EN MEDIO DE UN RIO DE LODO
Publicado en
febrero 07, 2010

DRAMA DE LA VIDA REAL
Había caído a un precipicio y sobrevivido de milagro, pero estaba malherido, y aún iba a enfrentar algo peor…
Por Jim HutchisonSTEVE WASHAM, hombre delgado de 40 años, carpintero de profesión, arrojó por enésima vez el sedal de su caña en el recodo del río South Nation donde solía pescar. Allí había atrapado incontables lucios, pero esa tarde, con el río crecido por las torrenciales lluvias de primavera, los peces no estaban picando. A las 3:30 Steve recogió sus cosas, las metió en su camioneta negra y enfiló hacia el sur por la carretera que bordea el río. Vivía a tres kilómetros de distancia, en las cercanías de Bourget, Ontario.
Al remontar una cuesta poco pronunciada, recordó que era el 20 de junio de 1993, Día del Padre, y sonrió al pensar en cuánto lo iban a festejar esa tarde su esposa, Diane, y sus cuatro hijos adolescentes. En eso, un horrendo espectáculo lo sacó bruscamente de sus ensoñaciones: unos diez metros más adelante, el camino se cortaba de tajo. "¡Un derrumbe!", exclamó, al tiempo que pisaba el freno. Pero ya era tarde: sobrecogido de espanto, vio al vehículo seguir avanzando hacia el borde del precipicio a 80 kilómetros por hora. ¡Voy a caer!, se dijo. La camioneta continuó su trayectoria horizontal unos momentos en el aire y luego cayó en picada hacia el fondo del abismo. Washam dio un grito de pavor y alzó los brazos para protegerse.A medio kilómetro de allí, en Lemieux, Denis Robert, conductor de Correos de Canadá, de 42 años, acababa de sentarse a la mesa con su familia cuando una vecina entró corriendo y anunció:— ¡Hay un derrumbe en el camino!El desbordamiento del río había formado un alud de lodo que arrasó a su paso el bosque, los pastizales y la carretera.—Vamos a echar un vistazo —dijo Denis a sus cuñados Kevin McBride y Gilíes Guénette.Entre tanto, Richard Groulx de 30 años, se dirigía a casa en coche cuando una mujer le hizo señas de que se detuviera y le advirtió que un poco más adelante se había derrumbado el camino. Groulx fue corriendo a avisar a su esposa, que venía detrás en otro auto; luego de decirle que diera un rodeo y llevara a casa a su bebé, de nueve meses, agregó:—Yo voy a ver qué ocurre.Groulx caminó 200 metros, hasta el borde del precipicio, y miró hacia abajo: un gigantesco trozo de tierra equivalente a 14 manzanas se había desprendido, dejando un socavón de 300 metros de ancho. Unos 30 metros abajo, un aluvión de lodo arrastraba árboles y escombros por una pendiente de 700 metros hasta el río. Groulx alcanzó a ver un objeto negro a 20 metros del precipicio: como un juguete olvidado en el fango por un niño, había una camioneta volcada, con las ruedas traseras en el aire y la parte delantera medio hundida en el aluvión.WASHAM volvió en sí con una sensación de asfixia. ¿Cómo llegué aquí?, se preguntó. Al mirar a su alrededor vio que estaba colgando del cinturón de seguridad, atrapado cabeza abajo entre el volante y el techo de la camioneta, que al aplastarse había dejado un hueco de escasos 30 centímetros. Cuando pudo soltarse, se deslizó por la ventanilla del lado del pasajero y se sumió hasta los tobillos en el lodo.
