• 10
  • COPIAR-MOVER-ELIMINAR POR SELECCIÓN

  • Copiar Mover Eliminar


    Elegir Bloque de Imágenes

    Desde Hasta
  • GUARDAR IMAGEN


  • Guardar por Imagen

    Guardar todas las Imágenes

    Guardar por Selección

    Fijar "Guardar Imágenes"


  • Banco 1
    Banco 2
    Banco 3
    Banco 4
    Banco 5
    Banco 6
    Banco 7
    Banco 8
    Banco 9
    Banco 10
    Banco 11
    Banco 12
    Banco 13
    Banco 14
    Banco 15
    Banco 16
    Banco 17
    Banco 18
    Banco 19
    Banco 20
    Banco 21
    Banco 22
    Banco 23
    Banco 24
    Banco 25
    Banco 26
    Banco 27
    Banco 28
    Banco 29
    Banco 30
    Banco 31
    Banco 32
    Banco 33
    Banco 34
    Banco 35

  • COPIAR-MOVER IMAGEN

  • Copiar Mover

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (5 seg)


    T 4 (s) (8 seg)


    T 5 (10 seg)


    T 6 (15 seg)


    T 7 (20 seg)


    T 8 (30 seg)


    T 9 (40 seg)


    T 10 (50 seg)

    ---------------------

    T 11 (1 min)


    T 12 (5 min)


    T 13 (10 min)


    T 14 (15 min)


    T 15 (20 min)


    T 16 (30 min)


    T 17 (45 min)

    ---------------------

    T 18 (1 hor)


  • Efecto de Cambio

  • SELECCIONADOS


    OPCIONES

    Todos los efectos


    Elegir Efectos


    Desactivar Elegir Efectos


    Borrar Selección


    EFECTOS

    Bounce


    Bounce In


    Bounce In Left


    Bounce In Right


    Fade In (estándar)


    Fade In Down


    Fade In Up


    Fade In Left


    Fade In Right


    Flash


    Flip


    Flip In X


    Flip In Y


    Heart Beat


    Jack In The box


    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


    Wobble


    Zoom In


    Zoom In Down


    Zoom In Up


    Zoom In Left


    Zoom In Right


  • OTRAS OPCIONES
  • ▪ Eliminar Lecturas
  • ▪ Ventana de Música
  • ▪ Zoom del Blog:
  • ▪ Última Lectura
  • ▪ Manual del Blog
  • ▪ Resolución:
  • ▪ Listas, actualizado en
  • ▪ Limpiar Variables
  • ▪ Imágenes por Categoría
  • PUNTO A GUARDAR



  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"
  • CATEGORÍAS
  • ▪ Libros
  • ▪ Relatos
  • ▪ Arte-Gráficos
  • ▪ Bellezas del Cine y Televisión
  • ▪ Biografías
  • ▪ Chistes que Llegan a mi Email
  • ▪ Consejos Sanos Para el Alma
  • ▪ Cuidando y Encaminando a los Hijos
  • ▪ Datos Interesante. Vale la pena Saber
  • ▪ Fotos: Paisajes y Temas Varios
  • ▪ Historias de Miedo
  • ▪ La Relación de Pareja
  • ▪ La Tía Eulogia
  • ▪ La Vida se ha Convertido en un Lucro
  • ▪ Leyendas Urbanas
  • ▪ Mensajes Para Reflexionar
  • ▪ Personajes de Disney
  • ▪ Salud y Prevención
  • ▪ Sucesos y Proezas que Conmueven
  • ▪ Temas Varios
  • ▪ Tu Relación Contigo Mismo y el Mundo
  • ▪ Un Mundo Inseguro
  • REVISTAS DINERS
  • ▪ Diners-Agosto 1989
  • ▪ Diners-Mayo 1993
  • ▪ Diners-Septiembre 1993
  • ▪ Diners-Noviembre 1993
  • ▪ Diners-Diciembre 1993
  • ▪ Diners-Abril 1994
  • ▪ Diners-Mayo 1994
  • ▪ Diners-Junio 1994
  • ▪ Diners-Julio 1994
  • ▪ Diners-Octubre 1994
  • ▪ Diners-Enero 1995
  • ▪ Diners-Marzo 1995
  • ▪ Diners-Junio 1995
  • ▪ Diners-Septiembre 1995
  • ▪ Diners-Febrero 1996
  • ▪ Diners-Julio 1996
  • ▪ Diners-Septiembre 1996
  • ▪ Diners-Febrero 1998
  • ▪ Diners-Abril 1998
  • ▪ Diners-Mayo 1998
  • ▪ Diners-Octubre 1998
  • ▪ Diners-Temas Rescatados
  • REVISTAS SELECCIONES
  • ▪ Selecciones-Enero 1965
  • ▪ Selecciones-Agosto 1965
  • ▪ Selecciones-Julio 1968
  • ▪ Selecciones-Abril 1969
  • ▪ Selecciones-Febrero 1970
  • ▪ Selecciones-Marzo 1970
  • ▪ Selecciones-Mayo 1970
  • ▪ Selecciones-Marzo 1972
  • ▪ Selecciones-Mayo 1973
  • ▪ Selecciones-Junio 1973
  • ▪ Selecciones-Julio 1973
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1973
  • ▪ Selecciones-Enero 1974
  • ▪ Selecciones-Marzo 1974
  • ▪ Selecciones-Mayo 1974
  • ▪ Selecciones-Julio 1974
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1974
  • ▪ Selecciones-Marzo 1975
  • ▪ Selecciones-Junio 1975
  • ▪ Selecciones-Noviembre 1975
  • ▪ Selecciones-Marzo 1976
  • ▪ Selecciones-Mayo 1976
  • ▪ Selecciones-Noviembre 1976
  • ▪ Selecciones-Enero 1977
  • ▪ Selecciones-Febrero 1977
  • ▪ Selecciones-Mayo 1977
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1977
  • ▪ Selecciones-Octubre 1977
  • ▪ Selecciones-Enero 1978
  • ▪ Selecciones-Octubre 1978
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1978
  • ▪ Selecciones-Enero 1979
  • ▪ Selecciones-Marzo 1979
  • ▪ Selecciones-Julio 1979
  • ▪ Selecciones-Agosto 1979
  • ▪ Selecciones-Octubre 1979
  • ▪ Selecciones-Abril 1980
  • ▪ Selecciones-Agosto 1980
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1980
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1980
  • ▪ Selecciones-Febrero 1981
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1981
  • ▪ Selecciones-Abril 1982
  • ▪ Selecciones-Mayo 1983
  • ▪ Selecciones-Julio 1984
  • ▪ Selecciones-Junio 1985
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1987
  • ▪ Selecciones-Abril 1988
  • ▪ Selecciones-Febrero 1989
  • ▪ Selecciones-Abril 1989
  • ▪ Selecciones-Marzo 1990
  • ▪ Selecciones-Abril 1991
  • ▪ Selecciones-Mayo 1991
  • ▪ Selecciones-Octubre 1991
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1991
  • ▪ Selecciones-Febrero 1992
  • ▪ Selecciones-Junio 1992
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1992
  • ▪ Selecciones-Febrero 1994
  • ▪ Selecciones-Mayo 1994
  • ▪ Selecciones-Abril 1995
  • ▪ Selecciones-Mayo 1995
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1995
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1995
  • ▪ Selecciones-Junio 1996
  • ▪ Selecciones-Mayo 1997
  • ▪ Selecciones-Enero 1998
  • ▪ Selecciones-Febrero 1998
  • ▪ Selecciones-Julio 1999
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1999
  • ▪ Selecciones-Febrero 2000
  • ▪ Selecciones-Diciembre 2001
  • ▪ Selecciones-Febrero 2002
  • ▪ Selecciones-Mayo 2005
  • CATEGORIAS
  • Arte-Gráficos
  • Bellezas
  • Biografías
  • Chistes que llegan a mi Email
  • Consejos Sanos para el Alma
  • Cuidando y Encaminando a los Hijos
  • Datos Interesantes
  • Fotos: Paisajes y Temas varios
  • Historias de Miedo
  • La Relación de Pareja
  • La Tía Eulogia
  • La Vida se ha convertido en un Lucro
  • Leyendas Urbanas
  • Mensajes para Reflexionar
  • Personajes Disney
  • Salud y Prevención
  • Sucesos y Proezas que conmueven
  • Temas Varios
  • Tu Relación Contigo mismo y el Mundo
  • Un Mundo Inseguro
  • TODAS LAS REVISTAS
  • Selecciones
  • Diners
  • REVISTAS DINERS
  • Diners-Agosto 1989
  • Diners-Mayo 1993
  • Diners-Septiembre 1993
  • Diners-Noviembre 1993
  • Diners-Diciembre 1993
  • Diners-Abril 1994
  • Diners-Mayo 1994
  • Diners-Junio 1994
  • Diners-Julio 1994
  • Diners-Octubre 1994
  • Diners-Enero 1995
  • Diners-Marzo 1995
  • Diners-Junio 1995
  • Diners-Septiembre 1995
  • Diners-Febrero 1996
  • Diners-Julio 1996
  • Diners-Septiembre 1996
  • Diners-Febrero 1998
  • Diners-Abril 1998
  • Diners-Mayo 1998
  • Diners-Octubre 1998
  • Diners-Temas Rescatados
  • REVISTAS SELECCIONES
  • Selecciones-Enero 1965
  • Selecciones-Agosto 1965
  • Selecciones-Julio 1968
  • Selecciones-Abril 1969
  • Selecciones-Febrero 1970
  • Selecciones-Marzo 1970
  • Selecciones-Mayo 1970
  • Selecciones-Marzo 1972
  • Selecciones-Mayo 1973
  • Selecciones-Junio 1973
  • Selecciones-Julio 1973
  • Selecciones-Diciembre 1973
  • Selecciones-Enero 1974
  • Selecciones-Marzo 1974
  • Selecciones-Mayo 1974
  • Selecciones-Julio 1974
  • Selecciones-Septiembre 1974
  • Selecciones-Marzo 1975
  • Selecciones-Junio 1975
  • Selecciones-Noviembre 1975
  • Selecciones-Marzo 1976
  • Selecciones-Mayo 1976
  • Selecciones-Noviembre 1976
  • Selecciones-Enero 1977
  • Selecciones-Febrero 1977
  • Selecciones-Mayo 1977
  • Selecciones-Octubre 1977
  • Selecciones-Septiembre 1977
  • Selecciones-Enero 1978
  • Selecciones-Octubre 1978
  • Selecciones-Diciembre 1978
  • Selecciones-Enero 1979
  • Selecciones-Marzo 1979
  • Selecciones-Julio 1979
  • Selecciones-Agosto 1979
  • Selecciones-Octubre 1979
  • Selecciones-Abril 1980
  • Selecciones-Agosto 1980
  • Selecciones-Septiembre 1980
  • Selecciones-Diciembre 1980
  • Selecciones-Febrero 1981
  • Selecciones-Septiembre 1981
  • Selecciones-Abril 1982
  • Selecciones-Mayo 1983
  • Selecciones-Julio 1984
  • Selecciones-Junio 1985
  • Selecciones-Septiembre 1987
  • Selecciones-Abril 1988
  • Selecciones-Febrero 1989
  • Selecciones-Abril 1989
  • Selecciones-Marzo 1990
  • Selecciones-Abril 1991
  • Selecciones-Mayo 1991
  • Selecciones-Octubre 1991
  • Selecciones-Diciembre 1991
  • Selecciones-Febrero 1992
  • Selecciones-Junio 1992
  • Selecciones-Septiembre 1992
  • Selecciones-Febrero 1994
  • Selecciones-Mayo 1994
  • Selecciones-Abril 1995
  • Selecciones-Mayo 1995
  • Selecciones-Septiembre 1995
  • Selecciones-Diciembre 1995
  • Selecciones-Junio 1996
  • Selecciones-Mayo 1997
  • Selecciones-Enero 1998
  • Selecciones-Febrero 1998
  • Selecciones-Julio 1999
  • Selecciones-Diciembre 1999
  • Selecciones-Febrero 2000
  • Selecciones-Diciembre 2001
  • Selecciones-Febrero 2002
  • Selecciones-Mayo 2005

  • SOMBRA DEL TEMA
  • ▪ Quitar
  • ▪ Normal
  • Publicaciones con Notas

    Notas de esta Página

    Todas las Notas

    Banco 1
    Banco 2
    Banco 3
    Banco 4
    Banco 5
    Banco 6
    Banco 7
    Banco 8
    Banco 9
    Banco 10
    Banco 11
    Banco 12
    Banco 13
    Banco 14
    Banco 15
    Banco 16
    Banco 17
    Banco 18
    Banco 19
    Banco 20
    Banco 21
    Banco 22
    Banco 23
    Banco 24
    Banco 25
    Banco 26
    Banco 27
    Banco 28
    Banco 29
    Banco 30
    Banco 31
    Banco 32
    Banco 33
    Banco 34
    Banco 35
    Ingresar Clave



    Aceptar

    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
  • Código Hexadecimal


    Seleccionar Efectos (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Tipos de Letra (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Colores (
    0
    )
    Elegir Sección

    Bordes
    Fondo

    Fondo Hora
    Reloj-Fecha
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    LETRA - TIPO

    Desactivado SM
  • ▪ Abrir para Selección Múltiple

  • ▪ Cerrar Selección Múltiple

  • Actual
    (
    )

  • ▪ ADLaM Display: H33-V66

  • ▪ Akaya Kanadaka: H37-V67

  • ▪ Audiowide: H23-V50

  • ▪ Chewy: H35-V67

  • ▪ Croissant One: H35-V67

  • ▪ Delicious Handrawn: H55-V67

  • ▪ Germania One: H43-V67

  • ▪ Kavoon: H33-V67

  • ▪ Limelight: H31-V67

  • ▪ Marhey: H31-V67

  • ▪ Orbitron: H25-V55

  • ▪ Revalia: H23-V54

  • ▪ Ribeye: H33-V67

  • ▪ Saira Stencil One(s): H31-V67

  • ▪ Source Code Pro: H31-V67

  • ▪ Uncial Antiqua: H27-V58

  • CON RELLENO

  • ▪ Cabin Sketch: H31-V67

  • ▪ Fredericka the Great: H37-V67

  • ▪ Rubik Dirt: H29-V66

  • ▪ Rubik Distressed: H29-V66

  • ▪ Rubik Glitch Pop: H29-V66

  • ▪ Rubik Maps: H29-V66

  • ▪ Rubik Maze: H29-V66

  • ▪ Rubik Moonrocks: H29-V66

  • DE PUNTOS

  • ▪ Codystar: H37-V68

  • ▪ Handjet: H51-V67

  • ▪ Raleway Dots: H35-V67

  • DIFERENTE

  • ▪ Barrio: H41-V67

  • ▪ Caesar Dressing: H39-V66

  • ▪ Diplomata SC: H19-V44

  • ▪ Emilys Candy: H35-V67

  • ▪ Faster One: H27-V58

  • ▪ Henny Penny: H29-V64

  • ▪ Jolly Lodger: H55-V67

  • ▪ Kablammo: H33-V66

  • ▪ Monofett: H33-V66

  • ▪ Monoton: H25-V55

  • ▪ Mystery Quest: H37-V67

  • ▪ Nabla: H39-V64

  • ▪ Reggae One: H29-V64

  • ▪ Rye: H29-V65

  • ▪ Silkscreen: H27-V62

  • ▪ Sixtyfour: H19-V46

  • ▪ Smokum: H53-V67

  • ▪ UnifrakturCook: H41-V67

  • ▪ Vast Shadow: H25-V56

  • ▪ Wallpoet: H25-V54

  • ▪ Workbench: H37-V65

  • GRUESA

  • ▪ Bagel Fat One: H32-V66

  • ▪ Bungee Inline: H27-V64

  • ▪ Chango: H23-V52

  • ▪ Coiny: H31-V67

  • ▪ Luckiest Guy : H33-V67

  • ▪ Modak: H35-V67

  • ▪ Oi: H21-V46

  • ▪ Rubik Spray Paint: H29-V65

  • ▪ Ultra: H27-V60

  • HALLOWEEN

  • ▪ Butcherman: H37-V67

  • ▪ Creepster: H47-V67

  • ▪ Eater: H35-V67

  • ▪ Freckle Face: H39-V67

  • ▪ Frijole: H27-V63

  • ▪ Irish Grover: H37-V67

  • ▪ Nosifer: H23-V50

  • ▪ Piedra: H39-V67

  • ▪ Rubik Beastly: H29-V62

  • ▪ Rubik Glitch: H29-V65

  • ▪ Rubik Marker Hatch: H29-V65

  • ▪ Rubik Wet Paint: H29-V65

  • LÍNEA FINA

  • ▪ Almendra Display: H42-V67

  • ▪ Cute Font: H49-V75

  • ▪ Cutive Mono: H31-V67

  • ▪ Hachi Maru Pop: H25-V58

  • ▪ Life Savers: H37-V64

  • ▪ Megrim: H37-V67

  • ▪ Snowburst One: H33-V63

  • MANUSCRITA

  • ▪ Beau Rivage: H27-V55

  • ▪ Butterfly Kids: H59-V71

  • ▪ Explora: H47-V72

  • ▪ Love Light: H35-V61

  • ▪ Mea Culpa: H42-V67

  • ▪ Neonderthaw: H37-V66

  • ▪ Sonsie one: H21-V50

  • ▪ Swanky and Moo Moo: H53-V68

  • ▪ Waterfall: H43-V67

  • SIN RELLENO

  • ▪ Akronim: H51-V68

  • ▪ Bungee Shade: H25-V56

  • ▪ Londrina Outline: H41-V67

  • ▪ Moirai One: H34-V64

  • ▪ Rampart One: H31-V63

  • ▪ Rubik Burned: H29-V64

  • ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

  • ▪ Rubik Iso: H29-V64

  • ▪ Rubik Puddles: H29-V62

  • ▪ Tourney: H37-V66

  • ▪ Train One: H29-V64

  • ▪ Ewert: H27-V62

  • ▪ Londrina Shadow: H41-V67

  • ▪ Londrina Sketch: H41-V67

  • ▪ Miltonian: H31-V67

  • ▪ Rubik Scribble: H29-V65

  • ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

  • ▪ Tilt Prism: H33-V67

  • OPCIONES

  • Dispo. Posic.
    H
    H
    V

    Estilos Predefinidos
    Bordes - Curvatura
    Bordes - Sombra
    Borde-Sombra Actual (
    1
    )

  • ▪ B1 (s)

  • ▪ B2

  • ▪ B3

  • ▪ B4

  • ▪ B5

  • Sombra Iquierda Superior

  • ▪ SIS1

  • ▪ SIS2

  • ▪ SIS3

  • Sombra Derecha Superior

  • ▪ SDS1

  • ▪ SDS2

  • ▪ SDS3

  • Sombra Iquierda Inferior

  • ▪ SII1

  • ▪ SII2

  • ▪ SII3

  • Sombra Derecha Inferior

  • ▪ SDI1

  • ▪ SDI2

  • ▪ SDI3

  • Sombra Superior

  • ▪ SS1

  • ▪ SS2

  • ▪ SS3

  • Sombra Inferior

  • ▪ SI1

  • ▪ SI2

  • ▪ SI3

  • Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
    Fecha - Formato Horizontal
    Fecha - Formato Vertical
    Fecha - Opacidad
    Fecha - Posición
    Fecha - Quitar
    Fecha - Tamaño
    Fondo - Opacidad
    Imágenes para efectos
    Letra - Negrilla
    Ocultar Reloj
    No Ocultar

    Dejar Activado
    No Dejar Activado
  • ▪ Ocultar Reloj y Fecha

  • ▪ Ocultar Reloj

  • ▪ Ocultar Fecha

  • ▪ No Ocultar

  • Ocultar Reloj - 2
    Pausar Reloj
    Reloj - Opacidad
    Reloj - Posición
    Reloj - Presentación
    Reloj - Tamaño
    Reloj - Vertical
    Segundos - Dos Puntos
    Segundos

  • ▪ Quitar

  • ▪ Mostrar (s)


  • Dos Puntos Ocultar

  • ▪ Ocultar

  • ▪ Mostrar (s)


  • Dos Puntos Quitar

  • ▪ Quitar

  • ▪ Mostrar (s)

  • Segundos - Opacidad
    Segundos - Posición
    Segundos - Tamaño
    Seleccionar Efecto para Animar
    Tiempo entre efectos
    SEGUNDOS ACTUALES

    Animación
    (
    seg)

    Color Borde
    (
    seg)

    Color Fondo
    (
    seg)

    Color Fondo cada uno
    (
    seg)

    Color Reloj
    (
    seg)

    Ocultar R-F
    (
    seg)

    Ocultar R-2
    (
    seg)

    Tipos de Letra
    (
    seg)

    SEGUNDOS A ELEGIR

  • ▪ 0.3

  • ▪ 0.7

  • ▪ 1

  • ▪ 1.3

  • ▪ 1.5

  • ▪ 1.7

  • ▪ 2

  • ▪ 3 (s)

  • ▪ 5

  • ▪ 7

  • ▪ 10

  • ▪ 15

  • ▪ 20

  • ▪ 25

  • ▪ 30

  • ▪ 35

  • ▪ 40

  • ▪ 45

  • ▪ 50

  • ▪ 55

  • SECCIÓN A ELEGIR

  • ▪ Animación

  • ▪ Color Borde

  • ▪ Color Fondo

  • ▪ Color Fondo cada uno

  • ▪ Color Reloj

  • ▪ Ocultar R-F

  • ▪ Ocultar R-2

  • ▪ Tipos de Letra

  • ▪ Todo

  • Animar Reloj
    Cambio automático Color - Bordes
    Cambio automático Color - Fondo
    Cambio automático Color - Fondo H-M-S-F
    Cambio automático Color - Reloj
    Cambio automático Tipo de Letra
    Restablecer Reloj
    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

    H M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.2

    H M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.3

    H M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.4

    H M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días


    Programar Estilo
    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desctivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

    H M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.2

    H M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.3

    H M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.4

    H M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días

    Programar RELOJES

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar


    Cargar


    Borrar
    ▪ 1 ▪ 2 ▪ 3

    ▪ 4 ▪ 5 ▪ 6
    HORAS
    Cambiar cada
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    Cambiar cada
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    RELOJES #
    Relojes a cambiar
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 10

    T X


    Programar ESTILOS

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar


    Cargar


    Borrar
    ▪ 1 ▪ 2 ▪ 3

    ▪ 4 ▪ 5 ▪ 6
    HORAS
    Cambiar cada
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    Cambiar cada
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    ESTILOS #
    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m
    (s)
    (s2)

    Estilo:
    h m
    (s)
    (s2)

    RELOJES:
    h m
    (s)
    (s2)

    ESTILOS:
    h m
    (s)
    (s2)
    Programación 2

    Reloj:
    h m
    (s)
    (s2)

    Estilo:
    h m
    (s)(s2)

    RELOJES:
    h m
    (s)
    (s2)

    ESTILOS:
    h m
    (s)
    (s2)
    Programación 3

    Reloj:
    h m
    (s)
    (s2)

    Estilo:
    h m
    (s)
    (s2)

    RELOJES:
    h m
    (s)
    (s2)

    ESTILOS:
    h m
    (s)
    (s2)
    Ocultar Reloj

    ( RF ) ( R ) ( F )
    No Ocultar
    Ocultar Reloj - 2

    (RF) (R) (F)
    (D1) (D12)
    (HM) (HMS) (HMSF)
    (HMF) (HD1MD2S) (HD1MD2SF)
    (HD1M) (HD1MF) (HD1MD2SF)
    No Ocultar
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS
    1
    2
    3


    4
    5
    6
    Borrar Programación
    HORAS
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
    X
    Guardar - Eliminar
    Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
    ---------------------------------------------------
    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

    -------------------------------------------------
    Guardar todas las imágenes
    Fijar "Guardar Imágenes"
    Desactivar "Guardar Imágenes"
    Dar Zoom a la Imagen
    Fijar Imagen de Fondo
    No fijar Imagen de Fondo
    -------------------------------------------------
    Colocar imagen en Header
    No colocar imagen en Header
    Mover imagen del Header
    Ocultar Mover imagen del Header
    Ver Imágenes del Header


    Imágenes Guardadas y Personales
    Desactivar Slide Ocultar Todo
    P
    S1
    S2
    S3
    B1
    B2
    B3
    B4
    B5
    B6
    B7
    B8
    B9
    B10
    B11
    B12
    B13
    B14
    B15
    B16
    B17
    B18
    B19
    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
    Widget 1 Widget 2 Widget 3
    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    EL MATRIMONIO DE GREY (Corín Tellado)

    Publicado en abril 04, 2024

    ARGUMENTO

    Ella creyó que podría amar a Gerald. No era posible. ¿Y por qué no lo era? Apretó los puños. Gerald era digno de ser amado. Lo era, sí lo era. Pero su pasión, aquella pasión que la asustó el día que se casaron, fue disminuyendo poco a poco hasta convertirse en una pasiva ternura que ella nunca sabría compartir.


