Publicado en
diciembre 21, 2015
Humberto no hacía otra cosa que pedir huevos con tocino a cada rato y perder el periódico antes de leerlo... Esa era la realidad de mi tía Flor que, a los 25 años de casada, le causaba una extraña inquietud... "Usted tiene el síndrome del matrimonio largo", le dijo el siquiatra.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi tía Flor fue una de las pocas tías que no se separó nunca de su marido. Ni por un rato. Y eso que el tipo no era ningún querubín de colección. No lo dejó jamás, pero eso de ninguna manera quería decir que nunca le dieran ganas de hacerle algo a ese hombre, aturdirlo con un palo, por ejemplo, echarle un poco de veneno de serpiente a los huevos con tocino, cualquier cosa que lo dejara fuera de combate un par de días, hasta un par de semanas. Pero nunca le hizo nada.
El hombre, por su cuenta, no hizo otra cosa que pedir huevos con tocino a cada rato y preguntar por el diario. Tenía la manía de perderlo antes de leerlo. Mi tía, que de feminista y liberada tenía tanto como yo misma de japonesa, se quedó con él hasta que una mañana Humberto cayó al suelo, como un bulto, y mi tía lo remeció por los hombros:
—¿Qué te pasa, Humberto? Dime algo, abre los ojos, háblame, no me hagas estas bromas que me asustas.
Pero Humberto... nada.
Inmediatamente mi tía Flor se dio cuenta de que había ocurrido algo terrible, lo más terrible de todo... Humberto tenía los ojos pegados en el infinito y su alma andaba vagando por aquellos lugares de los cuales nunca se ha tenido noticia. Pero el cuento de la repentina muerte de Humberto es otra historia.
Una noche, mi tía Flor despertó sintiéndose invadida por una inquietud muy extraña.
—Humberto, Humberto...
—¿Qué pasa?
—Me pasa algo raro.
—¿Qué?
—Es que no sé cómo explicarte.
—Entonces déjame seguir durmiendo, por favor.
—No, porque es preocupante lo que me ocurre —insistió mi tía sentándose en la cama y encendiendo la luz.
—Ya está, ya me desvelaste. Las mujeres son atroces... Dime.
—Siento una garra en la garganta y me falta el aire.
—Abre la ventana.
—No es eso, es como del alma, como del corazón, como si el mundo se me cayera encima del estómago. Me duelen las cejas y las uñas, y estoy muy angustiada, Humberto, porque las cejas y las uñas no deben doler, nunca duelen esas partes... Lo que me pasa es que despierto en medio de la noche y me parece que me veo en un espejo y no puedo creer lo que me está aconteciendo, no puedo creer que mi realidad sea ésta.
—¿Cuál, si puede saberse? ¿Cuál es esa realidad tan tremenda?
Humberto era un plomo, digno candidato para una buena sopa de cianuro.
—Mi realidad... Un marido que me pide huevos fritos a cada rato y que lleva 25 años perdiendo el diario todos los días. Humberto, ¿no podrías hacer un esfuerzo y comer huevos fritos solamente para el desayuno? ¿O perder el diario no más de dos veces por semana?
—Lo que yo creo es que te volviste loca —dijo Humberto—. Si continúas con esas rarezas debes ir al siquiatra. Yo te puedo pagar hasta dos sesiones. Si necesitas más pediremos un préstamo al banco, pero no creo que sea necesario. Estás un poco cansada, eso es todo. Hoy por hoy las mujeres se cansan porque piensan demasiado... Ahora duerme y déjame dormir.
Y se dio vuelta para el otro lado y lanzó el primer ronquido, y mi tía supo que la noche continuaba lenta, para ella que estaba despierta.
El siquiatra le hizo cuatro preguntas y con eso bastó para emitir un diagnóstico.
—Lo que usted tiene es el "síndrome del matrimonio largo" y si no se aparta de ese hombre, el síndrome se le va a convertir en pistola y si lo asesina terminará con sus huesos en la cárcel —dijo.
—¿"Síndrome del matrimonio largo"?
—Sí, señora.
—Pero todo el mundo estaría enfermo de eso, ¿no se supone que los matrimonios sean para siempre?
—Los matrimonios, sí, señora, pero la estupidez, no.
—¿A qué se refiere, concretamente, doctor? ¿Me está diciendo que mi marido es un estúpido? —preguntó mi tía haciendo amago de levantarse de la camilla para irse.
—Su marido no, señora, usted es la estúpida —le dijo rotundamente.
Y entonces le explicó que una mujer que se queda 25 años con un tipo que pide huevos con tocino tres veces al día y pierde el diario todas las tardes es una estúpida.
—¿Y qué hago ahora?
—Dígale que sanseacabó.
Mi tía, que nunca ha sido una mu jer de muchas luces, y que entiende las cosas literalmente, llegó esa noche de vuelta a su casa y enfrentó con todo su coraje a Humberto.
—Sanseacabó —le dijo.
—¿Qué quieres decir con eso, Flor? —quiso saber Humberto.
—Que sanseacabó. Nada más.
—Sanseacabó, ¿qué? —le preguntó Humberto.
—Todo —le dijo mi tía.
—Bueno —le respondió él.
Y siguieron juntos hasta el día en que Humberto cayó al suelo como un bulto, dormido para siempre.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, FEBRERO 23 DE 1999