FRANCO ZEFFIRELLI, O LA ALEGRÍA DE CREAR
Publicado en
octubre 18, 2009
Su vigor latino y una fuerza implacable para alcanzar la perfección, han hecho de este polifacético italiano un maestro del teatro y del cine, aclamado internacionalmente.
Por Jeff Davidson.
EL ESCENARIO del gran Staatsoper de Viena se asemeja menos al fausto de un gran teatro de ópera que al tren subterráneo en la hora clave. Unos cientos de comparsas parcialmente vestidos se arremolinan sobre el foro sin terminar. Una compañía de bailarines españoles zapatea cerca de las luces y la orquesta trompetea y silba en ruidoso y caprichoso afinamiento. Faltan menos de 10 días para el estreno de la más fastuosa producción de Carmen, conocida en Viena... sin embargo, parece que se necesitarían 10 años para ordenar la confusión.
De repente aparece en el escenario una figura esbelta que irradia autoridad. Acorrala a un grupo de soldados en desorden y los trasforma en un apretado pelotón, bate palpas al son de un rápido ritmo flamenco, y gira con los bailarines. Con gracia atlética, se sube a un tonel de vino para supervisar la escena, y se lanza de nuevo entre el gentío para colocar el manto de una gitana. "Bien, meine Damen und Herren, a sus lugares, da capo, s’il vous plaít!" llama en una sola frase en cuatro idiomas.
Empieza la música y el confuso escenario se trasforma súbita y mágicamente, en una bulliciosa y alegre taberna andaluza. Es una ópera francesa, interpretada por una soprano escocesa, un tenor español, un contralto y barítono rusos, un coro austríaco y un director alemán. Pero la figura que con autoridad amalgama todo es el mago italiano llamado Franco Zeffirelli.
Genio de las tablas, deslumbrantemente polifacético, Zeffirelli siempre ha trascendido las fronteras nacionales. Ha dirigido en los dos grandes templos del teatro, el Nacional de Londres y la Comedia Francesa de París.
Los rusos formaron fila durante horas para ver su película Romeo y Julieta y recibieron las escenas principales con ovaciones prolongadas. Y, hasta la fecha, muchos millones de personas alrededor del mundo vieron su producción de televisión Jesús de Nazaret, que ya se ha convertido en un clásico de Semana Santa.
Zeffirelli parece recrearse con el movimiento, la distancia y el cambio. Desde Los Angeles —donde rodó su primera película norteamericana, El Campeón— parte hacia Viena. De Viena, a un fin de semana en Atenas para asistir al estreno de Jesús. Después —vía Roma— a Rio de Janeiro para escenificar una nueva celebración de La Traviata. De ahí vuelve a Los Angeles para trabajar en su próximo proyecto cinematográfico.
El secreto de tanta energía sin límite, según el Dr. Marcel Prawy, asistente del director general de la Opera de Viena, es que "trabaja con el puro goce humano de la creación".
Zeffirelli ha compartido esa alegría con muchos de los más grandes actores de nuestro tiempo: María Callas, Joan Sutherland, sir Laurence Olivier y su esposa Joan PÍowright, Alee Guinness, John Gielgud, Anna Magnani... La realeza del teatro se entusiasma ante una oportunidad de trabajar con él... aun en papeles pequeños. Sin embargo, después de una de sus legendarias buscas de reparto, que puede extenderse a varios miles de pruebas, puede ocurrir que escoja a simples desconocidos. Para los papeles principales de su película sobre San Francisco de Asís, Hermano Sol, hermana Luna, eligió a Judi Bowker, de 17 años, cuya foto encontró en una revista, y a Graham Faulknér, que pocos meses antes había egresado de la escuela de arte dramático.
Ser dirigidos por él aparenta convertirse en una fuente de inspiración tanto para celebridades como para noveles. "Fue una experiencia mágica", comenta Robert Powell, el joven actor británico a quien Zeffirelli encomendó el papel de Jesucristo. "Nunca hubiera podido interpretarlo sin él. Yo sólo lo actué, él lo creó". Joan Plowright habla del tremendo entusiasmo que genera: "En media hora te puede mostrar cuatro formas diferentes, todas brillantes, de cómo desempeñar un papel".