    CAPÍTULO I


    —¡Uf! ¡Qué calor tan insoportable! —exclamó Tony, derrumbándose en una butaca—. ¿Qué tenemos de comida, cariño mío?
    —Estofado de conejo, chuletas de cordero y tarta de ciruela.
    —Huy... Eres... —y tiró de ella hasta sentarla en sus rodillas—. Una alhaja como cocinera, una alhaja como esposa, y...
    —Menos adulación, chiquillo.

    La besaba, y Milly, ruborizada, pretendía escapar de él, pero al mismo tiempo se colgaba de su cuello. Se querían. Tenían aproximadamente la misma edad y hacía seis meses que se habían casado. Tony, de simple encargado de la gasolinera, había pasado a desempeñar el cargo de apoderado de los magníficos talleres de automóviles que Gerald Willows había montado en una céntrica avenida de Bangor. Y vivían en una casita pequeña y coquetona que los padres de Milly regalaron a esta como presente de bodas; en la ribera del río, a pocos metros de la playa.

    —Déjame ya, Tony. El estofado se quema.
    —Que se queme, mi vida.
    —Y pasarás sin comer.
    —Me bastan tus besos.
    —Tony, amor mío, sé responsable.

    Tony, que era fuerte y fogoso, la envolvió en sus brazos y allí la retuvo hasta que Milly ya no pidió que la dejara. Entonces, Tony sintió la llamada de su estómago, la soltó y juntos se dirigieron a la diminuta cocina, donde la mesa estaba primorosametne puesta. La cubría un albo mantel, había dos cubiertos completos y un jarrón de flores, poniendo la nota alegre que demostraba el temperamento voluntarioso y apasionado de la joven Milly.

    Tony lavó las manos en el grifo. Las secó con una toalla y se dejó caer ante la mesa con un suspiro.

    Dijo fervorosamente:

    —Nunca conocí un hogar. Viví con una tía adusta y siempre malhumorada, criticona por excelencia, solterona de profesión e insoportable porque lo era. Solo al casarme contigo supe lo que era vivir. —La miró largamente, ya sentada frente a él—. Dios te lo pague, Milly.
    —Come, cariño, y no pienses en el pasado.
    —Es como una bruma en mi cerebro, dañándolo siempre.
    —Pero ahora estás a mi lado y no existe la soledad y la adustez.
    —¿Serán todos los matrimonios tan felices como nosotros?
    —¿Todos? —repitió Milly, reflexiva—. Me temo que no, Tony. Hay que conformarse con lo que Dios nos da, y no todo el mundo se conforma.
    —Es que no a todos proporciona Dios grandes venturas.
    —Todo depende de lo que cada uno exija a la vida. Por ejemplo, yo me enamoré de ti. Y no eras un potentado.
    —Pero es que no amaste mi potencia, sino mi persona.
    —¿Lo ves? No todas las mujeres aman al hombre.
    —Bueno, lo mejor es que nos olvidemos de los demás. —Atacó el estofado—. ¡Hum! ¿Es conejo o es pavo en su sazón?

    Milly lo miró amorosamente.

    —Cariño —reprochó—. No te burles de mí.

    Tony inclinóse sobre la mesa y la miró larga y amorosamente. Alargó la mano y rozó con sus dedos la fina barbilla de su esposa.

    —Milly, quiero que sepas que eres el compendio de toda mi vida. Sin ti, no concibo esta. Y esta era para mí una sucesión de días monótonos y vacíos, hasta que empecé a sentir la imperiosa necesidad de tu cariño y tú me lo diste...
    —Antes amaste a otra mujer...

    La frente de Tony se ensombreció.

    —¡Otra mujer! —repitió, pensativo—, Milly, me parece que esa mujer no es feliz... Y lo peor resulta que su marido tampoco lo es. ¿Qué puede existir ahí para que ocurra lo que ocurre?
    —No lo sé, Tony. Vivo pendiente de ellos... Es algo superior a mis fuerzas. Siempre quise a Grey como si fuera una hermana. La creía feliz. Pero cuando murió doña Beatriz y abracé a Grey..., sentí la sensación de que los sollozos desgarradores de Grey eran... demasiado desgarradores. No lloraba a su madre en aquel instante. Lloraba algo más...
    —Es muy extraño todo eso... —admitió Tony, reflexivo. Y con decisión, añadió—: Bueno, comamos y no recordemos cosas tristes.
    —Es verdad.


    * * *

    Pero ambos eran demasiado buenos y querían a Gerald y Grey, para olvidar, por medio de una suculenta comida, lo que consideraban un problema demasiado humano.

    Tomaban el té en la pequeña terraza. Empezaba el verano. Bangor se llenaba, como años anteriores, de turistas y veraneantes. Bangor adquiría una solemnidad distinta en verano. De villa pequeña y monótona, se convertía en ciudad importante. El sol calentaba mucho aquella tarde de primeros de junio. Tony sorbió el té poco a poco y, encendiendo un cigarrillo, se repantigó en la butaca de mimbre.

    —Milly, estoy pensando...
    —¿Pensando?
    —Sí. En ellos. No tienen hijos, ¿por qué no los tienen? Él no lo dice, pero parece echarlos de menos. Ella nunca se queja. Pero..., ¿qué ocurre ahí? ¿O no ocurre nada y todo se debe a cosas que nosotros imaginamos en nuestro mutuo cariño hacia ellos, y que en realidad no existen?
    —Temo que existan.
    —¿Nunca hablaste de ello con Grey? La ves casi todos los días. Yo apenas la cruzo en mi camino. Las mujeres de los empleados van a buscar a sus maridos; hasta las esposas de muchos obreros. Tú misma, a la hora de salida, te apostas con el auto cerca del taller. Ella, nunca; jamás ha ido. Y yo veo que Gerald mira con nostalgia las parejas que se alejan. Es... decepcionante para un hombre tan completo como Gerald.
    —Tal vez sean figuraciones tuyas.
    —¡Oh, no, no! Conozco a míster Willows mejor que nadie. Es un hombre mayor, pero sigue siendo sentimental como un niño. ¿Me comprendes, Milly? Un hombre que vale mucho, que todos apreciamos, que jamás nos niega un favor cuando lo solicitamos. Un hombre completo, dispuesto siempre a ayudar a su prójimo. Y temo que Grey no lo comprenda.
    —Es verdad —dijo Milly, reflexiva—. No sabemos nada de ellos, de su vida íntima. A veces las apariencias engañan. Grey nunca se quejó ante mí. Nunca fue muy comunicativa, pero ahora aún lo es menos.

    Tony se sirvió otra taza de té y lo tomó a pequeños sorbos.

    —Milly... ¿Tú crees normal, que teniendo Gerald tanto dinero, ella siga conservando la tienda de su madre?
    —Ya se lo he dicho.
    —No sé qué pensará Gerald de ello. Puedo decirte únicamente que siempre está pensativo y triste. Parece un hombre decepcionado.
    —Nunca fue muy alegre.
    —¡Oh, no! Te equivocas. Cuando yo le conocí, era un hombre afable, comunicativo. Parecía estar muy satisfecho de la vida. Ahora es todo lo contrario. ¿Por qué no sondeas a Grey?
    —¿Crees que no lo intenté?
    —Me lo imagino. Pero me parece que hasta ahora fuiste poco diplomática.
    —Estás en Un error. Fui diplomática en todo momento. Aun cuando estaba soltera. Aquella boda fue demasiado precipitada. Gerald no se preocupó de pensar en ello porque la amaba como un loco.
    —Y la ama aún —comentó Tony, brevemente.
    —Sí, la ama aún.
    —Y ella no le corresponde. Y lo peor es que cada día está más bella.
    —Tony... Voy a celarme.

    El joven se echó a reír. Se puso en pie. La alzó en sus brazos y la apretó contra sí. Con los labios abiertos en la mejilla femenina, susurró:

    —Para mí... no hay más mujer que tú. Tenlo presente, mi vida.
    —Nunca me celaré de Grey —rio zalamera—. Te lo digo por oírte hablar de tu amor hacia mí.
    —¡Malísima! —miró el reloj—. Es muy tarde.

    Enlazados por la cintura, se alejaron hacia la pequeña cancela.

    —Nunca tuve un hogar —dijo él, de pronto—. Y cuando estoy en el trabajo y recuerdo que te tengo aquí, en la casita íntima... Entra en mí, Milly, una plenitud un anhelo de decirte... Algo que desconocí hasta que nos casamos.

    Ella sonreía íntimamente. Adoraba a Tony, no solo por ser el único hombre de su vida, sino porque era noble, honrado, y llegaba a su espíritu como a su cuerpo.

    —Si ellos pudieran quererse así...
    —Temo, Milly, que jamás se querrán de veras. Es decir, ella; él la ama tanto o más que el primer día. Y me causa mucha pena verle siempre tan ensimismado, tan triste... A veces se le habla y no responde, como si se hallara muy lejos de uno. Cuando se da cuenta de que le hablan, entonces sonríe vagamente y dice: «Perdóneme usted». Adiós, cariño. ¿Irás a buscarme?
    —Desde luego. Estaré allí a las seis en punto.
    —¿A dónde iremos?
    —Donde tú digas.
    —Iremos a bailar como dos novios. Te dejo el auto.

    Era un «Ford» de cuatro plazas, de color negro, que Gerald le vendió a Tony por poco dinero, hacía apenas tres meses. Estaba detenido ante la casita y ambos lo contemplaron con ternura, como si fuera una preciosa criatura. Y es que en él habían pasado tardes maravillosas, lejos de Bangor, conjugando su amor por los llanos.

    —Hasta luego, mi vida.

    Se besaban. Tony, alto, delgado, moreno y nervudo, se alejaba hacia abajo, y ella, Milly, quedaba ante la cancela siguiéndolo con ojos amorosos.

    Para ellos no había pesadillas. Se amaban de veras, sin subterfugios ni problemas. Sencilla y apasionadamente.


    * * *

    Empujó la puerta encristalada y entró. Grey, bonita como nunca, como una tibia sonrisa en los labios, una extraña sombra de melancolía en los ojos, se hallaba tras el mostrador y despachaba a un cliente.

    —Hola, Milly —dijo, al ver a su amiga—. Pasa aquí y ayúdame. Es una tarde de mucho trabajo.

    Milly obedeció, no sin antes lanzar una mirada a su reloj de pulsera.

    —A las seis menos cuarto tengo que marchar —dijo—; pero entretanto, te ayudaré. —Y riendo—: ¿Sabes que vas a tener que pagarme un sueldo? Casi todas las tardes me conviertes en dependienta.
    —Atiende a esa señora que entra.

    Milly así lo hizo. Durante media hora despacharon, ocupadas solo en atender debidamente a los clientes, que si bien no se amontonaban ante el mostrador, entraban seguidos de otros. Cuando la tienda en un minuto quedó vacía, Grey exclamó:

    —Ya me duelen los pies. Tengo que seleccionar una mercancía que llegó hoy, y aún no pude hacerlo. Tendré que quedarme aquí hasta las ocho y media.

    Milly lanzó sobre ella una mirada de soslayo. ¿Es que Grey centraba toda su vida en aquella tienda? ¿Y qué necesidad tenía si su marido era rico, uno de los más ricos industriales de Bangor? Poseía dos servicios de gasolina, uno en cada extremo de la ciudad. Un taller de reparación de automóviles, y se decía que poseía acciones en el ferrocarril, en una compañía aérea y en otra naval. Era absurdo, pues, que una de las primeras damas de la ciudad estuviera tras el mostrador como una vulgar dependienta. Se lo había dicho muchas veces, pero Grey siempre contestó con evasivas, aduciendo que era el único recuerdo de su madre y deseaba conservarlo. ¿Sentimentalismo? No, por cierto. Era algo más hondo que Grey no diría jamás a nadie, ni siquiera a ella que era su mejor amiga.

    —Se nota que llega el verano —dijo Grey, interrumpiendo los pensamientos de su amiga—. Ha sido una tarde agotadora.
    —¿Por qué no tomas una dependienta?
    —¡Oh, no! Me entorpecería el trabajo. Prefiero estar sola. Samuel lleva la contabilidad y me basta eso. Viene una vez por semana, y yo le tengo todos los apuntes en orden.

    Entró una cliente de edad.

    —Hola, muchachas.
    —Hola, doña Esther.
    —Mucho calor, ¿eh? —dijo Milly por decir algo.

    Doña Esther era una charlatana del barrio. Siempre lo sabía todo.

    —Muchísimo. Dame una botella de agua de rosas. Aquí tienes el frasco.

    Grey lo agarró y se dirigió a la trastienda. Milly y doña Esther siguieron comentando:

    —Esto se llena de veraneantes —decía doña Esther—. Ya empiezan a llegar. Mañana llegan los del castillo. ¿Os acordáis? Lord Anderson, aquel guapo chico que traía locas a todas las chicas...

    En la trastienda se oyó un estallido de cristales rotos. Milly se estremeció, y doña Esther exclamó indiferente:

    —A Grey se le ha roto el frasco.

    Grey apareció ante ellas.

    —Se me ha roto, sí. Le daré otro.

    Milly, preocupada, escudriñó su rostro. Estaba pálido, pero rígido. ¿Qué le ocurriría a Grey? ¿O no le ocurría nada?

    —Aquí tiene —dijo Grey.
    —Gracias.

    Se marchó. Grey exclamó:

    —Es una dama insoportable.

    Y se alejó de nuevo hacia la trastienda.


    II


    Apareció minutos después. Milly seguía allí, con las manos descansando en el cristal del mostrador.

    —No me parece tan insoportable —dijo Milly, como si Grey hubiera hablado en aquel mismo instante.
    —¿Qué?
    —Me refiero a doña Esther.
    —¡Ah!
    —Digo que no me parece...
    —Lo es —dijo, rotunda. Y ella nunca emitía un juicio solo por el placer de criticar—. Siempre tiene algo absurdo que decir.
    —¿Y qué dijo de absurdo? Que los veraneantes estaban llegando... ¡Bah! Todos los años llegan, ¿no? ¿Te fijas? Es curioso. El año pasado las dos éramos libres. Y hoy somos dos respetables señoras casadas. —Se echó a reír con desenfado, aunque no hablaba por hablar. Y pareciera lo contrario—. Me gusta mi nuevo estado. Es maravilloso. ¿No estás tú muy satisfecha?
    —¿Y por qué no he de estarlo?

    La retaba. ¡Cuánto había cambiado Grey! Antes no era dura ni airada. Nunca parecía aquel semblante adusto, o como si se pusiera en guardia. ¿Contra qué o contra quién se parapetaba? Era muy extraño. ¿Y por qué se le había caído el frasco de las manos al oír a doña Esther que al día siguiente llegaba Jepp Anderson?... ¿Sería posible que Grey...? No era posible. Milly no concebía que Grey prefiriera a Jepp a su propio marido. Gerald era un hombre completo, social, apasionado, pues en su quieta mirada se apreciaba un temperamento fuerte y absorbente.

    —Lo estarás, es lógico —dijo, deteniendo sus pensamientos—. Lo ilógico sería que no lo estuvieras.

    Entró otra cliente. La despachó Milly. Grey arreglaba un escaparate. Cuando se fue, Grey regresó al mostrador con unos frascos que seleccionó junto a otros.

    —Es un producto nuevo para teñirse la piel. El viajante dijo que era estupendo. Veremos qué acogida le dispensa el público.
    —Diríase que vives para esto —observó Milly, pensativa—. Como tu madre.
    —Esta herencia me dejó.
    —Apuesto a que si supiera que ibas a encontrar aquí tu vida, lo habría vendido antes de morir.
    —Es posible.

    Hizo la pregunta con brusquedad. No esperaba que Grey fuera sincera en la respuesta, pero Milly estimaba que sería interesante ver la reacción en los ojos de su amiga.

    —¿Qué dice Gerald de tu manía?

    No reaccionó de ninguna manera. Parecía una estatua bonita, vestida con el delantal blanco. Sus ojos estaban quietos en la etiqueta del frasco que tenía entre los dedos y quietos quedaron al responder reposadamente:

    —A Gerald le gusta que me entretenga mientras él trabaja.
    —Ya —miró el reloj—. ¡Oh, las cinco y media! Tengo que ir a buscar a Tony. Nos vamos a pasar la tarde en una sala de fiestas. ¿No te animas?
    —Tengo mucho que hacer aquí.
    —Nunca... has ido a buscar a Gerald a la hora de dejar la oficina.

    Seguía contemplando la etiqueta. Tenía un lápiz en la mano y dijo, trazando unos números en esa etiqueta:

    —A esto se le puede hacer un veinte por ciento. Es un producto nuevo que gustará a las que deseen broncearse la piel.
    —Vives solo para eso —dijo Milly—. Tony no me lo permitiría.
    —Todo depende del modo de ser de cada uno.
    —Bueno, ya no puedo detenerme más.
    —Adiós, Milly. Hasta mañana.
    —¿Qué harás cuando salgas de aquí?
    —¿Qué haré? ¡Ah, pues de todo! Marta siempre necesita mi ayuda. Y Sandra me busca a cada instante para preguntar esto o aquello.
    —¿Y Gerald?
    —¿Gerald? ¡Ah!... Juega la partida. Se te hace tarde, Milly.

    Esta salió sin decir palabra. ¡Qué rara estaba Grey desde que se casó! Antes era más comunicativa. ¿Y por qué le había caído el frasco de las manos? Muy raro, si..., muy ¿alarmante? Sí, muy alarmante, sin duda.


    * * *

    Cerró la tienda a las siete y media. Encendió las luces de los escaparates y se fue hacia la trastienda. Tenía allí una especie de oficina. El contable de su marido iba dos veces por semana, pero ella tenía que hacer los apuntes completos del día.

    Sentóse tras la pequeña mesa y encendió la luz portátil. El claro de luz caía sobre su cabeza iluminando los brillantes cabellos rubios, siempre correctamente peinados.

    Siempre fue bonita, pero aquel atractivo se había acentuado con la aureola de melancolía que enturbiaba su mirada.

    Trazó números durante veinte minutos, pero de pronto el lápiz cayó de sus manos y quedó ensimismada, mirando al frente con hipnotismo.

    Doña Esther y sus frescas noticias. ¿Por qué tenía que hablar tanto aquella maldita cotorra? Y Milly estuvo a punto de darse cuenta.

    Bueno, pero no se la había dado. Era... decepcionante, absurdo, inconcebible todo aquello. Pero le ocurría.

    Toda la culpa la tenía aquella ilusión nunca satisfecha. Pero era... Sí, era espantoso. Ella estaba casada. No tenía queja de Gerald. No, no la tenía.

    Hundió la cabeza entre las manos y se quedó quieta como una estatua. Parecía un ser muerto, pero los pensamientos estaban vivos y dolían, hurgando en aquella llaga.

    Ella creyó que podría amar a Gerald. No era posible. ¿Y por qué no lo era? Apretó los puños. Gerald era digno de ser amado. Lo era, sí lo era. Pero su pasión, aquella pasión que la asustó el día que se casaron, fue disminuyendo poco a poco hasta convertirse en una pasiva ternura que ella nunca sabría compartir.

    Era una lucha horrible. Cuando Gerald se aproximaba a ella se ponía a temblar. Cada vez se alejaba más. Mejor. Gerald dejaba de amarla con pasión. Era lógico. Ella nunca supo corresponder. Gerald le reprochó su frialdad. ¿La sentía? ¿Se daba cuenta? No, tal vez no se la daba. Dejaba de quererla como un hombre quería a una mujer. Sí, era eso. Su frialdad había matado los ánimos del hombre. Ya ni siquiera la deseaba. Era mejor así. Todo aquel deseo lo sació pronto. ¿Serían todos los hombres igual? Tal vez.

    A Milly había de ocurrirle otro tanto. En todos los matrimonios ocurría así, sin duda.

    Odiaba a Jepp. Lo odiaba porque la separaba cada vez más de Gerald, de sus obligaciones. Tal vez tenía ella la culpa de aquel alejamiento de Gerald. Bueno, y después de todo, ¿no estaba satisfecha de que Gerald se olvidara cada día más de sus deberes de marido? Claro que sí. Para ella era un tormento los besos de Gerald, sus caricias interminables... Nunca hablaba. No, al principio, sí, después fue dejando de hablar, de decir aquellas cosas... Esas cosas bonitas que llegaban hondo... Pero se desvanecían pronto. La imagen de Jepp casado con otra mujer, ignorándola a ella..., era una visión horrible.

    Se puso en pie con presteza. Eran las ocho y media. Sandra estaría preocupada. Su madre había muerto, y ella sintió su muerte como si le desgarraran el cerebro y el corazón, pero quedaba Sandra, la madre de Gerald y era para ella como una segunda madre. La quería, sí; Sandra se preocupaba por todo. Le hacía té cuando llegaba fría en las tardes de invierno. Le calentaba las zapatillas. Le daba calmantes cuando le dolía la cabeza... Ella se sentía abrumada. No merecía aquella ternura, aquella atención. No merecía nada. ¿Qué diría Sandra si supiera que el mayor suplicio para ella era soportar a su hijo?

    Pero se había casado con él, consciente de sus deberes de esposa. Y los cumplía. Conocía sus responsabilidades de cristiana. Pero ella no era una cristiana. Al menos, aunque se tenía por tal, no obró como si lo fuera. Claro que Gerald se casó con ella sin ignorar nada. Le dijo todo, el beso que había compartido con Jepp... Lo que luego ocurrió en la terraza de aquel café...

    Jepp estaba casado con una bella mujer, y la presentaba con orgullo y sabía que ella, a quien ignoraba en aquel instante, lo estaba oyendo. Sí, Gerald no ignoraba nada.

    Cerró el libro con seco golpe y se quitó la bata blanca. Cogió la chaqueta de punto, se la puso, apagó las luces y salió, cerrando con llave. El auto que Gerald le regaló a su regreso del viaje de novios, estaba allí. Una sarcástica sonrisa curvó sus labios.

    Tenía todo cuanto la vida ofrece para ser feliz. Y no lo era. ¡Oh, no! No lo era en modo alguno. Poseía dinero, podía satisfacer todos sus caprichos. Gerald nunca le pedía cuenta de la tienda. Todo lo ingresaba a su nombre, y se compraba trajes, zapatos... Era la mujer mejor vestida de Bangor, y con el coste de uno de sus modelos, podía vivir una familia dos o seis meses. Y aun así no era feliz.

