Publicado en
octubre 02, 2009
DURANTE LOS ataques aéreos alemanes a Plymouth (Inglaterra), en 1940, mi madre y yo acabábamos de regresar a casa después de haber prestado 36 horas de servicio en la estación de la Guardia Civil Antiaérea. Llegábamos casi desfallecidas, pero sonó la sirena y tuvimos que meternos precipitadamente en el abrigo antiaéreo. Mi tía abuela, que se hallaba sentada tejiendo en su rincón de costumbre, dijo alegremente: —Al menos, las bombas le hacen olvidarse a uno de la guerra, ¿no es cierto?
—M.M.
EN LA CIUDAD de Rockhampton, en Queensland (Australia), un grupo de reclutas hacía un simulacro de invasión. Por la radio se pidió a los residentes que no se alarmaran si oían cañonazos y fuego de fusil y se comportaran tal como si la invasión fuese de verdad. Los habitantes interpretaron mal la petición. Un grupo resuelto de muchachas adolescentes hizo los primeros prisioneros, y fue entonces cuando los militares trataron (ya demasiado tarde) de aclarar sus intenciones. Muy pronto veintenas de civiles, en automóviles y a pie, estaban entregando prisioneros al estado mayor. Cuando terminó el simulacro, los invasores no habían volado ni un objetivo y las defensas oficiales quedaron sin ensayar.
—M.F.
NAVEGÁBAMOS con destino a la India y el gran barco de tropa en que viajábamos cruzaba el Canal de Suez cuando, de repente, una ráfaga de viento hizo virar la embarcación, de suerte que la proa quedó clavada en una orilla y la popa en la otra.Esa noche un soldado, respetando la estricta censura impuesta a la correspondencia, le escribía a su familia: "Aunque no nos es permitido decir dónde estamos, les diré que por ahora hemos tocado tierra de punta a punta".
—M.R.F.