Publicado en
octubre 02, 2009
Varios siniestros misteriosos que tenían aterrorizada a cierta sección residencial de Boston hicieron sospechar a unos jóvenes residentes que eran obra de incendiarios. La investigación que emprendieron obligó a las autoridades de la ciudad a desenmascarar a los culpables.
Por Joseph Blank.
EL BARRIO conocido como la sección de Fenway, en la parte norte de Boston en el Estado norteamericano de Massachusetts sufría una serie de incendios que lo arrasaban poco a poco. En tres años, a partir de 1973, 29 de las 74 construcciones que se alzaban en las vías paralelas de calle Symphony y avenida Westland quedaron destruidas o gravemente dañadas a consecuencia del fuego.
Los habitantes de Fenway pasaban los días alarmados y temerosos. "Nunca abandonaba nuestro pensamiento la posibilidad de que estallara un nuevo incendio", cuenta David Scondras, instructor universitario, de 33 años de edad. "La sirena de los bomberos me dejaba paralizado. Todos nos preguntábamos si sería nuestra casa el próximo pasto de las llamas". Comenta Jack Mills, de 25 años, organizador de la comunidad: "El misterio de aquellos incendios pendía como una espada sobre mi cabeza", Michael Altamarie, maestro de una guardería, añade: "Intuíamos que estaba ocurriendo algo incomprensible, pero ¿qué podía ser? ¿Algún incendiario loco? ¿Sería cosa de la Mafia? ¿O estaba alguien incendiando el barrio para comprar después nuestras fincas a precio de ganga?"
Pocos residentes del lugar se acostaban tranquilos. Aun en su sueño les inquietaba el estallido de un incendio. Algunos habían acercado la cama a la puerta de entrada. Varias familias dormían con la ropa puesta. Otras tenían una maleta preparada para salir corriendo.La inquietud general resultaba especialmente penosa para los ancíanos. "Día y noche me dominaba el miedo", declara la esposa de Freddie Lewis. "Siempre, tenía la ropa lista para echármela encima. Durante el invierno, ponía además junto a ella la cadena y el suéter de mi perrito".
Scondras, Mills y otros jóvenes residentes de la sección decidieron combatir sus temores y salvar de las llamas al barrio de Fenway. ¿Por qué no se mudaban a otro sitio? Entre otras razones, porque les agradaba la gente —la rara mezcla de razas, edades y profesiones— y el fácil acceso de la comunidad a diversas instituciones culturales y al centro de Boston.Por otra parte, los jóvenes habían invertido mucho tiempo y grandes esfuerzos en obras cívicas. Fundaron guarderías y centros de salud, convirtieron en parque de juegos lo que era un terreno baldío propiedad del municipio. También habían organizado una comisión de inquilinos que demandaba ante los tribunales a los dueños de los edificios cuando violaban el reglamento de construcciones.
Además, se juzgaban obligados ante sus vecinos. Gaye Martin, enfermera de 35 años de edad, explicaba: "A personas como David, Jack y yo misma nos habría sido fácil liar nuestros bártulos y marcharnos de aquí, pero eso no habría sido tan sencillo para las personas de edad. Viven de rentas modestas y fijas y han echado raíces aquí. Las consideramos amigas, y queríamos permanecer a su lado".
Así pues, en el otoño de 1973, una docena de jóvenes, entre ellos Scondras, decidieron descubrir la causa de los incendios. Examinaron los registros públicos de la propiedad y se entrevistaron con todo el que pudiera proporcionarles informes, buscando descubrir alguna constante en el fondo de aquellos siniestros. A la larga dieron con una: ninguno de los edificios, al incendiarse, estaba ocupado por su propietario; todos estaban deshabitados u ocupados sólo parcialmente; muchos dueños se hallaban en mora en el pago de impuestos o de hipotecas; todos los edificios destruidos por el fuego estaban en malas condiciones, descuidados por completo, o infringían los códigos de sanidad o contra incendios. Las construcciones en buen estado no ardían.
Scondras y otro investigador del equipo pasaban cierto día frente a los esqueletos calcinados de los edificios números 37, 41 y 43 de la calle Symphony. Al volverse a mirar las desiertas estructuras, una idea tomó forma en el pensamiento de Scondras, y se la hizo notar a su compañero: "Antes de que estos edificios se incendiaran, los inquilinos habían encontrado más de 100 infracciones a los reglamentos de sanidad, construcción y protección contra incendios. Los propietarios hicieron caso omiso de las quejas, por lo cual los ocupantes acudieron a los tribunales. En el ínterin, los edificios cambiaron de propietario dos veces, y antes de tres meses de la última venta tres incendios destruyeron los edificios. Es demasiada coincidencia. Me pregunto si los dueños decidieron no gastar en la reparación de propiedades que no les dejaban beneficio y optaron por prenderles fuego para cobrar el seguro".