    Subió al auto y lo puso en marcha con brusquedad.


    * * *

    ¿Cuántas veces había recordado aquellos primeros días de casada? Muchas. ¡Oh, sí! Y todos los días aquellos recuerdos acudían a su mente y a su corazón produciéndole infinito dolor. ¡Qué distinto habría sido todo si el hombre que estaba a su lado en aquel lejano hotel de Londres hubiera resultado Jepp! Pero era absurdo que pensara en un hombre que se había casado con otra, y que, no obstante, le hacía el amor a ella y luego la ignoraba... Era no solo absurdo, era tan humillante que ella, dado su criterio honrado y cristiano, pensara en el hombre de otra mujer, teniendo ella su propio marido.

    Aquel marido que pasó con ella aquellas noches y aquellos días interminables. ¡Y cómo fue cambiando Gerald a medida que transcurrían los días! ¿Y por qué? ¿Por qué había cambiado? Tenía la culpa ella... Sí, tal vez; pero..., ¿por qué no la ayudó? Se limitó a quererla. Era para ella un desconocido insospechado aquel hombre apasionado y vehemente, que la besaba como si su razón de vivir fueran sus besos y sus caricias. Y hablaba. ¡Oh, sí! Mucho. Cuántas cosas decía. Y era su voz como un suspiro y sus frases como caricias.

    Vivía asustada y temblorosa. Y un día, él le dijo, con tono indefinible: «Parece que me temes. Me sientes llegar y tiemblas. Con su marido, una mujer no debe temblar de miedo, sino de placer».

    Tenía razón, pero ella no podía remediarlo. Fueron días horribles, sí. Después llegaron al hogar. Su madre y Sandra vivieron con ellos. Hicieron reparaciones en las dos casas y las unieron, surgiendo de ellas un palacio moderno y sencillo. Un hogar acogedor; pero, no obstante, aquel hogar era para ella como una cárcel. A poco, su madre enfermó y falleció como un pajarito. El dolor fue mayor, porque vivía sin comprensión ni estabilidad espiritual. Fue entonces cuando centró el eje de su vida en la tienda. Sandra se lo reprochó. Él, nunca. Era lo que más la menguaba. Su bondad jamás inalterable. La bondad del hombre que nunca la hacía reproches. Lo admiró, pero no pudo quererlo. Y cuando se fue alejando poco a poco de su intimidad, a la cual acudía muy de tarde en tarde, se lo agradeció. No lo echó de menos. ¡Oh, no! Se lo agradeció desde el fondo mismo de su corazón.

    Nunca se le ocurrió pensar que él podía tener otra mujer. No, hasta entonces no pensaba en ello.

    La vida se deslizó plácida. Al menos eso creía todo el mundo, incluso Milly. Mejor que fuera así.

    Frenó el auto ante la escalinata principal y saltó al suelo. Una chispa brillaba en la oscuridad de la terraza. Era el cigarrillo de Gerald. Estaba más flaco. Grey no se dio cuenta hasta aquel instante en que lo vio a trasluz en la penumbra. Y parecía siempre reflexivo y ausente. A veces había que hacerle las preguntas dos veces, e incluso tres para que contestara. Entonces emitía una risa falsa, y decía como disculpándose: «Tengo tantas cosas pendientes...».

    Ascendió, gentil, esbelta como un junco, tan joven, tan bonita, tan personal... Gerald tiró lejos el cigarrillo y se aproximó a ella.

    —Hola. He tardado, ¿verdad?
    —No... me di cuenta. Acabo de llegar.

    Estaban uno frente a otro. Los ojos de Gerald, ojos de hombre maduro y pensador, ojos que no eran de un hombre vano, estaban quietos en su semblante.

    Grey pasó a su lado, le sonrió.

    —¿Y mamá?
    —Liada con Marta.
    —¿Comeremos luego?
    —Creo que sí.
    —¿Vas a salir?
    —Sí.

    ¿Cuántos días hacía que Gerald no la besaba? ¿Cuántos asimismo que no cruzaba el umbral de su alcoba?

    Ocupaban dos habitaciones paralelas comunicándose entre sí. ¿Cuántos días?

    —Ha sido un día de mucho trabajo —dijo ella.

    Y entró en la casa. Gerald quedó en la terraza. Una rara crispación curtía su semblante. Los ojos tenían un brillo peculiar. Grey no se enteró de nada.

    Se oía su voz grata, juvenil, hablar con Sandra alegremente.

    ¡Alegremente! Gerald apretó los puños y se hundió en sus pensamientos.


    III


    —¿Qué pasa? —preguntó Gerald, saliendo de la oficina y viendo a Tony parado ante un «Bolls».

    Tony se volvió hacia su jefe, como igualmente el dueño del coche, en quien Gerald no reparó.

    —Lord Anderson deja aquí su coche y dice que lo necesita para esta misma tarde.

    El elegante hombre rubio dijo amablemente, con una amable sonrisa, mirando a Gerald y a Tony alternativamente:

    —Yo no soy lord Anderson. Soy su hermano gemelo y me llamo Bill.

    Tony se echó a reír, y dijo, a modo de disculpa:

    —Nadie lo habría dicho, señor. Son ustedes iguales.
    —Es cierto. Nos confunden con frecuencia. —Y simpáticamente añadió, mirando a Gerald, que nada había dicho, pues continuaba inmóvil, con las manos en los bolsillos, sin pestañear—: Solo mi esposa nos sabe diferenciar. Claro que si no fuera así, estaría siempre en peligro mi amor.
    —Su coche estará listo para esta tarde —cortó Gerald, con indiferencia.
    —Gracias —replicó Bill, un poco cortado por la frialdad del dueño del taller—. Pero ¿cómo subo yo hasta él castillo? He salido a hacer una visita y se me agarrotó el volante.
    —Falta de aceite —dijo Tony.
    —Eso creo. Soy un poco descuidado. Mi esposa me estará esperando. Llegamos anoche...
    —Tony le proporcionará un auto hasta tanto no tenga reparado el suyo.
    —Gracias, señor...
    —Willows.
    —Es usted muy amable, señor Willows.

    Gerald inclinó la cabeza levemente y salió en dirección a su oficina. Al llegar a esta se derrumbó sobre el sillón giratorio y quedó con la vista fija en un punto inexistente. ¡Hermano de lord Anderson! ¿Cuál de los dos era el hombre casado? Grey amaba a Jepp... ¿Qué lío era aquel? Apretó los puños y se quedó inmóvil. Había en sus ojos una dura expresión. Y la boca, de firme trazo, se crispaba con intensidad.

    —Señor Willows...
    —Pasa, Tony.

    Y en su semblante ya no había vestigio alguno de la breve tormenta pasada. Frío e indiferente como siempre, interrogó a Tony con la mirada.

    —Le he proporcionado un «Ford»...
    —Está bien.
    —¿Qué hago con el «Rolls»?
    —Que lo engrasen.
    —Hay que desmontar todo eso.
    —Que lo tengan dispuesto para la tarde. Son las once. A las cinco puede estar listo si solo se trata del agarrotamiento del volante.
    —Perfectamente. ¿Manda algo especial?
    —Nada.
    —Hasta luego, señor Willows.

    Gerald no contestó. Quedó de nuevo solo en la oficina. Se oían voces apagadas venidas del taller. De la oficina contigua llegaba el tecleo de las máquinas. Gerald se levantó y cerró ventanas y puertas. Necesitaba estar solo y pensar. ¡Había pensado tanto en el transcurso de aquel larguísimo año! Y otro verano. Entre tantos veraneantes llegaría Jepp Anderson... ¿Y qué pensaría Grey? ¿Qué haría, diría, y cómo reaccionaría Grey cuando supiera que no solo había un hombre rubio, sino dos? ¿A cuál de ellos había querido? ¿O estarían los dos casados? Un caos se debatía en su cabeza. Ella llegaría a saberlo del modo más simple, como a él le había ocurrido.

    Encendió un cigarrillo con precipitación. Al instante el cigarro estaba aplastado en el cenicero, y en la dura boca de Gerald se balanceaba otro que, al instante, corrió la misma suerte.


    * * *

    Era muy tarde cuando llegó a casa. Su madre se había retirado, así como las dos criadas. Había luz en el vestíbulo. Gerald la apagó y subió lentamente las escalinatas alfombradas hacia su alcoba. Abrió la puerta de un empellón. Cuando estaba solo se sentía irritable de continuo. Y es que solo no intentaba disimular. Por eso los que le trataban le conocían bajo un aspecto muy diferente, sereno, ecuánime, indiferente, hasta amable. Persona intachable. ¿Qué necesidad tenía nadie de conocer su verdadero estado de ánimo?

    Apretó el botón de la luz y se quedó plantado en medio de la estancia, con las piernas abiertas y las manos hundidas en las profundidades de los bolsillos del pantalón. Una arruga paralela, profunda, marcaba la anchura de su frente. Había envejecido en poco tiempo. Había hebras de plata en su cabeza, y en torno a los oscuros ojos se marcaban grupos de menudas pero profundas arrugas.

    De pronto, sintió una súbita necesidad. Tenía que ver a Grey. Había estado todo el día ocupado en el taller, comió en un restaurante con unos clientes. No la había visto durante el día anterior...

    La luz de la alcoba contigua se filtraba bajo la puerta. Los pasos de Grey se oían a través de aquella puerta cerrada...

    Se dirigió al baño y se cambió de ropa. Puso un batín sobre el sobrio pijama y calzó chinelas. Se quedó de nuevo ante la puerta cerrada. De pronto empujó esta y abrió.

    Grey, sentada ante su tocador, giró en redondo.

    —¡Ah! —exclamó tan solo.
    —¿Estorbo?
    —Por supuesto que no.

    Pasó. La puerta quedó abierta. Miró a la mujer. Más bella cada día. Aquella sombra indefinible de sus ojos de turquesa la hacía más madura, más... femenina. Vestía un bonito camisón blanco y sobre él una bata que parecía de espuma. Estaba descalza sobre la alfombra. Su fina mano sostenía el cepillo y de vez en cuando lo pasaba maquinalmente por el rubio cabello.

    Situóse tras ella. La deseó más que nunca. Y, no obstante, se doblegaba con férrea voluntad. ¿Y por qué se doblegaba, después de todo? Era su esposa, su mujer. Ante un altar se la habían entregado. Era suya, absolutamente suya. ¿Suya? ¿Era suya en realidad? ¿Lo había sido nunca? Súbitamente sintió un arrebato de rebeldía. Su posesión suponía para él la máxima ansiedad, el anhelo más intenso, y sin embargo...

    Desvió los ojos. Los clavó en la ventana entreabierta.

    —¿No... tienes frío?
    —No. Siempre duermo con ella abierta. Se respira mejor.
    —Ya.
    —¿Has trabajado mucho?
    —Mucho, sí.
    —Tu madre estaba preocupada.

    Sintióse irritado.

    —¿Y por qué? ¿Cree mi madre que sigo siendo un niño? Y... tú..., ¿qué has sentido tú?
    —¿Yo? ¡Oh! Pues... —se aturdió bajo la mirada quieta—. Yo...
    —Tú, nada, ¿verdad, Grey? Tú nunca sientes nada.
    —Estás esta noche en plan agresivo.
    —No lo creas.
    —Espero no haberte ofendido en nada.

    La mano de Gerald cayó como una maza sobre el hombro femenino. Lo apretó de modo raro. Ella lo miró a través del espejo, sin pestañear.

    —Me ofendes de continuo —dijo, fuerte—. ¿No lo sabías?

    Sí, sí lo sabía, pero...

    —No, no lo sabía.
    —Me pregunto, Grey, qué es lo que sabes tú de los dos.
    —¿De los dos?
    —Yo sé de ti; tú de mí, ¿qué sabes? ¿Te has propuesto saber algo de mí en alguna ocasión?
    —No... —se puso en pie—. No tienes derecho a decir eso...
    —Grey, ¿a qué tengo derecho yo con respecto a ti?
    —Nunca te negué nada —exclamó, sofocada—. Nunca, Gerald...

    El hombre se apartó de ella. Y fue retrocediendo paso a paso hasta derrumbarse en el lecho de su mujer. Quedó con los ojos fijos en el techo y las manos caídas a lo largo del cuerpo. Por un instante, Grey no supo qué hacer ni qué decir. Sentía un raro temblor en las piernas, un temor que del corazón le llegaba al cerebro y bajaba y la recorría como una llamarada. Hacía mucho tiempo, ¡mucho!, que Gerald no la molestaba. Y ella ya se había habituado a su pasiva soledad y verse de nuevo interrumpida por el hombre... Pero aquel hombre era su marido, y ella no tenía derecho a negarle nada.

    —No, Grey —habló él, de pronto, sin moverse, sin mirarla—. Nunca me has negado nada. Pero..., ¿me has dado algo? ¿Conoces mis anhelos? —La miró cegador. Grey sintióse empequeñecida bajo aquellos ojos—. ¿Los has conocido alguna vez? ¿Qué has dado a nuestro matrimonio? Te has limitado a extender tu mano, en la cual yo coloqué un anillo. Medita, reflexiona. ¿Me has dado algo más?
    —No... no tienes derecho a decir eso... Gerald, estás muy distinto esta noche.

    El hombre se sentó de golpe en la cama y se la quedó mirando con semblante adusto, endurecido, diferente. Era un Gerald nuevo para ella, y Grey sintióse estremecer.

    —Y lo estaré en adelante, Grey. Ya no eres una niña. Yo te hice mujer. Conoces las necesidades y los anhelos de los hombres... Te necesito en mi vida y no pienso renunciar a ti jamás. Tu frialdad es como una puñalada para mí. Pero yo, pobre hombre al fin y al cabo, te necesito como quiera que seas; y he de tomarte.

    Ya estaba de pie ante ella. Grey no retrocedió.

    —Gerald —dijo, ahogadamente—. No quiero odiarte.

    Y él, duramente, dijo:

    —Ódiame, Grey. Prefiero tu odio a tu indiferencia.

    La tomó en sus brazos, la besó en la boca como si se casaran en aquel momento y estuvieran solos por primera vez. Era el hombre de antes, pero había algo diferente en él. Era un hombre sin consideración a una mujer. Era el hombre que vivía el placer sin preocuparse de que su esposa lo disfrutara.

    Se quedó allí, a su lado, hasta el amanecer.


    * * *

    La sombra que se perdía en el fondo de las pupilas se acentuaba aquella mañana. El rictus de la boca no era plácido. Algo gravitaba sobre ella; algo impalpable que hacía daño, que hería.

    La tienda estaba abierta, pero vacía. Solo ella vestida de blanco tras el mostrador.

    Jepp entró sin ser visto y saludó alegremente.

    —Buenos días, bonita Grey.

    Alzó la cabeza y se quedó mirando al hombre rubio con desesperación.

    —Parece que no te alegras de verme.

    No contestó. Le miraba aún como si no diera crédito a sus ojos. ¿Cómo se atrevió? ¿A qué iba allí?

    —Grey... ¿Qué diablos te ocurre? Yo que vengo a verte loco de contento y tú me recibes así.

    Estaba soñando. No podía ser Jepp aquel hombre que hablaba feliz, como quien busca una ilusión y no tiene espera.

    —Vamos, Grey, di algo.

    No dijo nada. Lo miraba aún como si fuera un aparecido, un fantasma, no un ser real. Tenía que responderle y decirle... Sí, sí, decirle que estaba casada. Que al saber que él se había casado... No; no le diría eso. Le diría...

    —He pasado un invierno espantoso —decía Jepp con voz apasionada y cálida—. Sí, he pensado en ti. Uno se cansa de correr y se detiene al fin... Yo quiero detenerme a tu lado, para siempre... Es consolador, ¿sabes? Para quien, como yo, ha recorrido tanto camino sin provecho alguno.

    Entró una cliente, y Jepp hubo de frenar su perorata. ¿Si pensaba casarse con Grey? No, por supuesto. Él no pensaba casarse con nadie. No era tan idiota y sentimental como Bill, pero algo había que decir ante una jovencita emocionada, que siempre le gustó más que las otras. Era un buen entretenimiento para el verano. Sería delicioso llevarla por la colina y besarla..., como aquel día. Sí, muy divertido.

    Grey despachó a la cliente con precipitación. Jepp se recostó en el mostrador y dijo fervoroso:

    —Lo pasaremos bien este verano.
    —Usted está casado, señor Anderson.

    Jepp se incorporó presto. Primero se la quedó mirando como atontado, y luego soltó una sonora carcajada.

    —¿Casado, yo?... ¿Sí? ¿Quién te dijo esa mentira?
    —Yo misma le he visto el verano pasado cuando usted la presentaba a un caballero anciano como su esposa.
    —¡Oh, muy divertido! ...No, pequeña. Yo no estoy casado. El casado es mi hermano gemelo, Bill.
    —¿Cómo?
    —Pues, claro. Su esposa es rubia y distinguida y Bill siempre la lleva prendida por los hombros. Bill es un sentimental de tomo y lomo.

    Estaba lívida. ¡No estaba casado! Jepp no estaba casado. Y en cambio ella... Ella...

    —Lo pasaremos muy bien este verano —decía Jepp, muy convencido—. Te enseñaré lugares muy pintorescos. Será divertido, ya verás.
    —Yo... yo...
    —Tú me acompañarás. Verás lo bien que lo vamos a pasar.
    —No... —balbució—. Yo...
    —No puedo detenerme más. Me espera Bill con su esposa en la cafetería de enfrente —se alejaba hacia la puerta—. Yo te aseguro que vamos a ser muy amigos. Hasta la tarde, Grey. Vendré a buscarte.
    —Oiga...
    —Hasta la tarde...

    Atravesaba la calle a paso largo. Se estremeció. No le había dicho que ella estaba casada. Tenía que decírselo. Sí, se lo diría por la tarde.

    En aquel instante odió a Gerald. Lo odió con todas las fuerzas de su ser.


    IV


    Los dos coches llegaron a la vez. Frenó uno junto a otro. Bajó primero Gerald, y resueltamente fue hacia su esposa. Esta descendió sin mirarlo. Intenso rubor cubría sus mejillas. En aquel instante no pensaba en el odio que sentía hacia él, sino en la turbación y en las miradas que esta turbación despertaría.

    Gerald, humano y comprensivo, le pasó un brazo por los hombros, y dijo bajo:

    —No quiero hacerte daño, Grey.
    —No me lo has hecho —replicó ella, doblegando su turbación; y soberbia, añadió—: Conozco mis obligaciones.
    —Es que yo pretendo que olvides tus obligaciones.
    —¿Mis...?
    —Y acudas a mí o me recibas con complacencia, con ternura.
    —¡Ah!
    —Y no quiero hacerte daño, Grey. Si te lo hice, perdona.
    —Me lo hiciste.

    La soltó. Quedó como una estatua ante ella. Ambos en mitad del parque, ante la casa, parecían retarse con la mirada.

    —Grey... ¿Te lo hice?
    —Sí.
    —Tan rotunda... Me da la sensación de que me odias.
    —Odio al hombre que entró en mi intimidad y lo arrolló todo.
    —Olvidas que ese hombre era tu marido.
    —¡Oh, lo siento!
    —Está bien, Grey. Quisiera... quisiera... Pero no, no se puede discutir esto aquí, en mitad del parque y ante nuestra madre. Tendremos que hablar mucho y poner las cosas en su sitio. Yo prometí que te ayudaría. Lo intenté del mejor modo que supe o pude. Yo te amo y tú lo sabes. Al menos debías saberlo. Tú en cambio... Pero, bueno, creo que...
    —Tengo apetito —cortó ella, despiadada—. Y he de volver a la tienda.

    Una amarga mueca distendió los labios de Gerald.

    —¡La tienda! Es para ti la única razón de vivir. ¿Pensaste alguna vez que puedo prohibirte que vuelvas a ella?
    —Sé que no lo harás.
    —Eso es; abusas de mi bondad, y los hombres, Grey, tienen una bondad limitada. Una paciencia que llega a agotarse.
    —Como ayer —reprochó duramente.

    Él la miró con pesar.

    —¡Cómo ayer! —repitió—. Soy torpe. No sé la forma de llegar mejor a ti. Ayer no hubo de mí vasallaje. Di o piensa al menos, que no pude contener por más tiempo mi ansiedad. Los hombres tienen un límite de paciencia, ya te lo dije. O mi esposa, u otra mujer. Y no quiero engañarte.
    —Engaña, Gerald —pidió despiadada—. Lo prefiero.
    —Grey..., no sabes lo que dices.
    —Lo sé, lo sé —dijo con desesperación, comprendiendo que iba demasiado lejos, pero no podía contenerse.

    La miró de tal modo, que Grey sintió arder su cara y estremecerse su cuerpo como si desde aquel instante perdiera lo único verdadero que tenía, el amor, la devoción de su marido.

    Este giró en redondo, y Grey quiso dar un paso hacia él, pero las piernas se negaron a obedecer. Quedó erguida en medio de la terraza como una estatua.

    —Gerald —dijo muy bajo—. Gerald...

    Pero Gerald subía a su coche, lo ponía en marcha y se alejaba. Lo había perdido en aquel mismo instante. Estaba segura. ¿No era lo que deseaba? ¿Por qué, pues, sentía aquel profundo dolor indefinible, como si desgarrase todo su ser? ¿Qué... qué le ocurría?


    * * *

    —Creí que Gerald había llegado cuando tú...
    —Y llegó —dijo besando a Sandra—. Pero de pronto recordó que tenía algo urgente que hacer. Seguro que no viene a comer.
    —¡Qué cosas tiene Gerald! Marchar cuando ya la mesa está puesta.
    —Almorzará con unos clientes.
    —Vaya por Dios. Pasemos al comedor.

    Sentadas frente a frente, la anciana dijo de pronto:

    —Yo no sé qué le pasa a Gerald. Antes era distinto.
    —¿Sí? ¿Cómo... era?
    —Más comunicativo. Más dicharachero. Ahora apenas habla, y cuando lo hace, parece que gruñe.
    —Son figuraciones tuyas —adujo tras un esfuerzo—. Yo lo encuentro como siempre.
    —Es que no lo conociste desde que yo —rio la dama como haciendo chiste—. Gerald ha sido siempre muy humano.
    —Y también lo es ahora.
    —No, qué disparate. Ahora ni es humano ni es razonador. Yo creo que si tuvierais un hijo...

    Se estremeció. No lo deseaba. Que Dios la perdonara, pero no deseaba un hijo, en modo alguno. En aquellas circunstancias hubiera sido como un lastre insoportable.

    —¿No lo deseas, Grey?
    —Pues... Pues... Bueno, que sea lo que Dios quiera.
    —No os comprendo a ninguno de los dos.

    Mejor. Faltaba que se comprendieran ellos mismos. El matrimonio se había realizado sin base alguna; era lógico que saliera de ello un desastre.

    Se despidió de la anciana casi apresuradamente. Abrió la tienda a las cuatro en punto. Estuvo despachando hasta las cinco. Parecía que los clientes se ponían de acuerdo para entretenerla y evitar que pensara en Gerald, en Jepp, en todo aquello que le ocurría.

    A las cinco y diez llegó Milly.

    —¿Qué hay?
    —Ayúdame. Despacha a esta señora.

    La ayudó. A las cinco y media la tienda quedó vacía por un largo rato. Las dos, recostadas en el mostrador, se miraron de hito en hito, como si se analizaran mutuamente. La primera en estallar fue Grey, la más impaciente de las dos, por distintas causas.

