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noviembre 20, 2024
HACE Poco pararnos en una pequeña gasolinera. Mientras llenaban el depósito del auto fui al retrete de señoras, donde lo primero que vi al abrir la puerta fue una mesa de mimbre antigua, y encima un jarrón con flores frescas. Aquel lugar estaba inmaculadamente limpio y ordenado. Al volver al coche, comenté con el dueño que me habían gustado mucho las flores.
—Las he puesto allí todos los días desde hace 22 años —me confió—. Le asombraría saber cuánto trabajo de limpieza me ahorro así.
—V.M.S.
DESPUÉS de trabajar con el grupo de técnicos que trajeron a la Tierra sano y salvo al Apolo 13 desde el espacio, un matemático regresó a casa para llevar a sus hijos al cine. La película que deseaban ver estaba en un barrio de la ciudad que no conocía el padre. Después de varias horas de recorrer en su auto oscuras calles, el señor se dio por vencido. Para congraciarse con los chicos los llevó a tomar helados y allí pidió al dependiente las señas para regresar a casa. El hijo mayor, de 12 años, comentó: "Papá, ¡qué suerte que los astronautas no ven lo que estás haciendo ahora!"
—R.V.H.
SIEMPRE hay que hacer ciertos ajustes menores en nuestros hábitos y modo de pensar cuando esperamos el primer nieto. Mi padre, sin embargo, no lo comprendió inmediatamente. Cierto día, al regresar a casa, contó a mi madre que había llevado en el auto a una señora. "Pero no te preocupes", añadió, "era tan vieja que podría ser abuela". De pronto cambió de expresión y, recapacitando, corrigió: "Mejor dicho: podría ser bisabuela".
—J.W.
UN NIÑO de siete años entró una tarde en la oficina del contable de un enorme supermercado norteamericano. El muchacho apenas podía contener las lágrimas mientras explicaba su apuro: su madre lo había enviado a la tienda con 10 dólares para pagar las compras, pero se le había perdido el dinero en el almacén y no lo encontraba por ninguna parte. El empleado dijo por el altavoz: "Se ruega a la persona que haya encontrado un billete de diez dólares devolverlo a la oficina". Nadie se presentó. Para entonces el muchachito lloraba a lágrima viva. El hombre resolvió intentar una nueva política. Dijo por micrófono: "En mi oficina hay un niño que ha perdido diez dólares. Si alguien desea ayudar con algo, favor de pasar a las oficinas". El resultado fue sorprendente: en cuestión de cinco minutos se habían reunido los 10 dólares para el jovencito, que se marchó radiante.
—Y.P.
NOS HABÍAMOS detenido en una estación de servicio, en una región montañosa, cuando notamos que un viejo camión bajaba rápidamente la cuesta. Al acercarse, fue evidente que el conductor deseaba detenerse en la gasolinera, pero no podía.
Nos quedamos atónitos mirando sin poder hacer nada, cuando el destartalado camión pasó velozmente por delante de nosotros, déspués ante las bombas y siguió derecho hasta caer en una zanja. Corrimos a prestarle ayuda, pero el conductor había salido ya, ileso, y venía lentamente hacia nosotros. Sacando su vieja billetera de cuero, exclamó: "¡Me parece que voy a necesitar una lata de líquido para frenos!"
—J.L.C.
MI ESPOSA Karen se había hecho amiga del perro ovejero de los vecinos, llamado Charlie. Una vez los dueños del can iban a ausentarse durante un fin de semana y, naturalmente, ella se brindó gustosa a cuidarlo. La primera noche Karen abrió la puerta con la llave que le habían dejado para sacar a Charlie a dar un paseo, pero el perro se escondió debajo de la cama de su dueño y no quiso salir de allí. Mi mujer lo llamó, le silbó; hasta se puso a gatas... Todo en vano.
Por fin salió de casa .y cerró. Momentos después tocó el timbre. A los pocos segundos Charlie corrió a la puerta ladrando con. entusiasmo. Karen abrió, aceptó los saludos habituales del efusivo perro, le puso la traílla y salieron a la calle.
—J.S.
MIENTRAS avanzaba a paso de tortuga por la autopista en las horas de mayor afluencia de tráfico vespertino, un remolque cargado de acero pasó delante de mí a mi mismo carril y por poco choca con una vagoneta de panadería al colocársele al lado. Me tocó presenciar la escena del chofer del camión gigantesco sacando la cabeza de su cabina y hablándole al de la vagoneta. Algo se dijeron, y por fin se pusieron de acuerdo al parecer. En seguida, mientras los vehículos volvían a avanzar lentamente a través de un puente, el primero entregó dinero al chofer del segundo, quien, a cambio de ello, le pasó dos cajas de galletas.
—M.E.H.