Scondras pidió a un compañero entrevistarse con el teniente detective James DeFuria, investigador jefe, en la oficina de Boston, del comisionado contra incendios en el Estado, para comprobar sus sospechas de fuego intencional con fines de lucro. DeFuria había investigado los incendios y había redactado los informes oficiales al respecto, en los que atribuyó los siniestros a un cigarrillo arrojado accidentalmente, a la defectuosa instalación eléctrica, y a la participación de vándalos.
Señalaron al detective que el fuego causado por los cables defectuosos había ocurrido en un edificio de que era copropietario Francis Fraine, inspector oficial de instalaciones eléctricas. ¿No resultaba sospechosa la circunstancia? DeFuria rechazó tal idea; el casero no puede pasarse la vida examinando cada vivienda para ver qué hace el inquilino con la instalación eléctrica. En respuesta a la pregunta sobre la posibilidad de un incendio premeditado, el investigador replicó: "Es posible que un propietario contrate los servicios de un incendiario y le encomiende un trabajito. Pero no se le puede comprobar. Intentarlo es perder el tiempo".
Scondras quedó completamente insatisfecho con el resultado de la entrevista. Pero la frustración ya le era familiar. Él y su equipo de investigadores habían obtenido respuestas semejantes al dirigirse a la dirección de policía, al cuerpo de bomberos, al consejo urbano e incluso a la oficina del alcalde. Los diarios de Boston habían publicado algunos artículos acerca de la alarmante sucesión de incendios registrados en la sección de Fenway, pero sus informaciones no consiguieron que las autoridades intervinieran. Los incendios siguieron.
Las cosas cambiaron el 12 de septiembre de 1976, cuando las llamas destruyeron otro edificio en Fenway, que tuvieron que abandonar 26 residentes y donde murió un niño de cinco años. Tras este suceso, durante una reunión celebrada en el sótano de una iglesia, Scondras, Mills y unos 125 vecinos más expresaron su indignación. Era necesario tomar medidas. Mills, hablando en nombre del cuerpo de investigadores, declaró: "Lo mejor que podemos hacer es persistir en la obra que hemos emprendido; continuar nuestras pesquisas y reunir más pruebas para convencer a las autoridades de que deben poner remedio a estos incendios". Y adoptaron un nombre: The Symphony Tenants Organizing Project (STOP, lo que en inglés significa alto), o Proyecto de Organización de Inquilinos de Symphony.
DURANTE LOS meses siguientes, el STOP llevó adelante una activa investigación con objeto de precisar a quiénes habían citado judicialmente por violaciones a los reglamentos de sanidad y de seguridad contra incendios, quiénes eran los dueños de las fincas y por qué manos había pasado su propiedad, a cuánto ascendían las hipotecas en cada operación de compraventa y de qué cuantía (donde fuera posible precisarlo) habían sido las indemnizaciones cubiertas por concepto de seguros. Al terminar el año, el STOP había concluido su tarea. Ya podría definir las manipulaciones comerciales y financieras que precedieron a un incendio provocado en busca de lucro.
Veintidós representantes del STOP se reunieron a principios de 1977 con Francis Bellotti, procurador general del Estado de Massachusetts, y con el subprocurador, Stephen Delinsky, jefe de la sección de criminología. Relataron a los funcionarios el terror y las noches de insomnio que causaban los incendios; luego, con ayuda de mapas y cartas de la zona, en que estaban señalados los edificios destruidos o dañados por los incendios, Scondras ilustraba la línea que habían establecido las investigaciones efectuadas por el grupo. "El problema empieza cuando un propietario tiene un edificio que no consigue vender y que ya le resulta una carga. ¿Qué hacer? ¿Dejar que el municipio lo remate para cobrarse los impuestos insolutos? ¿O que la compañía hipotecaria lo embargue? La única manera de obtener algún beneficio o salir de deudas consiste en incendiar la finca y cobrar la póliza de seguro".
"La circunstancia reveladora", continuó Scondras, "estriba en que el edificio descuidado, casi vacío, se vende una, dos y quizá tres veces, en pocos años y a precio más alto en cada operación. Esto quiere decir que los vendedores y los compradores están en complicidad para prenderle fuego finalmente a la construcción".
"Permítanme explicarle la historia económica de los edificios números 37, 41 y 43 de la calle Symphony. En los cuatro años anteriores al incendio que los destruyó cambiaron de propietario seis veces. Mientras iban deteriorándose, su valor teórico, respaldado por algunas reparaciones que daban la falsa impresión de remodelado, aumentaba de 230.000 a 545.000 dólares, que era la suma asegurada. Poco tiempo después de la última venta los edificios ardieron".
Bellotti y Delinsky quedaron impresionados por la labor de investigación del STOP y se mostraron deseosos de poner coto a los tremendos sufrimientos humanos que estaban provocando los incendiarios. También ellos habían investigado la ola de incendios misteriosos, pero no descubrieron pruebas convincentes en el área de Boston para presentar en un tribunal.