    —¿Qué diablos te pasa? ¿Qué tengo hoy en la cara para que me mires con tanta atención?
    —Estás muy pálida —dijo Milly, tranquilamente—. Y te encuentro como febril. ¿Has tenido algo con Gerald?
    —¿Y por qué con Gerald, precisamente?
    —Es el más allegado, ¿no? El que más duele...
    —¡Ah!
    —Tú con esa exclamación lo solucionas todo.
    —No tengo nada que solucionar.
    —Grey...
    —Bien, sigue.
    —Temo ofenderte.
    —Tú... no me ofendes.
    —¿Crees que eres humana y razonadora con tu marido?

    Grey se la quedó mirando suspensa. ¿Qué sabía Milly para hablar así? ¿Es que Gerald había sido tan imbécil como para ir refiriendo sus intimidades a los extraños? Porque Milly, por muy amiga que fuera, para los efectos, era una extraña.

    —¿Y qué sabes tú de mi marido y yo?

    Milly hizo un gesto ambiguo, como diciendo: «Hay cosas que no es preciso que te las digan. Saltan a la vista». En voz alta, dijo:

    —No obras como una esposa corriente. A la hora de cerrar el taller, los autos de las esposas se ven uno tras otro en la avenida esperando a sus maridos. El único que sale solo es Gerald. Y te voy a decir algo más. Había hace un año, un alto empleado en esos talleres. Como Gerald, salía siempre solo, y, no obstante, tenía esposa. Pues, bien; el resultado fue que hace tres meses firmaron la separación.
    —¿Y bien?
    —Ello demuestra que las cosas no iban bien entre los dos. Temo que las tuyas con Gerald vayan peor.
    —Milly, yo nunca me inmiscuyo en tu matrimonio.
    —Es que lo mío está claro como el agua. Y, por otra parte, no me importaría que te inmiscuyeras.
    —No pensamos igual, pues a mí sí que me importa que te inmiscuyas —recalcó.
    —Mucho... has cambiado —dijo herida.
    —En cuestiones íntimas soy la de siempre. Nunca me agradó que los demás hurguen en cosas que solo a mí me incumben.
    —Perfectamente.

    Había perdido a Gerald minutos antes. ¿Iba también a perder la estimación de Milly? Y todo, ¿por qué? ¿Era en verdad inhumana?

    —Milly —empezó. Pero se detuvo en seco.

    Milly no le preguntó qué deseaba decirla. Se peinaba ante el espejo y se disponía a marchar, cuando una alta figura de hombre se recortó en el umbral. Milly vio a Jepp a través del espejo y se volvió en redondo. Grey nunca podría olvidar la mirada de reproche que Milly lanzó sobre ella. De reproche o de desprecio, o de lo que fuera.

    —Milly... —dijo con voz ahogada.

    Esta miraba a Jepp fríamente. Con sequedad, dijo:

    —¿De nuevo por aquí, señor Anderson?
    —Eso parece, Milly. Diría que no le satisface verme.
    —Nunca me ha satisfecho mucho. Y ahora —subrayó—, que soy una señora casada, menos.
    —Caray, Milly, la felicito. ¿Hace mucho que se ha casado?
    —Seis meses después que Grey.

    Y salió.


    * * *

    Hubo un breve silencio en la tienda, tras la salida de Milly. Grey, erguida tras el mostrador, esperaba un reproche de Jepp, pero lejos de esto, el aristócrata se echó a reír, exclamando:

    —¿Cómo no me lo dijiste esta mañana, querida?
    —No me dio usted tiempo...
    —¿Y quién es él?
    —Gerald Willows —replicó serenamente.

    Jepp lanzó una risita.

    —¡Ah, el señor Willows! No le conozco mucho. Lo he visto una o dos veces. Bien, bien... ¿Debo felicitarte?

    Le molestó su tono burlón.

    —¿Y por qué no?
    —¡Oh, qué sé yo! —Y sarcástico—: No tienes aspecto de ser feliz.
    —Pues, se equivoca usted; soy muy feliz...
    —Me alegro... Siempre me alegro de que las mujeres sean felices. Bueno —añadió despreocupado—. Supongo que tu matrimonio no será un obstáculo para que salgamos juntos esta tarde.

    ¿La ofendía adrede, o era tan despreocupado y libertino como para encontrar normal que una mujer casada saliera con él?

    —Lo siento por usted, señor Anderson —dijo dignamente—. Pero yo solo salgo con mi marido.
    —¡Oh, qué románticas son algunas mujeres! Espero —añadió guasón—, que algún día cambies de modo de pensar. Estaré siempre esperando. A decir verdad, me había prometido a mí mismo pasarlo bien contigo este verano. Hasta pensé en sentar la cabeza y pedirte que fueras mi esposa. Claro que —rio—, no descarto esa posibilidad, ¿eh?
    —Buenas tardes, señor Anderson.
    —Buenas tardes, señora Willows. Suena bien, ¿verdad? Es... enternecedor.

    Y salió.

    Grey se dirigió hacia la trastienda y allí se dejó caer sobre un cajón medio vacío y ocultó la cara entre las manos. ¿Y por aquel hombre había ella sufrido un año entero? Quedó como vacía, como si dentro de sí no quedara nada; ni nervios, ni sangre, ni siquiera temperamento. ¡Ella, que tanto había tenido en todas las manifestaciones de su vida!

    Llegó a casa más tarde que otras veces. No esperaba encontrar a Gerald en casa. Pero estaba allí. La chispa de su cigarro brillaba en la terraza. Después de aquella borrasca en aquella misma terraza horas antes, ¿qué actitud sería la de Gerald? Lo supo en seguida. Su marido aparecía como siempre. Adusto, pero atento; frío, pero amable; seco, pero bondadoso. Le dio rabia que fuera así. Después de todo lo ocurrido con él y con Jepp, prefería que Gerald no la dirigiera la palabra. Detestaba su bondad. Era un ser generoso y blando, al menos ella así lo creía, y temía que su vida sentimental se reanudara. No quería reanudarla, no podía responder a Gerald en su intimidad. ¿Si pensaba en Jepp? No, como el amor de Gerald. Y pensó con amargura que tampoco. Aquella ilusión inalcanzable, le era tan odiosa entre los dos hombres tan diferentes entre sí, pero ambos despiadados para su persona, al fin y al cabo, la habían destrozado, quitándole las ansias naturales de vivir para el amor.

    —Hola —saludó Gerald.
    —Hola —replicó.
    —Mamá ya estaba preocupada por ti.

    Otras veces decía «¿Cómo has tardado tanto?». Y la asía por el hombro. Aquella noche no la tocó ni aludió a nada. Mejor.

    —En el verano —dijo, pasando ante él y mirándole brevemente— se vende más y se cierra más tarde. No sé lo que pasa. La gente siempre se olvida de todo y lo recuerda a la hora de cerrar.
    —Vamos a comer en seguida. Yo tengo que salir.
    —¡Ah!
    —Hay una buena compañía en el Gran Teatro. ¿Quieres acompañarme?
    —Estoy cansada.
    —Iré solo.

    Entraron juntos en la casa.


    V


    —Hola...

    Sintió una alegría casi irreprimible. Hacía más de diez días que Milly no iba por la tienda, y verla allí aquella tarde le causó una honda emoción.

    Fueron diez horribles días de soledad y desorientación. Le había faltado Milly y... Gerald. ¿Cuándo se dio cuenta? Aquella misma noche que él la invitó al teatro y ella rehusó. Desde entonces Gerald era para ella un amigo cordial, a veces indiferente. Salía y entraba en la casa, saludaba y sonreía, y parecía muy ajeno al hogar. ¿Si sentía aquella actitud? Nunca se detuvo a analizar sus sentimientos, sabía únicamente que no había vuelto a ver a Jepp, y esto no le producía pesar ni dolor. Jepp había sido para ella la primera ilusión insatisfecha, y en ilusión vana y vulgar se había quedado. Ella era una mujer moral, y si bien no amaba a su marido, tampoco pensaba engañarlo con otro hombre, ni siquiera con el pensamiento, y por eso fue poco a poco desvaneciendo aquel anhelo de Jepp.

    —Parece que no te agrada verme —dijo Milly como reproche.
    —Muy... al contrario.
    —¿Puedo pasar ahí?
    —Claro, Milly. Pasa y ayúdame. Tengo mucho trabajo.
    —Has enflaquecido.
    —Mi peso es el mismo.
    —Entonces será que como todo el mundo está moreno, tu palidez se nota más.
    —Sí, será eso.

    Parecían las dos indecisas. La miraba de hito en hito. Evidentemente, Milly deseaba decir algo y no hallaba palabras a propósito, mas de pronto, las encontró.

    —La última vez que estuve aquí..., temo pequé de indiscreta.
    —¿Indiscreta?
    —Si no deseabas decir que estabas casada...
    —¡Ah! —alzóse de hombros—. No tenía importancia alguna.
    —Grey...
    —Dime, Milly...
    —Viene una señora hacia aquí. Habrá que despacharla. Luego te hablaré. He venido a eso, Grey. Espero que no enjuicies lo que he venido a decirte. A decir verdad, he meditado mucho antes de decidirme, e incluso consultado con Tony. Él me aconsejó que viniera.
    —Me asustas.
    —Buenas tardes —saludó la dama, entrando—. Deseo una buena loción para el pelo, que quite la caspa y abrillante el cabello.
    —Tenemos productos excelentes —dijo Grey.

    Buscó un frasco y se lo enseñó.

    —Esto le irá muy bien.
    —Pues me lo llevo.

    Se lo envolvió, cobró y la dama se fue a paso ligero, como había llegado.

    —Ya puedes hablar, Milly.
    —Creo, Grey, que no tengo necesidad de decirte que Jepp Anderson es tabú para ti.
    —No hablemos de eso —desdeñó fríamente—. Hay cosas que están de actualidad durante seis temporadas y, de pronto, desaparecen en una semana.
    —¿Eso... te ocurrió a ti?... Lo suponía. Eres una mujer sensata. Siempre lo fuiste. Ya siendo una niña pensabas más con el cerebro que con el corazón.
    —¿Pretendes halagarme?
    —Soy justa. Te conozco y tengo confianza en tu dignidad intachable de mujer.
    —Gracias, Milly —dijo con amargura—. Me haces demasiado favor.
    —Palabras convencionales, no, Grey. He venido aquí a hablarte como si fueras mi hermana pequeña.
    —Somos de la misma edad, Milly.
    —Por supuesto, pero siempre fui un poco más madura que tú. A los quince años yo ya pensaba como una abuelita, lo que indica que llevaba unos cinco años de adelanto sobre ti.

    Grey se limitó a sonreír de modo indefinible. Tal vez Milly tuviera razón, mas no compartía del todo su criterio. Ella, Milly, había sido una chica feliz, sencilla en sus aspiraciones, vulgar, y casi vulgar en sus conceptos. Ella no se consideraba superior, pero había cuidado su criterio de las cosas, los conceptos del amor y de la vida, y creía que poseía un espíritu maduro casi a los diez años. Además, Milly fue dichosa, lo era y lo sería hasta la muerte, porque se conformaba con lo que la vida le daba sin pedir más. Ella, por el contrario, exigía demasiado, y en su desdicha el cerebro ocupaba un gran papel y desarrollaba un trabajo ininterrumpido.

    No obstante, dejó que Milly continuara, sin hacer por su parte objeción alguna.


    * * *

    —Grey —dijo Milly tras un silencio que la otra no interrumpió—, no sé si hago bien en decírtelo, pero lo creo un deber.

    La miró con curiosidad. La cosa era grave, por lo visto, y Milly tenía sus reparos. La intrigó aquella indecisión de su amiga.

    —¿Qué ocurre? —preguntó—. ¿Es algo grave?
    —Pues... para mí lo sería. Tú, no sé cómo lo tomarás.
    —Dime y juzgaré.
    —Gerald visita a una mujer.

    Hubo un largo silencio, durante el cual podían oírse todos los ruidos de la calle, como si estos partieran de la misma tienda. Después la voz crispada de Grey exclamó solamente:

    —¡Ah!

    Milly la contempló suspensa.

    —¿Es eso lo único que tienes que decir?

    ¡Oh, no! Podía decir muchas cosas. Entre ellas, que había notado el alejamiento de Gerald, que seguía siendo un hombre cordial, atento, bondadoso, pero había dejado de ser «el hombre». Y podía decir también que ella y nadie más había tenido la culpa. Pero no dijo nada. Sintió dentro de sí como una punzada, pero el bello semblante se mantuvo impasible.

    —Grey... ¿Has entendido lo qué te dije?
    —Sí, creo que sí.
    —Y te quedas así...

    Entraba una cliente. Grey le preguntó qué deseaba con voz serena y afable. Milly la contempló con los ojos muy abiertos. ¿Es que Grey no tenía sangre en las venas? Aunque no quisiera a su marido, debía alarmarse, indignarse, sentirse humillada. Y en contra de eso, se mostraba indiferente y aún podía despachar al cliente y hablar con él del calor, del verano y de que hacía falta un poco de lluvia para los campos.

    —Grey —exclamó Milly cuando de nuevo quedaron solas—, ¿no dices nada? ¿No te sientes humillada?

    Sí, se sentía humillada y dolida, como si de pronto le propinasen un mazazo en plena cabeza y se la partiesen en dos sin piedad alguna. Pero ¿menguaría su dolor por exteriorizar este? Por supuesto que no Milly era su mejor amiga, su única amiga, es cierto pero..., ¿no era después de todo, una mujer ajena a ella, a sus intimidades? De hablar, tendría que saber lo ocurrido entre ella y su marido y no pensaba decirlo. ¿Qué le importaba a Milly ni a nadie lo que pasaba por ella? ¿Lo que Gerald había hecho y dicho aquella, noche? Ella había creído que Gerald volvería a abrir aquella puerta. La amaba y ella confiaba en aquel amor que no podía detener la voluntad del hombre. Tenía otra mujer... Bien, había sido o era, una reacción para ella inesperada. Pero no por eso pensaba claudicar ante Milly.

    —Grey —exclamó su amiga, alarmada—. Si fuese yo, y Tony me engañara..., no podría resistirlo.
    —Pero es que tú y yo, Milly, somos diferentes.
    —En estos casos, todas las mujeres somos iguales.
    —Con alguna diferencia.
    —Ya... Me asombra tu sangre fría. ¿No te interesa saber quién es esa mujer?
    —Me la imagino, Milly —dijo serenamente—. Las mujeres que siguen a los hombres casados, son todas iguales.
    —Esta mujer —saltó Milly indignada por su pasividad—, es decente.
    —¡Oh, decente! ¿Y qué entiendes tú por decencia, Milly? Yo tengo un concepto bastante estrecho sobre el particular. Nunca creo en las apariencias.
    —Grey... Pero aun así, es tu marido. ¿Te das cuenta, querida? Es tu marido y este va con una chica decente, y puede pedir la anulación de vuestro matrimonio aduciendo la falta de hijos. Un hombre con dinero puede conseguir mucho, Grey. Y Gerald posee una fortuna colosal. En cambio tú, solo tienes este comercio para defenderte. Tony dice...

    Grey alzó la mano en el aire y la movió por dos veces. Era una mano serena y firme ante los Ojos de Milly, pero su dueña sabía que aquella mano temblaba y no tenía nada de serena y firme.

    —No me interesa lo que diga tu marido, Milly, ni lo que pienses tú. Para tu tranquilidad te diré que no pienso retener a mi marido a la fuerza. Si desea la anulación, no seré yo quien lo impida. ¿Basarse en la falta de hijos? Sí, tal vez; puede aducir mi esterilidad. ¿Y quién soy yo para negar una evidencia que está tan clara? Llevo un año casada, no he dado hijos a mi marido...
    —Grey..., no tienes sangre.

    La tenía y en aquel instante bullía en ella con desesperación, a borbotones, como si fuera a saltarle del cuerpo, pero no sería Grey... quien era, si lo dejara adivinar.

    Serenamente dijo:

    —Prefiero tomar las cosas así, Milly.
    —Es que no amas a Gerald. Nunca lo has amado, porque lo que más duele a una mujer es que su esposo busque a otra para solaz de su placer.
    —Será entonces que no le quiero —dijo bajo—. No hablemos más de ello, Milly, te lo ruego.


    * * *

    ¿Sí quería a Gerald? Conducía el pequeño «Ford» en dirección a su casa. Las manos se apretaban firmemente en el volante y los ojos se perdían cegadores bajo el peso de los párpados. ¿Si quería a Gerald? ¿Lo quería? Y si lo quería, ¿desde cuándo? ¿Y por qué sentía aquel dolor, como si la clavaran un puñal en pleno pecho? ¿Por qué, si su pasión le era odiosa?

    Pero ¿le era odiosa? ¿Se lo era? ¿Se lo había sido nunca? Apretó los labios y condujo casi a ciegas. Era preciso que nadie notara nada. Ella tenía el deber de ocultar sus interioridades. A aquel estado de cosas había conducido ella a su marido. No tenía, pues, de qué culparle. Un hombre como Gerald no podía vivir sin mujer. Ella solo había sido un trozo de goma para su marido. Lógico era, pues, que Gerald buscara una mujer de verdad. Pero dolía. Sí, dolía como una llaga abierta, sangrante, infectada y agitada por el implacable bisturí.

    Frenó el auto ante la escalinata. El de Gerald ya estaba allí. Se estremeció. Él nunca faltaba a las horas de comer. Y siempre aquella tibia sonrisa de bienvenida, aquellas frases amables, cordiales... Era un hombre generoso. Pero..., ¿qué esperaba de la vida y de ella, y de aquella mujer que satisfacía sus caprichos de hombre? ¿Qué esperaba Gerald de ello?

    Era preciso que Sandra, que los creía felices y unidos, no sospechara nada. Sandra no tenía la culpa de que ella no fuera una esposa normal. Ni de que su hijo fuera demasiado hombre...

    Ascendió hacia la terraza. Era gentil y muy bella. Una de las mujeres más bellas de Bangor.

    Podía provocar una conversación, pero si lo hiciese, demostraría que sabía lo que Gerald hacía fuera de casa y no deseaba eso. ¡Oh, no! Si él había sido o era tan liviano, tan voluble, y todo el amor que dijo sentir y demostró que sentía por ella, lo olvidaba en diez días, ¿qué podía reprocharla?

    Sin desearlo pasó por su cerebro, como un relámpago, su noche de bodas, los días que siguieron... La fogosidad de Gerald, sus besos apretados, que hacían daño. Sus caricias que eran como fuego en su cuerpo...

    —¿Qué hay, querida?

    Alzó los ojos.

    —Hola, Gerald.
    —¿Te has retrasado más que otras veces, o son figuraciones mías?
    —Tal vez me he retrasado.

    Así, como si fueran un matrimonio vulgar y corriente, que se esperan uno al otro con cierta ansiedad. Y no obstante...

    Pasó ante él y entró en la casa.

    Gerald quedó allí en la penumbra de la terraza, con un cigarro balanceante en la boca.

    Veía la silueta de su mujer a través del ventanal. La veía moverse en la salita. Quitarse la chaqueta, suspirar como cansada, hundirse en una butaca y cruzar las piernas con naturalidad...

    Gerald Willows entornó los párpados y se quedó mirando aquella figura femenina, como si su única razón de vivir en aquel instante, fuese recrearse en la belleza física de su esposa.


    VI


    La chispa del cigarrillo había llegado a los labios, Gerald la escupió con presteza. Continuaba allí, apoyado en la columna de la terraza. El ventanal estaba abierto y la figura de Grey, rubia, esbelta, femenina y bella, seguía hundida en el diván con las piernas cruzadas.

    Gerald apretó los puños. La amaba como un loco. ¿Otra mujer? Sí, y miles de ellas podía tener aún, pero Grey... era la única razón de su vida. La deseaba con la misma intensidad que cuando se casó con ella, y la amaba como el hombre ama a la mujer de su vida y con la cual piensa y espera compartir esta hasta morir.

    Pero él era hombre y a fuerza de amar y desear tanto tiempo, no podía pasar sin mujer. Una, dos, diez, quince. Y cualquiera. No siendo ella, todas eran iguales...

    Vio a su madre aparecer en la puerta de la salita. Se acercó a Grey. Esta alzó los ojos. Eran aquella noche más azules, más límpidos, y el fondo de las pupilas tenían una extraña sombra de infinita melancolía. ¿Le echaba de menos Grey? A Jepp Anderson, seguramente. Jepp Anderson, que continuaba soltero y estaba en la ciudad. Él lo sabía; lo tenía presente a cada instante, aunque nadie al verlo tan indiferente y frío, lo hubiera creído. ¿Vería Grey a Jepp? ¿Sabía ya que de los dos gemelos el casado era Bill?

    Oyó la voz de su madre:

    —¿Y Gerald, Grey? La mesa está puesta.
    —Creo que está en la terraza.
    —Cada vez está más desconocido.
    —Yo... lo veo como siempre.

    Era serena y tierna su voz. ¿Para todos hablaba así, queda y suavemente? Solo era para él indiferente y fría.

    Un solo instante. Buscó un instante, solo un instante de complacencia por parte de ella. Nunca; siempre había sido tolerante, pero fría. Y un hombre como él no podía soportar la tolerancia. Necesitaba amor. ¿Es que Grey aún no lo había conocido? ¿No se había dado cuenta de que él era un hombre apasionado y necesitaba del amor y pasión en una unión?

    Había recorrido el mundo de parte a parte. Había poseído mujeres. Y jamás deseó detenerse ante una de ellas y tomándola de la mano conducirla al altar, hasta que conoció a Grey. Pero cuando la conoció a ella...

    —Gerald..., ¿qué esperas?
    —¡Oh!, tomaba el fresco.
    —Estamos esperando por ti para comer...
    —Voy, mamá. Voy.

    Penetró en la salita. Grey continuaba allí; tenía un libro en la mano, lo hojeaba distraída. Se le acercó por la espalda.

    —¿Qué lees?
    —Lo hojeó. —Y riendo—: Un día me dijeron que me parecía a la protagonista de «Vientos del Este, vientos del Oeste».
    —¿Kwei—lan?
    —¿Has leído la novela?
    —Dos veces. Me sugestionó. Y creo que no te pareces a su protagonista.
    —Se trata de mi moral.
    —No —negó rotundo.
    —¿No? ¿En qué te basas?
    —En que te conozco. Quien te lo dijo no te conocía. Ni eres tímida ni ingenua. Eres...
    —Como tú me ves.
    —Aún no te he dicho cómo te veía.
    —Es verdad.
    —¿No... quieres saberlo?

    Alzóse de hombros al tiempo de ponerse en pie.

    —Por supuesto que no —dijo.

    Y se dirigió al comedor.

    Gerald la siguió en silencio. Fue una comida casi silenciosa. Habló Sandra de las cosas de la vida. Que si Marta esto, que si el lechero lo otro. Que si en la Prensa local, en la nota de sucesos del día, que un hombre había vendido a su hija por un centenar de libras... Gerald la escuchaba distraído. Grey replicaba atenta, pero le constaba que estaba muy lejos de allí. Volvieron al saloncito. Sandra como todas las noches, se fue a la cocina a tratar de la minuta del día siguiente con Marta. Gerald se despedía y se marchaba, pero aquella noche se hundió en una butaca frente a su esposa, cruzó una pierna sobre otra y encendió un cigarrillo. Ella preguntó con naturalidad:

    —¿No sales hoy?
    —Tal vez más tarde. Las noches de verano son largas y calurosas.
    —Serán cortas.
    —Para muchos, sí —rio indiferente—. A mí se me hacen interminables. Es el calor. Siempre soporté mejor el invierno. Hay locales nocturnos muy animados... Tal vez visite esta noche uno de ellos.
    —Que te diviertas.
    —Gracias.

