BUENA SALUD Y MALA MEMORIA
Publicado en
julio 20, 2014
Mi tía Eulogia buscaba la felicidad sin saber dónde encontrarla... hasta que un día leyó una frase y fue como una revelación. "Tengo que borrar mi pasado", le dijo decidida a Tina Fernández.
Por Elizabeth Subercaseaux.
No hay nadie en el mundo (creo) que no se haya preguntado al menos una vez qué es la felicidad. Y, desde luego, hay muchísimas personas para las cuales tal cosa ni siquiera existe. Mi abuela decía que felicidad era tener un marido que ganara lo suficiente para alimentar a su familia, que viviera comprometido con su mujer, sus hijos y sus nietos; y para cuando empezara a echar panza y roncar, tuviera la delicadeza de cambiar su cama y sus pertenencias íntimas a la pieza de al lado. Mi abuelo creía, en cambio, que la felicidad comenzaba en el Club de la Unión, los jueves a las nueve de la noche, hora en que se juntaba con un grupo de amigos para jugar póquer y terminaba el mismo jueves, unos minutos antes de las 12 de la noche, cuando se levantaba para volver a casa. Sobra decir que nunca se comprometió a fondo con su familia y, para cuando empezó a echar panza y roncar, hacía cinco años que mi abuela había mudado sus cosas a la pieza de al lado.
Una hermana de mi mamá que se fue a un convento aseguraba que la felicidad estaba en el momento en que el sacerdote decía "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo". Pero un tío abuelo, que detestaba cualquier religión, decía que la felicidad comenzaría el día en que las iglesias desaparecieran de la tierra. Mi tía Sofía y su marido discutieron durante un año la posibilidad de divorciarse, porque no eran felices, o hacer un viaje a las Bermudas. Al final, decidieron que un viaje a las Bermudas es algo que dura dos semanas, pero el divorcio es algo que dura toda la vida. Así que se fueron un miércoles y regresaron dos miércoles más tarde convencidos de que la felicidad existía, pero solo en el extranjero.
El cineasta Woody Allen comentó en una ocasión que el sexo sin amor es una experiencia vacía, pero, teniendo en cuenta cómo son las experiencias vacías, era una bastante feliz, y también dijo que la única manera de ser feliz es que te guste sufrir. Grousho Marx afirmaba que la felicidad estaba hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna. Mae West, la insolente y provocativa actriz de los años 30, decía que el matrimonio era una gran institución, una de las más felices, pero ella no estaba preparada para que la encerraran en ninguna institución. Según el dramaturgo español Jardiel Poncela, hay solo dos maneras de ser feliz: una, haciéndose el idiota; la otra, siéndolo. Y Oscar Wilde decía que un hombre puede ser feliz con cualquier mujer siempre y cuando no la ame.
La tía Eulogia buscaba la felicidad sin saber dónde, como buscan los borrachos su casa. Nunca perdió la esperanza de encontrarla. Pero lo cierto es que, mientras estuvo casada con Roberto, no supo si eso que sentía de vez en cuando era felicidad, un poco de alivio, o el estómago liviano, porque esa noche no había comido más que un vaso de yogur con fruta y una cucharada de miel. Y, una vez que se separó, siguió "en busca del tiempo perdido", como Proust, y un día encontró la única descripción de felicidad que le dio verdadero sentido a lo que dijo Albert Schweitzer: "La felicidad no es más que buena salud y mala memoria".
—Tengo que borrar mi pasado —le dijo la tía Eulogia a Tina Fernández—. Tengo que olvidarme de los años que estuve casada con Roberto, de la flaca de la esquina, de las noches sola, de lo mala madre que fui con mis niños, porque siempre estaba más preocupada por salvar mi matrimonio que por revisarles las tareas de la escuela.
—Les estás haciendo honor a las mujeres culposas —dijo Tina—. ¿Por qué no piensas que hiciste lo mejor que pudiste y, si no lo hiciste mejor, es porque no podías?
—Así será, pero lo hecho ya está hecho, la herida está ahí. Y, si no hago algo para cerrarla, nunca voy a ser feliz.