"El incendio por lucro es el único crimen violento cometido entre nosotros por gente de clase media", comenta Delinsky. "Causa la muerte a personas inocentes, trastorna gravemente la vida de muchas familias, acelera la decadencia urbana y mina la base de los impuestos. Los negociantes que se esconden tras estos crímenes son gente perversa, inhumana, totalmente insensible a los sufrimientos que causan". Pero ambos funcionarios sabían que los jurados de un tribunal no suelen emitir veredicto de culpabilidad por incendio intencional si las pruebas presentadas son sólo circunstanciales. Era importante obtener el testimonio de testigos.
La reunión que tuvieron con los del STOP convenció a Bellotti y a Delinsky de redoblar sus investigaciones. A consecuencia de ellas, empezaron a perfilarse pistas importantes, y Delinsky formó rápidamente un cuerpo de 50 investigadores privados y oficiales, policías, abogados y contadores que se encargaría de montar un ataque decidido contra los incendiarios.
En junio del mismo año, Delinsky halló la oportunidad que buscaba. Los análisis obtenidos de los registros de construcción y de incendios, y la ayuda de testigos y de indicios, los condujeron a George Lincoln, incendiario, y más tarde a Francis Fraine, propietario de bienes raíces e inspector oficial de las instalaciones eléctricas. Delinsky tenía pruebas de que estos dos individuos estaban complicados quizá con una veintena de hombres de negocios en la empresa de incendiar edificios. Sin embargo, acusarlos no era tan importante como obtener su cooperación para poner al descubierto toda la banda de incendiarios. Delinsky necesitaba que declararan sobre la conspiración, a cambio de lo cual la Suprema Corte de Justicia de Massachusetts garantizaba a Frafné la inmunidad que había pedido a su favor el procurador general. En cuanto a Lincoln, le ofrecieron recomendar que no lo encarcelaran. Así pues, ambos accedieron a testificar.
Delinsky y su personal presentaron en otoño de 1977, sus conclusiones ante el gran jurado, el cual formuló secretamente 121 acusaciones formales contra 33 individuos: desde incendio intencional hasta fraude (por haber presentado falsas reclamaciones a las aseguradoras) y asesinato. Estaban implicados unos 30 edificios, hubo tres muertos y muchos heridos y quedaron cientos sin hogar. El total de las indemnizaciones reclamadas a las compañías de seguros había sido de seis millones de dólares.
En allanamientos practicados antes del alba, el 17 de octubre de 1977, la policía estatal recorrió el distrito de Suífolk, y los pueblos y ciudades comprendidos en el área metropolitana de Boston, y arrestó a 22 de los acusados. Entre los que allí figuraban, el nombre que mayor asombro causó fue el de James DeFuria, el investigador que había desestimado las denuncias presentadas por Scondras en 1975. Entre los detenidos había varios ex funcionarios de elevada posición en el cuerpo de bomberos, un antiguo financiero de la Bolsa de Valores de Boston, algunos tasadores de compañías de seguros, abogados, corredores de bienes raíces, el presidente de una compañía financiera, agentes de seguros y hombres de negocios. Todos, declaró el procurador general Bellotti, aparecían "implicados en una vasta conjuración para incendiar el distrito de Suflolk con fines de lucro".
EN LA AUDIENCIA de marzo de 1978, DeFuria se confesó culpable de siete de los cargos que se le hacían, entre ellos aceptar sobornos y falsear los informes oficiales relativos a los incendios. En consecuencia, fue condenado a purgar de 10 a 12 años de prisión. Al terminar la primavera, ocho acusados más habían sido ya juzgados, y siete fueron declarados culpables (dos de ellos apelaron contra la sentencia).
"Desde que se presentaron las acusaciones", dice Delinsky, "las primeras cifras indican que los incendios de origen sospechoso han disminuido un 35 por ciento. Ello prueba que la sociedad no está indefensa contra este crimen".
La victoria ganada en los tribunales fue muy bien recibida, pero el efecto más importante logrado por la campaña del STOP es la que significó, por ejemplo, para la esposa de Freddie Lewis. "Ya no tengo miedo", asegura. "Y esta tranquilidad se la debo a los jóvenes del STOP". En noviembre de 1977 el poder legislativo del Estado de Massachusetts ensalzó oficialmente a esta agrupación por haber denunciado la conjuración urdida para provocar incendios por lucro, la más grande registrada en los Estados Unidos. La comunidad ha ido más allá: ha formado un organismo para mejorar la situación urbana reconstruyendo los edificios incendiados.
Los resultados alcanzados no han hecho que cese la lucha contra el incendio por lucro. Valiéndose de los conocimientos del STOP respecto a las razones por las cuales se deteriora un edificio y de las maniobras financieras que preceden a la "quema", los representantes de la comunidad, con la ayuda de una asignación federal, preparan un programa de computadora para predecir la probabilidad de cualquier incendio intencional e indicar cuándo y cómo deberá intervenir el gobierno para evitar la consumación del delito.