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agosto 07, 2015
He aquí las intimidades de mi peculiar naturaleza, contra las muchas tonterías que se han escrito acerca de mí.
Por D. Ratcliff (este artículo se basa en su mayor parte en una entrevista concedida por el Dr. Algie Brown, del Departamento de Dermatología de la Facultad de Medicina de la Universidad Emory, de Atlanta (Georgia)).
MI UTILIDAD es prácticamente nula, pues soy uno de los pocos elementos anatómicos de Juan que resultan fisiológicamente superfluos.* Sin embargo, Juan se preocupa más por mí que por muchos de sus órganos vitales. Tanto él como su esposa María prodigan tiempo, cuidados y dinero en mi arreglo, pues soy el cabello número 56.789 entre los que cubren la cabeza de Juan. Hoy expondré mi razón de ser en nombre de los millones de pelos distribuidos por toda la superficie de su cuerpo.
En tamaño y forma somos muy diversos: rígidos y cortos en las cejas; largos y suaves en la cabellera; muelles y casi invisibles en otras regiones cutáneas. Unos 100.000 pelos cubrimos el cráneo de Juan, y unos 30.000 más le pueblan la barba. Constituimos uno de los tejidos de más rápido crecimiento. En el transcurso de toda su vida, Juan habrá producido cada año algo más de 14 centímetros de barba y como 13 de cabellera.
Para el hombre primitivo sí eran de mucha utilidad nuestras funciones: las cejas daban protección a los ojos, el pelo facial ayudaba a conservar el calor en invierno, y el vello pubiano y axilar aminoraba la irritación causada por el roce. Pero casi todas estas funciones fueron perdiendo importancia; rasurarse la barba llegó a ser una necesidad entre los militares, pues las patillas largas y tupidas constituían un excelente asidero para el adversario, que con la otra mano blandía la espada.
¿Qué somos y de dónde procedemos los pelos? Algo más de tres milímetros de nuestra longitud quedan enterrados en la dermis, la capa de piel situada debajo de la epidermis, que contiene vasos sanguíneos y nervios. Tengo un folículo diminuto que en términos sencillos podría definirse como una fábrica en miniatura cuya función es producir pelo. Su trabajo es asombrosamente complejo: está en producción las 24 horas del día durante siete años y después suspende sus labores para tomar un descanso y efectuar reparaciones. Tras un período de reposo fisiológico, mi folículo piloso se reactiva y reanuda su producción. Generalmente me desprendo y me reemplaza un nuevo pelo; Juan pierde unos 75 cabellos al día.
Nuestros folículos se empezaron a formar desde que Juan estaba en el vientre materno, a los dos meses del desarrollo embrionario. A partir de entonces produjeron un vello sedoso llamado lanugo. Hacia el séptimo mes de la vida intrauterina, Juan desechó esta capa vellosa.
De niño, casi todo su cuerpo estaba cubierto de suave y corto vello. Al llegar a la pubertad, muchos folículos que habían producido estas vellosidades se transformaron y empezaron a producir el pelo más duro, terminal, que Juan posee ahora. Otro detalle curioso: a veces ocurre que muchos folículos del cuero cabelludo degeneran, y empiezan a fabricar vello en vez de pelo terminal. Esto es lo que se conoce como calvicie común. Un alto porcentaje de hombres son calvos total o parcialmente hacia la mitad de la vida, pero es relativamente escaso el número de mujeres que padecen de este mal.
Cuando Juan llegue a la edad senil, los pelos veremos reducido nuestro diámetro, y la fábrica de pelo también será de menores dimensiones, amén de que, en general, bajará nuestra calidad.
A veces Juan, al peinarse, se arranca un cabello entero, en cuyo extremo enterrado notará un pequeño bulbo o raíz; quizá pensará que ese pelo no será reemplazado, pero se equivoca. El bulbo es el extremo de un pelo alojado en un folículo inactivo, y de todos modos iba a caerse.
La producción esencial del folículo piloso son las proteínas, ya que los pelos estamos constituidos casi completamente por estas sustancias. Es asombroso que una estructura tan pequeña como el folículo piloso sea capaz de formar compuestos tan complejos. Mi capa exterior está constituida por células que se superponen unas a otras como las tejas en un tejado. Esta capa da fortaleza y protección. La capa intermedia se integra con células más gruesas, alargadas, que me dan cuerpo. Soy bastante elástico; en determinadas circunstancias puedo extenderme hasta el doble de mi longitud; mi fuerza es sorprendente, pues llego a soportar un peso de 85 gramos.
