CRUZADA PARA CONSERVAR LAS PLANTAS COMESTIBLES
Publicado en
septiembre 09, 2012
Ilustración: Maureen Tierney.Para proteger las plantas alimenticias del futuro, los científicos necesitan aprovechar las características genéticas de algunas variedades. Usted puede ayudar en esta campaña mundial.
Por Lowell PonteEN EL otoño de 1971, Diane Whealy recibió de su abuelo, pocos meses antes de que este muriera, tres frascos llenos de semillas que eran reliquias de la familia, porque descendían de las que él había traído de Baviera a Estados Unidos, hacía varios decenios.
"Algunas de aquellas semillas dan gigantescos tomates alemanes color de rosa, hasta de 23 centímetros de diámetro, que tienen un sabor maravilloso", explica Kent, el esposo de Diane. "Otras producen delicadas maravillas moradas, cada una con una estrella roja en la garganta. Y otras más, una prolífica y fuerte enredadera de frijoles".Los Whealy comprendieron que dependía de ellos que aquellas plantas sobrevivieran. "Me pregunté", cuenta Kent, "cuántos jardineros poseerían semillas traídas a Estados Unidos por sus familias, y cultivadas por ellos mismos durante toda una vida. Seguramente, al morir esos jardineros, sus semillas quedarían abandonadas en alguna parte hasta que murieran también".Kent pronto comenzó a coleccionar semillas que eran reliquias de familia de vecinos y amigos. En 1975 fundó el Intercambio de Salvadores de Semillas ( Seed Savers Exchange), que cuenta en la actualidad con 630 miembros en 15 países: Alemania Occidental, Argentina, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Estados Unidos, Haití, Japón, México, Nueva Guinea, el Reino Unido, Suecia y Suiza. Esta agrupación ha atesorado semillas entre las que, por ejemplo, se incluyen las de la papa morada de Perú, y las de la sandía "luna y estrellas", una rara variedad cuya cáscara se parece al cielo nocturno, y que es muy apreciada por su sabor.Las campañas de intercambio de semillas, como la de Whealy, constituyen algo más que un agradable pasatiempo. Son parte de un esfuerzo internacional por proteger la reserva mundial de alimentos.Esta reserva depende de menos de 24 especies de plantas, las cuales descienden de antiguos antecesores que proliferaron en las 12 regiones del mundo que se conocen con el nombre de Centros de Vavilov ( en honor del botánico geneticista ruso Nikolaí Vavilov ). Dichas regiones abarcan apenas un cuadragésimo de la superficie del planeta, y son los lugares donde nacieron otros muchos alimentos considerados comunes.Etiopía es la patria de la cebada, el café y el sorgo. Las regiones cercanas al Mediterráneo dieron origen al espárrago, la remolacha, la col, la lechuga, la avena, las aceitunas y el ruibarbo. De Asia Menor y Afganistán proceden la alfalfa, el centeno y las lentejas, además de las almendras, el albaricoque, la manzana, la pera, el pistache y la granada; el trigo se originó en el sudoeste de Asia; de la India y Birmania proviene el arroz, junto con la naranja, la pimienta negra, el camote, la berenjena y el pepino; y de China, el trigo sarraceno y la soya.En América, Estados Unidos es el hogar de las pacanas, los arándanos, las uvas Concord y los girasoles. El maíz y las calabazas que los indios norteamericanos ofrecieron a los colonizadores europeos eran originarios de México y Centroamérica. De Brasil provienen la piña y el cacahuate. Las fresas se originaron en Chile y Estados Unidos. Los tomates y las papas o patatas nacieron en los Andes peruanos.Los lugares de origen de las plantas alimenticias tienen una importancia vital para quienes las cultivan, porque en ellos se puede encontrar la mayor diversidad genética de cada especie. Tal diversidad previene la extinción de estas especies por causa de enfermedades, plagas o alteraciones del medio biológico. Este acervo genético o aporte germinal es la clave del supremo avance de este siglo en la gestación de cultivos: las plantas híbridas.La revolución mundial de las plantas híbridas en la agricultura ha provocado importantes cambios