EL PUCHERO MÁGICO (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
octubre 16, 2020
Cuento Sueco seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una vez un hombre y una mujer que vivían en el campo; eran tan terriblemente pobres que no poseían más que una vaca. Un día, la mujer le dijo al marido que fuera a vender la vaca.
Por el camino, el marido se encontró con un viejo que le preguntó si vendía la vaca y cuánto pedía por ella. El hombre dijo que no lo sabía, que dependía de lo que el otro le ofreciera.
—Siendo así —dijo el viejo—, dame la vaca. A cambio recibirás un puchero, pero no te arrepentirás del cambio.
El hombre cogió el puchero y volvió con él a casa. Cuando la mujer se enteró de que lo único que había conseguido por la vaca era aquel puchero, se puso realmente furiosa y le pegó la bronca al pobre marido por haberse dejado engañar. De pura rabia tiró el puchero, que era especialmente fino y bonito, al rincón más sucio del cuarto. La mujer no pudo dormir en toda la noche del disgusto que tenía por haber perdido su única vaca. Entonces oyó decir al puchero:
—Ahora me voy.
—¡Sí, anda, vete, puchero aciago! —dijo la mujer, y en ese mismo momento vio que el puchero salía andando por la puerta.
El puchero caminó hasta un palacio de caza cercano y se colocó ante la puerta de la cocina. Por la mañana, cuando los cocineros salieron, dijeron:
—¡Anda! ¡Mirad qué puchero más bonito! Nos va a venir muy bien, pues tenemos pocos recipientes.
Se lo llevaron a la cocina y echaron dentro de él una gran cantidad de carne y de tocino. Cuando el puchero estaba completamente lleno, dijo:
—Ahora me voy.
Desapareció inmediatamente y fue a parar sobre la mesa del matrimonio pobre.
Estos comprendieron entonces que aquel puchero era un tesoro y ya no se arrepintieron de haber dado a cambio de él su única vaca. Comieron, y durante muchos días les fue extraordinariamente bien. La mujer fregaba y limpiaba el puchero de tal manera que estaba mucho más bonito aún que antes. Una noche, oyó que el puchero volvía a decir:
—Ahora me voy.
Y ella contestó:
—¡Sí, anda, vete, bendito puchero mío!
El puchero se marchó y en esta ocasión se puso delante de la puerta del salón. Cuando las criadas que limpiaban la plata vieron aquel bonito puchero, se lo llevaron consigo y metieron en él toda clase de objetos de plata. De repente, el puchero dijo:
Y, visto y no visto, se marchó y apareció en el cuarto del hombre y de la mujer, que se sorprendieron sobremanera de que existiera una riqueza tan inmensa y más aún de que hubiera llegado hasta ellos. Ahora se habían liberado de un plumazo de todas sus penas y de toda su miseria.
Durante mucho tiempo el puchero permaneció encima de su mejor mesa, siempre con un paño limpio debajo. Una noche, el puchero volvió a decir: «Ahora me voy», y se colocó ante los aposentos del rey. El criado, al ver por allí tirado sin ningún provecho aquel bonito puchero, lo llevó al gabinete del rey. En el palacio se estaba celebrando en ese momento una gran fiesta con baile. El propio rey en persona participaba en el baile, pero se había enfriado, así que decidió regresar corriendo a su gabinete. Al ver el puchero, pensó que se lo habían dejado allí para que hiciera sus necesidades.
Pero justo cuando iba a utilizarlo, el puchero dijo: «Ahora me voy»; salió por la puerta a toda velocidad, corrió al galope y no se detuvo hasta encontrarse en el cuarto del viejo matrimonio. El rey había seguido corriendo al extraño puchero. Éste, nada más detenerse, se partió en dos y se hizo trizas.
Cuando el rey se hubo recuperado del susto que le había propinado la veloz carrera, rogó a los campesinos que le consiguieran cuanto antes un caballo para poder regresar al palacio. Les prometió que si no le contaban a nadie su aventura, haría que les construyeran una nueva y hermosa cabaña. Y así fue. Vivieron aún muchos años felices en toda aquella abundancia que tenían que agradecerle única y exclusivamente al caritativo puchero mágico.
Fin