Publicado en
octubre 02, 2009
POR COINCIDENCIA, mi concuña y yo dimos a luz en el mismo hospital y en la misma fecha. Cierta mañana en que estaba de visita mi marido, bajamos los tres a la sala de cuna y le pedí a la enfermera que nos permitiera ver a los dos niños Yáñez. Creyendo que eran gemelos, preguntó por la madre.
—Yo soy la señora Yáñez —contesté.
—Yo también soy la señora Yáñez —añadió mi concuña.
—Y yo, el señor Yáñez —apuntó con orgullo mi marido.
—G.Y.
ESTANDO SENTADAS una tarde en el patio, mi hija de 18 años y yo vimos pasar a nuestra gata.
—Ese animal se da la gran vida —observé—. Entra y sale cuando le da la gana.
—¡Claro! Es que no vive con su madre.
—N.S.
MI HERMANA y yo pasábamos una temporada en casa de una tía, que vive en un pueblecito olvidado por el tiempo y el tráfico. Un día que resolvimos llevar al correo unas postales, mi tía, al explicarnos cómo llegar, advirtió: "Tengan mucho cuidado al atravesar la calle, algunas veces pasan coches en ambas direcciones".
—M.M.H.
RECIÉN TRASLADADOS a una nueva escuela, invitaron a mi hermano a una fiesta de cumpleaños que sería sorpresa. Se resistía a ir porque no creía conocer al festejado.
—¡Pero si eres tonto! —observó mi madre— Si no te conociera, su mamá no te hubiera convidado.
Y lo despachó en seguida. Cuando volvió a casa, mamá le preguntó cómo le había ido.
—Verás —contestó malhumorado—; todos nos escondimos detrás de un sofá. En cuanto llegó el festejado saltamos del escondite y gritamos: "¡Sorpresa!" Se me quedó mirando y, señalándome, preguntó: "¿Quién es ese?"
—S.M.B.
MI HIJITA salió a recibirme con la noticia de que había resuelto hacerse enfermera cuando fuera grande. Yo acababa de regresar de una reunión de un club feminista.
—¿Enfermera? No debes conformarte con eso sólo porque eres mujer. No, Elisa; tú podrás ser cirujana, abogada, banquera y hasta presidenta de la nación, si te lo propones. ¡Podrás ser lo que se te antoje!
—¿De veras, mamá? ¿Puedo ser cualquier cosa?
Mé miró, como dudando, y luego exclamó con el rostro iluminado:
—Entonces... ¡seré caballo!
—M.F.Q.
CONDUCÍA POR la carretera cuando oí un extraño ruido metálico, pero seguí adelante sin darle importancia. En casa comprobé que se había desprendido un tapacubos del auto. Dos semanas después, en el mismo tramo, avisté la pieza a la orilla de la carretera. Adentro encontré una nota que decía: "He estado esperándote".
—C.G.
NUESTRO HIJO adolescente, acompañaba por primera vez a una joven a un baile. Al salir de casa, mi esposa le recomendó:
—Compórtate como un caballero y no vayas a llegar tarde a casa.
Empezamos a preocuparnos cuando las manecillas del reloj pasaron de las 11:45. Mas, al dar las 12 en punto, mi mujer se puso en pie y anunció resueltamente:
—Hasta la medianoche me preocupo yo. De aquí en adelante, que se preocupe la madre de la chica.
—H.L.
EL PADRE de un amigo mío, que va llegando ya a los floridos cien años de edad, comienza igual cada día desde que yo recuerdo. Se levanta, abre una ventana, aspira hondamente el aire fresco de la mañana y, mientras contempla largo rato el mundo que va iluminándose, dice:
—Bien; Dios ya ha hecho su parte; ahora me toca a mí.
Luego sale con paso firme a encarar alegremente las aventuras que le depare el nuevo día.
—S.W.D.
APARECIÓ UNA mañana en un negocio de lavado de autos este letrero: "Al lavarle su coche le regalamos un lindo gatito". Por lo visto no funcionó la promoción como esperaban; pasados unos días el anuncio decía: "Llévese un gato y le lavamos gratis su coche".
—H.CS.
AL LLEGAR el autobús, la fila de los que esperábamos empezó a avanzar y una señora corpulenta se volvió para decirme con aspereza:
—¡No empuje!
Cuando por fin le llegó el turno de subir al vehículo, agarró el pasamanos e hizo un esfuerzo supremo, pero inútil. Entonces se volvió y susurró:
—Ahora sí, ya puede empujar.
— S.P.R.
ESTÁBAMOS A PUNTO de salir para ir a cenar con unos amigos, cuando sufrí una hemorragia nasal, así que mi esposa me ató una cuchara helada a la nuca. Pasado el incidente, nos olvidamos de la cuchara. Al terminar la velada y mientras nos despedíamos de nuestros anfitriones, el utensilio se me deslizó de repente por una pierna del pantalón e hizo en la escalera el estruendo de un juego completo de cubiertos.No sabemos si nuestra explicación fue convincente. Lo cierto es que desde entonces no han vuelto a invitarnos.
—F.L.D.
UNA AMIGA, cuyos hijos suelen criar animales domésticos, se asomó cierto día a la ventana y vio a un joven a la puerta.
—¿Puedo servirle en algo?
—A mí no, señora; pero aquí hay un conejo y creo que no alcanza el timbre.
—H.B.