Se había hecho una herida profunda en la frente al golpearse contra el parabrisas y tenía astillas de vidrio incrustadas en el entrecejo. Quería limpiarse la sangre que le escurría por los párpados, pero los brazos no le respondían: se había hecho añicos los huesos de la muñeca izquierda y el an—tebrazo derecho. La palanca de cambios le había destrozado la rodilla derecha, pero lo que más le dolía era el costado izquierdo; cada vez que respiraba, sentía allí una intensa punzada. Aturdido y a punto de vomitar, se apoyó contra la camioneta y trató de mantener la calma.Sintió entonces como si estuviera hundiéndose en arena movediza. ¡Rápido, apártate de aquí!, se dijo. A unos cinco metros de distancia vio un islote de hierba del tamaño de un cuarto pequeño. Gimiendo de dolor, sacó un pie del cieno con gran dificultad, luego el otro y, arrastrándose con los brazos pegados al pecho, consiguió por fin llegar al trozo de pastizal.Jadeando, recorrió con los ojos la pared del socavón en busca de una salida, pero no la había. Estoy atrapado, pensó. Supuso que su mujer estaría preparando la cena, y que ni ella ni sus hijos lo iban a echar de menos hasta unas dos horas más tarde. Se hizo un silencio sepulcral, tan sólo roto por los derrumbes que seguían produciéndose de vez en cuando. Malherido y abandonado a su suerte, Washam se sintió más solo y asustado que nunca.De pronto una voz lo sobresaltó. Se limpió la sangre de los párpados restregándose con el hombro y, al levantar la mirada, vio a un hombre asomado al borde del socavón.—¡Aquí estoy! —gritó.—¡Aguante! —lo animó Groulx y en seguida se perdió de vista.Es un milagro que esté vivo, pensó éste, asombrado de que no hubiera muerto después de caer desde aquella altura. Entonces llegaron corriendo Denis Robert y sus cuñados.—Hay un hombre allí abajo —les dijo Groulx.—Tenemos que ayudarlo —repuso Robert.—En la camioneta traigo una cadena de diez metros; podríamos amarrarla a un árbol —terció McBride, señalando una arboleda que había a la orilla del socavón.—Yo tengo una cuerda de 15 metros —añadió Groulx—. Si las unimos, tal vez podamos alcanzarlo.McBride afianzó la cadena a un árbol y luego arrojó al socavón la cuerda atada. Asiéndose de ésta, Robert y Groulx bajaron por la escarpada pendiente desprendiendo grandes terrones a su paso. Al llegar al lodo, Robert se soltó y de inmediato se hundió hasta los muslos.—¡Cuidado! —gritó, agarrándose de una roca—. ¡Esto parece arena movediza!AGUANTANDO el dolor, Washam se incorporó hasta quedar casi sentado. Aunque apenas hacía media hora que estaba allí, le había parecido una eternidad. Frente a él, el socavón se abría en abanico hasta el río, que se había convertido en un tremedal de cieno y árboles caídos. Arriba, a su derecha, veía asomarse a veces a alguien desde el camino y, a su izquierda, en la otra orilla del precipicio, empezaba a formarse un grupo de curiosos.
Se volvió y vio con sorpresa que venían bajando dos hombres. "¡Gracias a Dios!", musitó. Los vio descender penosamente y ayudarse a salir del fango cuando se atascaban. Diez minutos después llegaron por fin a su lado.—¡Cuánto me alegro de verlos! —exclamó.—Tranquilo —repuso Robert—, se va a poner bien.Como Groulx tenía conocimientos de primeros auxilios, se arrodilló junto a Washam a revisarle las heridas. Lo primero que debía hacer era contener la hemorragia de la frente.—No conviene moverlo —le dijo a Robert—. Está muy malherido y no podemos subirlo con la cuerda. Necesito un botiquín.Robert le dio instrucciones a gritos a McBride, y éste, que llevaba un botiquín en su camioneta, le arrojó el estuche junto con un recipiente lleno de agua. Groulx pudo así limpiarle la cara a Washam y vendarle la frente.—Hay que hacerlo hablar para evitar que entre en choque —susurró a Robert.EL AGENTE DE POLICÍA John Courville llegó al sitio del accidente a las 4:40 de la tarde.
—Mi cuñado y otro hombre están socorriendo a un herido allí abajo —le explicó McBride.Courville pidió ayuda por radio.—Una camioneta cayó en el derrumbe de la carretera —dijo— y hay que sacar a un herido.Acto seguido solicitó un helicóptero. Asomado al borde del socavón, McBride anunció a los que estaban abajo:—¡Ya viene un helicóptero!Entonces se desató un recio aguacero y aparecieron nubes de mosquitos por todas partes.—Aguante un poco más —le dijo Groulx a Washam, que había empezado a tiritar.—¡Necesitamos una chaqueta para mantenerlo caliente! —gritó Robert.McBride le arrojó la prenda, y con ella y una manta abrigaron al herido.A las 5:10 oyeron el traqueteo del helicóptero.—¡Aquí vienen por fin! —exclamó Robert.Washam sonrió débilmente y dijo:—Tendré que invitarles una cerveza cuando nos saquen de aquí.Había transcurrido casi una hora y media desde su accidente. Pero la sonrisa se les borró del rostro cuando vieron que el helicóptero se alejaba.—¿A dónde diablos van? —bramó Robert.—Yo creo que no pueden aterrizar en este lodazal —comentó Groulx.Robert volvió a arrodillarse junto a Washam.