EL SENTIDO DEL ESPECTÁCULO
Frente a Zeffirelli siempre está su visión particular de la obra de arte en la cual trabaja. Cuando un grupo de soldados romanos tardó en vestirse para una escena de Jesús, la cual dependía de un crucial ángulo del Sol, Zeffirelli, furioso, se negó a filmar y envió a los 2.000 comparsas a sus casas con un enorme costo para la producción.
"Unas veces estallo", reflexiona, "pero en mis adentros sé que tengo razón. En esos momentos no me importan las consecuencias. No chapuceo o saco provecho de las cosas". Su cara infantil se ablanda en una sonrisa picara. "Por supuesto, a veces toda esa furia está un tanto calculada: como el romper un plato, asegurándome de escoger uno que ya esté desportillado".
Quienes vieron sus producciones las recuerdan por la espectacular grandiosidad. Cuarenta espadachines chocan durante la representación de Romeo y Julieta entre la concurrencia del anfiteatro de Veroná; las abigarradas multitudes en Jesús, hormiguean hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua de los hebreos; las secuencias en las carreras y en el cuadrilátero de El campeón.
No obstante, Franco Zeffirelli prestará la misma atención al ángulo de un sombrero como al avance de un ejército. "Puede perder una hora moviendo un objeto un centímetro", dice Robert Powell. Una mañana temprano, durante un recorrido por Inglaterra, Joan Plowright lo descubrió en un cobertizo, donde había pasado toda la noche tiñendo una silla de un tono diferente de verde.
Esta insistente búsqueda de la perfección ha arrancado calificativos superlativos a los críticos de todo el mundo.
La revista norteamericana Lively Arts ("Artes gráficas") encontró que su Falstaff en Nueva York "superó a cualquier producción que jamás haya montado la Opera Metropolitana". Para el Times de Londres, su Norma hit "probablemente la producción más bella que la Opera de París haya visto en su vida". Y el diario brasileño O Globo declaró que su Traviata resultó la producción más bella en la historia del teatro de Rio...
DIGNO DISCÍPULO DE UN GRAN MAESTRO
Nacido en Florencia en 1923, Franco fue hijo ilegítimo de padres que estaban casados con otras personas, y su acta de nacimiento tenía una leyenda humillante: "hijo de padres desconocidos". El apellido Zeffirelli fue inventado. Después de la muerte de su madre, cuando tenía seis años, una tía bondadosa lo crió. Su padre, un próspero industrial textil, se ocupó de su instrucción, pero sólo reconoció oficialmente a su hijo cuando este cumplió 25 años.
Al finalizar la guerra, y por encima de las protestas de su progenitor, abandonó sus respetables estudios de arquitectura en la Universidad de Florencia y partió a Roma para ganarse la vida en los escenarios. Era tan impresionantemente bien parecido que todos le predijeron un destino de actor. Pero cuando un cazador de talentos de Hollywood ofreció al joven Zeffirelli un contrato para actuar durante siete años, este no aceptó y se convirtió en discípulo del maestro y director Luchino Visconti. En poco tiempo diseñaba el escenario para algunas de las producciones más importantes de Visconti. Sus atrevidas y originales escenografías hicieron que en 1952 lo invitaran a diseñar los decorados de una ópera en la reverenciada Scala de Milán. Cuando al año siguiente se le pidió que regresara para diseñar La Cenicienta de Rossini, se arriesgó y dijo que solamente aceptaría a condición de que también lo dejaran dirigir la ópera. La Scala aceptó, y así nació un director.
Zeffirelli surgió en escena con la profunda convicción de que el drama era tan vital para la ópera como la música, que una puesta en escena debería agradar tanto a la vista como al oído. "Hasta no hace mucho", dice sir John Tooley, director del Teatro Covent Garden de Londres, "la primera cantante enviaba a su doncella para indicar al director de escena dónde se colocaría Madam. Durante la representación Franco, asombró al público, volcando pasión y realismo en sus producciones. Nunca habían visto nada parecido y respondieron, función tras función, con ovaciones de pie e incontables subidas de telón".
Durante el rodaje de La Terra Trema ("La Tierra tiembla") de Visconti, Zeffirelli pasó seis meses en un pueblo siciliano, y recreó el detalle rico y auténtico de esa experiencia en su vibrante Caballería rusticana.
En la escena de la locura de Lucia di Lamermoor, la anteriormente inexpresiva y majestuosa Joan Sutherland se arrastró en el piso y desgarró su ropa. Para su producción teatral de Saturday, Sunday, Monday ("Sábado, domingo y lunes"), una típica comedia italiana, proporcionó al reparto de actores clásicos británicos un manual completo de instrucciones sobre los gestos de mano napolitanos, e hizo que prepararan en escena una salsa de espagueti, con ajo y cebollas fritas.
