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julio 15, 2024
Del antes famoso Bund ha desaparecido casi toda actividad.
Carece de la belleza de ciudades más antiguas como Pekín, Suchow o Cantón, pero es una de las más importantes. Constituye, sin duda, el pivote de la industria de China.
Por Anthony Lawrence.
SHANGHAI es ahora la ciudad más grande del mundo, con una población de 10.820.000 almas y fisonomía sui géneris. Su historia nos habla de gran actividad industrial, sagacidad comercial, guerras, violencias y revolución. Algunos hombres de negocios ganaron allí muchos millones, pero también ha sido un semillero de la moderna política comunista.
Sin embargo, el visitante occidental que la contempla desde lo alto de alguno de los muchos edificios elevados del Bund (el ancho bulevar que se extiende a lo largo del malecón de Whangpoc) ve a Shanghai como una población tranquila y que impresiona muy poco. Las apiñadas calles y un mar de tejados, pero sin construcciones de más de dos o tres pisos, se prolongan kilómetro tras kilómetro. Ninguna gran carretera recta corta la ciudad, como en Pekín. La inmensa metrópoli es completamente llana, con excepción de las jibas que forman los puentes sobre el río Suchow.
El Shanghai de hoy es relativamente nuevo. Nació en la edad media como aldea de pescadores, y después, por su proximidad a la desembocadura del gran Yang-tsékiang, prosperó hasta convertirse en puerto y centro comercial. Pero fue a mediados del siglo XIX cuando realmente comenzó a extenderse. En 1842 los ingleses derrotaron a los chinos en las guerras del opio, y Shanghai constituyó uno de los primeros "puertos del tratado de Nankín", en virtud del cual China se vio obligada a comerciar en gran escala con Occidente. Se fundaron instituciones extranjeras en la ciudad (la Concesión Francesa y el Establecimiento Internacional, dominado por 12 potencias durante el decenio de 1930 a 1939) que disfrutaban de extraterritorialidad, esto es, no estaban sometidas a las leyes chinas.
A principios del siglo actual se había transformado en un gran centro comercial e industrial extranjero, y presentaba el pintoresco aspecto de una urbe semicolonial, cosmopolita, en la que los magnates forasteros (y también algunos chinos) amasaban considerables fortunas. Luego, poco antes de estallar la segunda guerra mundial, ganó mala fama. En ella no sólo había un activísimo tráfico de drogas, sino también juegos de azar y prostitución en abundancia. Era el puerto donde, ya fuese por la fuerza o mediante el empleo de las drogas o el alcohol, reclutaban marineros incautos para completar la tripulación de los buques piratas.
Con todo, desde el comienzo de su inquieta existencia como "puerto del tratado", el papel más importante de la ciudad (en opinión de los habitantes de Shanghai y de los chinos en general) era el de eslabón con Occidente o lugar en que se comunicaba China con la economía del mundo occidental. De toda China, desde las poblaciones pequeñas y las aldeas empobrecidas, muchos hombres acudían al nuevo emporio a sudar en las fábricas o a probar fortuna y habilidad en los negocios. Un chino conocido mío recuerda: "En los viejos tiempos estaba de moda que las tarjetas de visita llevaran impresos no sólo el nombre y la dirección, sino también el lugar de nacimiento de la persona. Con frecuencia me asombraba comprobar, allá en los años treinta y tantos, que casi todos mis conocidos habían llegado de algún otro lugar de China, cercano o remoto; ninguno había nacido aquí. Shanghai era como un imán que atraía a muchísimos forasteros".
Actualmente es un enorme, extensísimo centro industrial y de desarrollo técnico y comercial de China comunista. Las autoridades municipales de Shanghai afirman que hay en ella 9000 fábricas, grandes y pequeñas, productoras de acero, maquinaria, equipo electrónico, medidores o instrumentos, barcos, productos químicos, hilados y tejidos y artículos para la industria ligera. La tercera parte de los artículos industriales chinos procede de Shanghai. Sus centros fabriles elaboran grandes cantidades de equipo industrial ligero y proveen de casi toda su maquinaria a la gran industria textil china.
En recientes visitas que hice a la ciudad capté en ella un espíritu de energía y empuje muy distinto de la atmósfera más conservadora de Pekín, la capital del país, que carece de tradición en la competencia mercantil. "Así es, en efecto", corroboró un joven funcionario del puerto. "Los de Shanghai nos consideramos duchos en eso de resolver problemas; creemos tener el don de subsanar dificultades, ya sea el estancamiento en la producción de una fábrica o el rápido suministro de la maquinaria que necesite una comuna para levantar la cosecha".
