MIL Y UNA MARAVILLAS DEL BAMBÚ
Publicado en
diciembre 05, 2024
Su insuperable catálogo de virtudes hace que sea la madera más extraordinaria del mundo.
Por Christopher Lucas.
EN LAS cálidas y húmedas selvas de Borneo, los dayak, cazadores de cabezas, lo utilizan para llevar agua; en los restaurantes de Pekín lo cortan, lo fríen y lo sirven. En Kyoto y Bangkok, los habilísimos artesanos lo convierten en abanicos, flautas y mil y un primores. En Inglaterra fustigan con él a los escolares descarriados, y en los Estados Unidos los decoradores de Manhattan adornan con sus cañas elegantes apartamentos de dos pisos. Lo es todo, y para todos: el bambú, la madera más maravillosa del mundo.
Acaso constituya todavía una rareza en Occidente; sólo una planta exótica más; pero en Oriente, para la mitad del género humano, representa algo tan necesario como el aire y el agua. "No podemos imaginar siquiera qué haríamos sin él", declara Thanom Sivichai, jefe indígena de una aldea tailandesa. "Todas las mañanas despierto en mi casa de bambú, techada con hojas de esta planta; me levanto de mi cama armada del mismo material y tomo agua de un vaso hecho de su caña; me siento en el suelo de bambú, y como sus retoños fritos con arroz. La escoba con que mi mujer barre la casa, la bomba y las cañerías que me sirven para regar mis arrozales, son también de esta mata. En la época de la cosecha, separo el arroz con un rastrillo, lo cierno con un cedazo, lo transporto en un cesto y luego lo guardo en un arcón, todo ello de bambú".
"Cuando voy al mercado", manifiesta el labriego filipino Luis Lualhati, "mi carreta y sus lanzas son de bambú, lo mismo que el yugo de uncir a mi carabao. Cuando voy de pesca, son de bambú el mástil de mi barca, las trampas para peces y mi caña de pescar. Si salgo a cazar, llevo una lanza y un arco también de esta madera, con flechas de lo mismo. A la hora del almuerzo, enciendo fuego con leña de bambú, cocino el arroz en una olla de bambú, corto una caña tierna y me bebo el agua que contiene".
Barata, abundante, siempre digna de confianza, la madera de esta planta es dura, ligera, limpia, hueca, suave y brillante, amén de resistente, de aspecto agradable, flexible, elástica y espléndidamente duradera. Desde cualquier punto de vista, sus virtudes integran un catálogo insuperable; es la madera de las mil y una aplicaciones y el mejor amigo del hombre oriental.
Sin rival en tantos aspectos, el bambú* tiene hábitos de vida excéntricos a más no poder. Crece con mayor rapidez que cualquier otro ser viviente de nuestro planeta. A veces es posible "verlo crecer", lo cual realmente no es extraño, porque se han comprobado casos de crecimiento de más de 120 centímetros en un solo día.
Varía muchísimo en dimensiones; desde el tallo enano de unos cinco centímetros de altura, hasta el gigantesco que proyecta su copa 50 metros hacia el cielo; desde los delicados zarcillos de sasa, de dos a tres milímetros de diámetro, hasta las robustas columnas de madake, con diámetro de 20 centímetros.
En contradicción con la creencia popular, el bambú no es un árbol, sino una mata. Su género, llamado Bambusa, abarca 1250 especies. Un fitólogo comenta con gracejo: "El bambú es una hierba que tiene la arrogancia de sentirse árbol".
El bambú es tan distinto de todos los demás ejemplares de la flora, que empleamos términos especiales para nombrar sus partes. En vez de "tronco", que es sólido, los botánicos le aplican la palabra "caña", que define el tallo hueco del bambú y sus nudos característicos. De modo análogo, "raíz" se sustituye con "rizoma", que describe mejor la red intrincada y fértil de renuevos subterráneos de los cuales nacen vástagos, cada uno con sus propias raicillas.
El género Bambusa, en todas sus especies, medra en los climas cálidos y aun tórridos. Es abundante sobre todo en Oriente, donde es nativo de China, India, Japón y toda el Asia sudoriental. También lo es de diversas zonas de África, Iberoamérica y Australasia. Por increíble que parezca, ni en Europa, ni en las vastas extensiones de Eurasia, ni en América del Norte creció originalmente, pero hace varios siglos transportaron los primeros renuevos muchos millares de kilómetros y los trasplantaron cuidadosamente. Y para sorpresa de todos, prosperaron.
