Publicado en
octubre 02, 2009
Cuando nos dimos cuenta de que nuestra perra estaba preñada, especulamos mucho sobre quién sería el padre de los cachorros. Todos esperábamos con ansiedad el día del nacimiento, pues los perritos nos sacarían de dudas. Pero, al nacer, todos se parecían a la madre. Si estábamos confundidos, aparentemente uno de nuestros vecinos no, pues ése día en la tarde apareció con el grande y hermoso Duque, llevando sobre el lomo un morral lleno de bizcochos para cachorros, y colgado al cuello un letrero que proclamaba con orgullo: "AYUDA A LOS CACHORROS".
—R.Q.
Cierta tarde, mi yerno dijo de buenas a primeras:
—Me gustaría mucho tener un pato; son unos animalitos muy divertidos.
Dos días después, mientras recorría la campiña en automóvil, vio un patito que andaba solo y desorientado en medio del camino. Lo llevó a casa y lo acomodó en su piscina.
Algunas semanas más tarde yo contemplaba a mi yerno mientras este, meditabundo, admiraba su hallazgo.
—Parece increíble —me dijo seriamente— Me fue concedido un deseo... y lo desperdicié en un miserable pato.
—M.C.
En la boda de un amigo me encontraba indicándoles a los invitados su asiento. Cuando vi llegar a la iglesia a una señora ya mayor, pero muy atractiva, le ofrecí el brazo y le pregunté:
—¿Es usted amiga de la novia?
—¡Cielos, no! —respondió susurrando—. Soy la madre del novio.
—R.T.
Muchas veces tuve que llevar el automóvil al mecánico automotriz, pero nunca me quedaba bien y siempre era cuestión de esperas interminables. Mi mujer resolvió el problema cuando se nos presentó la siguiente falla en el coche. Metió en él a nuestros dos pequeños y convidó a dos niños vecinos. Fue con los cuatro rumbo al taller. Después de dejar en libertad allí a los chiquitines, se acomodó a leer en la sala de espera. A los pocos minutos pudo salir de allí con su precioso cargamento. Desde entonces nuestro automóvil ha funcionado perfectamente bien.
—C.S.A.
Cierto anciano de unos 90 años de edad me preguntó al ver una maleta que cargaba, si iba de viaje. Cuando le respondí afirmativamente, observó:
—Yo también voy a partir muy pronto.
Conmovida, repuse:
—Todos tendremos que pasar a mejor vida tarde o temprano. Usted ha tenido una vida larga y útil, y si yo logro alcanzar su edad, me consideraré muy afortunada.
Su actitud cambió y me explicó con impaciencia:
—Señorita; pienso hacer un viaje a México.
—J.J.S.
En una pequeña población, que sólo tenía una iglesia, existía un matrimonio, Esteban y Rosa, cuyo mutuo amor perduró durante más de 50 años. Parecían diferir en un solo asunto: todos los domingos Esteban llevaba a su esposa al templo y la esperaba afuera en el auto, leyendo el periódico.
Cuando ella murió los feligreses la extrañaron y también notaron la ausencia del coche que todos los domingos se paraba afuera a esperarla. Trascurridos algunos meses, el automóvil apareció de nuevo, pero aquella vez Esteban entró en la iglesia y se sentó en la última banca.
Como de costumbre, el ministro anunció el momento de "ruegos individuales" durante el cual los fieles ofrecen oraciones por sus intenciones particulares. Aquella mañana el templo estuvo en silencio hasta que desde el fondo surgió la voz de Esteban entonando una vieja y muy conocida canción de amor llamada Mi rosa irlandesa silvestre. Todos los feligreses se unieron a este, el más hermoso de los "himnos", jamás escuchado.
—R.M.
Debido a un error en mis cuentas, no había pagado durante dos meses las cuotas de cierta deuda, y en lugar de recibir una carta amenazadora, me llegó la siguiente:
Estimada señora Bravo:
Hemos extrañado sus lindos cheques con diseños florales. Sin ellos no parece que estamos en primavera. Por favor envíenos más tan pronto como pueda.
Cordialmente,
Jefe de préstamos
—D.B.
Para encontrar un nuevo empleo envié mi curriculum vitae a numerosas empresas de negocios. Mi rechazo favorito, si és que puede valer tal expresión, fue el de una editorial de obras infantiles, que decía lamentar "que yo no fuera la persona que buscaban", pero que en todo caso esperaban "que viviera muy feliz".
—V.P.