Cuando el folículo genera las células de que estoy compuesto y las ordena para darme mi compleja estructura, agrega una pizca de una sustancia colorante que se dispone en diminutos gránulos. El color del pelo depende de la forma, del número y de la distribución de estos gránulos, lo mismo que el tipo del pigmento; castaño-negro o amarillo-rojizo. Cada folículo está provisto, además, de glándulas sebáceas que impregnan el pelo de una sustancia grasa, la cual lo lubrica e impermeabiliza.
Mis células recién formadas son elementos vivos. Pero a medida que van desplazándose hacia arriba y fuera del folículo, empieza un fenómeno de endurecimiento llamado queratinización. La parte del pelo que sobresale de la superficie está muerta. La queratina de que estamos formados los pelos se encuentra también en los cuernos de la vaca, en las plumas del pato y en las pezuñas de la cabra.
La capacidad de producción de los diversos folículos varía en las diferentes regiones del cuerpo de Juan. Algunos de los folículos —como los de sus cejas y párpados—permanecen inactivos casi siempre. El mío es de los más activos. Produce a razón de un centímetro de pelo al mes. Los que hacen crecer las patillas, la barba y el bigote de Juan son un poco más activos. Aunque María, la esposa de Juan, tiene poco más o menos el mismo número de folículos pilosos que él, generan pelos de muy distinta clase. El vello corporal y facial de la mujer es extremadamente fino y casi invisible, es como el vello que cubría a Juan cuando niño, y debe ella dar gracias al cielo de que esto sea así, pues de otra manera sería una mujer barbada y de pelo en pecho.
Nuestros folículos producen pelo lacio, ondulado o rizado. En corte transversal podemos presentar uno de estos tres tipos básicos: pelo circular, oval o aplanado. El pelo de sección circular corresponde al cabello lacio; el oval da cabello ondulado; el aplanado da el cabello ensortijado. Claro está que hay varios grados intermedios entre una y otra clase de pelo. Cuanto más aplanados seamos, tanto más ondulada será la cabellera; cuanto más redondos, más lacia será ésta.
A los 47 años de edad, Juan se encuentra cada vez más canas en la cabellera. Esto se debe a que las glándulas que segregan pigmento funcionan más lentamente. Con el paso de los años estas glándulas acaban desapareciendo, y Juan llegará a tener la cabeza blanca.
En cierto sentido los pelos somos el archivo del organismo de Juan. Suelen depositarse en nosotros cantidades pequeñísimas de lo que él ingiere, en particular los metales. Juan se incomoda mucho por la contaminación del aire ambiental con el plomo que contienen los gases de escape de los motores de explosión. Pero si dispusiera de un trocito de cabello de su abuelo, podría comprobar un contenido de plomo varias veces mayor que el de sus propios cabellos. En otra época ese metal procedía de las cañerías y de las vajillas de barro con esmaltado de plomo. Si alguien pusiera arsénico en el té que bebe Juan, los cabellos de la víctima, analizados por un buen químico, revelarían con una aproximación de 48 horas cuándo le habían administrado el tóxico.
Ahora se habla incluso de emplearnos como elementos auxiliares de diagnóstico mediante pruebas clínicas de rutina, como las que se hacen en sangre y orina. Examinándonos al microscopio electrónico o sometiéndonos a radiografías, podría determinarse si Juan padece ciertas enfermedades hereditarias, y se obtendrían así otros datos interesantes.
Nuestra salud depende por completo del estado general de Juan. Diversos padecimientos en los que hay fiebre alta —la escarlatina y la neumonía, entre otros—, pueden hacer que los folículos pilosos dejen de producir, y en tal caso a Juan se le caería el cabello a puñados. En casos raros, los estados prolongados de gran tensión emocional pueden hacer que una gran cantidad de folículos pilosos queden inactivos y se presente una calvicie pasajera.
