EL PEQUEÑO JAN (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
septiembre 21, 2021
Cuento Sueco seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una vez una princesa que fue encantada. El rey hizo saber que daría a la princesa por esposa a aquel que la librara de su encantamiento. Un joven caballero había oído hablar de ello y había decidido ponerse en marcha para liberar a la princesa. Cuando había cabalgado un trecho, llegó a una iglesia y entró. En el atrio había un cadáver amortajado, y todos los que pasaban a su lado le escupían. El caballero quiso dejar a un lado el cadáver y entrar en la iglesia, pero le detuvieron diciéndole que también él tenía que escupir al muerto. Preguntó qué había hecho el muerto. El asunto era —le respondieron— que se había muerto antes de pagar sus deudas. El caballero preguntó entonces a cuánto ascendían y, cuando le dijeron la suma, comprobó que llevaba encima ese dinero. Pagó las deudas del muerto, lo hizo enterrar como es debido y siguió cabalgando.
Cuando había cabalgado un trecho, llegó a una reja. Había allí un joven que abrió con destreza la reja y le pidió al caballero que le cogiera a su servicio. El caballero no quiso tenerlo a su servicio, pero preguntó al joven cómo se llamaba.
—Soy el pequeño Jan —dijo el joven.
Pasado un rato, llegó a otra reja. Allí estaba otra vez el joven, abrió la reja con más destreza aún que la primera vez y le volvió a pedir que le dejara entrar al servicio del caballero. El caballero no lo quiso coger a su servicio, pero le preguntó al joven cómo se llamaba.
—Soy el pequeño Jan —dijo el joven.
Poco después, el caballero llegó a una tercera reja. Allí estaba de nuevo el joven, que fue aún más diligente que las dos veces anteriores y volvió a rogar que le permitiera entrar al servicio del caballero. El caballero le volvió a preguntar su nombre.
—Soy el pequeño Jan —dijo el joven.
Pero el caballero no lo quiso coger a su servicio, pues no tenía dinero para pagarle.
—Bah —dijo el joven—, no quiero dinero ni comida. Entonces el caballero lo cogió a su servicio, y juntos siguieron cabalgando.
Cuando habían cabalgado un trecho, llegaron a una casa. El pequeño Jan entró y pidió que le prestaran el sombrero del padre, pero no se lo dieron.
—Entonces echaré la casa abajo —dijo.
La gente se rió de él; entonces agarró un pilar de una esquina y la casa entera empezó a tambalearse. La gente, asustada, tiró rápidamente el sombrero fuera de la casa.
Continuaron avanzando y llegaron a una segunda casa. El pequeño Jan entró de nuevo y pidió que le prestaran la bolsa del dinero del padre, pero no se la dieron.
—Entonces echaré la casa abajo —dijo.
La gente se rió de él; entonces volvió a agarrar un pilar de una esquina y la casa entera empezó a tambalearse. La gente, asustada, le tiró rápidamente la bolsa del dinero.
A continuación siguieron avanzando y llegaron a una tercera casa. El pequeño Jan entró y pidió el bastón del padre, pero no se lo dieron.
—Entonces echaré la casa abajo —dijo.
La gente se rió de él; entonces volvió a agarrar un pilar de una esquina y la casa entera empezó a tambalearse. La gente, asustada, le tiró rápidamente el bastón.
Continuaron su camino y finalmente llegaron al palacio del rey, donde el caballero explicó cuál era su propósito e informó al pequeño Jan de lo que le habían dicho: que la princesa había sido encantada por un trol que moraba al otro lado del lago.
La princesa decidió ir en un bote de remos hasta donde vivía el trol. El pequeño Jan se puso el sombrero del padre. Hecho esto, se volvió invisible y pudo ir también en el bote y escucharlo todo. La princesa le pidió al trol que levantara el encantamiento, pero éste se negó en redondo, así que tuvo que regresar remando sin haber conseguido su propósito.
El caballero dio entonces a la princesa la bolsa de dinero del pequeño Jan, que nunca se vaciaba. Con ella, la princesa volvió a cruzar remando el lago y el pequeño Jan, invisible, se embarcó de nuevo con ella. Pero, a pesar de la bolsa de dinero, el trol dijo que no, así que la princesa tuvo que regresar remando sin haber conseguido nada.
Cuando la princesa cruzó remando el lago por tercera vez, el pequeño Jan, que estaba otra vez allí, oyó que el trol le decía a la princesa:
—No quedarás libre mientras mi cabeza no esté destrozada. Entonces el pequeño Jan sacó el bastón del padre y dijo:
—¡Quédate pegado!
Y la cabeza del trol se quedó pegada al bastón.
La princesa, que no se había dado cuenta de nada, regresó remando y contó al caballero que no quedaría libre hasta que alguien le destrozara la cabeza al trol. Entonces se adelantó el pequeño Jan y exclamó:
—Bueno, ¡si no es más que eso!...
A continuación les mostró la cabeza del trol, que estaba colgando del bastón del padre. Luego agitó el bastón por los aires y golpeó la cabeza del trol contra una roca hasta destrozarla. Así la princesa quedó liberada.
Al pequeño Jan le llegó entonces el momento de despedirse, aunque el caballero intentó convencerlo de que se quedara.
—No —dijo el pequeño Jan—, ahora ya he hecho mi servicio.
—Pero aún tengo que pagarte —dijo el caballero.
—Eso ya lo hiciste el día que pagaste mis deudas, pues era yo el que yacía en el atrio de la iglesia y al que todos escupían —dijo el pequeño Jan.
Dicho aquello, desapareció. El caballero, por supuesto, se casó con la princesa.
Fin