—No se inquiete —le dijo—. Ya se las arreglarán para bajar a ayudarnos.En eso, un ruido atronador los hizo estremecerse. Robert alzó la mirada y vio a la gente alejarse corriendo de la orilla mientras se desprendía otro pedazo de tierra. Media hectárea de bosque cayó al abismo empujando un muro de lodo y desechos. El alud golpeó con violencia el islote en que estaban los tres hombres y lo arrastró hacia el río de fango.—¡Arriba! —exclamó Robert.Entre él y Groulx cogieron a Washam de la camisa y se levantaron de un salto. El refugio flotante siguió dando bandazos y resbalando por la pendiente hacia el río.—¡Al centro! —agregó Robert.Se colocaron en medio del islote y protegieron al herido con sus cuerpos mientras el aluvión los arrastraba.—¡Cuidado! —clamó Groulx al ver aparecer una grieta entre sus piernas.Alcanzaron a hacerse a un lado antes de que se desprendiera un trozo de tierra de medio metro y el fango se lo tragara. El islote resbalaba cada vez más de prisa. Si esta cascara de nuez se vuelca, seremos hombres muertos, pensó Robert.—¡Prepárense a saltar si esto se hunde! —advirtió.Empavorecido, Groulx tragó saliva mientras sujetaba a Washam de los hombros. Se concentró en mantener un poco dobladas las rodillas para no caer ni soltar al herido. ¡Por favor, Dios mío, imploró, déjame volver a ver a mi hijo!Washam apretó los dientes para soportar el dolor que le causaban las sacudidas. De pronto el islote se detuvo. Durante varios minutos siguieron meciéndose como si estuvieran flotando y luego el movimiento cesó. El torrente de lodo los había arrastrado 30 metros hacia el río.—¡Por poco no lo contamos! —dijo Robert, dando un suspiro de alivio.Se quedaron inmóviles, aferrados unos a otros y sobresaltándose con cada ruido. Washam apenas podía tenerse en pie y no dejaba de gemir. Lo ayudaron a sentarse y Groulx se acuclilló para que apoyara la espalda en sus rodillas.El herido se estremecía de frío y cansancio. Al envolverlo con la chaqueta y protegerlo de la lluvia con el cuerpo, Groulx notó que también a él le estaban temblando las manos. Entonces Robert y él empezaron a turnarse para vigilar por si ocurría otro derrumbe.—Hoy es la primera vez que me toca festejar como papá el Día del Padre —dijo Groulx en voz alta para hacer hablar a Washam.Sin embargo, al poco rato el herido se quedó callado. Perdía y recobraba la conciencia alternativamente, y no hacía más que gemir.Groulx miró su reloj: eran las 5:40. Estaba oscureciendo y empezaba a hacer frío.—Más vale que se den prisa en llegar —murmuró Robert.Precisamente en ese momento oyó un ruido rítmico y se puso en pie de un salto. El ruido fue haciéndose más intenso y entonces apareció en la penumbra un enorme helicóptero.—¡Aquí vienen de nuevo! —exclamó, y Groulx y él prorrumpieron en muestras de júbilo.Washam abrió los ojos y vio un imponente aparato rojo y amarillo.—¡ALLÍ ESTÁN! —dijo el piloto al ver a los tres hombres encaramados en un islote en medio del lodazal—. No va a ser fácil sacarlos. —Como la ráfaga descendente del helicóptero podía causar más derrumbes, avisó a la tripulación—: El helicóptero no puede bajar más; tienen que descolgarse desde aquí.
Mientras el piloto mantenía el aparato suspendido a unos 30 metros de altura sobre el islote, el mecánico de a bordo ayudó a dos socorristas a colocarse sus respectivos arneses de seguridad y los descolgó por medio de un cabrestante.Los socorristas estabilizaron los signos vitales de Washam, le inmovilizaron las partes fracturadas y le inyectaron un sedante. Veinte minutos después, del helicóptero bajó una barquilla en la que colocaron al herido y, luego de sujetarlo bien, lo izaron al aparato. Una vez que subieron también a Groulx, a Robert y a los socorristas, el piloto enfiló hacia un hospital cercano.
Aterrizaron a las 6:42 de la tarde y Washam fue trasladado a la sala de urgencias. Al cabo de media hora, una enfermera salió a decir a Groulx y a Robert que el herido estaba bien.—Quiere verlos —añadió.—¿Cómo puedo agradecerles que me hayan salvado? —les preguntó Washam.—Pues usted prometió invitarnos una cerveza... —respondió Robert sonriendo.Poco después de que éste y Groulx se hubieron marchado, llegaron la esposa y los hijos de Washam. No podía haber recibido un mejor regalo del Día del Padre.A la mañana siguiente unos cirujanos le implantaron una placa metálica en el antebrazo, le enyesaron la muñeca fracturada y le drenaron 25 mililitros de sangre derramada de la rodilla izquierda.Cuatro días después, su esposa se lo llevó a casa. Permaneció dos meses con una pierna y ambos brazos enyesados, y antes de poder volver a trabajar tuvo que someterse a una fisioterapia de 30 días de duración.EL 17 DE MAYO de 1994, Roméo Le—Blanc, gobernador general de Ontario, concedió la Medalla a la Valentía a Robert y a Groulx. "Arriesgaron la vida para salvar a un desconocido", les dijo, dándoles un afectuoso apretón de manos.