Publicado en
noviembre 05, 2018
Todo viajero necesita una actitud despreocupada y optimista, una buena dosis de curiosidad y algo más...
Por Charles Kuralt (Corresponsal de la Columbia Broadcasting System (CBS) y conductor de noticiarios, ha recorrido más de millón y medio de kilómetros en busca de material para su serie de televisión "On the Road" (De camino), que lleva 24 años de salir al aire.)
EL LECTOR quizá piense que se trata de un embuste. Ni yo mismo lo habría creído, de no haber estado presente en el lugar de los hechos. Pero Tom Cosgrove, nuestro ingeniero de sonido, puede atestiguar que digo la pura verdad.
Navegábamos por la espesura del pantano de Okefenokee, en el estado de Georgia, en una lancha de motor fuera de borda que manejaba un viejo, nacido y criado en las inmediaciones del pantano. Habíamos salido muy de mañana con el propósito de filmar algunas escenas durante una o dos horas; pero, conforme el tiempo pasaba, seguíamos viendo más y más caimanes, garcetas, ibis, plantas acuáticas en floración y bosquecillos de cipreses, cada uno de ellos más bello y misterioso que el anterior.
A media tarde imperaba el calor bochornoso y la humedad característicos de los pantanos meridionales de Georgia. Sudábamos a mares, nos sentíamos cansados y, sobre todo, sedientos; pero nadie pensaba siquiera en beber el agua negra y turbia del pantano.
Por lo demás, Tom Cosgrove no estaba pensando precisamente en agua para saciar la sed. Tom cree a pie juntillas en las virtudes curativas de la cerveza. En algún momento exclamó, sin dirigirse a nadie en particular: "¡Qué diera yo por una cerveza!"
No había pasado ni un minuto cuando notamos que los rayos del sol hacían centellear un objeto en aquellas aguas poco profundas. Disminuimos la velocidad de la lancha; Tom se inclinó por una de las bandas, metió una mano en el agua y sacó un paquete de seis latas de cerveza.
Desprendió una de ellas del paquete, la destapó, bebió lentamente a sorbos y, pensativo, se quedó contemplando la lata.
"¡Qué pena que no esté un poco más fría!", comentó Cosgrove mientras los demás, atónitos, nos mirábamos unos a otros. El viejo lanchero opinó que la cerveza se habría caído de alguna otra lancha; pero Cosgrove aseguró que se trataba de un regalo que había enviado especialmente para él el gran espíritu del pantano.
No puedo explicar lo ocurrido; sólo sé que constituyó un ejemplo de lo que puede suceder cuando el viajero lleva en el ánimo una actitud despreocupada y optimista, aguza su capacidad de observación y posee algo más, inefable. Quizá sólo se trate de un golpe de suerte. Quizá...
Recuerdo también el día en que estábamos filmando un cortometraje para conmemorar el histórico y arduo cruce del río Delaware que hizo el general George Washington en el invierno de 1776. Bajamos a la ribera desde donde había comenzado a cruzarlo y encontramos allí, amarrados, unos botes viejos, no muy diferentes de los que el general había utilizado para trasladar a la otra orilla su harapiento ejército. Ese era el escenario que buscábamos, aunque, por desgracia, bajo el sol resplandeciente había pocos elementos invernales. Mi camarógrafo, Izzy Bleckman, exclamó: "¡Ojalá nevara!"
En eso, una nube tapó el Sol y de pronto empezó a nevar. Pronuncié mi discursito ante la cámara, en tanto que unos enormes copos de nieve caían a mi alrededor y cubrían los botes. Izzy filmó esas escenas y, en cuanto terminó, dejó de nevar.
En mi despacho solían preguntarme: "¿Cómo se las arregla usted para encontrar esas situaciones?"
"Bueno, hay que batallar mucho", respondía yo.
Pero, la verdad sea dicha, basta con asomarse a la ventana y con tener un poco de suerte.
En otra ocasión, andando a la caza de temas por caminos vecinales de Ohio, pasamos por una granja en cuyo patio delantero vimos una bandera de manufactura casera, colgada y extendida entre dos encinas, con esta inscripción en letras enormes: "¡BIENVENIDO A CASA, ROGER!" Habríamos recorrido dos o tres kilómetros cuando alguien preguntó: "¿Quién será Roger?"
Volvimos a la granja y llamamos a la puerta.
Roger era un soldado que estaba a punto de regresar de Vietnam. La familia no sabía a ciencia cierta la fecha de su llegada. La madre de Roger le estaba preparando un pastel de chocolate, su golosina preferida. La esposa tenía en brazos un nenito a quien su padre, Roger, no conocía. Preguntamos si podríamos llevar la cámara al interior de la casa. La madre de Roger asintió, siempre y cuando le concediéramos unos momentos para peinarse. No pudimos quedarnos más de una hora, y no conocimos a Roger.
Aquella tarde escribí en el autobús un relato sencillo, en el cual Roger representaba a todos los soldados que volvían a casa después de haber estado en Vietnam. Cuando el conductor de noticiarios Walter Cronkite incluyó ese relato en el noticiario vespertino, el público reaccionó con tanto entusiasmo, que varias noches después Cronkite se sintió motivado a informar en su programa: "¡A propósito! Roger ya llegó a su casa".
Cierta vez que decidimos ir a Cheyenne, Wyoming, tomamos un camino de grava que, entre colinas, llega a Medicine Bow. Habíamos pensado cenar en Cheyenne.
