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septiembre 09, 2012

Cuarenta años antes, entre los restos humeantes de un bombardero que había caído en una selva del Pacífico Sur, el navegante de la nave hizo una promesa a sus compañeros muertos. Había llegado el momento de cumplirla.
Por Joseph Blank
LA MADRE de José Holguín aún recuerda la pesadilla que tuvo el 25 de junio de 1943. En ella veía el avión bombardero de su hijo alcanzado por el fuego antiaéreo de los japoneses. Surgían llamas del aparato, que se precipitaba a tierra y se estrellaba.
Pocos días después recibió un telegrama. José había desaparecido en acción, desde la misma fecha de la pesadilla. Sin embargo, ella sentía que su hijo estaba vivo. Cada mañana, camino a su trabajo en una compañía distribuidora de lencería, en Los Ángeles, se arrodillaba ante una cruz, sobre el césped de un prado que estaba frente a una iglesia, y oraba por él.EN DICIEMBRE de 1941 (cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial), José "Joe" Holguín, al año siguiente de graduarse en la escuela secundaría, ingresó al Cuerpo Aéreo del ejército norteamericano. Después de su entrenamiento, él y otros ocho hombres fueron asignados a un avión B-17 del Grupo 43 de Bombardeo, del Escuadrón 65, en Port Moresby, Nueva Guinea. Los nuevos compañeros decidieron pintar una sonriente y semidesnuda morena en la nariz de la aeronave y la llamaron "Traviesa, pero irresistible".La tripulación pronto fue como una familia. Cada uno de sus integrantes sabía que su supervivencia dependía de los demás. Joe, el navegante, se hizo muy amigo del bombardero Frank Peattie y del artillero Henry García.Joe y Frank fueron padrinos, el uno del otro, en sus bodas. Pocas semanas antes de casarse, Frank le dijo a Joe: "Debemos apreciar lo que tenemos. Creo que no voy a regresar". Pero Holguín se limitó a hacerle burla.Henry García, de 29 años, era latinoamericano de origen, igual que Joe. Para entrar en la guerra, había mentido. Aunque era casado y tenía cuatro hijos, declaró ante los reclutadores una edad menor de la que tenía realmente, y que nadie dependía de él.Ya entrada la noche del 25 de junio de 1943, "Traviesa, pero irresistible" despegó con un hombre extra; es decir, con una tripulación de diez elementos para el vuelo de 650 kilómetros hasta Rabaul, en la isla de Nueva Bretaña. Era la misión número 40 del teniente Holguín. El objetivo de la misión: destruir depósitos de abastecimiento y aviones de caza en el aeródromo de Vunakanau.Cuando el avión dejaba caer sus bombas, fue iluminado por unos reflectores que lo ponían a merced del fuego antiaéreo. Segundos después, surgieron llamas del motor número 3. Luego, un caza nocturno japonés se acercó inesperadamente por atrás, lanzando proyectiles de 20 milímetros. El copiloto se desplomó en su asiento; estaba muerto.Un fragmento de granada se incrustó en la barbilla de Joe, y una bala le atravesó la pierna izquierda. El aparato se inclinó hacia tierra. Joe abrió una puerta de emergencia después de ajustarse el paracaídas; Frank Peattie trataba de ponerse el suyo. Joe intentó ayudarlo: "¡No me esperes!", gritó Frank. "¡Salta!" El avión empezó a girar; Joe se separó de Frank por el movimiento y fue lanzado como una pelota de bolos por la escotilla de escape.Joe sólo descendió suspendido del paracaídas unos 100 metros, antes de que lo detuvieran las ramas de un árbol. Luego, al caer de espaldas al suelo, gritó involuntariamente "¡Mamá!" A unos 60 metros, partido a la mitad sobre un risco, "Traviesa, pero irresistible" estaba envuelto en llamas.Joe permaneció en silencio, mientras el aparato se consumía. Luego, durmió. Al llegar el alba, formó dos bastones con unas ramas y se acercó al avión, caminando dolorosamente. No