sociales y económicos, la mayoría positivos, pero también consecuencias negativas que apenas hace poco hemos empezado a advertir.Conforme se modifican las plantas alimenticias, las enfermedades y plagas que las afectan van desarrollando nuevos recursos para burlar los medios de que nos valemos para defender nuestros cultivos. Cuando una especie híbrida se ve afectada por tales ataques, los ingenieros geneticistas deben apresurarse a remplazarla con plantas híbridas más resistentes, portadoras de genes nuevos. Sin embargo, para lograrlo es preciso encontrar constantemente materia prima genética fresca.Los "nuevos genes" provienen de tres fuentes: las antiguas especies de los Centros de Vavilov, otras variedades silvestres lejanamente emparentadas con las que se desea modificar, y plantas que dejaron de emplearse al surgir las híbridas más recientes. Por lo general, estas especies tienen un rendimiento inferior al de las híbridas modernas, pero guardan en sus genes secretos de supervivencia ante plagas y enfermedades, sequías y heladas. Tales plantas representan lo que la ciencia necesita para producir las híbridas del futuro, y, sin embargo, las híbridas actuales están llevando a la extinción a muchas plantas alimenticias que se consumían mucho en tiempos idos.Los agricultores de todo el mundo han recibido con beneplácito la revolución de las plantas híbridas, y siembran las nuevas semillas de rendimiento incrementado. A menudo, los granos heredados de padres a hijos durante siglos terminaban en la olla; así, la diversidad genética y el aporte germinal de millones de años desaparecían para siempre en una cena.En la actualidad, naciones enteras dependen de plantas genéticamente idénticas. Estos cultivos alimenticios resultan uniformemente productivos, pero también uniformemente vulnerables a plagas o enfermedades causadas por nuevos mutantes. La historia enseña los peligros que entrañan los monocultivos.Los irlandeses desarrollaron uno de los primeros monocultivos modernos: el de un tubérculo que los conquistadores españoles habían llevado de América a Europa. Sin embargo, las papas que se cultivaban en Irlanda eran de una considerable uniformidad genética, porque procedían de una sola variedad de papas peruanas muy productivas. A partir de 1845, una plaga infestó aquellos cultivos vulnerables y, antes de que desapareciera, casi un millón de irlandeses habían fallecido. En vista de que hoy muchos países dependen de una sola variedad de plantas híbridas, es posible que en ello se encuentre el germen de futuras hambrunas, como la que causó la papa irlandesa.La soya que se produce en Estados Unidos es importante para la economía de ese país y para el resto del mundo. Es el más lucrativo producto de exportación norteamericano, y representa un recurso alimentario de primer orden, por su alto contenido proteínico, para los países en desarrollo cuando se ven atacados por el hambre. Jack Harlan, botánico geneticista que trabajó en la Universidad de Illinois en Urbana, opina sobre este cultivo: "Las actuales variedades de la soya son vulnerables a la plaga que destruyó el 15 por ciento de la cosecha australiana en 1976, y es posible que pasen años antes de que los investigadores logren producir comercialmente una variedad resistente".En 1970 faltó poco para que Estados Unidos perdiera su cosecha de maíz. Por lo menos el 80 por ciento del maíz híbrido que se sembró ese año en dicho país tenía el citoplasma T ( por Texas ), y un nuevo mutante de una plaga llamada "hoja del maíz sureño" acabó con más de la mitad de los sembradíos en vastas regiones del sur de Estados Unidos, y con el 15 por ciento de la cosecha total. La pérdida ascendió a casi 750 millones de dólares, según la cotización actual de la moneda.La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos informó a este respecto: "El cultivo fue víctima de la epidemia por una falla de la tecnología con base en la cual se habían manipulado genéticamente las plantas del maíz americano, de tal forma que, por decirlo