Indudablemente Shanghai no tiene la belleza de urbes más antiguas, como Pekín, Suchow o aun Cantón, pero es intensamente vivaz y se empeña en seguir siendo acendradamente china. Desde el río Whangpu llega el ulular de las sirenas de los remolcadores y de los grandes cargueros, pero por él también avanzan perezosamente, impulsados por el viento, los lentos juncos de velas cuadradas. En el Bund, el edificio que albergó al Banco de Hong Kong y Shanghai, es ahora sede de la comisión revolucionaria que gobierna a la ciudad, y lo que antaño fue el Consulado de Inglaterra es hoy un club naval. A pesar de su pasado comercial británico, los chinos se sienten orgullosos del famoso Bund; sobrevive como símbolo de la vitalidad del puerto.
La cuna del comunismo chino, sede del primer congreso del partido en Shanghai, celebrado el primero de julio de 1921. (UPI)
Pero su verdadera vida se encuentra en las bullentes callejuelas, en los gigantescos centros nuevos de viviendas para trabajadores, en sus talleres y fábricas. A lo largo de la avenida Nankín, sinuosa vía principal de Shanghai, hay a toda hora una gran actividad humana en torno de varios kilómetros de tiendas y grandes almacenes. La ciudad ha sido siempre famosa como centro de compras.
Vemos restaurantes por todas partes. Algunas personas llegadas recientemente de Shanghai afirman que existe ahora una gran variedad de minutas que se ofrecen. Están atestados durante las horas de las comidas, y más de un viajero chino cuenta de comensales que casi han estado a punto de disputarse a puñetazos una mesa.
También abundan las confiterías, aunque no se preocupan por envolver atractivamente o exhibir bien la mercancía. En una de ellas se venden golosinas azucaradas, pasteles, jabón, cigarrillos, fósforos, cepillos de dientes y abonos mensuales de autobús. Su personal de 36 empleados trabaja tres turnos de ocho horas para atender diariamente a 10.000 clientes. Esos empleados prestan a quien lo solicite una bomba para que infle los neumáticos de su bicicleta y orientan a los forasteros que llegan a la ciudad.
Otros atractivos son sus parques públicos, más numerosos que en el pasado. Por ejemplo, el famoso Hipódromo de Shanghai. Hace poco plantaron césped y arbustos en una parte del Bund, y los visitantes afirman que esa zona es la predilecta de los enamorados para pasear de noche.
Se dice que Shanghai se remoza continuamente con nueva sangre, al mismo tiempo que envía a su gente a auxiliar y enseñar al resto del país. Cerca de medio millón de jóvenes han salido de allí en diversas épocas hacia el campo, para trabajar en granjas o en regiones remotas, donde ayudan a cumplir los programas de desarrollo. En casi todos los distritos de la urbe se han fundado comisiones especiales para mantener a esos jóvenes comunicados con sus respectivas familias y procurar que los padres envíen mensajes de aliento a sus hijos, para que trabajen contentos y resistan la tentación de desertar regresando a la ciudad.
Además de enviar a otras provincias a sus jóvenes, Shanghai "exporta" técnicos a toda China para que inicien nuevos programas y sirvan de asesores en los más modernos métodos de trabajo. Grandes contingentes han ido a la región fronteriza occidental de Sinkiang. Al decir de un funcionario, tanta gente de Shanghai se ha instalado en Sinkiang que, en los primeros años del decenio de 1960 a 1969, las autoridades municipales enviaron compañías de ópera a aquella provincia con el único propósito de divertir a los asesores.
Se afirma que la ciudad produce en profusión artículos, conocimientos y hombres que sirven al resto de China. Pero también es una gran consumidora, una colosal máquina que exige cuidadosa planeación para no quedarse sin combustibles, alimentos y fuerza impulsora. Shanghai consume diariamente de nueve a 13,5 millones de kilos de alimentos, que le llegan en su mayor parte por carretera, ferrocarril y vías acuáticas desde las 197 comunas de sus alrededores.
No obstante su inmensa población, y a pesar de su gran actividad, Shanghai es limpio. Se barren cada día alrededor de 12.000 toneladas de basura del laberinto de calles y callejones, y esa labor la hace con rapidez y eficiencia un ejército de más de 16.000 trabajadores. Los barrenderos empiezan su labor cuando aún duermen casi todos los ciudadanos. Limpian las avenidas y recogen en los bulevares las hojas caídas; llevan en camiones hasta los muelles del río Whangpu los desperdicios y los abonos, que de allí van en barcazas al campo.
