia el refrigerador.
―El jarabe y el helado están a los lados de la cabeza ―dijo su mujer.
Él continuó caminando y sonreía debido a lo absurdo del comentario. Su sonrisa se apagó de golpe cuando abrió la puerta del refrigerador. Vio una cabeza; y a un costado estaba el helado y al otro el jarabe. El gesto que mostraba la cabeza era de espanto, con los ojos abiertos. La escena era escalofriante.
Rodrigo, sin salir del asombro, al darse vuelta para preguntarle a su esposa sobre lo que había visto, siente un frío que le penetra en el estómago. Angustiado e impactado, se da cuenta que es un enorme cuchillo, sujetado por una mano que lo empuja sin parar.
El plato resbaló de su mano y se estrelló en el piso. Rodrigo, tomando algo de conciencia, se da cuenta que la cabeza era la de su actual amante, y que su mujer era quien manejaba el cuchillo.
―Fue la última vez que me fuiste infiel ―susurró su mujer, mirándolo fíjamente a los ojos y con una expresión diabólica.
La mujer dio dos puñaladas más. Ella lo ve como cae lentamente, sin dejar de mirar el rostro de asombro y dolor de Rodrigo. Una vez en el suelo, empieza a cortar la cabeza hasta desprenderla del cuerpo. La toma, la mira y le dice: "hasta que la muerte nos separe, y ¡ya eres libre!, mi querido ex-esposo". La limpia y la lleva hacia el refriferador y la coloca al lado de la amante.
―¿No te lo esperabas, verdad Rodrigo? ―Comentó ella―. ¡Yo tampoco! Y por la expresión de tu amante, ni le pasó por la cabeza. ―Una carcaja malévola salió de su boca, mientras se servía tres copos de helado con jarabe.
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BookNet