    Eran insoportables los dos. Él, porque no tenía de seos de salir y lo hacía; ella, porque deseaba ir con él y se lo callaba. Porque sí, deseaba ir con él. Era Gerald como un hombre nuevo, surgido de improviso para ella. Al menos empezaba a verlo así. Por un instante lo miró a hurtadillas. Siempre había sido delgado, pero de un tiempo a esta parte lo era más. Tenía hundidos los ojos y las arrugas de su frente se habían acentuado. ¡Las amigas...! Otras mujeres... La horrorizó la idea de que aquellas manos, aquellos labios y aquellos ojos, que había tocado, besado y mirado a otras mujeres, la tocaran, besaran y miraran a ella. Desvió la mirada y volvió a coger el libro.

    —¿Nunca lo has leído?
    —Sí. Voy a leer «La buena tierra». Dicen que es tanto o mejor que la otra.
    —Lo es.
    —Por lo visto lo has leído todo.
    —De Pearl Busck, sí.
    —Y te gusta.
    —Mucho.

    Se puso en pie.

    —Bueno, hasta mañana. Que lo pases bien.

    No la invitó. Salió despacio.


    * * *

    Ya estaba Sandra en la salita cuando él bajó vestido de etiqueta. Parecía más atractivo, más masculino. Por un instante, Grey, al lanzar sobre él una breve mirada, lo comparó con Jepp. Este más joven, más audaz, pero infinitamente inferior como hombre. ¿Las miradas de Jepp? Lo juzgó cuando no conocía la vida ni el amor, ni la experiencia del matrimonio. Entonces no podía juzgar con justicia. Ahora, sí. Sabía muchas cosas. Las miradas de Gerald eran inquietantes, miradas de hombre maduro que penetran hasta lo hondo y dicen muchas cosas. Unas miradas que ella no comprendía, pero que la turbaban. ¿Las de Jepp? ¡Quedaba tan lejos aquella vana y vulgar ilusión!

    —Me voy.

    La madre lo miró extrañada. Después miró a Grey. Volvió a mirar a su hijo.

    —¿Solo?
    —Solo.
    —¡Oh, no os entiendo! En mis tiempos...
    —Eran otros, mamá. Los matrimonios de hoy son más..., ¿democráticos?
    —Son matrimonios —rezongó la dama—. No os entiendo.
    —Grey prefiere la casa —dijo él con una tibia sonrisa.
    —¿Es verdad eso, Grey?
    —Lo es, mamá.
    —¡Qué matrimonio más raro!

    Gerald dijo, yendo hacia la puerta.

    —Hasta mañana.

    Hubo un silencio en la estancia. Sandra se agitó inquieta. De pronto, exclamó:

    —Es mi hijo, pero tú eres mi nuera y te quiero como, si fueses mi hija. ¿Permites que te dé un consejo?
    —Desde luego.
    —Yo en tu lugar, no lo dejaba solo. ¿Sabes lo que eso puede significar? Los hombres son como los niños. Los acostumbras al biberón y no quieren beber en taza.
    —Tu hijo es un hombre, no un niño.
    —Te digo que los hombres son como los niños.

    Grey se puso en pie. No podía más. Una disimula durante un día entero, y llega un instante en que no puede soportar más la tirantez que el disimulo dio a su rostro y a su corazón.

    —Me voy a la cama.
    —Así —reprochó la dama enojada—. Tan tranquila. Como si Gerald te esperara en la alcoba común.

    No, no era así; pero Sandra no lo sabría jamás. Además..., ¿desde cuándo no la esperaba Gerald en la alcoba común? ¿Un siglo, o un mes?

    La besó en la frente y dijo con ternura:

    —No te preocupes, mamá. —Y con un esfuerzo—. Tengo plena confianza en Gerald.
    —Sí, otras mujeres la han tenido antes que tú, y perdieron al marido por negligentes.
    —Te aseguro que no lo perderé.

    Se cerró en la alcoba y se derrumbó sobre la cama. Se sentía súbitamente menguada, humillada. Y tan sola, tan espantosamente sola...

    Por un instante decidió enfrentarse con sus sentimientos. Era preciso. Un día tendría que hacerlo. Había llegado el instante de aquel día.

    Tendida en la cama, con las manos tras la nuca, rígida, fijos los ojos en el techo, parecía una estatua. Todo estaba inmóvil en ella, menos el cerebro que trabajaba a velocidad extraordinaria, causándole dolor con sus latidos insoportables, más vivos cuanto más verdaderos.

    Amaba a Gerald. ¿Desde cuándo? ¿Desde el día que se casó con él y sintió el fuego de sus besos, o desde el instante en que Milly le dijo que visitaba a una mujer? ¿Y qué importaba? ¿Qué importaba todo si la verdad palpitaba allí? Lo amaba. Y no como amó a Jepp. Una ilusión. ¿Cuántas mujeres tenían ilusiones como ella? ¿Y cuántas vivían y olvidaban y amaban de nuevo con tanta o más impetuosidad? Para ella, lo comprendía en aquel instante, Jepp había sido una ilusión pueril, un deseo imperioso de conocer el amor por medio de aquellos ojos... ¡Y qué distinto era todo en aquel momento! Gerald nunca fue una ilusión, fue la realidad hecha deseo y amor. Aquel amor que olvidaba en los brazos de otra mujer.

    Se incorporó. Miró con detenimiento aquella puerta cerrada, cuyo pestillo no había sido corrido nunca. Pero lo correría en aquel instante. Podía perdonar a Gerald muchas cosas... Pero que otra mujer ocupase su lugar, nunca. Eso no podía perdonárselo, porque lo amaba de verdad.

    Con paso vacilante se aproximó a la puerta y su mano se extendió. Iba a cerrar el pestillo, cuando la puerta cedió. Dio un paso atrás y se quedó envarada, viendo a Gerald vestido de etiqueta, quieto, frío...

    —Estabas... en una fiesta —dijo vacilante.
    —No llegué a ella —y bajó, con acento reconcentrado, diferente—. No sé lo que ibas a hacer. Te sentí... Me parece, Grey, que ibas a correr el cerrojo...
    —Sí —dijo valientemente.
    —Pues no lo hagas. No lo hagas, Grey, porque si un día intento abrir esta puerta, y la encuentro cerrada... saltará hecha añicos. Ya... lo sabes.
    —Mi intimidad —dijo sofocada— me pertenece.
    —Nos pertenecemos, Grey. Tenlo siempre presente. Un hombre puede dejar tranquila a su esposa si él lo desea, pero no la dejará si ella lo obliga. Yo no soy un ser considerado, ni correcto. Soy un hombre tan solo.
    —Voy... a odiarte, Gerald.
    —Me odias ya. Soy el gran obstáculo que se interpuso a tu felicidad junto a otro hombre. —Hinchó el pecho y añadió con brusco acento, sin trasponer el umbral de aquella puerta—. Mira bien lo que haces. Recuerda siempre que no soy un muñeco. Que tengo dignidad y no consentiré que nadie la pise. Si te vas con Jepp... Si te vas con él... No tendré consideración de nada. Ni de ti ni de él, pero menos de ti que de él.

    Grey estaba al cabo de sus fuerzas. ¿Qué decía de Jepp? ¿Y qué le importaba a ella Jepp? Alzó la cabeza con arrogancia. Más que nunca decidió ocultar sus sentimientos. Con frialdad, exclamó:

    —Tú te vas con otra mujer.
    —En efecto —admitió helado—. Busco en ella lo que mi mujer me niega.
    —Yo... nunca te negué nada.
    —No te quiero lejana, Grey —bramó—. Eres mi mujer. ¿Has pensado alguna vez lo que eso significa?
    —Será mejor que...
    —Espera. Ya sabes lo que pienso de todo esto. Ya sabes que no deseo esa puerta cerrada con cerrojo. Y sabes también...
    —Tendrás que dejar a esa mujer, o de lo contrario apelaré a mi abogado.
    —Nunca te separarás de mí, Grey. Te has casado conmigo, tendrás que ser mi esposa hasta que mueras. Y no podrás tener el consuelo de otro hombre.
    —En cambio tú...
    —Yo, sí. Tengo el privilegio de ser hombre. Alguna Ventaja hemos de tener.

    Y cerró con violencia.

    Se derrumbó sobre la cama. ¡Otra mujer! ¿Y para qué quería él otra mujer, si todos sus anhelos iban hacia ella? Intentaba, sí, buscar el desquite en otra mujer, sin resultado positivo alguno. No podía olvidar a Grey, sus ojos fríos, su boca dura, sus breves frases. Era un suplicio aquella vida. ¡Si él pudiera encontrar en otra mujer el desquite! Pero no podía.

    Se quedó rígido en el lecho, mirando al techo y con los labios apretados. Podía empujar aquella puerta y buscar el consuelo a su amargura en aquellos brazos de mujer que le pertenecían... ¿Y el resultado? Mayor amargura que antes. Y se sentiría más solo y más desquiciado.

    ¡Otra mujer! Había tantas mujeres... Pero ninguna como ella, como Grey. Y cuanto más fría y lejana, más la amaba. Era como un castigo por haberse casado con ella, sabiendo que amaba a otro hombre.


    VII


    Ya no pensaba en él. A decir verdad, no pensaba nunca; pero estaba allí. Eran las siete de la tarde y Milly acababa de marchar, cuando Jepp empujó la puerta encristalada, entró y se recostó en el mostrador.

    —¿Qué desea, señor Anderson? —preguntó serenamente.

    Jepp se echó a reír de buen grado, y sin dejar de mirarla con sus centelleantes ojos que ya no inquietaban a Grey, exclamó:

    —Hace mucho que no te veo. Si he de ser sincero —añadió, apoyándose con el codo en el mostrador—, Bangor sin tu compañía es para mí como un lugar extraño y absurdo. —Volvió a reír y prosiguió—: Aún no me explico por qué te has casado.
    —Porque me enamoré de mi marido, señor Anderson —dijo Grey, gentilmente.
    —¡Oh, sí, el amor! No me harás creer que eres sincera.
    —Por supuesto que no voy a obligarle a creerme.
    —Recuerdo —apuntó Jepp, pensativo— que hace un año me amabas a mí.
    —¿Cree usted?
    —Diantre, no me mires con esa ironía ni des a tu voz un falso sarcasmo. Rara vez, nunca —recalcó—, me equivoco con las mujeres.
    —Conmigo se ha equivocado, señor Anderson.
    —En modo alguno, bonita Grey. Si he de decir verdad, ha transcurrido el invierno pensando en ti. Es raro en mí, pues jamás he pensado mucho en una mujer.
    —Si me está haciendo el amor... —empezó irritada.
    —Pues, sí, ¿por qué no? Estarás casada y amarás a tu esposo, pero yo no te he visto ni una sola vez con él, y en cambio —aquí una burlona sonrisa que humilló a la joven—, veo a tu marido en centros públicos y divertidos. Es un poco raro, ¿verdad? —Se incorporó, metió las manos en los bolsillos y se balanceó sobre las largas piernas—. Grey, te invito a salir conmigo.
    —Me ofende usted, señor Anderson —dijo sin pestañear, muy serena, pero con deseos de abofetearle—. Soy una señora casada y solo acostumbro a salir con mi marido.
    —Una moda muy personal por tu parte, pero te advierto que Gerald Willows sale con mujeres muy bonitas.
    —Sé muy bien lo que hace Gerald fuera de casa.
    —Y tú tan buenecita, tan tolerante... se lo consientes. Querida Grey, si eso me lo dice otra joven, tal vez lo hubiera creído, pero tú eres una mujer especial, y te está doliendo cuanto digo.

    Entró un cliente y Grey lo despachó sin decir palabra. Cuando de nuevo quedaron solos, Jepp se inclinó hacia ella y dijo roncamente:

    —Grey..., ¿por qué no te separas de tu marido? He llegado a la conclusión de que necesito casarme contigo.

    Podía replicar con ira, echarlo fuera y prohibirle que volviera, pero no deseaba que Jepp conociera su fracaso matrimonial, y para un hombre como aquel aristócrata, hubiera sido fácil ver en su ira el gran dolor que la agitaba de continuo. Por eso con serena voz, e incluso sonriendo, dijo:

    —Estoy enamorada de Gerald Willows, señor Anderson. Es usted un hombre de mundo lo bastante inteligente para comprender que estoy siendo sincera.

    Jepp quedó con la cabeza ladeada, mirándola fijamente. ¿Decía verdad? Sí, la decía, y se sintió muy menguado. Él daba a sus palabras cierta ironía, pero lo cierto era que amaba a aquella valiente muchacha como jamás amó a otra mujer.

    —Ahora —añadió ella sin que Jepp respondiera aún—, le agradeceré que se vaya. No me gusta que le vean aquí.
    —No quiero molestarte ni perjudicar tu reputación, Grey. Pero quiero que sepas —dijo, ya sin burla ni ironía— que nunca hubiera vuelto a Bangor si supiera que pertenecías a otro hombre.

    No supo qué decir, Jepp dejó de apoyarse en el mostrador, y añadió bajo:

    —Eso nos ocurre a muchos hombres. Jugamos al amor con miles y millares de mujeres. No pensamos en el futuro ni en el hogar ni en nada. Solo en pasarlo bien. Y cuanto más engañamos a una muchacha, más varoniles nos consideramos. Pero llega un día en que el amor que fue víctima para nosotros, nos hace a nosotros víctimas de sus locuras. Es como una trampa, ¿sabes? Está tendida ante nuestros pies, meses y hasta años. Pasas sobre ella y no caes en sus garras. Pero un día, en un momento determinado, pones allí el pie y quedas prisionero. Eso me ocurrió a mí. Lo siento, Grey. Creo... creo, que dices verdad. Estás enamorada de tu marido.

    Retrocedió hacia la puerta sin dejar de mirarla. Grey no parpadeaba.

    —He de volver, Grey. A veces siento tal necesidad de verte y oír tu voz, que me es imposible contenerme. Y paso por esta calle, miro hacia aquí, y como un imán mis pies avanzan hacia esta tienda.

    Abrió la puerta y desde allí, dijo de modo raro:

    —Si yo fuese tu marido, no permitiría que estuvieses tras ese mostrador.

    Y salió antes de que Grey pudiera contestarle. Quedó desconcertada. Con las manos aplastadas sobre el mostrador quedó pensativa. Si aquellas palabras las pronunciara Jepp un año antes, ella quizá fuera feliz. Pero, no. Aunque tarde, comprendía que su amor, su destino, estaba junto a Gerald.


    * * *

    Se dio cuenta al instante de que estaba indignado, y de que a duras penas podía contenerla. Gerald tenía una voluntad poderosa. ¿Cuándo se dio ella cuenta de aquella poderosa voluntad de su marido? Un día cualquiera y en un instante cualquiera, hacía de ello algún tiempo. Ella tenía que pensar. Era preciso que Gerald la comprendiera. Claro, que podía confesarle con sencillez su cariño, pero conocía a su marido lo suficiente para saber que hubiera tomado a mofa su confesión. Gerald ya no era el hombre sencillo y bueno con el cual se había casado. Gerald se había convertido en un hombre duro, sarcástico, indiferente...

    Estaba en la salita. Paseaba por esta de un lado a otro con las manos en los bolsillos, un cigarrillo balanceando en la boca. Parecía más maduro. Las facciones de su cara estaban endurecidas.

    Ella, sentada en una butaca, silenciosa y quieta, lo veía ir de un lado a otro. Acababa de llegar, Gerald estaba, como otras veces, en la terraza, pero no se quedó allí; cuando ella entró, tras de saludarlo, la siguió a la salita; y allí estaba, midiendo con sus pasos la estancia.

    —Gerald —dijo ella sin poderse contener—. ¿No puedes dejar de pasear?

    Se detuvo. La miró breve. ¡Qué distintas eran sus miradas! Y Grey pensó que ella no le había hecho ningún daño. No había comprendido, su fogosidad cuando se casaron. Entonces no podía. Pero eso no era motivo para condenar eternamente a una mujer, a una esposa.

    Sin responder volvió a sus paseos. Grey alcanzó un libro y se dispuso a abrirlo, pero los pasos de Gerald se detuvieron, y su mano dura y personal agarró el libro de Grey y lo lanzó al ángulo opuesto del salón.

    Sí, estaba indignado. Como nunca lo había estado. Ni siquiera cuando aquella noche penetró en su alcoba y se quedó con ella hasta el amanecer, sabiendo que no era deseado, ni cuando, días atrás le prohibió cerrar con cerrojo la puerta de comunicación.

    —Gerald —exclamó—, ¿crees que eres correcto?
    —¿Lo he sido nunca? —preguntó frío—. ¿Pretendo serlo? Yo —rio con risa odiosa—, no soy un hombre correcto. Ni elegante, ni siquiera amable.
    —Gerald, quieres hacerte cada día más odioso.
    —Te lo soy mucho, Grey —dijo áspero, plantándose ante ella con las piernas abiertas y mirándola fijamente—. Te lo fui desde el instante que aparecí en tu vida. Y me tomaste como única tabla de salvación para tu dignidad de mujer. —Retrocedió un poco e inclinó su alta talla—. Pero soy tu marido —gritó—. Llevas mi nombre, y no consiento que ese memo, niño de salón, visite a mi esposa en la tienda.

    Abrió mucho los ojos. Era eso. La visita que aquella tarde le había hecho Jepp. ¿Quién se lo había dicho? Como si penetrara en sus pensamientos, dijo ya sin ira, con una helada calma, más prodigiosa que su indignación:

    —Te vi yo mismo. Rara vez paso por esa calle. Pero hoy hube de llevar a un cliente al otro extremo de la villa y pasé por la calle Mayor. Te vi yo, ¿me comprendes? Yo mismo.
    —Escucha, Gerald...
    —No me interesa oírte. Solo quiero que sepas que desde este instante no perderé de vista la tienda, y que el día que vea a ese hombre en ella...
    —Gerald...
    —Entro y os abofeteo a los dos.

    Se sintió herida como si recibiera la bofetada en aquel mismo instante. Pero aún así no exteriorizó su dolor. Con aquella voz serena que descomponía a Gerald, dijo bajo:

    —Yo no me meto nunca en lo que tú haces. Sé que tienes mujeres, que visitas lugares nocturnos, que sales con muchachas jóvenes...
    —Busco en ellas un desquite a mi fracaso matrimonial. Y soy hombre, no lo olvides nunca. Mi apellido no ha de sufrir menoscabo alguno porque yo haga esto o aquello. En cambio tú...
    —Eres cruel, Gerald, en tu mismo razonamiento. ¿Te das cuenta? Me estás humillando desde que llegué.

    Quedó desconcertado.

    —Creí —dijo de modo indefinible—, que el humillado era yo.
    —No sé qué ocurre entre nosotros. ¿No podías ser un poco más razonable?

    Iba a responder con tanta o más violencia que antes, pero la entrada de Sandra se lo impidió.

    —Parecéis dos gallos de pelea —dijo reprobadora—, y se oyen vuestras voces desde la cocina. ¿Qué os ocurre?
    —¿Comemos luego? —preguntó Gerald, áspero.
    —Podéis pasar al comedor.


    * * *

    Se levantó de la mesa el primero, y salió diciendo bruscamente:

    —Tengo que irme con los amigos.

    Hubo un silencio en el comedor. La dama hacía bolitas de pan con sus dedos rugosos. Había en el pergamino de su frente una raya profunda.

    De pronto murmuró:

    —Siempre lo comprendí. Compartió conmigo penas y alegrías. Grey..., ¿qué le ocurre?
    —Yo... no lo sé.
    —¿Es que no marcha todo bien entre vosotros?
    —Sí... sí...
    —Es extraño. Era tan cordial, tan cariñoso, tan... distinto.
    —Los... hombres cambian de vez en cuando.
    —Nunca creí a Gerald un ser voluble.

    No supo qué decir, y se retiró a su alcoba. Sentóse en el borde de la cama y quedó muy quieta, fijos los ojos en la alfombra. ¡Cita con unos amigos! Era con una mujer, estaba segura. Y el hecho de que Gerald pudiera besar y acariciar a otra mujer, como la había besado y acariciado a ella, le producía un dolor desgarrador, como si le arrancaran las entrañas.

    Sintió como nunca aquellos celos insufribles, y pensó que debía obrar de modo distinto, tratar de atraer a Gerald como fuera. Que aquel hombre tuviera de nuevo confianza en ella y la amara como antes. ¿Podría amarla Gerald como la amó aquellos benditos días cuando se casó con ella?

    Se tiró hacia atrás, y quedó con los ojos entrecerrados, fijos en el techo. Añoraba aquellos días, sí, aquellos días que entonces le fueron odiosos. Y hoy los anhelaba con alma y vida.

    Se quedó como una estatua. No supo que transcurrieron las horas y el sueño se negaba a acudir a sus ojos. Tenía la mente como vacía, y el corazón palpitaba unas veces con fuerza loca, y otras muy lentamente.

    De súbito se sobresaltó. Los pasos de Gerald avanzaban por el pasillo, como vacilantes, y se detenían ante la puerta de su alcoba.

    Continuaron luego. El corazón de Grey comenzó a latir desesperadamente. Oyó abrirse la puerta de la alcoba de Gerald y cerrarse luego con seco golpe. Al pronto no oyó nada más. Pero luego los pasos masculinos volvieron a oírse. Iban rudamente de un lado a otro. Se detuvieron al fin. Oyó el crujir de la cama. Y después los zapatos, al ir cayendo al suelo, uno seguido de otro. Lo oyó ir hacia el baño y soltar los grifos. Y después, otra vez sus pasos apagados sobre la mullida alfombra. De súbito se sentó de golpe. Los pasos se habían detenido tras la puerta de comunicación. El instinto le dijo que estaba allí, a dos pasos de aquella puerta. Esta se abrió, y Gerald, con el batín desabrochado sobre un oscuro pijama, estaba de pie en el umbral, mirándola con turbios ojos. Se dio cuenta al instante. No estaba borracho, pero sí perturbado. Había bebido y sus ojos tenían un raro destello de desesperación.

    —Gerald —dijo muy bajo.

    Él soltó una risa fría, desagradable, odiosa. Y sus pasos vacilantes avanzaron hacia ella.

    —Gerald —volvió a murmurar, retrocediendo.
    —Qué suave es tu voz —dijo imitándola. Y de pronto con ira, con desesperación—: Y qué mentira toda esa suavidad. Es mentira todo, tus miradas, tu sumisión, tu voz... ¡Mentira todo!
    —Gerald...

    Ya estaba ante ella. Se sostenía apenas sobre las largas piernas. Era dura su expresión, y en la boca una mueca partía el dibujo masculino, que era amable y tierno en otro tiempo.

    —¡Gerald! —repitió el imitando su voz—. Falsa. Eres una falsa. Pero yo... yo... soy tu marido. Y ningún otro hombre tiene derecho sobre ti. Soy tu marido, tu dueño. Y aunque me odies, aunque te repugno... alguna vez tengo que sentirte entre mis brazos.

    No podía soportarlo así, y dio un paso atrás. Gerald avanzó. De pronto la prendió en sus brazos, la dobló y dijo roncamente, antes de besarla en la boca:

    —He de odiarte, Grey, tengo que odiarte, pero en este instante... ¡En este instante...!

    Eran sus besos como llagas, y dolía... Grey quedó como muerta, y entonces él la soltó, dio dos pasos atrás y gritó de modo indefinible:

    —Así... no. No podría tomarte así.

    Y salió tambaleándose.


    VIII


    Estuvo a punto de correr tras él y decirle... ¡Cuántas cosas podía decirle! Que lo amaba, que como quiera que fuese necesitaba sentirlo junto a sí, que por caridad no buscara el consuelo en los brazos de otra mujer, que se apiadara de ella. Pero no hizo nada de eso. Gerald la habría escuchado con la odiosa sonrisa en los labios y se mofaría de ella, y ella se sentiría doblemente humillada.