encontró señales de vida. Como le faltaba el zapato izquierdo, tomó el que aún tenía el cadáver del artillero de cola. Está bien, se dijo. Él estaría conforme al ver que aprovecho su zapato.Encontró el cuerpo de otro artillero, pero no reconoció su rostro. Tenía en un dedo un anillo con las iniciales H. G.: Henry García. Los ojos de Joe se llenaron de lágrimas. Recordó lo que Henry le había dicho: "Tengo una deuda para con mi país, pues me ha dado oportunidades que de otro modo no habrían estado a mi alcance".Joe cayó de rodillas e hizo un juramento: "Si algún día salgo de aquí, regresaré para devolver los cuerpos de mis compañeros a sus familias". Luego, oró.Siguió buscando entre los escombros, y encontró el cadáver de un tercer artillero, pero no tuvo fuerzas para subir al risco y explorar lo que quedaba del avión allá arriba.Avanzó cojeando cuesta abajo hasta que encontró una corriente que, con buena suerte, lo conduciría a la costa. Durante días atravesó la selva, y sobrevivió a base de agua, ranas crudas e insectos. Pero el hambre lo acicateaba, y su sueño estaba lleno de pesadillas.Después de 27 días, se sintió próximo a morir. ¿Para qué prolongar esta agonía?, se preguntó. Puso una bala en su pistola calibre 0.45, pero de pronto oyó la voz de su bisabuela, que le decía: Hijo, si empleas la pistola, irás al infierno. Dios condena el suicidio. Aparta esa arma.Obedeció. Tras dormitar un rato, abrió los ojos y vio a un grupo de aborígenes que lo miraban fijamente. Aquellas personas lo llevaron a una aldea, donde lo alimentaron, y luego a otra, para darle tratamiento médico.Al poco tiempo lo capturaron unos soldados japoneses que lo llevaron al campo de prisioneros de guerra de Rabaul. Allí permaneció, con otros integrantes de las fuerzas aéreas norteamericanas, hasta el fin de la guerra, en agosto de 1945.A raíz del Día de la Victoria en Japón, la esposa de Frank Peattie, Helen, le escribió a la esposa de Joe, Rebecca, y le envió un recorte de periódico en el que aparecían los nombres de los prisioneros que habían sobrevivido en Rabaul. El de Joe estaba en la lista; no así el de Frank.Cuando Joe volvió a su patria, pasó varias semanas en un hospital militar, y luegó decidió continuar al servicio de las fuerzas armadas. Durante un permiso de 90 días, pagándose él sus gastos, visitó a las familias de sus compañeros de tripulación y de los prisioneros que habían muerto en el campamento de Rabaul. Pidió al Ejército que le ayudara a volver a Nueva Bretaña, para buscar a sus compañeros, pero se le dijo que la milicia se encargaría del caso. Joe, como estaba en servicio activo, no podía ir por sí solo.En 1960, cuando desempeñaba un cargo en el Departamento de la Defensa de Estados Unidos, obtuvo su grado de bachiller en la Universidad de Maryland. Rebecca y él tuvieron seis hijos. Pero el hombre que había sido navegante de "Traviesa, pero irresistible" no olvidaba la promesa hecha a sus compañeros de tripulación.En 1963 se jubiló de la Fuerza Aérea con el grado de teniente coronel. Se estableció con su familia en Los Angeles, siguió cursos de enseñanza y educación, y a la postre llegó a desempeñar el cargo de sub-director de una escuela secundaria. En 1981 ganaba lo suficiente, con su pensión militar, para llevar una vida desahogada. Pero ningún familiar de los miembros de la tripulación de "Traviesa, pero irresistible" había recibido información alguna sobre los desaparecidos en combate. Joe ya era sesentón. "Tengo que volver", le dijo un día a Rebecca.Aprovechando transportes militares, tardó una semana en atravesar el Pacífico hasta la remota Rabaul. Allí estudió viejos mapas, alquiló un auto y buscó infructuosamente la aldea donde lo habían capturado. Como no podía quedarse más