PERSISTE EL MISTERIO DE LA DISLEXIA
Publicado en
octubre 15, 2020
Esta extraña anomalía de la mente impide a millones de niños, de inteligencia brillante en otros aspectos, algo que a todos nos parece lo más normal: aprender a leer y a escribir. Los resultados son a menudo desastrosos, pero el mal puede superarse.
Por Warren Young (ex redactor de ciencias y medicina en 'Life', es autor de un libro en prensa titulado 'The Mystery of Dyslexia')
SE TRATA de una anomalía que afecta en mayor o menor grado a uno de cada siete niños, a menudo con desastrosas consecuencias en su rendimiento escolar y en su vida toda. Quizá la padezcan hasta tres cuartas partes de los delincuentes juveniles, y ciertas investigaciones minuciosas han hecho pensar que puede ser uno de los factores que con mayor fuerza los empuja a la rebeldía. Probablemente fue este mal lo que impidió al inventor Thomas Edison, cuando era joven, salir avante en las tareas escolares ordinarias. Lo sufrió asimismo Hans Christian Andersen, que nunca llegó a dominar la ortografía de las palabras, a pesar de ser un insigne escritor de cuentos. Es sumamente verosímil que sus compañeros de escuela llamaran "Señor Estúpido" a un niño de nombre Albert Einstein por estar afectado de ese trastorno.
La dificultad específica que todas estas personas tienen en común se denomina dislexia (del compuesto griego dys, mal, y lexis, lenguaje). Aunque no tiene relación con la capacidad intelectual de quienes la padecen, afecta de manera un tanto misteriosa la aptitud de utilizar las palabras y los símbolos. Por alguna sutil peculiaridad de la forma estructural del cerebro, se bloquea la capacidad del niño (que puede ser brillante en otros aspectos) para aprender a leer, a escribir legiblemente, a deletrear y en ocasiones a servirse de los números. En la mente del disléxico las letras que forman las palabras parecen sufrir una maligna trasposición; se invierte su orden y hasta llegan a quedar al revés. Y así, por ejemplo, "lobo" se convierte en "bolo"; la "b" se disfraza de "d" y aun puede aparecer como "p" o "q"; el vocablo "LIO" pasa a ser el número "017". A muchos disléxicos les es difícil orientarse en el espacio tridimensional, de lo cual resulta a veces cierta torpeza en los movimientos corporales.
Desde que los oftalmólogos alemanes y británicos la identificaron y describieron a fines del siglo XIX, la dislexia ha sido objeto de estudios y debates, pero el problema sigue sin resolver. Como no va acompañada de estigmas exteriores ni de lesiones advertibles en el sistema nervioso, y considerando que su grotesca sintomatología varía de un sujeto a otro, algunos autores insisten en que la dislexia no existe como entidad patológica independiente. Entre los educadores, sobre todo, prevalece la tendencia a incluir esta anomalía en el concepto global, impreciso y mal definido de los "trastornos del aprendizaje". Sin embargo la dislexia sigue causando frustraciones a los maestros, congojas a padres y, sobre todo, humillaciones a sus víctimas, pues los pacientes comprenden que algo les falla, que sufren alguna enfermedad singular y destructiva.
El actual vicepresidente de los Estados Unidos, Nelson Rockefeller, es uno de los disléxicos más eminentes del presente. "Con frecuencia veo las letras y los números en orden inverso del que tienen", explica Rockefeller, "y hasta cuando pienso en ellos los imagino al revés". Nunca ha podido dominar la ortografía, y sin embargo se graduó cum laude (con honores) en el Dartmouth College.
No hubo cura misteriosa en la victoria que logró Rockefeller sobre su minusvalía. La clave está en que aprendió a combatirla, lo cual sigue significando para él un gran esfuerzo de concentración mental cuando tiene que leer algo; aún hoy tiene ayudantes que le revisan la ortografía y ensaya cuidadosamente los discursos antes de pronunciarlos.
No todos los disléxicos son tan afortunados o tenaces como Rockefeller. Blanco de las burlas de sus condiscípulos, tachados de haraganes, lerdos o retrasados mentales por sus maestros y familiares, humillados al no poder con tareas escolares que otros niños hacen con tanta facilidad, muchos de ellos no solo fracasan lastimosamente en la escuela, sino que se llenan de rabia impotente, de amargura y sentimientos de frustración.