    Retrocedió hacia el lecho y se derrumbó en él con desaliento. Ocultó la cara entre las manos y sollozó. Nunca hasta entonces había llorado por Gerald, pero en aquel instante se daba cuenta de la lucha sicológica del hombre, aunque no sabía a qué atribuirla. Y de su propia lucha, y a la suya, si sabía calificarla.

    Se durmió casi al amanecer y cuando se levantó por la mañana, creyendo hallar a Gerald en el comedor, se arregló para desayunar. Solo estaba Sandra. La dama parecía preocupada.

    —Buenos días, mamá.

    La besó en la mejilla por dos veces.

    —Estás pálida.
    —He dormido mal.
    —¿Por qué?
    —No sé. Tuve... pesadillas.
    —Yo creí oír voces hacia las dos de la madrugada. Ya se lo dije a Gerald. Parece ser que él llegó tarde ayer.
    —Sí.

    ¿Dónde estaba? Nunca salía tan temprano. Casi siempre cuando ella se iba a la tienda, él quedaba leyendo el periódico. No preguntó. De hacerlo sería demostrar a Sandra que sus relaciones con Gerald no eran normales. Costaba trabajo llevar aquella vida en el hogar donde estaba la madre de él. Pero hasta la fecha había conseguido que Sandra no penetraba en su secreto.

    —¿No comes tostadas?
    —No tengo mucho apetito.
    —Por lo visto, nadie tiene apetito en esta casa. Gerald tomó el café bebido. Estaba pálido y tenía los ojos enturbiados en sangre. Y creo, Grey, que dejas a Gerald en demasiada libertad. —Y natural—: ¿Por qué no vendes o traspasas la tienda?

    Nunca se lo había dicho y le extrañó.

    —Me gusta la tienda. Además fue de mamá y sé que a ella le gustaría conservarla.
    —Sí, querida. Comprendo tu sentimentalismo, pero estás casada, y estoy segura que tu madre, por su marido, también la hubiera vendido.
    —Gerald nunca me dijo que la vendiera.
    —¡Oh, es claro! Gerald no quiere forzarte, pero yo conozco sus gustos. Nada me ha dicho al respecto, pero... Hoy mismo, si no fuera la tienda, supongo que no le permitirías ir solo a Londres.

    Quedó como anonadada, pero Sandra no se dio cuenta. Gerald se había ido a Londres. ¿Por cuántos días? Sandra creía que ella lo sabía... Bien, nada le diría.

    —Tal vez más adelante —dijo—, decida venderla. Pero mientras no tenga un hijo...
    —De todos modos yo observo que Gerald pasa la vida fuera de casa que es esta. ¿No te inquieta eso?

    Mucho. Los celos la aniquilaban, pero Sandra nunca podría saberlo. Ella amaba a aquella dama que se cuidaba de ella como si fuera su propia hija, pero no podía decirla que se encontraba impotente para hacer feliz a su hijo. Sandra no debía sufrir por ellos y en tanto ella pudiera evitarlo, no sufriría.

    —Los negocios, mamá...
    —Mi marido era un hombre de negocios, Grey, y, no por ello me dejaba en casa cuando él salía.

    Podía decirla que ella no tenía la culpa. Que al principio Gerald la invitaba a acompañarle, pero que ella rehusaba. Pero ahora... No, ahora era Gerald quien no la invitaba jamás. No dijo nada. Alzóse de hombros y se puso en pie.

    —Yo en tu lugar, Grey, no hubiera dejado ir sola al marido. Londres es muy grande, y hay muchas diversiones, y Gerald está en una edad en que las pasiones se viven con avidez. Me comprendes, ¿verdad?
    —Sí, pero... Tengo confianza en Gerald.
    —De todos modos, un mes es muy largo.

    ¿Un mes? ¿Se había ido por un mes? Se estremeció.

    —Prefiero esperarlo aquí... a tu lado.
    —Eres muy buena para mí, querida. Pero yo no soy una madre ignorante y ciega. Prefiero estar sola y saber que tú disfrutas en Londres con tu marido.

    La besó en el pelo con veneración. Se sentía emocionada.

    —Lo esperaremos aquí, mamá. Y seremos muy felices las dos hablando de él.


    * * *

    Abrió la tienda con ademán automático. Empujó la puerta. De pronto se quedó como envarada. Bajo la puerta había un sobre y en él, confusa la letra de Gerald, aquellos rasgos inconfundibles que denunciaban la gran personalidad del hombre. Aquella personalidad que ella creyó nula hasta que se casó con él.

    Recogió el sobre con mano temblorosa y rompió la nema al tiempo de empujar la puerta encristalada con el hombro.

    Unas pocas líneas que saltaron ante sus ojos como girones de vida.

    «Grey: Me voy a Londres por asuntos de negocios. Es posible que esté fuera un mes. Cuida de mi madre y... Cuídate tú. Y si puedes, perdona la escena que provoqué de madrugada. Los hombres a veces somos imbéciles. Lo siento, Grey. Discúlpame,
    »Gerald».


    Lo leyó por seis veces. ¡Disculparle! Estaba disculpado. Lo disculpó en aquel mismo instante, pero sentía una gran dulzura ante el hecho de que él recordara y se diera cuenta de que había obrado mal.

    Dobló el pliego y lo ocultó en el fondo del bolsillo de su faldita deportiva. ¡Un mes sin verlo!

    Sería demasiada agonía, pero cuando regresara... ¡oh, sí! Cuando regresara todo tenía que ser muy distinto. Ella trataría, aunque sutilmente, de vivir más en contacto con él. Y así, poco a poco. Gerald se daría cuenta sin que ella se lo dijera, que no había perdido a su esposa. Que esta era suya y lo amaba. ¿Sería fácil hacérselo comprender a Gerald sin palabras?

    Por la tarde apareció Milly, como todos los días.

    —Estás viuda, ¿eh?
    —Por un mes nada más.
    —Me extraña que no hayas ido con él. Si fuera Tony a buen seguro que yo no le habría dejado marchar solo.

    Sonrió.

    —Ya sabes que tú y yo somos distintas.
    —Y tanto. Menos mal que Tony prefiere que sea como soy, y no como eres tú.
    —Tony no sabe cómo soy yo.
    —Bueno —se aturdió Milly—. Quiero decir que Tony no podría vivir junto a una mujer, tan indiferente como tú.
    —Ni tú ni Tony sabéis en realidad cómo soy yo.
    —¿Y lo sabe Gerald?

    La pregunta la desconcertó. Nerviosa, exclamó:

    —Te metes en honduras sin necesidad.
    —Es cierto. Pero eres mi amiga y me apena pensar que Gerald busque lejos de ti el consuelo a su ansiedad masculina.
    —Gerald no tiene siempre mujer determinada.
    —Es cierto. Pero siempre está rodeado de mujeres. Para ti vale. Yo no podría soportarlo.
    —Será mejor que cambiemos de tema.

    Cambiaron en aquel instante, porque entraba gente a comprar, pero cuando de nuevo quedaron solas, Milly volvió a la carga.

    —Esta tienda es un estorbo para tu felicidad conyugal. Y perdona que me meta en tus cosas.
    —No te metas, lo prefiero.

    Y en sus ojos notó Milly que deseaba cortar aquella conversación.


    * * *

    Empezaba setiembre. Los veraneantes de Bangor iban desapareciendo poco a poco. Había sido un verano pesado para Grey. Prefería la monotonía del invierno. Tal vez durante aquel que se avecinaba, Gerald no saliera tanto de casa, y poco a poco se acercaron de nuevo uno al, otro.

    Aquella tarde, dos semanas después de haber marchado Gerald, Grey estaba sola en la tienda. Milly aún no había llegado y debido al día nubloso, entraban pocos clientes en la perfumería.

    Grey, enfundada en una bata blanca, recostada en el mostrador, hojeaba una revista de modas. Se sentía muy sola y muy deprimida. Aquellas dos semanas sin ver a Gerald le demostraron de forma definitiva, del modo que lo amaba y lo deseaba en su vida.

    —Hola —dijo una voz masculina ante ella.

    No pensaba en Jepp. En realidad, ¿había pensado algo en él después de haberse casado? Nada en absoluto.

    —Estás muy sola.
    —Sí.
    —Ya sé que tu marido está ausente. Yo no dejaría a mi esposa sola, por nada del mundo. A una esposa como tú, se entiende.

    Se enderezó y cerró la revista.

    —Señor Anderson, mi marido tiene plena confianza en mí, y yo la tengo absoluta en él. Por lo tanto pienso que a su regreso, viviremos una segunda luna de miel.

    Jepp empequeñeció los ojos.

    —Grey —dijo bajo—, tú me amabas a mí.
    —No lo sé. Fue usted para mí una ilusión juvenil. ¡Tantas mujeres tienen o sienten esas ilusiones...! ¿Y de qué sirven? ¿Hay alguna ventura en ellas? Yo encontré en Gerald esa ilusión y el amor. El verdadero amor, no lo que sentía por usted.

    Jepp aplastó la mano en el mostrador con ruido seco.

    —Bueno —dijo tras un silencio—. Debo creerte. Las mujeres como tú no juegan a coquetear con los hombres solteros siendo ellas casadas.
    —Así es.
    —Pero recuerda, Grey. Yo creí poderte convencer.
    —¿Convencer de qué?
    —Se puede anular tu matrimonio. Se pueden aducir miles de cosas...
    —No podría vivir sin Gerald —dijo estremeciéndose, saliéndole la voz de muy hondo y agitando a Jepp de impotencia—. Gerald es para mí, el único hombre. El único, señor Anderson, y sin él no concibo la vida.

    En ese momento entró Milly.

    —Caramba, señor Anderson, qué milagro por aquí.
    —Vengo a despedirme. Marcho dentro de unos instantes. —Y con la ironía—: Nunca más veranearé en Bangor.
    —¿Tan mal le ha ido? —rio Milly burlonamente.

    Jepp no respondió. Miró a Grey y dijo bajo:

    —Adiós, Grey.
    —Adiós, señor Anderson.
    —Si algún día me necesitas...
    —Espero no necesitarlo.
    —Sí, es posible —admitió pensativo, y riendo, como si pretendiera desvanecer una nube en su cerebro—. Casi es seguro que no os volveré a ver. O tal vez cuando nos veamos nuevamente, seáis unas maduras mamás, y yo un papá desconcertado. De todas formas no olvidéis al viejo amigo que siempre os respetó. Y si algún día me mofé con palabras de vuestros matrimonios... se debió más bien a mi propia soledad.

    Estrechó las manos de las dos desconcertadas muchachas y se alejó. Lo vieron subir al coche y ponerlo en marcha. Milly comentó:

    —Algún día estos tipos de hombres tienen que darse cuenta de sus fracasos y necesidades, como cualquier ser desafortunado.

    Grey no contestó.

    —¿En qué piensas, Grey?

    Pareció retornar a la realidad. Sonrió con una mueca y dijo:

    —Me gustaría que Gerald regresara hoy.

    Milly la miró sin comprender, y Grey añadió vagamente:

    —El desencanto de ese hombre me haría ser más sincera conmigo misma y con Gerald.
    —Sigo sin comprender.
    —Es que —rio aturdida, como si hasta aquel instante no se diera cuenta de que no estaba sola—, no hablaba para ti.
    —Solo lo dirían las jóvenes viejas como tú.
    —¡Hum!
    —Vamos a trabajar, Milly. En la trastienda tengo dos enormes paquetes que debo seleccionar.
    —¿Es lo que para ti tiene más importancia en la vida?
    —Si te lo dijera no lo creerías.

    Y se dirigió a la trastienda, pensando que lo más importante en su vida, en aquel momento era ver de nuevo a su marido.

    Milly le decía aquella noche a Tony:

    —Está tan rara. Despidió a Jepp sin nostalgia. Cualquiera diría que le satisface que se vaya.
    —¿Y por qué no había de ser así, mi amor?
    —Porque lo amó mucho. ¿Ya no le ama? Eso es lo que me intriga.
    —Milly, voy a decirte algo muy importante. Algo que he visto a través de todo lo que me vienes contando desde que vas todas las tardes a la tienda de Grey.
    —¿Sí? ¿Qué es ello?
    —Grey ama a Gerald. Lo ama tanto, que no tardará en deshacerse de la tienda, si intuye que Gerald desea que lo haga.
    —Bueno, eso es una tontería tuya.
    —Una tontería que el tiempo se encargará de demostrarte que de tontería no tiene nada.


    IX


    No lo esperaba en aquel instante. Habían transcurrido tres semanas; y él pensaba estar en Londres un mes.

    Gerald entró en la salita y se quedó envarado en medio de esta. Dejó el maletín y el gabán en el suelo y dijo suavemente:

    —Hola, Grey.

    Ella no contestó al pronto. Diríase que la súbita sorpresa paralizaba sus cuerdas bocales. Se hallaba hundida en una butaca, con un libro sobre el regazo. Vestía una oscura falda de grueso paño, ajustando sus caderas, y una chaqueta de punto abotonada hasta el cuello, dejando ver por este un fino pañuelo de batista de tonos muy suaves. El pelo corto, de un rubio bruñido, lo peinaba hacia atrás, dejando el óvalo exótico de su rostro, donde los ojos azules, de belleza incomparable, se entornaban suavemente en aquel instante. Miraba a Gerald a través de las largas pestañas negras, y los labios entreabiertos respiraban entrecortadamente. Era su figura la estampa viva de la ansiedad, pero si Gerald lo observó así, nada dijo ni hizo que lo demostrara. Estaba aún más delgado, y el moreno de su cara había empalidecido. Parecía más alto y más adusto. Pero su voz siguió suave al repetir:

    —Hola, Grey. Parece... que no me ves ni me oyes.

    La joven se puso en pie. En un breve instante se analizaba a sí misma, y nunca se dio cuenta como en aquel momento, de lo mucho que amaba a Gerald y lo necesitaba en su vida. Pero no lo dijo, no; no obstante pensó que en adelante tendría que’ cambiar de actitud, si deseaba derrumbar la fortaleza casi inexpugnable que la separaba de su marido. Y deseaba, como nada en la vida, derribar aquella fortaleza. No iba a ser empresa fácil, si bien pensó que Gerald cuando se casó con ella la amaba apasionadamente, y ella necesitaba aquel amor, aquella pasión y aquella devoción que entonces la abrumaba.

    Estaban frente a frente y Grey solo tuvo que dar un paso para llegar junto a su marido. En silencio, con una delicadeza extraña en ella, se empinó sobre la punta de los pies, y su túrgida boca se posó como un soplo en los labios de Gerald. El hombre no parpadeó. Si la súbita actitud atenta de su esposa le asombraba, no lo demostró; pero sus labios estaban fríos, y recibieron el beso de Grey con naturalidad, sin inmutarse.

    —No... no te esperaba aún —dijo ella retrocediendo un poco—. Habías dicho que estarías fuera un mes.
    —He solucionado las cosas en tres semanas —y sin transición—: ¿Dónde está mi madre?
    —Arriba. Le... diré que has llegado.
    —No... te preocupes. Iré yo.

    Salió a paso ligero. Grey se quedó erguida en medio de la pieza.

    Estaba como aturdida. No esperaba que al deponer su frialdad, Gerald se hiciera mieles, pero al menos bien pudo ser más amable.

    «Tendré que tener paciencia —se dijo mentalmente—. Esto es como cuando se pierde la confianza de un niño y se necesitan días y meses para recuperarla. He sido demasiado indiferente para él...».

    Oía voces en el vestíbulo superior. Sandra hablaba atropelladamente. Se oía la risa buena y bronca de Gerald. Aquella risa que ella oía antes cerca de sí, y que no volvió a oír desde que regresaron del viaje de novios.

    Agarró el maletín y el gabán y subió despacio las escaleras. Cruzó el pasillo. Las voces se perdían en la salita del segundo piso.

    Con naturalidad empujó la puerta de la alcoba de Gerald y dejó el maletín sobre la cama. Colgó el gabán en el armario y abrió después el maletín. Todos sus movimientos eran normales, sencillos, como de la esposa que se preocupa de las cosas de su marido y las pone en orden. Del maletín sacó la ropa sucia, dos camisas y seis pares de calcetines. Sus ojos tropezaron con una hermosa caja de bombones. Se estremeció. ¿Para ella? ¿Para Sandra? Para las dos, seguramente.

    Oyó pasos y se apresuró a tapar la caja con una camisa limpia.


    * * *

    Al sentir abrirse la puerta dio la vuelta. Evidentemente, Gerald no esperaba encontrarla allí. Frunció el ceño y dijo de modo brusco:

    —¡Ah, estás ahí!
    —Te... te... deshacía el maletín.
    —Muy amable por tu parte, pero no te preocupes. Hace justamente tres semanas, lo hice yo en esta misma alcoba. Ayer lo hice en Londres, y no me costará trabajo alguno deshacerlo en este instante. —Y forzando una amable sonrisa, añadió a guisa de despido—: Te lo agradezco, pero no te preocupes. Voy a darme un baño.
    —Te prepararé la ropa para que te cambies.

    Gerald alzó una ceja. Su asombro fue tal, que estuvo a punto de manifestarlo. Pero no lo hizo. Era demasiado celoso de sí mismo, de ocultar sus sentimientos. Eso sí, era delicioso tener una esposa que se preocupase de uno. Grey jamás se había preocupado por él, y no creía que empezase a preocuparse en aquel instante. No podía creer en ella, no; estaba deseando creer, tomarla en sus brazos, besarla como un loco y decirle... ¡Cuántas cosas le diría si todo fuera verdad! Pero en su matrimonio y por parte de ella, jamás había existido aquella verdad. En cierto modo no podía reprochárselo; Grey se casó con él sin engañarlo. Amaba a otro hombre, lo había besado o se había dejado besar. Y él, aun así se casó con ella porque no podía pasar sin saciar su amor, su ansiedad. Jamás la había saciado. Y seguía sintiendo por ella la misma pasión, el mismo deseo, la misma ternura; pero... Él no era un niño como Jepp Anderson. Él era un hombre, y Grey debiera comprenderlo así.

    —No te preocupes, Grey. Encontraré ropa al instante —fue hacia el baño y abrió los grifos. Cuando volvió a la alcoba ella seguía allí, junto a la cama y el maletín abierto—. Gracias, Grey. Bajaré a cenar tan pronto esté listo...

    La despedía. Grey sintió una terrible punzada en el pecho, pero no se movió en seguida. Aún siguió allí unos minutos. Gerald, como ignorándola buscaba ropa limpia en el armario y la colocaba sobre una silla. En tanto, hablaba con indiferencia:

    —No hay cosa más detestable que un hotel de Londres. Uno no encuentra nada en su sitio, y cuando llega la hora de comer ya no tiene apetito. Después los aviones, y los trenes y el barullo de la gran urbe. Parece mentira que haya vivido en Londres la mayor parte de mi vida y que lo haya olvidado tan pronto —agarró la ropa y con ella se dirigió a la puerta del baño—. Bueno, perdona, Grey.

    Se cerró en el baño. Grey apretó los labios y se dirigió a la puerta de la alcoba a paso corto. ¿Y... los bombones? ¿Para quién era aquella primorosa caja de bombones? ¿Para su amante? Nunca como aquel instante le había preocupado tanto aquella mujer anónima que existía y a quien ella jamás dio importancia. Pero ahora se la daba. ¡Oh, sí! Y era para ella como un estilete clavado en pleno pecho, desgarrando sin piedad todas sus esperanzas.

    Se deslizó escalera abajo. A duras penas contenía el llanto. Había llorado muy pocas veces y siempre por Gerald. En aquel momento no lloraría. ¡Oh, no! No lloraría nunca más.

    Sandra estaba en la salita de la planta baja. Sonreía sola, y parecía la madre más feliz del mundo. Lo era realmente, pues ignoraba lo que ocurría entre ella y su marido.

    —Es una ventura tenerlo aquí. ¿Verdad, querida?
    —Sí, mamá.
    —Me he separado de él tan pocas veces, que tres semanas se me hacen tres siglos. ¿Qué te ha traído?

    Se acercó al ventanal. Miró hacia el exterior. No llovía, pero la noche era oscura y fría. ¡Otro infierno! ¿Qué le tendría deparado este? ¿Continuaría su vida indefinidamente, tan... tan simple?

    —¿Qué te ha traído, Grey?

    Si se volvía hacía la dama, esta observaría su desencanto. Se quedó como estaba, fijos los ojos en la noche a través del ventanal.

    —No... lo sé.
    —Te lo dará luego, cuando estéis solos.
    —Tal... tal vez.
    —Parece más delgado, ¿verdad?
    —Sí, creo que sí.
    —Si algún día tuviera que hacer otro viaje, y por sus negocios tendrá que hacerlo, no le dejes marchar solo. Los hombres una vez casados, están mejor con sus mujeres.

    No contestó. ¿Para qué? De contestar, tendría que decirle a Sandra que no dependía de ella acompañarlo o no. Y prefería callárselo.

    —¿Dónde está Gerald ahora?
    —Bañándose.
    —Después comeremos. ¿Vais a salir esta noche?
    —No sé...
    —Gerald vendrá cansado.
    —Eso creo.
    —¿Qué miras?

    Se volvió hacia ella. Avanzó a través de la salita. Se dejó caer frente a la dama.

    —Miraba la noche —dijo aparentando despreocupación—. Es triste el invierno, ¿verdad?
    —Lo es, sin duda, pero yo me lo paso casi sin sentir. Nunca tengo frío, me entretengo leyendo o mirando la televisión... Para una anciana como yo, hay muchas distracciones dentro del hogar.


    * * *

    Había finalizado la comida. Gerald habló amablemente para las dos mujeres, pero casi nunca miraba a Grey, se dirigía más bien a su madre. No por eso Grey odió a Sandra. Sabía que ella no tenía la culpa. Le constaba que Sandra no era una suegra celosa, era, por el contrario, una madre excelente, llena de ternura y de comprensión.

    Gerald refirió algunos incidentes de sus viajes. Dijo que los hoteles eran detestables y los aviones pesados e insoportables. Después habló de sus negocios.

    Tras la comida pasaron al salón y prolongaron la velada. A las doce, Gerald se puso en pie y dijo:

    —Me retiro. Estoy muy cansado. —Y mirando a Grey de modo especial—: ¿Vamos, querida?

    Grey, obediente, ignorando el significado de la mirada de su marido, se puso en pie. Gerald le pasó un brazo por los hombros y sonriendo, dijo mirando a su madre:

    —Me la llevo, mamá.
    —Sí, hijo. Sí. Después de tres semanas, tendréis mucho que deciros.

    Gerald sin soltar los hombros de Grey, se inclinó hacia su madre y la besó en el pelo.

    —Hasta mañana, mamá.
    —Buenas noches, hijos.

    Grey iba junto a Gerald temblando de emoción. ¿Todo iba a terminar así? ¡Oh, si fuera cierto! Si Gerald con naturalidad entraba en su alcoba y le dijera: «¡Te quiero como antes, Grey, mi vida! Te he traído esta caja de bombones. Son para ti. No pude olvidarme de ti en todos estos días...».

    Se estremeció como si estuviera dando respuesta a aquellas frases imaginativas. Ella le diría... «Te quiero, Gerald, con el alma y con la vida, y estas tres semanas fueron de terrible ansiedad para mí».

    —¿Tienes frío?
    —No... no...
    —Estás temblando.
    —No sé... por qué...

    Ya no la sujetaba por el hombro. Estaban los dos frente a frente ante las dos puertas de su alcoba. Gerald tenía las manos hundidas en los bolsillos del pantalón y se balanceaba sobre las largas piernas. La miraba, y era su mirada fría, adusta.

    —Como supondrás, no deseo causar un dolor a mi madre. Lo nuestro es nuestro y no importa a nadie.
    —No... te comprendo.