tíempo en aquel lugar, volvió a Estados Unidos.De regreso en Nueva Bretaña, un año después, y con la ayuda de dos australianos que se habían interesado por su misión, voló en helicóptero hasta una zona que había marcado en un mapa con una "x", pues pensaba que correspondía al sitio donde había caído su avión. Luego de aterrizar, los tres hombres avanzaron varios kilómetros a lo largo de un río, en sentido opuesto al de la corriente. De pronto, en un recodo, Joe supo que aquel era el lugar. Encontraron el B-17 oculto por la selva. En su nariz aún se leían las palabras "Traviesa, pero irresistible". Y también estaba allí la atractiva morena ... todavía sonriente. Joe lloró.Los exploradores buscaron en vano los restos de los cadáveres, y luego volvieron a Rabaul. Mientras tanto, unos funcionarios del gobierno de Nueva Bretaña animaron a Joe a examinar ciertos viejos archivos. En una caja llena de papeles amarillentos y mohosos, encontró un informe de 1949 del Servicio de Registro de Tumbas Norteamericanas. En él se afirmaba que unos aborígenes habían conducido a un grupo de cartógrafos hasta los restos de un B-17. Las coordenadas coincidían con la zona que Joe había marcado en el mapa.Según el informe, en una tumba poco profunda se habían encontrado algunos restos de tres personas, sin señal alguna de identificación aparte de un anillo de oro con las iniciales H.G. Los restos habían sido trasladados por avión hasta un laboratorio del Ejército, en Hawai, con el objeto de identificarlos. Esto resultó imposible, y más tarde se les dio sepultura en el Cementerio Militar Nacional, en tumbas marcadas con la palabra "desconocido".Por fin, Holguín tenía una pista. De regreso en Estados Unidos, escribió cartas e hizo llamadas telefónicas a Hawai. Las respuestas fueron evasivas e inútiles. "Pero por fin supe dónde continuar mi búsqueda", recuerda. Le anunció a Rebecca que iría de nuevo a Nueva Bretaña.—¿No es todavía bastante lo que has hecho? —le preguntó ella.—No. Éramos una familia —fue su respuesta—. Tengo que encontrarlos. Tal vez por eso sobreviví.A esas alturas era mayor la confusión suscitada por la búsqueda de Joe que los resultados alcanzados. Aunque los cartógrafos habían informado de tres cadáveres, los encargados del entierro, en Hawai, los habían dividido como si correspondieran a cuatro personas.En el verano de 1983 Joe volvió a Nueva Bretaña. Organizó a sus amigos australianos y a 13 aborígenes para buscar en un área de 200 metros a la redonda en torno al avión. No encontraron nada. Abandonó el lugar, sabiendo que ya no tenía objeto retornar.Sín embargo, siguió escribiendo a cementerios militares y a oficinas del Departamento de la Defensa. También le escribió a Alan Cranston, senador por California, quien prometió ayudarlo. Por último, en agosto de 1984, sus esfuerzos dieron fruto. El Ejército pidió los registros médicos y dentales de los miembros de la tripulación. Utilizando técnicas más avanzadas que las de una generación anterior, antropólogos del Ejército identificaron los restos de cinco hombres: el sargento Henry García, el teniente Francis Peattie, el sargento Robert Griebel, el teniente Herman Knott y el sargento Pace Payne.Joe ayudó a la dependencia del Ejército llamada Asuntos Relacionados con Bajas y Conmemoraciones a encontrar a las familias de aquellos hombres, cuyos restos fueron sepultados a comienzos de 1985 con todos los honores militares. Además asistió a cada una de las ceremonias, pronunció en ellas panegíricos dedicados a sus compañeros y les otorgó a estos condecoraciones póstumas, que recibieron los familiares más cercanos. Todo fue así:MÁS DE 200 personas asistieron a los servicios fúnebres del sargento Robert Griebel, en Riverton, Wyoming. En el panegírico