Al tratar de precisar la causa de la dislexia se tropieza con una serie de enigmas, todos ellos de importancia fundamental. ¿Cómo funciona en realidad la mente humana? ¿Cómo aprendemos a leer y a escribir? ¿Cómo es posible que un niño de inteligencia normal (y hasta un adulto de genio creador) examine atentamente una palabra escrita y se forme una imagen mental en la que algunas de las letras están colocadas en orden inverso, cabeza abajo o trastocadas? ¿Por qué esta anomalía es tres veces más frecuente entre los muchachos que entre las niñas? Hay muchas teorías de la dislexia; sin embargo, según parece, aún no se ha dicho la última palabra en torno a ella.
Desde fines del siglo pasado suponen algunos que la causa podría ser un defecto visual, pues, entre otras cosas, se había observado que los lectores torpes hacen mal los movimientos oculares de la lectura. Pero los especialistas están convencidos ahora de que la ineficiencia de esos movimientos es más efecto que causa de no poder reconocer las palabras, pues el cerebro, y no los ojos, es el que aprende a leer. Persiste, pues, la cuestión fundamental: ¿qué funciona mal en la mente?
Varios investigadores de la primera época pensaron en la existencia de alguna lesión cerebral, pues se sabía que ciertas personas que habían sufrido traumatismos craneanos perdían la facultad de leer y escribir. Pero las autopsias y la electroencefalografía tienden a excluir las lesiones encefálicas como causa común de dislexia.
Si el origen no está en alguna alteración cerebral perceptible, ¿qué decir de otros daños más sutiles que afectan al cerebro durante el período prenatal o en el recién nacido? Algunos estudios insinúan que el plomo del aire ambiente, los traumatismos orgánicos o la privación de oxígeno durante el parto pueden menoscabar, a veces, la capacidad del lenguaje. No obstante, el rastreo cuidadoso de los antecedentes familiares hace pensar que quizá con más frecuencia sea hereditaria la dislexia.
Un número considerable de autores se adhiere a la hipótesis de la madurez tardía, según la cual algunos niños, por causas desconocidas, tardan más que otros en alcanzar el grado de desarrollo necesario para aprender a leer.
La teoría que probablemente se sigue acercando más a la explicación de la dislexia es la que propuso hace 50 años el Dr. Samuel Torrey Orton, en aquel entonces director del Hospital Sicopático Estatal de Iowa. Cuando se ocupaba en el estudio diferencial de los problemas de la salud mental, le interesaron vivamente los casos de niños que no sólo invierten repetidas veces el orden de las letras o las palabras, sino que además se les facilita la llamada "escritura en espejo". En efecto, algunos chicos escribían mejor de derecha a izquierda, con las letras orientadas hacia atrás y en orden inverso de colocación, de manera que lo escrito se lee normalmente en un espejo colocado enfrente.
Orton sabía que la escritura invertida resultaba más natural que la ordinaria para muchos zurdos, totales o parciales. Leonardo de Vinci, que era ambidextro, solía dibujar con la derecha al mismo tiempo que hacía apuntes con la izquierda en escritura invertida. Orton, avezado neurólogo, pensó que, si bien cada hemisferio cerebral regula diversas actividades naturales, sólo uno, el derecho o el izquierdo, predomina en el empleo del lenguaje. Y si siguen interviniendo las dos mitades del cerebro cuando el sujeto aprende la destreza artificial de reconocer símbolos y traducirlos en palabras, puede ocurrir, por alguna razón, que entren en competencia y se estorben mutuamente, lo que tendría como consecuencia una percepción invertida o confusa. El neurólogo llegó a la conclusión de que en la zurdera no está la causa de la dislexia, puesto que muchos disléxicos son diestros, sino en el predominio confuso o mixto de los hemisferios.
Por fortuna, hasta las personas afectadas por las más graves formas de dislexia pueden ahora aprender a leer con una velocidad aceptable y a escribir legiblemente, si reciben la orientación debida. Pero los padres deben ser en extremo cautelosos a este respecto. Actualmente se ofrecen métodos cuya eficacia está aún por demostrar, o se hace propaganda de técnicas ya totalmente desacreditadas, inclusive prácticas que van desde dar saltos en la lona tensa y suprimir los aditivos en los productos alimenticios, hasta la sicoterapia y la ejecución de complicados ejercicios oculares.