    Y se apoyó en el marco de la puerta con ademán desfallecido. Él no vio o no quiso ver aquel ademán. Si existía amor por parte de Grey... ¡Qué difícil le sería creer en él! No creería jamás en nada de Grey. No podía creer, y lo peor de todo es que estaba deseando creer.

    —Quiero decir —dijo impasible— que hay que hacer el papelón. Si me fuera a la calle y mamá lo supiera, adivinaría algo. Y ya te he dicho que deseaba evitarle ese dolor. Por ella tenemos los dos el deber de ocultar nuestro fracaso matrimonial.
    —Lo... consideras un fracaso...
    —Rotundo. Pero ya me he resignado. —Y con aspereza—: Voy a salir.
    —¿Salir?
    —Bueno, mamá lo consideraría monstruoso, pues no concibe que una pareja matrimonial, después de no verse durante tres semanas, se despida así... Pero tú sí lo comprendes, ¿verdad? Y yo. Bueno, querida, hasta mañana.

    Dio un paso atrás. Grey se ahogaba, pero la voz no acertaba a salir de su garganta. Al fin salió, cuando ya Gerald se disponía a girar en redondo.

    —¿Vas a... ver a...?
    —¡Oh, no! —rio Gerald de aquel modo odioso—. No voy a ver a nadie determinado. Voy a jugar una partida al club. —Y con velada ironía—: Claro que, aunque fuera a ver a una mujer, no creo que a ti te importe...
    —Pues... —se ahogaba— me importa...

    La miró de modo indefinible.

    —¿Sí? ¡Oh, cuánto lo siento, querida!

    Y siguió su camino pasillo adelante.

    Grey abrió la puerta de un empellón, la cerró de golpe y se derrumbó en la cama como sacudida por agitados y fuertes sollozos.

    Y Sandra creía que estaban juntos, que se besaban, que se querían... Moderó su llanto y poco a poco fue cesando este, hasta que la venció el sueño.

    En la alcoba contigua un hombre apretaba los puños hasta clavarse las uñas en la carne. Tenía los ojos fijos en aquella puerta cerrada, y una dura, pero anhelante crispación en los labios.

    Su mujer estaba allí, al otro lado de aquella puerta, al alcance de su mano y renunciaba a ella. Renunciaba a ella por hombría, pero renunciaba. Costaba, sí...

    Se hundió en el borde del lecho y ocultó la cara entre las manos. Le importaba que él fuera a buscar otra mujer. ¡Le importaba! Por orgullo, solo por eso. Por amor, no; y era... era odioso estar casado, desear y amar a su esposa y renunciar a ella.


    X


    Aquella primorosa caja de bombones que ella vio en la maleta, le quitó el sosiego durante toda la noche. Se levantó antes que nunca, y cuando bajó al comedor estaba Marta sola.

    —Mucho ha madrugado la señorita.
    —¿No se ha levantado mamá?
    —No.

    Por su marido no preguntó. De hacerlo, Marta comprendería muchas cosas que no le importaban en absoluto. Salió a la terraza. Eran las ocho en punto de la mañana. Los setos del jardín estaban húmedos por el rocío de la noche anterior. La pequeña avenida bordeada de rododendros, tenía aquella mañana un brillo especial bajo la neblina. Grey sintió una súbita e inexplicable nostalgia. Le hubiera gustado contemplar todo aquello desde la ventana de su alcoba y al volverse al interior, ver a Gerald tendido en el lecho, y poder, con suave voz, decirle lo bonito y melancólico que estaba el parque aquella húmeda mañana de noviembre.

    Despertó a la realidad con un escalofrío. Quería enfrentarse consigo misma, con la verdad. Y era una verdad tan triste, tan amarga la suya... Amaba a Gerald cada día más, como si Dios la castigara por haber alentado tanto una estúpida ilusión. ¿Qué podía hacer ella para que Gerald comprendiera? Pero si Gerald ya no la amaba, ¿qué importaba lo que dijera o hiciera? Gerald la había querido, pero ante su frialdad... No concebía que un hombre dejara de amarla, solo por eso. Gerald debió tener paciencia, y con su ardor despertar la mujer y deshacer aquel hielo. Pero lejos de eso...

    —¿No se desayuna en esta casa?

    Era su voz; aquella voz potente, un poco áspera... Giró en redondo y entró en el pequeño comedor que usaban siempre para el desayuno y que estaba pegado a la terraza. Gerald recién bañado, oliendo a loción cara, peinado y elegante, estaba en medio de la pieza con las manos en los bolsillos del pantalón, con aquel ademán tan suyo de potencia, de virilidad, de vigor inconmensurable. Era el hombre, el verdadero hombre; no Jepp Anderson, con sentimientos indefinidos, con miradas ardientes que no correspondían a su pasivo temperamento. Gerald era el hombre, mientras el otro, Jepp, era el muñeco de salón, esclavo de sus deberes sociales, de sus prejuicios, de sus liviandades.

    —¡Ah! —exclamó él al verla—. Ya estás ahí. Creí que, o bien no te habías levantado, o ya te habías ido a tu tienda...

    Esto último lo dijo con ironía, y Grey lo sintió como una bofetada.

    —Te esperaba para desayunar.
    —¡Oh, muy amable, por tu parte! Hace un día oscuro, ¿no?
    —Sí.
    —Veremos lo que Tony ha hecho durante mi ausencia.

    Se sentaron uno frente a otro. Era grata aquella intimidad. Y Grey sintió hacia su suegra una súbita ternura. Sandra no bajaba aquella mañana porque prefería dejarlos solos. Sandra lo tenía todo presente.

    —Tengo el auto estropeado —dijo ella al tiempo de untar un poco de mantequilla en una tostada caliente.
    —¿Lo has llevado al garaje?
    —Lo vino a buscar un muchacho. Tony me llamó por teléfono y me dijo que no estaría listo hasta las nueve de esta noche.
    —¿No te envió otro?
    —Me lo ofreció, pero no lo quise.
    —Supongo que no irás a pie hasta la tienda.
    —Si tú me llevas...

    Era la primera vez que aquello ocurría. Gerald levantó los ojos y lanzó sobre ella una breve y quieta mirada. Amable y cortés, dijo:

    —Desde luego. No tengo inconveniente.

    Dobló la servilleta y se puso en pie.

    —¿Estás dispuesta? —preguntó.
    —Voy a buscar un abrigo.

    Bajó en seguida. Lanzó una breve mirada al espejo del vestíbulo. Apenas si iba pintada, pero la sombra azulada de sus ojos, así como el rabito oscuro que los hacía más rasgados, le daban una vivacidad extraordinaria. Puso el abrigo por los hombros y salió delante de él.

    Era la primera vez que salían juntos hacia el trabajo. Y la primera vez también, que él la llevaba en su coche.

    —Hoy terminará lloviendo —dijo Gerald rompiendo el embarazoso silencio.
    —Eso creo.
    —¿Vas a regresar a pie?
    —Ya... veremos. Tomaré un taxi.
    —Es lo mejor.

    Pero no le dijo que él iría a buscarla, y Grey se sintió triste y quedó pensativa. ¿Para quién sería aquella caja de bombones? Los celos le apretaban las mandíbulas, pero pudo disimularlo.

    El auto frenó. Por un instante se encontraron sus ojos. Los apartó ella primero y bajó presurosa.

    —Hasta luego.
    —Hasta luego, Grey.


    * * *

    Era la una y cuarto. Cerraba la tienda. Podía tomar un taxi. Empezaba a llover. Fue a la trastienda y se puso el abrigo. Pasó la mano por el cabello con ademán maquinal.

    —¿Dónde estás, Grey? —dijo una voz que la hizo estremecerse de pies a cabeza.

    Salió de la trastienda, casi precipitadamente. Gerald estaba allí, amable y sonriente, como si nada. Miraba a un lado y a otro con creciente curiosidad.

    —No me explico cómo puedes soportar esto —dijo—. ¿No es muy monótona una tienda?
    —No. La sicología del cliente siempre es interesante.

    La miró dubitativo.

    —¿Y te interesa a ti esa clase de sicología?
    —Pues, sí. Estoy habituada.
    —Bueno —cortó—. Como llovía he venido a buscarte.
    —Te lo agradezco mucho.
    —Tendrás el auto listo para las siete. Te lo traerá un muchacho esta tarde. Y no lo abandones tanto. No tenía ni gota de grasa.
    —No entiendo de eso.

    Era una charla trivial, pero ni uno ni otro hallaban tema mejor.

    Ella cerró la tienda y ambos subieron al auto, uno por cada portezuela. Indudablemente eran más humanos uno para el otro, pero no imperaba la sinceridad. Él debía hablarle de sus sentimientos y ella comprendería. Pero desconfiaban demasiado uno del otro. Y mientras no desapareciera aquella desconfianza... Si se hubiera querido menos, tal vez se aventuraran ambos a ser más francos. Pero los dos eran orgullosos, y tanto uno como el otro, lo deseaban todo o nada. Y si Gerald no creía posible alcanzar jamás aquel todo, que era en definitiva su razón de vivir, Grey creía que su marido ya no la amaba. Pero no estaba dispuesta a pedírselo. Había decidido ganarse aquel amor que añoraba más cada instante, y se decidiría a ello. ¿Cuándo y de qué forma? Siendo amable, cariñosa, intentando por todos los medios derrumbar la barrera que Gerald había colocado entre los dos. De la forma, cuándo y cómo, lo ignoraba. Era una mujer joven y bonita, y Gerald la había querido con toda su alma. Donde hubo fuego siempre quedan cenizas. Era preciso encender de nuevo aquellos apagados rescoldos, y ella tenía el deber de hacerlo.

    —¿Cómo has encontrado tus asuntos?
    —¿Mis? —pareció asombrarse—. ¡Ah! Bien. Tony es un buen muchacho, eficiente y honrado. ¿Ya sabes que esperan un hijo?

    ¿Era un reproche? Ella sabía que Gerald hubiera dado parte de su vida por un hijo... No podía tenerlo. Pero... ¿podía sentir algún día la dicha de la espera?

    —Milly no me ha dicho nada.
    —Te lo dirá esta tarde. ¿No va todos los días por la tienda?
    —Sí.
    —Pues creo que lo supo esta mañana. Tony la llevó al médico. Está... muy contento.
    —Me... lo imagino.

    Cambió rápidamente de conversación.

    —Esta avenida necesita reparación. El pavimento está horrible. El Municipio debía tomar cartas en el asunto.
    —Sí...
    —¿Vendiste mucho esta mañana?
    —Los días de lluvia la gente prefiere pasar sin lavarse, que mojarse.
    —Muy lamentable, ¿verdad? Tú tienes espíritu comercial.
    —¡Bah!
    —¿No lo tienes?
    —A medias, nada más.
    —De todos modos es un buen entretenimiento para quien, como tú, se aburre tanto en la vida.
    —No... me aburro.
    —¡Ah!
    —No soy una mujer insaciable.
    —¿Insaciable? No dije tanto.
    —Insaciable de sicología comercial.
    —Es para ti como un tubo de escape el mostrador.
    —Si tú lo dices...
    —¿Acaso no es cierto?

    Hablaba de todo menos de ellos dos. Y para Grey era insoportable la conversación insulsa, cuando tanto hubiera dicho en provecho de ambos y su absurda situación. Alzóse de hombros. El auto entraba en el parque de la casa.


    * * *

    —Me lo dijo Gerald.
    —Estoy tan emocionada...
    —Me lo figuro, Milly.
    —Cuando no se ama al esposo ha de ser penoso esperar un hijo de él. Pero cuando se ama, es... ¡Oh! Es como una ventura, como una bendición del cielo.
    —Lo... comprendo.

    Llovía a torrentes. Un muchacho dejó el auto de Grey ante la tienda y entró en esta a guarecerse.

    —Pudiste dejarlo en el garaje, Jim.
    —Me mandó míster Willows.
    —Ya.
    —He de volver al garaje.
    —Espera que pase.

    Se fue aún lloviendo. Milly y Grey continuaron recostadas en el mostrador.

    —Le pondré Tony, como su padre.
    —Haces muy bien. Qué día tan espantoso.
    —El invierno es insoportable en todas partes. ¿Sabes, Grey? Tengo que ir a ver a tu suegra. En cierta ocasión se ofreció a enseñarme punto. Quiero aprender. He de hacer chaquetitas. Quiero tenerle un equipo completo hecho por mí.
    —Sandra sabe mucho de eso.

    Pero no dijo que le molestaría, porque al hacer punto para el hijo de Milly, Sandra anhelaría hacerlo para su propio nieto. Siempre sobre el tapete su desencanto conyugal. Le atormentaba lo que Gerald y su madre pensarían de ella. Indudablemente ella era una mujer como las demás y podía tener hijos. Estaba segura que podía, pero...

    —Son las seis y diez, Grey. Me voy. Hoy me he retrasado un poco. Tony me estará esperando.
    —Yo también voy.

    Milly parpadeó.

    —¿Vienes... al taller?
    —Sí.

    Lo dijo con sencillez, si bien el corazón le latía locamente. Desde aquella tarde iría todos los días. ¿Qué pensaría Gerald? Lo que pensara Milly y Tony, y los demás empleados, no le importaba. ¡Tenían para ella tan poca importancia los pensamientos de los demás! Los de Gerald, no. Cerró y subieron una a cada coche. Milly iba delante. Tenía los ojos muy abiertos y pensaba. ¿Qué ocurría allí? ¿Por qué Grey hacía lo que nunca había hecho desde que se casó? Era, sí, muy extraño.

    Grey conducía con mano serena. Parpadeaba y sonreía de modo vago. Los dos coches frenaron ante el garaje. Tony salió al encuentro de su esposa, y le pasó un brazo por los hombros con ademán amoroso. La miraba con adoración... Como Gerald la miraba a ella cuando se casaron. Y ella devolvió indiferencia a cambio de aquellas miradas.

    —Hola, Grey —saludó Tony un poco asombrado—. Gerald está en la oficina.

    Atravesó la nave central. Los obreros y empleados la miraban. Era tan gentil y tan bella... Y era la primera vez que la veían allí...

    Grey, ajena a todo, siguió su camino y se detuvo ante una puerta de roble que empujó sin vacilar.

    —Que no me molesten —dijo ruda la voz de Gerald.
    —Soy... yo.
    —¡Ah! —exclamó con voz inalterable, como si la presencia de su mujer fuera normal allí—. Eres tú. Pasa, Grey, pasa. Estoy liado con estos números.
    —¿Te ayudo?
    —Pues... No, no te molestes.
    —No es molestia, Gerald —dijo suavemente.

    Gerald parpadeó. ¡Ocurrían cosas raras! Sí, muy raras. ¿Quién cambiaba? ¿Él o ella?


    XI


    —Me gustan los números. —Se quitaba el abrigo y el casquete al tiempo de hablar—. Hace una tarde pésima. Apenas si vendí unas libras, tanto es así que ni siquiera hice caja. —Colgó el abrigo en el perchero y al dar la vuelta se encontró con los ojos de Gerald fijos en su persona—. Bueno, tal vez te moleste —dijo aturdida, ruborizada hasta la raíz del cabello, como si Gerald fuera su novio y se sintiera aturdida bajo el poder extraño de su mirada—. Si te molesto, Gerald... —y huyó de la mirada del hombre, no sabiendo dónde poner la suya.

    Gerald pareció despertar. Era la primera vez que la bendita y conmovedora presencia de su esposa se hacía notar en su oficina, y la primera vez asimismo, que se portaba de aquel modo familiar, y también... la primera vez que se ruborizaba. ¡Y era tan bonita Grey bajo aquel tono púrpura de sus mejillas!

    —Si quieres que me vaya, Gerald —dijo bajo, como si el silencio de su esposo fuera una invitación al alejamiento.

    Gerald soltó el cigarrillo que prendía en sus labios y dijo cordial, ahuyentado aquella intensa emoción, que, como a un niño lo embargaba. ¡Estaba tan poco habituado a las atenciones de Grey!

    —En modo alguno, querida. Toma asiento. Ahí, ponte a mi mesa. Así. Admito tu ayuda. Me es muy valiosa.

    Grey ya estaba sentada frente a él y se inclinaba sobre la mesa ojeando los libros que Gerald tenía abiertos frente a él.

    —¿Es muy complicado?...
    —No mucho. Estamos a fin de mes y reviso las nóminas. A decir verdad, ya lo hizo el contable, pero me gusta darles un vistazo.
    —Es una buena norma para llevar los negocios con orden.
    —Veamos. Toma una hoja. Suma con calma y escribe aquí las cifras del resumen.

    Por espacio de media hora ambos se dedicaron a su trabajo sin cruzar una palabra. Gerald sentía en su nariz el perfume tan personal de Grey y el cosquilleo de sus cabellos. A veces los ojos se cegaban, pero hacía un esfuerzo. No creía mucho en aquel cambio súbito de su esposa. Pero era consolador tenerla allí y oír su respiración acompasada, y sentir el perfume tan femenino, como ella...

    Poco a poco dejaron de oírse los ruidos del taller. En los departamentos contiguos cesó el tecleo de las máquinas. Las luces ponían en los cabellos de ambos sombras azuladas.

    —Bueno —dijo Gerald de pronto, incorporando el busto y enderezando este en el sillón—. Creo que por hoy podemos dejarlo.

    Repantigado en la butaca encendió un cigarrillo, y expelió las espesas volutas con sumo placer. Era grato estar allí y tener la divina presencia juvenil de Grey frente a él. Por un instante, solo por un instante, sintió el complejo de sus años. Le llevaba muchos a Grey. ¿Sería para la bonita joven un viejo odioso? Era tan joven Grey..., tan..., tan frágil, tan delicada... En aquel instante, sentada frente a él, jugando los dedos distraídos con un lápiz, parecía una linda colegiala tímida que se dispone a repetir la lección de Historia ante el maduro profesor.

    ¡Profesor de amor! Eso pudo ser él para Grey. Pero nunca pudo serlo porque ella no se lo permitió.

    —¿Qué hora es, Gerald? —preguntó ella de pronto, sacándolo de sus meditaciones.
    —¿Eh?
    —Te pregunto la hora. Se me ha parado el reloj.
    —¡Ah, la hora! Perdona. Estaba...
    —¿Dónde...?
    —¡Oh! Pues... lejos.
    —Junto a... otra mujer.

    Gerald empequeñeció los ojos.

    —¿Te... molestaría mucho?
    —Mucho, sí —dijo con fuerza.

    Y se puso en pie.

    En vez de responder a la pregunta, él, dijo con bronco acento:

    —Las nueve. Mamá estará alarmada. Tú llegas siempre antes.

    Y yendo hacia el perchero, agarró el abrigo femenino y la ayudó a ponérselo. Grey metió los brazos por las mangas y se quedó quieta. Él le sujetó el abrigo hasta que este estuvo puesto. No la soltó. La tenía de espaldas a él, y solo hubo de inclinarse sobre el cuello terso y juvenil para quedar pegado a ella. Estuvieron así varios minutos. Ella palpitaba de modo raro. Él muy quieto, silencioso. De pronto, dijo:

    —Quisiera..., quisiera besarte.

    Y la voz ahogada de Grey murmuró:

    —Hazlo...

    La envolvió en sus brazos. Al tenerla de frente los ojos se encontraron. Gerald sintió como si una descarga eléctrica lo agitara y sus ojos se clavaron ansiosos, ávidos, en los labios temblorosos de Grey. Esta se estremeció. Indudablemente, Gerald iba a besarla, y ella lo deseaba más que nada en el mundo. ¡Hacía tanto tiempo que Gerald no la besaba! Y necesitaba sus besos. ¡Oh, sí! Aquel fuego de sus labios que no supo apreciar hasta que lo perdió. Entornó los párpados y esperó anhelante.

    Era mucho el deseo de Gerald. Había que tener una voluntad de hierro para escapar valientemente de aquel deseo irreprimible. Pero Gerald era un hombre, no un niño, y había recibido demasiados desprecios. No podía creer en ella, y para dar besos comerciales había otras mujeres. Muchas otras mujeres...

    La soltó y dijo roncamente:

    —Vamos.


    * * *

    Corrió hacia el auto como un autómata. Y subió a él en silencio, sintiendo cómo el corazón se le desgarraba. ¿Qué tendría que hacer para lograr de nuevo el amor y la pasión de Gerald? Si supiera que le era tan necesaria como la vida...

    El recorrido desde el taller a la casa se hizo en silencio. Cada uno iba sumido en sus propias reflexiones, y aunque estas eran afines, ninguno de los dos lo sospechaba.

    Sandra les esperaba impaciente. Al verlos juntos, los ojos ansiosos se iluminaron. No era Sandra una madre ingenua e ignorante. Amaba a su hijo y amaba a aquella muchacha, como si fuera su propia hija. Que no todo iba bien entre los dos, saltaba a la vista, pero ella se hacía la ignorante. Sabía, como mujer que ha vivido lo suyo, que en un matrimonio no debe inmiscuirse nadie, ni una madre siquiera. Si algo iba mal, ya se compondría. Si no se componía por sí mismo, no podía ella lograr lo contrario...

    Verles llegar juntos por primera vez era una sorpresa y una inmensa satisfacción. ¿Quién había ido por quién? ¿Estaría el auto de Grey en el garaje? Miró disimuladamente a través del ventanal. El auto que estaba aparcado ante la casa era el de Gerald, lo que indicaba que había sido este, y no Grey, quien fuera al encuentro de su esposa. Se sintió decepcionada, aunque ni uno ni otro lo notaron. Ella conocía a Gerald lo suficiente para saber que estaba muy enamorado de su esposa. ¿Correspondía Grey en la misma medida? ¡Era tan reconcentrada, tan silenciosa!

    —Hemos tardado, mamá —dijo Grey con voz que a la dama le pareció indiferente.
    —Ya estáis aquí, que es lo principal. Mal cariz presenta el invierno, ¿eh?
    —Hace una noche pésima.
    —Voy a cambiarme —dijo Grey.

    Y subió presurosa hacia su alcoba.

    Madre e hijo se miraron.

    —Gerald, ¿le pasa algo a Grey?
    —¿Pasarle? —preguntó distraído—. No creo...
    —Parece distinta.
    —Como todos los días. Qué, ¿falta mucho para cenar?
    —En seguida que baje Grey. ¿Quién recogió a quién?
    —¿Cómo?
    —Te pregunto si fuiste tú a buscarla.
    —¡Ah!
    —Hijo, tú también pareces alelado.
    —¡Oh, no! —y rio con desenfado—. ¿Dices quién? Sí, Grey.
    —¿Ella?

    La miró con curiosidad.

    —¿Por qué te asombras?
    —No me asombro, claro. Bueno —añadió, escapando a la mirada inquisitiva de su hijo—. Lo mejor será que vaya a ver qué hace Marta. Hay que vigilarla atentamente. ¡Es tan aturdida! Tú ve a llamar a Grey.

    Lo deseaba. Subió despacio las escaleras. Al llegar frente a la alcoba de Grey, lo dudó un instante. Pero tras la duda empujó la puerta sin llamar y entró. Se quedó envarado en el umbral. Grey estaba frente al tocador poniéndose una falda. La ropa de calle estaba sobre la cama. Aquella intimidad encendió la sangre de Gerald, pero firme en su papel de esposo pasivo e indiferente, se mantuvo quieto en el umbral. No se daba cuenta de que sus ojos brillaban de modo extraño, fijos, quietos, en el busto desnudo de su mujer, cubierto solo por una combinación de encaje. Y cosa extraña, Grey no hizo nada por apresurar aquella muda escena. No se aturdió, y si bien su corazón latía a velocidad de bomba nuclear, para los efectos se comportaba como una esposa corriente y vulgar que está harta y más que harta de cambiarse la ropa exterior ante el esposo. Lo miró, y al hacerlo había en sus ojos un vivo deseo de derretir el hielo que la separaba de Gerald. Mas este estaba hecho de hierro, porque desviando los ojos, los paseó por la estancia indiferente y dijo:

    —Estamos esperándote para comer.

