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marzo 16, 2014
"02 Gran", técnica mixta sobre papel, 102 x 72 cms.,1986.
Correspondiente a la edición de Marzo de 1994
Por Inés María Flores / Fotos: Paul Marggraff.
Deslumbrado por la luz ecuatorial, Francisco Corcuera (Santiago de Chile, 1944) se ha establecido en Quito, donde vive desde hace cuatro años. Su casa y, desde luego, su taller, dan al valle de Guápulo, cuya visión de mañanas luminosas y noches cerradas por la niebla, ha influido en su pintura. Este artista, a cuya obra se le atribuye una "dimensión cósmica" y "un cierto misterio", descubrió en ese mirador de montañas cercanas, el ambiente adecuado para su trabajo, y para su ocio productivo, como cultivador de la música y de la poesía.
Estudió en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal y en la Real Academia de Arte, de Estocolmo, Suecia. Su primera muestra tuvo lugar en Santiago, el 66, y desde entonces expone religiosamente todos los años, en Europa, hasta el 82, cuando enviuda. No reaparece sino tres años después en las galerías de su país, hasta el 89; en 1990 inaugura una muestra en La Galería, de Quito, y el 92 en la M & S.
Lo primero que revela la pintura de Corcuera es una gran seriedad, después una evidente economía de medios -su cromática es pulcra y austera- y, por último, una singular concepción del lenguaje abstracto, porque su preocupación es ser cosmopolita sin dejar de ser latinoamericano. Y en esa línea le inquieta el estudio de la luz y del color, que en términos naturales y culturales, respectivamente, identifican a las diferentes parcelas de este continente.
"Trapecio", técnica mixta sobre lienzo, 180 x 120 cms., 1986.
Su dedicación a la poesía ha contagiado de lirismo a su pintura, y el contenido alegórico y al mismo tiempo críptico de sus cuadros, propone una lectura que nos remite a la memoria ancestral de la especie, de contenido mítico-religioso. Las formas totémicas de algunos de sus lienzos y el lenguaje sígnico de toda su obra, tienen una impronta que revela su carga espiritual y mágica.
La composición se arma de adentro hacia afuera, a partir del núcleo vertical, de modo que induce a pensar en la métrica del verso. El movimiento caligráfico, instalado sobre espacios explícitos, es enriquecido por medio de curvas expresivas, prolongadas con el refinamiento de arabescos musicales.
En esa búsqueda de los signos, en que tiene que empeñarse necesariamente todo artista plástico, Corcuera descubrió las posibilidades del soporte, elevándolo a una categoría estética, con una imprimación que él llama ilusoria. De tal manera que el lienzo tiene su propia voz en el coro de elementos que convoca el pintor para el concierto del cuadro; sobre todo en los negros, que él llama "pizarrones", trabajados como con tiza.
Diríase que hay un proceso de diferenciación entre el lienzo de base sin pintura y lo que en él fue pintado, hasta llegar a un punto en el cual las formas adquieren realidad y se independizan de la tela, para adquirir su propia autonomía, produciendo el efecto aparente de venirse adelante.
"Abstracto blanco", acrílico sobre lienzo, 35 x 40 cms, 1992.
No es posible disfrutar de la pintura de Corcuera solo visualmente -a pesar del evidente atractivo que tiene en este sentido- porque exige la reflexión del espectador; es la obra de un artista eminentemente intectual, que admira a Duchamp, con todo lo que eso puede significar en su caso. Trabaja en series, que le permiten desarrollar un pensamiento completo; una suerte de discurso plástico -cada una- construido alrededor de una idea.
Quizás lo que intenta Corcuera sea sustituir el mundo visual que le rodea, por otro más esencial y reflexivo, insistiendo en la precisión de los conceptos, como una labor de continua concentración. Y el color, aunque al principio lo busca por su propio valor, lo emplea de manera contenida, dosificando sabiamente los contrastes y orquestandó los tonos.
El viaje de este pintor por las rutas del arte ha sido una acometida hacia la conquista de la serenidad; ha caminado ignorando los fantasmas de la moda y de los dogmas que le han salido al paso, hasta lograr una autenticidad sin concesiones.
"Abstracto #8", óleo sobre lienzo, 130 x 160 cms., 1992.
"Acostumbro a trabajar en series; es decir, un número de obras, entre dibujos y pinturas, a veces también objetos, donde he repetido un proceso hasta agotar sus posibilidades formales, o hasta, en el camino, encontrar alguna variante que me permitiera la felicidad de una nueva serie. Imprimo el soporte con alguna tierra líquida, variando desde la tierra sienna natural hasta sus gamas más quemadas y oscuras. Ilumino y sombreo los accidentes causados por la imprimatura hasta lograr una superficie ilusoria.
Divido esta superficie en espacios planos basados en plantas de arquitectura clásica, principalmente catedrales, para luego subdividir algunos espacios arbitrariamente escogidos con grupos de cinco líneas horizontales, como pautas musicales.
Con algún tipo de grafito, pincel fino, lápiz graso o tinta, procedo a llenar los espacios creados por la interacción de la trama de línea con escritura libre (caligrafía autoreferencial, fragmentos de libros, cálculos matemáticos, noticias, etc.), que borro parcialmente con capas muy diluidas del color del soporte mezclado con un barniz, para luego repetir todo el proceso de nuevo, hasta que algunas formas por sí mismas comienzan a destacarse.
En las etapas finales, proyecto la sombra sobre la superficie ya pintada. Una vez alcanzado un estado de una cierta plasticidad, detengo el proceso con una capa de barniz que ya no permite seguir alterando la superficie y doy por finalizada la obra."
Francisco Corcuera