Uno de los problemas peculiares a que se enfrenta Shanghai desde hace tiempo es el del hundimiento del suelo. ¡Hubo un momento en que se creyó que la urbe más populosa de China se asentaría por debajo del nivel del mar! Desde que empezó a notarse el hundimiento, (hace unos 50 años) hasta 1965, en algunos distritos urbanos la tierra se hundió 2,37 metros y formó una hondonada en una zona de 360 kilómetros cuadrados. En la sección oriental de Shanghai el suelo se encuentra a sólo unos cuatro metros sobre el nivel del mar, lo cual indica claramente el peligro.
Un restaurante que da servicio día y noche. (UPI)
El hundimiento se debe a que sacaron demasiada agua de los pozos profundos que abrieron en número cada vez mayor a medida que crecía la industria. Sólo en el año de 1960 sacaban diariamente más de medio millón de toneladas de agua de más de 1000 pozos, y en ese año la zona se hundió unos diez centímetros. Las autoridades actuales combaten el fenómeno inyectando miles de toneladas de agua superficial sobrante para elevar el nivel del suelo. Hay quien dice que ahora Shanghai no sólo ha dejado de hundirse, sino que está subiendo ligeramente, si bien es necesario estudiar este fenómeno con más tiempo y detenimiento.
Pero la ciudad no observa sólo el nivel del suelo. También tiene que vigilar constantemente la situación política, en vista de las recientes perturbaciones allí registradas.
Por su contacto íntimo con la economía capitalista exterior, que a menudo tuvo consecuencias desastrosas para los trabajadores chinos, desde el principio fue Shanghai el bastión de la revuelta y de los grupos revolucionarios. Y en una escuela de niñas de Shanghai se fundó el partido comunista chino el primero de julio de 1921. Seis años después el caudillo nacionalista entró en la ciudad con sus ejércitos victoriosos, y una rebelión armada, encabezada por los comunistas, fue aplastada rápidamente. Chu En-lai, actual primer ministro de China, escapó de milagro en esa ocasión, y en los años siguientes desempeñó un papel prominente en la organización de los trabajadores de Shanghai. A principios de 1932 las fuerzas japonesas asestaron un golpe fulminante a la ciudad; tras varios meses de enconados combates se llegó a un convenio que señalaba una zona desmilitarizada alrededor de la urbe. Pero la verdadera y famosa batalla de Shanghai se riñó en agosto de 1937. Fue ese el primer gran choque armado de la guerra chino-japonesa, y duró tres meses, hasta que a la postre los atacantes desalojaron a los defensores.
Los japoneses ocuparon a Shanghai durante ocho largos años, que significaron hambre, privaciones y campos de concentración para sus habitantes. En 1945 el lugar volvió penosamente a la vida, pero no era ya el mismo. Shanghai había quedado exangüe durante la ocupación japonesa. Los extranjeros trataron de rehacer la vida comercial e industrial, pero ya no ocupaban su posición privilegiada de antes de la guerra, sino que desconfiaban de ellos. Los nacionalistas de Chiang Kai-shek se enfrentaban a la dislocación de gran parte de la vida del país, primero por la guerra con los japoneses y después por la lucha contra los comunistas. Aumentaban el contrabando y la corrupción. La inflación hacía la vida imposible para la gente común, y sobrevino después la derrota militar. Los ejércitos comunistas tomaron a Shanghai en mayo de 1949, acontecimiento que señaló el fin de un largo capítulo de su historia.
Los habitantes actuales relatan cómo detuvieron los comunistas la espantosa inflación. Algunos, sin embargo, recuerdan con menos entusiasmo las severas medidas impuestas en las campañas contra la evasión de impuestos, contra el soborno, el fraude, el robo de las propiedades del Estado y el espionaje industrial; estas campañas estuvieron a punto de aniquilar a la comunidad comercial del puerto.
La "revolución cultural" de fines del decenio de 1960 a 1969 hizo que la atención internacional se enfocara más recientemente en Shanghai, donde, en 1966, el presidente Mao lanzó una ofensiva contra sus rivales del partido, lo cual significó realmente una revolución con sangrientos incidentes callejeros.
¿Por qué fue aquí especialmente enconada la revolución cultural? Un funcionario del partido, residente en el puerto, lo explicó así a un grupo de periodistas occidentales: "Shanghai es el cuartel general de los trabajadores industriales de China. Y también es el principal reducto de la burguesía. Por tanto, la lucha aquí tenía que ser fiera".
Ahora se ha convertido en el centro de la tormenta desencadenada contra Lin Piao y Confucio. Pero cualesquiera que sean los cambios en la alta jerarquía dirigente y en la política de China, parece que Shanghai seguirá desempeñando los papeles de gran productor, proveedor e innovador de la vida china, y de pivote de ese colosal aparato.