Nunca llegamos a esta ciudad porque en el camino se nos ocurrió contemplar las flores silvestres: matas de margaritas y geranios, macizos de aguileñas del Colorado al pie de las colinas, y vastos prados de brochas indias en las laderas. A medida que avanzábamos, iba en aumento lo espectacular de aquel despliegue de flores silvestres, que formaban un mosaico de matices blancos deslumbrantes, azules, amarillos, anaranjados, y rojos muy vivos.
Izzy rompió el silencio para proponer: "¿No les parece que deberíamos hacer algunas tomas?"
Pusimos manos a la obra. Como no había mucho sonido que grabar —excepto el susurro del viento o el zumbido de una que otra abeja—, Larry Gianneschi, nuestro ingeniero de sonido, se alejó en busca de otras variedades de flores silvestres. De pronto le oíamos gritar desde una cumbre, lejos del camino: "¡Increíble! ¡Vengan, vengan a ver esta maravilla!" Ni tardos ni perezosos, con el equipo a cuestas, Izzy y yo trepábamos hasta la cima donde se hallaba Larry, el cual nos decía a poco andar: "Cerca de aquel arroyo hay miles y miles de flores muy parecidas al iris". E inmediatamente, paso a paso, nos dirigimos a ese punto. Pienso que, de los 130 kilómetros que aún nos separaban de Medicine Bow, entre 25 y 30 los recorrimos a pie ese día en pos de briznas de hermosura.
A la puesta del sol ya teníamos dos o tres horas de vívidas imágenes filmadas, numerosos recuerdos del esplendor silvestre que habíamos contemplado, y un problema: ¿Cómo describir todo ello con palabras? ¡Ni siquiera conocía yo los nombres de la mayoría de esas flores!
Un viejo y sabio periodista me había dicho que el conocimiento consiste en saber dónde buscarlo. Por tanto, me pregunté dónde, en esas regiones casi deshabitadas, podría encontrar yo un especialista en flores silvestres digno de confianza.
Consulté el mapa: Medicine Bow, Rock River, Laramie...
¡Laramie! Esta ciudad es sede de la Universidad de Wyoming, en la cual, sin duda, habría un departamento de botánica. Pero ya era de noche, y al día siguiente, que era de fiesta, la universidad estaría cerrada. No obstante, seguimos hasta Laramie. Me fui a la cama pensando que a esas horas, en alguna parte de la ciudad, probablemente ya dormido, vivía un experto en flores silvestres.
A la mañana siguiente, en efecto, averiguamos su nombre: Dennis Knight. Cuando llegamos a su casa, el erudito estaba en el patio preparando unas hamburguesas.
—Mire, doctor — le dije—, hemos tomado película de muchas flores, pero ignorarnos sus nombres. ¿Sería tan amable de echarle un vistazo a la videocinta e identificarlas?
—¿Cuándo? —preguntó.
—Pues..., ahora mismo.
El doctor Dennis Knight, director del departamento de botánica de la Universidad de Wyoming, quien tenía pensado pasar el día de fiesta con su familia, exhaló un hondo suspiro y respondió:
—Sí, ¡por supuesto! ¿Gustan una cerveza?
Pasó casi todo el resto del día con nosotros en el autobús, y se olvidó de la comida al aire libre que él mismo había preparado.
La erudición del doctor Knight en materia de flores era enciclopédica. Ni recorriendo el mundo entero habría yo encontrado a alguien que supiese la mitad de lo que él sabía sobre el tema. Por muy rápido que tecleara yo en mi máquina, no lograba anotar tal cúmulo de datos.
Detuve una de las escenas proyectadas en la pantalla y dije:
—Esta parece una violeta.
—Es lino púrpura azulado —puntualizó—; Linum lewisii. Se le llama así en recuerdo del capitán Meriwether Lewis, quien la descubrió a principios del siglo XIX y le llevó un espécimen al presidente Thomas Jefferson. Los indios aprovechaban los tallos para hacer sedales.
Cuando apareció la siguiente imagen, me aventuré a decir:
—Esa es una margarita...
—No; es una balsamina; los borregos cimarrones la comen en la primavera —repuso. Luego añadió—: ¿Qué cree que sea esta?
—Es un botón de oro.
—¡Correcto! Acertó uno.
Knight se iba entusiasmando.
—A esta se le llama uva cana. Pertenece al género Sedum. Es una plantita muy resistente. A veces da la impresión de estar muerta, pero con las lluvias revive...
Más adelante agregó:
—Esta otra es una flor de azufre; de la familia del trigo sarraceno.
Aquella noche, en el motel, escribí un guión hermoso con información interesante sobre flores silvestres. Seguramente, algunos de los que vieron el programa pensaron que yo era un naturalista o cosa así. No lo soy, pero conocí a un erudito que me permitió privarlo de un día de fiesta y aprovechar conocimientos a cuya adquisición había dedicado buena parte de su vida. Por lo demás, creo que el doctor Knight también disfrutó la experiencia.
¿Por qué se nos ocurrió ir a Cheyenne por un camino vecinal? ¿Qué nos permitió toparnos con Dennis Knight cuando lo necesitábamos?
Me atrevería a afirmar que intervino el Todopoderoso, si no creyera que Él tiene entre manos cosas más importantes que hacer que proveer de flores silvestres a un aventurero equipo de reporteros fílmicos y poner en su camino a un erudito que les vino como anillo al dedo. Quizá fue un golpe de suerte. Quizá.
CONDENSADO DE "A LIFE ON THE ROAD", © 1990 POR CHARLES KURALT, PUBLICADO POR G.P. PUTNAM'S SONS, DE NUEVA YORK, NUEVA YORK