Pero la opinión general entre los especialistas en la materia es que la mejor solución propuesta hasta ahora es de tipo educativo: la instrucción cuidadosa, sistemática e individual practicada diariamente, para que el niño disléxico aprenda los elementos de la fonética, esto es, los sonidos de las letras que forman las palabras. Lo que estos pequeños necesitan es que se les enseñe la clave para descifrar los sonidos representados por las diferentes letras y sus combinaciones, y cómo agruparlos en palabras. Puesto que son diferentes los problemas de cada niño afectado por la dislexia, también lo serán las técnicas de la enseñanza individual. Los modernos ortólogos procuran muchas veces familiarizar más íntimamente al niño con la forma de las letras o el sonido de las sílabas haciendo intervenir más de uno de los sentidos en el proceso de aprendizaje. A veces piden que el pequeño mire la letra, pronuncie su sonido en voz alta, la dibuje en el aire y en el pizarrón, y la toque en una figura sólida. Una vez que el niño adquiere y domina la facultad de descifrar (y también el proceso inverso, de cifrar o escribir el símbolo), estará en condiciones de leer y escribir cualquier palabra.
Que el pronóstico es ahora alentador para los enfermos de dislexia si se someten a una enseñanza adecuada, quedó plenamente demostrado con el estudio reciente de la ortóloga Margaret Byrd Rawson. Esta autora investigó cuidadosamente un grupo de 20 muchachos afectados por dislexias moderadas, regulares y graves, todos los cuales recibieron adiestramiento de enseñanza estructurada y multisensorial del lenguaje. Se les tuvo en vigilancia y no se les perdió de vista, para averiguar exactamente qué fue de ellos al llegar a la vida adulta. Con excepción de uno, todos hicieron estudios universitarios; 18 se graduaron y prosiguieron su educación superior hasta obtener, en conjunto, 32 títulos académicos de posgrado. Dos se hicieron médicos; uno, abogado; otros dos, profesores universitarios; uno llegó a director de escuela; tres fueron educadores; dos, investigadores científicos; tres, propietarios de empresas; tres, subdirectores ejecutivos; uno, actor; uno, obrero especializado; y otro, capataz de fábrica.
No todos los disléxicos educados correctamente lograrán tales excelencias, claro está; pero también es evidente que los afectados por este mal ya no están irremisiblemente condenados al fracaso en la vida sólo por el hecho de tener dificultades en el manejo del lenguaje.
¿CÓMO SABER SI EL NIÑO SUFRE DE DISLEXIA?
SI PRESENTA alguno de los síntomas que se enumeran a continuación, el niño puede necesitar la ayuda de un especialista para superar su incapacidad disléxica:
Dificultad para leer; persistentes errores de ortografía (sobre todo si escribe mal una palabra conocida, cometiendo distintas equivocaciones cada vez); invertir el orden de las letras de una palabra o escribirlas al revés, patas arriba; indecisión para preferir la mano derecha o la izquierda después de los cinco o seis años de edad; caligrafía espasmódica, garrapateada o ilegible; confusión entre la izquierda y la derecha, el arriba y el abajo, el mañana y el ayer; dominio tardío del lenguaje hablado y dificultad para encontrar la palabra apropiada al hablar; escasa capacidad de redacción; personalidad desordenada (olvidar o perder sus cosas; no poder seguir el horario o programa más sencillo; olvidos repetidos).
Pocos disléxicos presentan todos estos síntomas; y hay niños que, sin serlo, manifiestan algunos de ellos. Pero si se advierte en el pequeño una configuración de los signos citados (sobre todo las dificultades de lectura o de escritura), sería sensato consultar el parecer de un buen especialista. Conviene hablar cuanto antes con el maestro del niño en la escuela, con un sicólogo, con algún especialista en la enseñanza de niños de aprendizaje lento o con el pediatra, y solicitar que se le hagan todas las pruebas diagnósticas necesarias.
Si se confirma definitivamente la presunción de dislexia, lo más probable es que el niño o la niña tenga que someterse a un largo y cuidadoso programa de enseñanza individual. Pero no se acepten otros tratamientos (sobre todo si no son de carácter pedagógico) sin haber recabado previamente la opinión de profesionales dignos de confianza.
CONDENSADO DEL "STAR" DE WASHINGTON (28-IX-1975). ARTÍCULO ESPECIAL DEL "TIMES" DE NUEVA YORK, © 1975 POR WARREN R. YOUNG.