Se han dicho y escrito muchos disparates acerca de nosotros. Una creencia muy generalizada es la de que el pelo sigue creciendo después de muerto el individuo. No hay nada de eso. Lo que ocurre es que la piel se retrae y se desintegra, y deja al descubierto la parte del pelo que está por debajo de la superficie cutánea, por lo que parece que hubieran crecido los pelos. Se cree también que, al rasurarlos, éstos se vuelven gruesos y ásperos (temor infundado que atormenta a María cuando se rasura el vello de las piernas). También esto es erróneo. Otra es la de atribuir la calvicie a mala circulación sanguínea, a excesiva exposición a los rayos solares o, por el contrario, a falta de sol. Nada de esto es cierto, como puede comprobarse fácilmente. Supongamos que Juan tuviera una zona de calvicie del tamaño de un plato de postre. Se le podría cubrir la coronilla con trasplantes de ocho a 12 pelos cada uno, tomando piel de la nuca. Tales injertos prenderían en la supuesta región "árida". Por tanto, es indudable que en la calvicie intervienen otros factores que no son la insuficiencia del pericráneo ni la escasez de riego sanguíneo.
La herencia, en cambio, es un factor de gran importancia. Si el padre de Juan fue calvo, las probabilidades de calvicie en él serán del 50 por ciento; pero si hubo calvicie en el padre y en la madre, tal probabilidad aumentaría mucho más. Las glándulas de secreción interna también desempeñan un papel considerable. Al llegar a la pubertad, los testículos de Juan empezaron a segregar grandes cantidades de una hormona llamada testosterona. Poco tiempo después le empezó a salir vello en regiones anatómicas antes lampiñas: en el pubis, las axilas, las extremidades inferiores y el tórax. El vello facial se le puso más oscuro y más grueso.
Las hormonas también influyen en el cabello de María. Durante el embarazo se produjo un exceso de hormonas femeninas y ella notó que la cabellera se le volvía más exuberante. Pocos meses después del parto se le empezó a caer el cabello en grandes cantidades. Se afligió mucho y se sintió deprimida, pensando que se quedaría calva. Pero sus temores eran infundados, pues en poco tiempo se le restableció el equilibrio hormonal habitual y acabaron aquellos síntomas de futura calvicie. Pero si María recibiera una dosis excesiva de hormona sexual masculina, las consecuencias serían desastrosas. Normalmente las cápsulas suprarrenales femeninas producen solamente cantidades pequeñísimas de testosterona; pero si las estimulara un tumor y las hiciera secretar un exceso de esta hormona, María quedaría como las mujeres barbadas que se exhiben en los circos.
También la hormona tiroidea interviene en la producción del pelo. Cuando ésta es super abundante, hay un gran crecimiento capilar; en caso de ser insuficiente, el pelo pierde su brillo y tiende a caerse.
Como otros órganos de la economía corporal, los cabellos nos vemos atacados por diversas enfermedades. Pueden formarse tumores diminutos en nuestros folículos, que redundan en la destrucción total de éstos. Nos afectan diversas afecciones causadas por hongos (las tiñas). Algunos medicamentos hacen que nos caigamos, y el mismo efecto produce el exceso de vitamina A. Las infecciones bacterianas y virales también nos afectan. Hay un extraño padecimiento, la alopecia areata, placas alopécicas o de calvicie que se localizan en zonas pequeñas, de cuya causa no se sabe absolutamente nada. La herencia tiene algo que ver en esto. Sin embargo es el padecimiento preferido de los "expertos en cabelleras", pues no ignoran ellos que, a la edad de Juan, el pelo volverá a salirle espontáneamente en unas cuantas semanas, y que Juan atribuirá la "curación" a sus tónicos y a otros supuestos remedios.
¿Qué decir del cuidado del pelo? En esto, lo fundamental consta de ciertos preceptos y unas cuantas prohibiciones. Los pelos tendemos a atrapar polvo, bacterias y detritos, por lo cual es aconsejable un shampoo a la semana, o varios si es necesario. Una exposición demasiado prolongada al sol de verano puede resecar el pelo, o hacerlo quebradizo y descolorido; el sombrero de ala ancha o algún pañuelo pueden ser el remedio. Un buen enjuague o un champú después de nadar en agua salada o tratada con cloro impedirá la resequedad.
Por lo demás, el mejor consejo que al respecto puedo dar a Juan y a María es el siguiente: consérvense en buen estado de salud, y yo estaré en perfectas condiciones. Si los factores hereditarios determinan que desaparezcamos para siempre de la cabeza de Juan, poco será lo que pueda hacer para impedirlo. Cuando llegue la época en que la cabellera de María se torne escasa y blanca, podrá recurrir a los tintes y a las pelucas. Pero aparte de esto, no es mucho lo que se puede hacer para modificar nuestro destino.
*JUAN, de 47 años, es un hombre típico de su edad. En anteriores números de SELECCIONES otros órganos de su cuerpo ya han explicado su funcionamiento.