UN LATINO EN LONDRES
Un día de 1960 recibió una llamada de Michael Benthall, entonces director del afamado Oíd Vic de Londres, invitándole a poner en escena su próxima producción de Romeo y Julieta de Shakespeare. Sin poder creer que el señorial Vic honrase de tal manera a un italiano, quien ni siquiera había dirigido profesionalmente una obra de teatro en su propio idioma, creyó que se trataba de una broma. Pero cuando le siguió el contrato, empacó sus maletas e hizo historia en el teatro.
"Un milagro... una revelación, quizá hasta una revolución", escribió Kenneth Tynan, uno de los críticos de más autoridad en Inglaterra, sobre la impúdica y alborotante explosión de vida latina en el formal escenario del Vic. La gracia pálida y poética de las producciones tradicionales había quedado atrás. Zeffirelli hizo un corte a través del verso lírico hacia el corazón palpitante del drama. Su Romeo subía ardientemente a un árbol en pos de una Julieta que jadeaba en el balcón; como él los describió: "dos pequeños animales que nunca pudieron cortejarse a distancia". La escena del duelo con espadas, dotada de nueva excitación, mantuvo al borde de sus asientos al auditorio inglés, que conocía la obra de memoria.
VOLVER A NACER
El 16 de febrero de 1969 fue el punto crítico en la vida de Zeffirelli... y casi el final de ella. Esa nevosa mañana de domingo lo persuadieron de aceptar ir en auto a Florencia con la estrella de cine Gina Lollobrigida. En las inmediaciones de Orvíeto el auto resbaló y, fuera de control, se estrelló contra un terraplén. Franco salió lanzado por la ventana y chocó contra un muro de piedra. Se le dio por muerto hasta que un policía observador notó que una de sus heridas aún sangraba. Se había fracturado 18 huesos en la cara y perdió la vista del ojo derecho.
Durante los largos meses de convalecencia, reexaminó todos sus patrones de vida y de trabajo. "Hasta ese momento", me dijo, "actuaba como si tuviera permanentemente 16 años. Daba todo por hecho, lo había conseguido tan fácilmente".
Acostado en la callada oscuridad sintió que su fe religiosa crecía y creaba en él un nuevo sentido de responsabilidad para utilizar su talento en la proclamación de los valores humanos y espirituales. En los años que siguieron a su accidente, ha llegado a públicos mayores con los sencillos e intemporales mensajes de fe, los lazos de familia, el idealismo juvenil y la dignidad humana. A través de la televisión ha sacado la ópera de la limitada flor y nata del teatro de ópera, y la ha llevado a decenas de millones de hogares a través de Europa. Y consagró tres años de su vida a filmar Jesús de Nazaret.
A pesar de su estilo de vida internacional, las raíces de Zeffireili continúan en su nativa Italia. Está profundamente encariñado con sus dos hogares: una villa rústica y frondosa cerca de la antigua Via Appia romana, y un brillante palacio blanco de verano anidado en ricos jardines al borde de un precipicio, sobre la bahía de Positano. Le gusta llenar su casa de flores, de animales y, sobre todo, de gente. Anfitrión cordial y generoso, a menudo tendrá de 15 a 20 amigos para el almuerzo que prepara él mismo. Cuando está rodeado de sus huéspedes hambrientos, probando la salsa y sirviendo tallarines, parece hallarse en su momento más feliz y descansado.
Aunque por la noche solamente duerme unas tres o cuatro horas, odia abandonar el día que termina, aun después de un agotador programa de ensayo. Cierta noche dura y larga, habíamos descansado mirando cuatro películas viejas y ya amanecía sin que terminara la velada.
Dos horas después, cuando fui a despertarlo para un ensayo, estaba totalmente vestido, de pie ante la puerta, un tanto pálido. "Soy viejo, rico y famoso", se lamento, "entonces, ¿por qué tengo que hacer esto?" Una sombra de sonrisa. De repente pasó por la puerta y ágilmente marchó en dirección del Teatro de la Opera. "¿Sabes?", dijo al tiempo que enlazaba su brazo en el mío, "si no fuera un toscano tan melancólico debería de admitir que soy el hombre más feliz de la Tierra".