que pronunció, Joe recordó: "Bob combatió valerosamente, y derribó cinco Zeros y un caza nocturno. Cuando nos encontrábamos a merced del enemigo, preguntó por el sistema de comunicación del avión: Teniente, ¿sabe dónde quisiera estar en este momento? ¡Bajo las faldas de mi madre! Y todos gritamos: ¡También nosotros!"Dios bendiga al sargento Griebel y a su familia. Y bendiga también a Estados Unidos". Joe entonces les prendió al pecho cuatro medallas a las dos hermanas del sargento. Una de ellas le habló a Joe en estos términos: "Nuestro pesar se disipó hace mucho tiempo. Hoy sentimos gratitud al saber que Robert está en casa, donde debe estar".El sargento Pace Payne, de Corsicana, Texas, sólo tenía 20 años al morir. "Y sin embargo", comentó Joe, "en su breve vida nos enseñó el valor necesario para afrontar lo desconocido con el corazón confiado... y dispuesto a morir. Fue un hombre valeroso".Una vez más, prendió las medallas del héroe al pecho de los familiares más próximos. Un segundo miembro de la tripulación había regresado a su tierra natal.La ceremonia fúnebre del teniente Herman Knott se llevó a cabo en Farmingdale, Nueva York. "El tiempo no ha opacado el mérito de Herman", dijo Joe ante la familia y los amigos del difunto. "Fue un verdadero patriota, y su sonrisa y buen humor hacían de su compañía un placer. Hoy es un día de alegría y agradecimiento. Alegría de que uno de nuestros seres queridos haya vuelto. Agradecimiento por sus nobles hazañas".Esta vez, las medallas fueron para el hermano de Herman, William Knott, quien pronunció estas palabras: "Si no fuese por el coronel Holguín, mi hermano todavía estaría perdido. Hoy, este hombre nos lo ha devuelto. ¿Cuántas personas serían capaces de comprometerse en semejante misión? Aún queda gente maravillosa en este mundo".El teniente Francis Peattie fue el miembro de la tripulación más cercano a Joe. Su viuda, Helen, había vuelto a casarse con un hombre ya fallecido el día del funeral. Helen temía que pocas personas recordaran a Frank, pero aquel día asistieron una escolta de la bandera integrada por 18 miembros de la Academia Militar de West Point, así como bomberos de la Compañía Tompkins Hose (Frank había sido voluntario), un grupo de niños exploradores y numerosos amigos y familiares.Al lado del ataúd cubierto por la bandera de Estados Unidos, en Beacon, Nueva York, Joe habló así: "Frank fue mi amigo, y yo sentía por él una profunda estimación. Pero hoy no debe ser un día de duelo. Debemos sentirnos inspirados y agradecidos. Frank está de regreso, entre sus seres queridos".En los funerales del sargento Henry García, en Whittier, California, Joe recordó: "Nuestras vidas se volvieron una sola, hasta que la muerte nos separó. Ahora, volvemos a estar unidos. Henry García está aquí, en su amada patria, entre su familia y sus amigos. Aquí, donde debe estar. Merece nuestro respeto, amor, admiración, y agradecimiento por haber hecho el sacrificio supremo para salvar nuestras instituciones y nuestros sueños".Cuando los restos de García descendían a la tumba, un mariachi tocó Las golondrinas, tradicional canción mexicana de despedida. Ruth, la hija mayor de Henry, quien tenía nueve años cuando su padre se alistó, habló de esta manera: "Por fin tenemos de vuelta a papá. Nuestra familia está completa. Este es el regalo que Joe nos ha dado".LA MISIÓN de Joe Holguín, financiada por él mismo con 15,000 dólares, no ha terminado. Aún faltan cuatro miembros de la tripulación, y él no tiene ninguna pista para localizar los restos. Pero no descansará hasta encontrarlos y llevarlos a la Patria."Nadie se da por vencido cuando se trata de buscar a la familia", observa. "No es posible olvidar a las personas que amamos".Ilustraciones: George Angelini