Publicado en
mayo 13, 2009
Una señora regresaba a Caracas en avión después de unas vacaciones y, en el asiento de al lado, viajaba un cura.
Antes del aterrizaje, ella le dice:
―¡Padre! ¿Puedo pedirle un favor?
―¡Sí, hija mía! ¿Qué quieres?
―Mire Padre, compré en Miami un depilador eléctrico súper sofisticado, muy caro y tengo miedo de que supere mi límite en la Aduana. ¿Podría usted esconderlo debajo de su sotana?
―¡Sí puedo, hija mía! Solamente debo advertirte que no sé mentir.
La señora piensa "¡Ay, ojalá que nadie le pregunte nada al cura!"
―¡Está bien, Padre! ¡Gracias por su ayuda! Y le entrega el depilador.
Al llegar al destino, en el aeropuerto, el Inspector de Aduana le pregunta al sacerdote:
―¿Algo que declarar, Padre?
A lo que el cura responde:
―De la cabeza a la cintura, nada que declarar, hijo mío.
Medio extrañado, el inspector le pregunta:
―¿Y de la cintura para abajo, qué tiene?
―Allí abajo tengo un instrumento para mujeres que nunca he usado.
El inspector muerto de la risa, le dice:
―¡Adelante! ¡El próximo de la fila!