—¿Por qué te interesa tanto ser feliz? ¿Qué es eso en todo caso?— Tina pertenecía al grupo de personas que no cree en la felicidad así, en su estado puro ni prolongado. Creía más bien en los momentos, los instantes de alegría, felicidad, paz, tranquilidad, o como se llame ese estado en donde todas las piezas del universo parecen estar puestas en su lugar.
Lo cierto es que la tía Eulogia se propuso borrar su pasado; y, con la ayuda de un hipnotizador y una quiromántica, al cabo de varios meses de verdadero trabajo mental y espiritual, lo logró. Y vamos a decir de inmediato que lo logró con creces (o eso creyó), pues una tarde, al salir de su oficina, se topó de frente con Roberto y ni siquiera lo reconoció.
—¿Eulogia?
—Disculpe, señor, ¿necesita algo?
—¡Eulogia!
—¿Nos conocemos?
—No solo nos conocemos: estuvimos casados durante 20 años, tenemos tres hijos y ahora estamos divorciados —dijo Roberto, temiendo que su ex mujer se hubiera vuelto loca.
—¡Ay! Qué cosa más cómica... ¡Claro! ¡Roberto! Ahora me acuerdo. Sí, pero eso fue en otra circunvalación de mi alma, en otra vida, pertenece a un pasado que he borrado por completo. No me acuerdo de nada. Si no me lo dices, no te reconozco, he trabajado muy duro en eso, ¿sabes?
—¿A qué te refieres?
—A borrarte de mis recuerdos.
—¿A Mí? ¿Y por qué?
—Para ser feliz. Schweitzer dijo que la felicidad era buena salud y mala memoria.
—Mmmm... interesante, buena salud y mala memoria. ¿Cómo se encuentra tu salud?
—Estupendamente. He dejado, casi por completo, las carnes rojas, las grasas, los azúcares. No es que sea vegetariana, pero me cuido mucho, tomo yogur, como huevos, y el resto es verdura y fruta, y algo de pescado. Me ha dado buenos resultados, he perdido mucho peso, me siento más ágil... Y, respecto a la memoria, hice algunos progresos. Bueno, no te reconocí.
Roberto estuvo a punto de decirle que no lo había reconocido, porque se había hecho la cirugía estética en toda la cara. Se había teñido el pelo de un tono más oscuro; se había operado los ojos y ahora no usaba lentes. También había hecho las dietas llenas de fibra recomendadas por su médico y, con las tres sesiones semanales de gimnasio, había bajado más de 30 kilos (66 libras); iba, una vez por semana, a reflexología y ya no andaba agachado, como antes. Y hasta se había puesto un poquito de botox en los labios... pero no le dijo nada. La miró atentamente. Ella también estaba distinta. No diría más joven ni más vieja, solo distinta. Era algo en su mirada o, mejor dicho, en su actitud.
—Yo te habría reconocido aunque te hubieras hecho mil cirugías estéticasle dijo, y luego la invitó a tomar un café.
Caminaron uno al lado del otro, en silencio, cada cual hundido en sus pensamientos, como si en el fondo de ellos mismos supieran que ese encuentro no era algo que olvidarían al día siguiente. Llegaron al café que eligió la tía Eulogia, se instalaron en una mesita junto a la ventana y, 10 minutos más tarde, estaban conversando como viejos amigos.
—Cuéntame cómo has hecho para borrarme de tu memoria.
—Me he concentrado en los aspectos más positivos de nuestra vida juntos, he tratado de recordar los momentos luminosos, los del principio, cuando tú y yo creíamos que el matrimonio no era más que una prolongación de la pasión.
—Vale decir que no me has olvidado del todo.
—No, he olvidado los momentos de mi infelicidad: los otros perduran. Y debo decirte que este hombre que veo aquí, hoy, sentado frente a mí...
—Qué... ¿te gusta?
—Me gusta.
—¿Cómo para pasar la noche juntos?
—Tal vez, pero ahora tengo que irme, tengo una reunión a las cuatro. Llámame a las seis.
Y Roberto la vio marcharse, altiva, con el paso firme, delgada, regia, y miró la hora. Eran las tres y media.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, DICIEMBRE 20 DEL 2005