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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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  • CON RELLENO

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  • SIN RELLENO

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  • ▪ Bungee Shade: H25-V56

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  • ▪ Moirai One: H34-V64

  • ▪ Rampart One: H31-V63

  • ▪ Rubik Burned: H29-V64

  • ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

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  • ▪ Ewert: H27-V62

  • ▪ Londrina Shadow: H41-V67

  • ▪ Londrina Sketch: H41-V67

  • ▪ Miltonian: H31-V67

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  • ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

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    H
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
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    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


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    IMAGEN PERSONAL



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    SIDEBAR
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    UN HOMBRE PRECAVIDO (Frederick Forsyth)

    Publicado en marzo 08, 2024
    Timothy Hanson enfocaba los problemas de la vida con paso tranquilo y pausado. Se enorgullecía de su acostumbrado sistema de análisis sereno, seguido de la elección de la alternativa más favorable y de una resuelta puesta en práctica, todo lo cual le había llevado, en los comienzos de su edad madura, a la riqueza y a la posición de que ahora disfrutaba.

    Aquella fresca mañana de abril, se quedó plantado en el peldaño superior de la escalinata de la casa de Devonshire Street, corazón de la élite médica de Londres, y se examinó, mientras la reluciente puerta negra se cerraba respetuosamente detrás de él.

    El doctor, viejo amigo que era su médico de cabecera desde hacía muchos años, se habría sentido preocupado y afligido incluso con un extraño. Tratándose de un amigo, la cosa había resultado aún más dura para él. Había mostrado una angustia mayor que la de su paciente.

    —Timothy, sólo tres veces en mi carrera he tenido que dar una noticia como ésta —había dicho, apoyando las manos sobre los dictámenes y las radiografías que tenía delante—. Debes creerme si te digo que es la experiencia más triste en la vida de un médico.

    Hanson le había dicho que le creía.

    —Si fueses diferente de como sé que eres —había dicho el médico—, me habría sentido tentado a mentirte.

    Hanson le había dado las gracias por el cumplido y por su sinceridad.

    El doctor le había acompañado personalmente hasta la puerta del consultorio.

    —Si puedo hacer algo... Sé que parece una tontería..., pero ya sabes lo que quiero decir..., cualquier cosa...

    Hanson había dado un apretón al brazo del médico y sonreído a su amigo. Había sido suficiente.

    La recepcionista en bata blanca le había abierto la puerta de la calle. Hanson estaba ahora plantado allí, y respiró profundamente. El aire era fresco y limpio. El viento del nordeste había barrido la ciudad durante la noche. Desde el peldaño superior, contempló la calle de casas discretas y elegantes, casi todas ellas oficinas de asesores financieros, bufetes de abogados caros y consultorios de médicos particulares.

    Una joven con tacones altos pasó vivamente por la acera, en dirección a Maryiebone High Street. Era bonita y lozana, de ojos vivarachos y mejillas sonrosadas. Hanson la miró y, cediendo a un impulso, le dirigió una sonrisa e inclinó su cabeza gris. Ella pareció sorprendida y en seguida se dio cuenta de que no le conocía, ni él la conocía a ella. Era un ademán de galantería, no un saludo. Le devolvió la sonrisa y siguió su camino, acentuando un poquitín la ondulación de sus caderas. Richards, el chofer, fingió no advertirlo, pero lo había visto y aprobado. Estaba de pie juno al «Rolls», esperando.

    Hanson bajó la escalinata y Richards abrió la portezuela. Hanson subió al automóvil y se arrellanó en su cálido interior. Se quitó el abrigo, lo dobló cuidadosamente, lo colocó sobre el asiento a su lado y depositó el negro sombrero sobre él. Richards ocupó su sitio detrás del volante.

    —¿A la oficina, Mr. Hanson? —preguntó.
    —A Kent —dijo Hanson.

    El «Silver Wraith» había girado hacia el Sur y entrado en Great Portiand Street, en dirección al río, cuando Richards se atrevió a preguntar.

    —¿Le ocurre algo a la bomba, señor?
    —No —dijo Hanson—. Sigue funcionando. Ciertamente, nada le pasaba a su corazón. En este sentido, era fuerte como un toro. Y no era momento de comentar con su chofer las furiosas e insaciables células que roían su intestino. El «Rolls» pasó por delante de la estatua de Eros, en Piccadilly Circus y entró en la corriente de tráfico que bajaba por Haymarket.

    Hanson se echó atrás y contempló la tapicería del techo. Seis meses parecen una eternidad, murmuró para sí, cuando es todo lo que le queda de vida, no parece un período tan largo. No, no lo parece.

    Desde luego, tendría que hospitalizarse durante el último mes, le había dicho el médico. Cuando la cosa se pusiese mal. Y se pondría. Pero había calmantes, nuevas drogas, muy poderosas...

    El automóvil torció a la izquierda en Westminster Bridge Road y entró en el puente. Por encima del Támesis, Hanson observó la mole cremosa de County Hall moviéndose en su dirección.

    Era, pensó, un hombre de fortuna considerable, a pesar de los gravosos índices de impuestos establecidos por el nuevo régimen socialista. Tenía su negocio de monedas raras y preciosas; gozaba de prestigio y de respeto en el ramo, y era dueño de la casa donde aquél se hallaba establecido. Y él era el único amo, sin socios ni participantes.

