Publicado en
mayo 13, 2009
Nos acostumbramos a vivir en departamentos y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor; y porque no se tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera; y porque no miramos para afuera, luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas; y porque no abrimos del todo las cortinas, luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz.
Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, el aire, la amplitud... Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde. A tomarnos el café corriendo porque estamos atrasados, nos acostumbramos a no mirar para afuera.
A leer el diario en el autobús porque no podemos perder tiempo/ A comer un sándwich porque no da tiempo para almorzar. A salir del trabajo ya de noche. A dormir en el autobús porque estamos cansados. A cenar rápido y dormir pesados sin haber vivido el día.
Nos acostumbramos a pensar que las personas cercanas a nosotros estarán siempre ahí y a creer que están bien, sin preocuparnos por averiguarlo; a esperar el día entero y finalmente oír en el teléfono:
Es que hoy no puedo ir...
A ver cuándo nos vemos...
La semana que viene nos reunimos...
A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos. Si el cine está lleno nos acostumbramos y nos conformamos con sentarnos en la primera fila aunque tengamos que torcer un poco el cuello. Si el trabajo está complicado, nos consolamos pensando en el fin de semana.
Y si el fin de semana no hay mucho qué hacer, o andamos cortos de dinero, nos vamos a dormir temprano y ¡listo!, porque siempre tenemos sueño atrasado.
Nos acostumbramos a ahorrar vida... Que, de a poco, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados
¡NOS PERDIMOS DE VIVIR!
Existe un dicho:
La muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja.
El tiempo no se puede atrapar, mucho menos almacenar. Nuestra existencia transcurre a gran velocidad, pero mientras tengamos vida, tenemos la oportunidad de cambiar nuestros hábitos, de tener una mejor calidad de existencia, de aprovechar y disfrutar cada respiro, cada latido de nuestro corazón.
No transformemos nuestra vida en una rutina inútil que nos haga infelices.
La naturaleza pone a nuestra disposición todos los elementos para ser seres felices, satisfechos y agradecidos por ese gran don (que es la vida), que con tanto amor nos ha sido otorgado.
La vida no hay que ahorrarla...
¡Hay que vivirla PLENAMENTE!