    Quedó anonadada. Ni siquiera sentía por ella la vulgar excitación que cualquier hombre siente ante una preciosa muchacha. Se encontró mezquina y vulgar. Mezquina por abrigar la esperanza de despertar en su marido una vergonzosa excitación, y vulgar por olvidar que ella no era una mujer cualquiera, sino una esposa, que más que deseo ha de inspirar ternura.

    Sintió que Gerald giraba en redondo y se iba, cerrando la puerta tras sí. Puso una chaqueta de punto y se quedó contemplando su propia imagen ante el espejo.

    Nunca podría sentir a Gerald tan suyo como cuando se casó con él. Había perdido a su marido y no podía culpar a nadie por ello.

    Salió muy despacio, y cuando llegó al comedor, Sandra le Salió al encuentro, diciendo:

    —Tienes un marido muy raro, hija mía. Y yo, su madre, y tú su esposa, tendremos que tener mucha paciencia.

    Se notaba que la dama, quería disimular. Grey le sonrió pálidamente. No buscaba con los ojos a su esposo. Sabía que se había ido pretextando cualquier cosa, o tal vez sin pretexto alguno. Pero... ¿por qué? ¿Qué daño le había hecho ella?

    Sandra dijo bajo:

    —Vamos a comer, querida. Gerald tuvo que ir al taller a no sé qué. ¡Es tan raro este hijo mío!

    Grey se sentó en silencio y en silencio empezó a comer.


    * * *

    Se encontró con él en el comedor. Sandra no estaba. Siempre que ocurría algo se levantaba tarde, lo que indicaba que los dejaba en libertad de darse las explicaciones pertinentes al caso. Mas aquella mañana, ni Grey estaba dispuesta a pedir explicaciones ni Gerald a darlas.

    Se saludaron con naturalidad. Él rezongó algo contra el tiempo, después se sentó a desayunar. Parecía tranquilo e indiferente como siempre. Grey pensó una vez más en lo mucho que había cambiado Gerald en aquel año de matrimonio. Y se preguntó si un hombre que decía amar tanto, podía olvidar con tanta facilidad. Por lo visto era así.

    —Ayer dejaste el auto en el taller —dijo él de pronto—. Si quieres te llevo hasta la tienda.
    —Gracias.
    —Diré a un chico que te lleve el auto.
    —No es preciso. Por la tarde —añadió con naturalidad— iré por el taller. Iré cuando Milly lo haga.

    Él parpadeó. Guardó silencio por espacio de varios minutos. Al fin, dijo, como si no le diera importancia:

    —Por mí no te molestes.

    Lo miró de modo penetrante.

    —¿Molestia? No es molestia —y con encantadora sencillez—. Es un placer. Nunca hago nada que no me agrade.

    Así, con la sencillez de quien no tiene nada que ocultar. ¿Qué se proponía? ¿Era en verdad sincera?

    —Por creerte obligada... no.
    —De ser así, hace tiempo que tendría impuesta esa obligación.
    —Lo que indica...

    Ella se puso en pie antes de contestar.

    —Indica —dijo con decisión— que es mi gusto. ¿Vamos?

    Salieron juntos. Subieron al auto, uno por cada portezuela. Durante el trayecto, él contó algo sin importancia. Grey le escuchaba en silencio.

    De pronto dijo ella:

    —Milly quiere que apadrinemos a su hijo.
    —¿Y tú... qué dices?
    —Me parece bien.
    —Pues dile que sí.

    Llegaron frente a la tienda. Gerald frenó el auto, Grey se volvió hacia él, ladeó un poco la cabeza y con naturalidad lo besó en la mejilla.

    Así, como si lo hiciera todos los días. Gerald apretó las manos en el volante, con fuerza, con desesperación. Por un instante sintió un irreprimible deseo de cerrarla contra sí, y besarla en la boca como un loco desquiciado. Pero no lo hizo. De hacerlo, todas sus dudas se hubieran desvanecido en aquel instante. Pero Gerald tenía una dignidad tan inconmovible, y deseaba tan fervientemente el amor de aquella muchacha que era su esposa, que temía, como tantas veces, inspirar compasión y no amor a su mujer.

    —Te has vuelto muy sentimental —dijo para herirla tanto como él había sido herido. Grey lo envolvió en una límpida mirada.
    —Siempre lo he sido.
    —¿Siempre?
    —Desde luego.
    —Nunca aprecié en ti un átomo de sentimentalismo.
    —Es que —dijo, bajando la voz— nunca te has preocupado de hurgar en mí.
    —Grey...
    —Hasta luego, Gerald.
    —Vendré... a buscarte a la hora de almorzar.
    —Bueno.

    Puso el auto en marcha con violencia. Llevaba los dientes apretados y las manos fuertemente aplastadas sobre el volante. ¿Qué había querido decir? ¿Es que pretendía jugar con él? La noche anterior quiso tentarlo, coqueteó con él en silencio, pero coqueteó... Y él... no era de piedra. ¡Oh, no! El día menos pensado...


    XII


    —¿Hace frío o es que lo tengo yo? —preguntó subiendo al auto.

    Cerró la portezuela y Gerald puso el auto en marcha.

    —Sin duda lo hace. Me parece, Grey —añadió, tras rápida transición—, que uno de estos días tengo que ir a Londres.
    —¿Por... mucho tiempo?
    —Una semana.
    —¿Solo?
    —Si tú quieres acompañarme...
    —Quiero.

    Lo atajó rotunda. Gerald alzó una ceja. No hizo comentarios.

    —Tal vez pueda arreglar desde aquí mis asuntos, pero si no puedo..., te llevaré conmigo. ¿Nunca estuviste en Londres?
    —Cuando me eduqué.
    —O sea, que lo conoces desde tu posición de colegiala.
    —Eso es.
    —Tiene un colorido distinto, si vas ahora. —Y, súbitamente, preguntó—: ¿Nunca has tenido novio?
    —A ti.
    —Antes..., ¿no?
    —No.
    —Es curioso.
    —¿Por qué?
    —Hoy día, a los veinte años, las chicas han tenido una docena de novios.
    —Todas, no. Mi madre decía siempre que la mujer ha de reservarse para un solo hombre.
    —Pero no teniendo novio, no puede diferenciar.
    —Es cuestión de opiniones.
    —La tuya...
    —¡Oh, la mía! —y riendo, Gerald nunca la había visto reír así y sintió que la sangre le cosquilleaba en las venas—. La mía es bastante limitada. Estimo que una mujer cuando ama a un hombre, se limita a este. Los demás pasan por su vida como el agua por un tejado. Sin dejar huella.
    —Tú has amado mucho.
    —¿Lo crees así?
    —Me lo has dicho.
    —Sí. —Y reflexiva—: Te lo he dicho.

    Pero no añadió nada más, y Gerald tuvo miedo de continuar ahondando en aquel tema tan escabroso. El tema que suponía la pesadilla de su vida.

    —¿Cuándo sabrás si ese viaje a Londres es necesario?
    —Esta tarde.
    —Me gustaría ir a Londres, Gerald.

    Este pensó en Jepp Anderson. ¿Era lo que Grey esperaba de Londres? Apretó los labios y condujo en silencio.


    * * *

    Entró sin llamar. Gerald alzó los ojos.

    —¿Qué hay? —preguntó ella.

    Y con naturalidad inclinóse sobre él y lo besó en la nariz. Gerald parpadeó. ¿Qué ocurría allí? ¿Por qué ella empezaba a ser como siempre deseó que fuera?

    —¿Qué haces?

    Y al hacer la pregunta se quedó tras él, con las manos en los hombros masculinos, e inclinada la cabeza sobre su cuello. Era más de lo que Gerald podía soportar... Se puso en pie con presteza y se alejó hacia el ventanal. De espaldas a ella, con las manos en los bolsillos y las piernas abiertas, se entretuvo, por un instante que a él mismo le pareció interminable, en contemplar el agua que caía insistente sobre el patio del taller.

    —Gerald —dijo ella, como si no diera importancia a la actitud de su marido—. ¿Sabes lo que he pensado?

    Se volvió. Tenía los párpados entornados y la miraba a través de ellos con reconcentrada expresión.

    —No sé lo que has pensado. Pensarás tantas cosas al cabo del día.
    —No muchas; no creas que soy mujer que emplea demasiado el cerebro.
    —¿Y el corazón?
    —¡Oh! —rio deliciosamente—. Eso, sí. Soy apasionada.
    —¿Apasionada? ¿Desde cuándo?
    —Desde siempre.
    —Pues te ignoraste.
    —No, no; lo que pasa es que estuve perdida en mí misma. ¿Nunca te ocurrió?

    No quiso contestar. ¿Para qué? Él estaba siempre perdido en sí mismo. Y dolía, aquel divagar silenciosamente. Preguntó, queriendo ser áspero, pero la verdad es que a Grey, que empezaba a comprender a su marido le pareció ansioso:

    —¿En qué pensabas?
    —En vender la tienda.

    Así, como si dijese que pensaba comprar un par de zapatos. Y, en cambio, estaba diciendo lo que más había anhelado en su vida. La tienda para él había sido, desde un principio, su primer rival.

    —¿La tienda?
    —Sí —rio como si aquello no tuviese importancia—. Y lo curioso es que ya tengo comprador. Lo enfrentaré contigo para que tú ultimes los detalles.

    Era tal su alegría, que, por un minuto temió no poder disimularla. Pero pudo. Había podido disimular otras cosas, cuando más aquella.

    —¿Y por qué quieres deshacerte de la tienda?
    —Me estorba, Gerald. De pronto he sentido la necesidad de ser una mujer como las demás, pendiente de su marido... y todo eso.
    —Vamos..., vamos a trabajar. Supongo que no tendrás inconveniente en ayudarme un rato como ayer.
    —Claro que no.

    Y una pícara sonrisa bailaba en el dibujo seductor de su boca.


    * * *

    —Hay un señor que desea verle, mister Willows —dijo la secretaria.
    —Que pase aquí.

    El visitante pasó. Era alto y gordo, entrado en años, coloradote, con aspecto de carnicero de barrio.

    Gerald se le quedó mirando sin saber qué decir. No conocía a aquel hombre, e ignoraba qué deseaba de él. El visitante entró rápidamente en el asunto. Se notaba que era un comerciante habituado a tratar de negocios.

    —¿Míster Willows?

    Asintió con un movimiento de cabeza.

    —Mi nombre es James Believer. Pretendo ultimar un negocio con usted.

    No sabía qué clase de negocio era. A decir verdad, en Bangor no tenía ninguno pendiente. En cambio había sobre la mesa un despacho por el cual se le reclamaba en Londres. Tenía que salir para allí a la mañana siguiente.

    —Siéntese, haga el favor.

    Cuando estuvo sentado frente a él, observó:

    —¿Y bien?
    —Su esposa me envió aquí. Dijo que la venta de la tienda era cosa suya. Que lo que usted decidiera era lo importante.

    ¡Ya! Era aquello. Una honda alegría le invadió. Lo creyó una broma de Grey. De tanto desearlo no se atrevió a tomarlo en serio.

    —De modo que... decía usted...
    —Deseo hacerme cargo de la tienda cuanto antes.
    —Y mi esposa...
    —Igual. Acabo de verla y me dijo que tenían un viaje a Londres pendiente ustedes dos, y...
    —Ya. Lo mejor sería que vaya usted a ver a mi abogado. Yo conversaré con él, y cuando usted llegue, ya sabrá cómo ultimar el negocio.

    El industrial se puso prontamente en pie.

    —De acuerdo, mister Willows. Supongo que llegaremos a un acuerdo.
    —Le aseguro que sí.
    —Muy agradecido, señor. Hasta más ver.

    Se fue el hombre y Gerald empezó a medir el despacho de lado a lado. ¿Qué significaba aquella actitud de Grey? Miró el reloj. Eran las siete y media. Iría a la tienda y le preguntaría, sí. Y le diría...

    —¿Qué hay?

    Dio la vuelta en redondo. Allí estaba Grey, bonita, sonriente, seductora...

    —Pareces un león enjaulado —rio—. ¿Te ocurre algo?
    —Un hombre llamado James...
    —¡Ah, sí!
    —¿Es cierto?
    —Ya te lo dije el otro día.

    Se quedaron frente a frente.

    —¿Y por qué?
    —Si me miras con esa cara de pasmo, no sé si podré contenerme.
    —Di, ¿por qué?
    —Gerald, me haces recordar a mi padre. El asistente temblaba ante él... Nadie debe temblar ante nadie.
    —¡Oh, perdona!
    —¿Te ayudo?
    —Ya terminé. Vamos... a tomar algo por ahí.


    * * *

    El porqué seguía sin respuesta. Gerald paseaba su alcoba de lado a lado, con más inquietud que horas antes. Tenía que saber el porqué. No podía dormir si ella no se lo decía.

    Giró en redondo. Por debajo de la puerta de comunicación, se filtraba un tenue rayo de luz. Ella aún no se había acostado. Solo tenía que empujar la puerta...

    Un sudor frío lo invadió. Si empujaba aquella puerta... Si la empujaba... Dio un paso al frente y otro... Ya estaba junto a la puerta. Solo tenía que extender la mano... Iba a hacerlo, cuando otra mano desde el lado opuesto, empujó la puerta, y esta quedó abierta de par en par. Quedaron frente a frente silenciosos, indecisos. Ella dijo aturdida, ruborizada, sumisa y tímida:

    —Iba a tu lado...

    Y él con ronca voz, susurró:

    —Yo al tuyo... ¿Por... qué?
    —Porque nos necesitamos mutuamente. Porque yo...
    —¿Tú?
    —Lo sabes. Tienes que saberlo.

    Lo sabía, sí. Lo supo en aquel instante, y acuciado por un loco deseo de saber, preguntó al tiempo de atraerla hacia sí y apretarla en sus brazos:

    —¿Desde cuándo?
    —Yo creo... Creo... Pero ¿qué importa eso?
    —Es verdad. ¿Qué importa todo?
    —¿Es que tú también?
    —Como un loco, Grey. Nunca dejé de amarte. Tanto o más que el primer día. Pero un hombre no es un niño.
    —Tú eres... demasiado hombre.

    Lo sentía, sí; sentía al hombre en toda su plenitud, y eran sus besos como aquellos primeros besos que la hicieron temblar de miedo y le produjeron después aquella dolorosa nostalgia. Aquellos besos que llegaban hondo, que empezaban en la boca y la recorrían toda con ternura, despertando aquel anhelo infinito que se sacia a borbotones, como si fuera la única cosa digna de ser vivida.

    —Gerald, mi vida...
    —Tanto tiempo deseando esas frases, tanto tiempo, Grey, pequeña apasionada.
    —Lo soy.
    —¡Oh, sí! Pero acabo de descubrirte en este instante.

    Marta decía a Sandra a la mañana siguiente:

    —He terminado antes de hacer la limpieza, señora. Porque solo tuve que hacer una alcoba. Los señoritos han ocupado la de la señorita.

    Así, a lo simple. ¡Qué poco sabía Marta lo que aquello significaba! Ella sí lo sabía, y en vez de entrar en el comedor, subió a su cuarto, se arrodilló ante una imagen y oró.


    * * *

    Se detuvo el ascensor. La pareja salió. Un hombre se cruzó con ellos en el pasillo. Se quedó envarado. No supo qué hacer. Pero de pronto inclinó la cabeza y siguió su camino, con una triste sonrisa en la boca.

    La pareja entró en la habitación doscientos seis de aquel sexto piso. La misma alcoba. ¡Pero era todo tan distinto!

    El botones recibió la espléndida propina y salió con una sonrisa maliciosa. ¿Recién casados? Lo parecían. Ella era una monada, y tan feliz, tan rubia, tan... El botones suspiró. El hombre maduro no le llamó la atención, aunque le envidió. ¡Miraba a la mujer con una expresión tan de adoración!... Y ella le comprendía.

    —Gerald...
    —Dime, amor mío.
    —Qué distinto, ¿verdad?
    —Jepp Anderson... El hombre que nos cruzó en el pasillo...

    Ella se echó a reír y se colgó de su cuello. Dejó la túrgida boca en la boca de su marido y susurró bajísimo:

    —Siempre fuiste tú. Pero no me di cuenta hasta que te tuve y te perdí.

    Allí en el auto, decía Jepp a su hermano Bill:

    —Tendré que casarme con la hija de tía Carlotte. Después, de perder la felicidad, no me importa una mujer que otra.
    —La has perdido por tu gusto...
    —No, Bill. Creo que... la tenía perdida ya sin alcanzarla. Pero fui tan vanidoso que creí lo contrario. Hoy... lo he visto.

    Y no aclaró dónde y cómo lo había visto. Él lo sabía. Y en la habitación doscientos seis, de aquel sexto piso, una pareja también lo sabía. Pero no pensaba en ello. ¡Tenían otras tantas cosas en qué pensar!

    La vida empezaba entonces y no de trampa. Era verdadera, se palpaba y sabía bien. La vida de dos, que vivimos todos, pero que para cada uno tiene un sabor diferente. Un delicioso sabor.


    F I N


    Título original: El matrimonio de Grey
    Corín Tellado, 1962

    No grabar los cambios  
           Guardar 1 Guardar 2 Guardar 3
           Guardar 4 Guardar 5 Guardar 6
           Guardar 7 Guardar 8 Guardar 9
           Guardar en Básico
           --------------------------------------------
           Guardar por Categoría 1
           Guardar por Categoría 2
           Guardar por Categoría 3
           Guardar por Post
           --------------------------------------------
    Guardar en Lecturas, Leído y Personal 1 a 16
           LY LL P1 P2 P3 P4 P5
           P6 P7 P8 P9 P10 P11 P12
           P13 P14 P15 P16
           --------------------------------------------
           
     √

           
     √

           
     √

           
     √


            
     √

            
     √

            
     √

            
     √

            
     √

            
     √
         
  •          ---------------------------------------------
  •         
            
            
                    
  •          ---------------------------------------------
  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  • Para cargar por Sub-Categoría, presiona
    "Guardar los Cambios" y luego en
    "Guardar y cargar x Sub-Categoría 1, 2 ó 3"
         
  •          ---------------------------------------------
  • ■ Marca Estilos para Carga Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3
    ■ Marca Estilos a Suprimir-Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3



                   
    Si deseas identificar el ESTILO a copiar y
    has seleccionado GUARDAR POR POST
    tipea un tema en el recuadro blanco; si no,
    selecciona a qué estilo quieres copiarlo
    (las opciones que se encuentran en GUARDAR
    LOS CAMBIOS) y presiona COPIAR.


                   
    El estilo se copiará al estilo 9
    del usuario ingresado.

         
  •          ---------------------------------------------
  •      
  •          ---------------------------------------------















  •          ● Aplicados:
    1 -
    2 -
    3 -
    4 -
    5 -
    6 -
    7 -
    8 -
    9 -
    Bás -

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:
    LY -
    LL -
    P1 -
    P2 -
    P3 -
    P4 -
    P5 -
    P6

             ● Aplicados:
    P7 -
    P8 -
    P9 -
    P10 -
    P11 -
    P12 -
    P13

             ● Aplicados:
    P14 -
    P15 -
    P16






























              --ESTILOS A PROTEGER o DESPROTEGER--
           1 2 3 4 5 6 7 8 9
           Básico Categ 1 Categ 2 Categ 3
           Posts LY LL P1 P2
           P3 P4 P5 P6 P7
           P8 P9 P10 P11 P12
           P13 P14 P15 P16
           Proteger Todos        Desproteger Todos
           Proteger Notas



                           ---CAMBIO DE CLAVE---



                   
          Ingresa nombre del usuario a pasar
          los puntos, luego presiona COPIAR.

            
           ———

           ———
           ———
            - ESTILO 1
            - ESTILO 2
            - ESTILO 3
            - ESTILO 4
            - ESTILO 5
            - ESTILO 6
            - ESTILO 7
            - ESTILO 8
            - ESTILO 9
            - ESTILO BASICO
            - CATEGORIA 1
            - CATEGORIA 2
            - CATEGORIA 3
            - POR PUBLICACION

           ———



           ———



    --------------------MANUAL-------------------
    + -

    ----------------------------------------------------



  • PUNTO A GUARDAR




  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"

      - ENTRE LINEAS - TODO EL TEXTO -
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - Normal
      - ENTRE ITEMS - ESTILO LISTA -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE CONVERSACIONES - CONVS.1 Y 2 -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
      1 - 2 - Normal


      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Original - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar



              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

              FORMA DEL BLOCKQUOTE

      Primero debes darle color al fondo
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - Normal
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2
      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -



      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 -
      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - TITULO
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3
      - Quitar

      - TODO EL SIDEBAR
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO - NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO - BLANCO - 1 - 2
      - Quitar

                 ● Cambiar en forma ordenada
     √

                 ● Cambiar en forma aleatoria
     √

     √

                 ● Eliminar Selección de imágenes

                 ● Desactivar Cambio automático
     √

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar




      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Quitar - Original



                 - IMAGEN DEL POST


    Bloques a cambiar color
    Código Hex
    No copiar
    BODY MAIN MENU HEADER
    INFO
    PANEL y OTROS
    MINIATURAS
    SIDEBAR DOWNBAR SLIDE
    POST
    SIDEBAR
    POST
    BLOQUES
    X
    BODY
    Fondo
    MAIN
    Fondo
    HEADER
    Color con transparencia sobre el header
    MENU
    Fondo

    Texto indicador Sección

    Fondo indicador Sección
    INFO
    Fondo del texto

    Fondo del tema

    Texto

    Borde
    PANEL Y OTROS
    Fondo
    MINIATURAS
    Fondo general
    SIDEBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo Widget 4

    Fondo Widget 5

    Fondo Widget 6

    Fondo Widget 7

    Fondo Widget 8

    Fondo Widget 9

    Fondo Widget 10

    Fondo los 10 Widgets
    DOWNBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo los 3 Widgets
    SLIDE
    Fondo imagen 1

    Fondo imagen 2

    Fondo imagen 3

    Fondo imagen 4

    Fondo de las 4 imágenes
    POST
    Texto General

    Texto General Fondo

    Tema del post

    Tema del post fondo

    Tema del post Línea inferior

    Texto Categoría

    Texto Categoría Fondo

    Fecha de publicación

    Borde del post

    Punto Guardado
    SIDEBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo Widget 4

    Fondo Widget 5

    Fondo Widget 6

    Fondo Widget 7

    Fondo los 7 Widgets
    POST
    Fondo

    Texto
    BLOQUES
    Libros

    Notas

    Imágenes

    Registro

    Los 4 Bloques
    BORRAR COLOR
    Restablecer o Borrar Color
    Dar color

    Banco de Colores
    Colores Guardados


    Opciones

    Carga Ordenada

    Carga Aleatoria

    Carga Ordenada Incluido Cabecera

    Carga Aleatoria Incluido Cabecera

    Cargar Estilo Slide

    No Cargar Estilo Slide

    Aplicar a todo el Blog
     √

    No Aplicar a todo el Blog
     √

    Tiempo a cambiar el color

    Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria
    Eliminar Colores Guardados

    Sets predefinidos de Colores

    Set 1 - Tonos Grises, Oscuro
    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

    Set personal 1:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 2:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 3:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 4:
    Guardar
    Usar
    Borrar
  • Tiempo (aprox.)

  • T 0 (1 seg)


    T 1 (2 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (s) (5 seg)


    T 4 (6 seg)


    T 5 (8 seg)


    T 6 (10 seg)


    T 7 (11 seg)


    T 8 13 seg)


    T 9 (15 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)