así, todas eran gemelas idénticas. Cualquier cosa que hiciera daño a una de ellas, también dañaba a todas".J. Artie Browning, patólogobotánico de la Universidad de Ciencias Agrícolas y Mecánicas de Texas, fue más expresivo aún: "Cuando son muy parecidas las plantas que crecen en extensos sembradíos, estos pueden compararse con una llanura cubierta de yesca, que se enciende fácilmente al contacto con la menor chispa".El maíz y la soya no son los únicos cultivos susceptibles a este tipo de amenazas. Harlan ha advertido: "Casi todos nuestros cultivos importantes tienen una estrecha base genética, y por tanto son vulnerables a las enfermedades virulentas, a los insectos y al clima voluble".Se calcula que en la actualidad las especies vegetales del mundo se extinguen a razón de dos diarias por lo menos, de tal manera que los científicos no pueden estudiar su potencial para suministrar medicamentos o genes transferibles a las plantas alimenticias.En 1977, Rafael Guzmán Mejía, especialista egresado de la Universidad de Guadalajara, en el estado mexicano de Jalisco, se propuso encontrar una planta que se consideraba extinta en su país. En una práctica de campo conoció a un campesino a quien le describió la planta en cuestión. El campesino lo llevó a un valle remoto, cubierto de piedras, donde había ejemplares de Zea diploperennis, especie de maíz silvestre con raíces perennes que producen nuevos tallos año tras año. A base de cruzamientos de este maíz con variedades más comunes se obtuvo una resistente variedad perenne, con raíces enormes y mazorcas pequeñas, cuyos genes pueden brindar nuevas opciones a los futuros ingenieros geneticistas.Las principales reservas para afrontar el desastre del aporte germinal de las especies vegetales del mundo son cerca de 80 centros de acopio y conservación de semillas. El mayor de todos los centros es el Laboratorio Nacional de Almacenamiento de Semillas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, en Fort Collins, Colorado, donde se guardan más de 250,000 muestras de plantas. Cuatro centros regionales de introducción de plantas y más de 12 depósitos apoyan al laboratorio; en conjunto integran el Sistema Nacional del Aporte Germinal Botánico, que cuenta en total con casi 500,000 variedades de plantas y semillas.El botánico Hugh Iltis, de la Universidad de Wisconsin en Madison, cree que se necesita algo más que bancos de semillas para conservar la herencia genética de la Tierra. Este especialista propone que se preste ayuda a los países con abundante flora, para que establezcan reservas como lo ha hecho México al destinar una región para la preservación del maíz silvestre.En Estados Unidos, la Sociedad Nacional Audubon ha comprado decenas de miles de hectáreas de terreno silvestre para convertirlo en reserva botánica, y según la Asociatión Nacional de Jardinería, en estos momentos podría destinarse medio millón de hectáreas más a la conservación de semillas de especies vegetales utilizadas como alimento en tiempos pasados. Se trata de los jardines de casas particulares, donde cerca de 34 millones de familias estadunidenses cultivan frutas, nueces y verduras. El caso de Kent y Diane Whealy es un buen ejemplo para ilustrar lo que se puede hacer con los jardines y los campos ociosos: el año pasado compraron 23 hectáreas cerca de Decorah, Iowa, lo que Kent llama "Granja Patrimonial", para dedicarlas al cultivo y la conservación de semillas raras.Kent Whealy busca gente que prometa "adoptar" semillas, cultivarlas durante cinco años y devolver después la misma cantidad que se le haya confiado. "Siempre ha habido personas como nosotros", observa, "que se sienten entusiasmadas por la chispa de vida que guardan las semillas. Somos los custodios de esta riqueza genética inapreciable e irremplazable. Resultaría difícil imaginar el costo en tiempo, energía y dinero de obtener estas numerosas y excelentes variedades. Sin embargo, ya están en nuestras manos"."Las semillas son sagradas", concluye. "Lo único que debemos hacer es salvarlas".