¿Por qué? Porque tres de las características distintivas del bambú son su gran vigor; su vitalidad y su fecundidad. Puede vencer a casi cualquier circunstancia adversa. Sobrevive incólume a la escarcha, al hielo y hasta a la nieve; en el benigno clima subtropical prolifera lujuriosamente. En la isla japonesa más septentrional, la de Hokkaido, las herbosas llanuras de sasa tiritan, pero medran, en los vientos gélidos que soplan de Siberia. En la cálida y húmeda Jamaica, por otra parte, unas estacas de bambú que una vez clavaron para sostener dos millones de enredaderas de ñame, formaron una selva impenetrable en menos de tres años.
Como es lógico suponer, la recia vitalidad del bambú emana de sus raíces. Por medio de esta densa y complicada red, que se extiende casi a flor de tierra, todas las matas están conectadas directamente unas con otras. Como una familia humana, cada caña, cada renuevo y rizoma está conectado no sólo por el parentesco, sino también por esta red común en constante crecimiento. Y ello permite a toda la familia compartir sin egoísmos el alimento y el agua, y propagarse virtualmente sin límites, porque cuando el bambú florece, muere.
Nadie sabe exactamente por qué o cuándo ocurrirá la tragedia; pero lo cierto es que, al florecer la planta, las hojas viejas se desprenden y ya no son reemplazadas. Las hojas nuevas que quedan nunca alcanzan a satisfacer la sed y el hambre de la caña, la cual, por consiguiente, muere junto con los rizomas vivificantes.
Esta inflorescencia, canto de cisne del bambú, ocurre muy raramente: cada 60 o aun cada 120 años, según la especie. Primero florece una sola planta, y luego, en el lapso de uno a dos años, todas las demás se visten también de florecitas blancas. Lo más extraño es que cada especie florece a un mismo tiempo en la zona de dispersión. Por ejemplo, a principios de 1973 el omnipresente madake, el bambú más popular del Japón, floreció en todo el país, fenómeno que no había ocurrido desde 1864.
También ofrece el bambú algunos paralelismos increíbles con el mundo de los seres humanos. Como los vástagos crecen a ritmo veloz, la caña "madre", con inteligente previsión, almacena material nutricio en su propio rizoma y a continuación pasa privaciones para alimentar a sus hambrientos hijos. Sólo vuelve a comer cuando éstos ya están bien desarrollados. Como los padres de familia en la especie humana, esta "madre" (no necesita "padre", puesto que no hay polinización cruzada) transmite a la descendencia sus propios caracteres genéticos. Si los cultivadores desean cañas grandes, escogen "madres" altas y gruesas; si las quieren pequeñas y delicadas, proceden a la inversa. Las cañas jóvenes también se pueden moldear fácilmente (quizá podríamos decir "educar") durante los meses de crecimiento intensivo. Los tallos en desarrollo se pueden introducir en duros marcos de cedro, y así se obtienen diferentes fustes: cuadrados, oblongos o triangulares.
Si sus aplicaciones prácticas no tienen paralelo, el significado espiritual de esta planta perenne y siempre verde es todavía más profundo e importante, ya que se encuentra suntuosa e inextricablemente entretejida con las raíces de toda la cultura de Oriente, con sus leyendas y su historia, sus poemas, su pintura y su erudición. Ha sido tan importante para ella como lo fue el mármol en la Grecia clásica y las Madonas durante el Renacimiento italiano: un material de calidad superior y, al mismo tiempo, un catalizador del impulso creador. Desde las brumas de la prehistoria los chinos reverenciaban el bambú como uno de sus cuatro Caballeros Honorables, al lado de la orquídea, el ciruelo y el crisantemo. Los sabios le atribuían virtudes místicas y hasta celestes, y lo consideraban en primer lugar entre los Tres Amigos (junto con el ciruelo y el pino). El bambú simbolizaba al divino Buda; los otros personificaban a los grandes filósofos Confucio y Lao-tse. Esta trilogía representaba a los tres pensadores más influyentes de la historia china, y se veía como símbolo de la felicidad y de la buena fortuna. Aun en la China atea de Mao sobrevive esta creencia.
El bambú ha asistido a la génesis de todas las formas artísticas en China. Las más antiguas tallas de madera se hicieron de bambú en la dinastía Sung (años 960 a 1279 de la era cristiana); y el arte de la caligrafía quizá nunca hubiera florecido sin el fino pincel de bambú. Sin embargo, es en el esplendoroso ámbito de la pintura china donde esta mata reina soberana. Los más antiguos rollos de escritura se hicieron con papel de bambú, y se colgaban de tubos también de bambú provistos de pesas. Como tema, la planta no tiene rival. En más de 2000 años ha sido representada pictóricamente con mayor frecuencia y devoción que cualquier otro ser viviente, excepto el hombre mismo.
En Oriente el bambú también desempeñó un papel importantísimo en los orígenes de la ciencia y la tecnología. En toda el Asia quizá no habría puentes, ni grandes ni pequeños, sin él. Aún hoy en incontables puentes colgantes los cables son de una fuerte cuerda de bambú y el piso se hace con tablitas de las cañas rajadas. En el río Yang-tze las cuadrillas de 300 o más sirgadores siguen arrastrando enormes barcas y barcazas de madera en los rabiones de Szeehwan. Tiran de cables de bambú de 400 metros de longitud capaces de resistir tensiones de 700 kilos por centímetro cuadrado, y que no se raspan ni con el roce de las rocas más afiladas, pues, como saben los peritos, el bambú tiene la misma resistencia a la tracción que el hierro. En efecto, sobrevivió incluso a la bomba atómica en Hiroshima: se han encontrado renuevos verdes de bambú en el epicentro.
En el repertorio de sus virtudes figuran también las valiosas funciones que desempeña en la medicina de China y de otros países orientales. Aunque sólo unas cuantas variedades tropicales son venenosas, muchos remedios venerables y centenarios operan todavía eficazmente, aliviando y curando a los afectados. En la edad media una misteriosa panacea conocida como tabachir, destilada de cañas de bambú, hizo el largo viaje desde la India hasta Europa, donde los crédulos aldeanos aseguraban que era un antídoto para todos los venenos. Luego, el cientificismo del siglo XIX desmintió estas consejas, pero hace unos cuantos años los bioquímicos descubrieron que algunas cañas contienen realmente un polvo blanco y fino de sílice puro, agente muy usado para absorber las toxinas, que obra en forma muy parecida al carbón vegetal activado.
Más recientemente los científicos japoneses han descubierto millares de aplicaciones técnicas del servicial bambú. Han obtenido de él una hormona vegetal que acelera el crecimiento de bejucos, arbustos y árboles frutales; una droga muy controvertida contra el cáncer; una solución que sirve de caldo de cultivo de bacterias, y un compuesto químico que conserva los alimentos y desodoriza el pescado. En Occidente, mientras tanto, unos investigadores han logrado obtener de las cañas de bambú cierto combustible líquido para motores diesel, y otros lo recomiendan con entusiasmo como forraje.
Con todo, las mayores ventajas del bambú están en su madera. Decididamente, es mucho más lucrativo que la mayoría de los árboles maderables. Una plantación bien cuidada aumenta su peso en un 20 por ciento anual, el tiempo de crecimiento es breve, se pueden cortar las matas aún tiernas y no es necesario ni deshierbar ni trasplantar. El dinero que se invierte en árboles de crecimiento lento queda congelado durante mucho tiempo, mientras que el bambú rinde utilidades anualmente desde el primer año. Por ello no asombra que goce de tanto favor en Oriente.
Por estas razones, el bambú ofrece incontables posibilidades para todos los hombres. Agitante en la tormenta, sedante en el reposo, suscita los pensamientos más variados y las emociones más diversas. Rígido y derecho, flexible y dúctil, altruista, generoso, temible en su fuerza, el bambú posee todos los dones y cualidades del padre perfecto. También ofrece la resistencia de un atleta, la gracia de una bailarina y la hermosura sobria de una mujer elegante y exquisita. Tan práctico como la rueda y tan útil como la primera hacha de piedra del cavernícola, el bambú sintetiza un microcosmo único y tentador de talento, estética y encanto puro. En pocas palabras, no tiene par.
*El origen de este nombre es incierto, pero muchos eruditos creen que procede de una antigua voz malaya onomatopéyica del crepitar y los estallidos de una hoguera de bambú.