    El «Rolls» había tomado el desvío de Elephant y Castie y se dirigía a la Oíd Kent Road. La estudiada elegancia de Maryiebone había quedado muy atrás, así como la riqueza comercial de Oxford Street y las sedes gemelas de poder de Whitehall y County Hall, a horcajadas sobre el río en Westminster Bridge. Desde el Elephant hacia delante, el escenario era más pobre, modesto, parte de la faja de zonas urbanas conflictivas, entre la riqueza y el poder del centro y la pulida complacencia de los suburbios residenciales.

    Hanson observó los viejos y cansados edificios, ovillado en su automóvil de 50.000 libras, que rodaba por una autopista de 1.000.000 de libras la milla. Pensó con cariño en la adorable casa solariega de Kent a la que se dirigía, levantada en medio de un cuidado parque de 600 áreas, salpicado de robles, hayas y limas. Se preguntó qué sería de ella. Además, tenía el gran apartamento de Mayfair, donde pasaba ocasionalmente noches de entre semana, en vez de viajar a Kent, y donde podía recibir a compradores extranjeros en un ambiente menos formal que el de un hotel y generalmente más adecuado para la campechanía y, por ende, para hacer buenos negocios.

    Aparte de la empresa y de los dos inmuebles de su propiedad, tenía su colección de monedas particular, reunida con amoroso cuidado durante muchos años, y la cartera de acciones y obligaciones, por no hablar de las cuentas corrientes en diferentes Bancos y del automóvil en que ahora viajaba.

    Éste se detuvo en seco en un paso de peatones de uno de los sectores más pobres de la Oíd Kent Road. Richards emitió un gruñido de irritación. Hanson miró por la ventanilla. Una hilera de niños cruzaba la calle bajo la dirección de cuatro monjas. Dos de éstas iban en cabeza, y las otras dos cerraban la retaguardia. Al final de la cola, un niño pequeñito se había detenido en mitad del paso y contemplaba el «Rolls Royce» con no disimulado interés.

    Tenía una cara redonda y agresiva, y chata la nariz. Sus cabellos despeinados estaban cubiertos por un gorro torcido y con las iniciales Tt. B; uno de sus calcetines estaba caído, arrugado sobre el tobillo, sin duda porque la liga desempeñaba una función más importante en otro sitio, como parte vital de un tirachinas. Levantó la mirada y vio la distinguida cabeza de plata que le miraba desde detrás del cristal de la ventanilla. Sin vacilar, el rapazuelo hizo una mueca, se llevó el pulgar de la mano derecha a la nariz y movió los otros dedos, en ademán desafiador.

    Sin cambiar de expresión, Timothy Hanson colocó también el pulgar de su mano derecha sobre la punta de la nariz y correspondió al chaval con un ademán idéntico al suyo. El chico pareció pasmado. Bajó la mano y, después, sonrió de oreja a oreja. Un segundo más tarde, fue empujado fuera del paso de peatones por una atribulada y joven monja. La cola se había formado de nuevo y marchaba en dirección a un gran edificio gris apartado de la calzada, detrás de la barandilla. Libre del impertinente obstáculo, el «Rolls» arrancó de nuevo hacia Kent.

    Treinta minutos más tarde, habían dejado atrás los extensos suburbios, y se abrió ante ellos la larga cinta de la autopista M20. Los North Downs quedaron también atrás, y el automóvil entró en el paisaje de onduladas colinas y valles del jardín de Inglaterra. Hanson pensó ahora en su esposa, muerta hacía diez años. Su matrimonio había sido feliz; sí, muy feliz, aunque no habían tenido hijos. Quizás hubiesen debido adoptar uno; habían pensado bastante en ello. Ella era hija única, y sus padres habían muerto hacía tiempo. En cuanto a él, solo le quedaba una hermana, por la que sentía verdadera antipatía, sólo igualada por la que le inspiraban su aborrecible marido y su igualmente desagradable hijo.

    Al sur de Maidstone, se acabó la autopista y, unas millas más adelante, en Harrietsham, Richards salió de la carretera principal y torció hacia el Sur, en dirección a ese estuche de huertos pulquérrimos, campos, bosques y alegres jardines, al que llaman el Weald. Era en este delicioso sector rural donde Timothy Hanson tenía su casa de campo.

    Tenía que contar también con el ministro de Hacienda, pensó Hanson. Reclamaría su parte, y no sería grano de anís. Porque la suerte estaba echada. Después de demorarlo años y años, por una u otra razón, tenía ahora que hacer testamento.

    —Mr. Pound le recibirá en seguida, señor —dijo la secretaria.

    Timothy Hanson se levantó y entró en el despacho de Martin Pound, socio más antiguo de la firma de abogados «Pound y Gogarty».

    Como muchos hombres ricos y maduros, Hanson había contraído amistad personal con sus cuatro consejeros más valiosos: el abogado, el agente de cambio y Bolsa, el asesor mercantil y el medico, y estaba en inmejorables relaciones con todos ellos. Los dos hombres se sentaron,

    —¿En qué puedo servirte? —preguntó Pound.
    —Desde hace tiempo, Martin, me has aconsejado que haga testamento —dijo Hanson.
    —Cierto —respondió el abogado—. Es una precaución muy necesaria y que se olvida muchas veces.

    Hanson hurgó en su cartera y sacó un abultado sobre de papel manila, sellado con lacre rojo. Lo alargó sobre la mesa al sorprendido abogado.

    —Aquí está —dijo.

    Pound tomó el sobre con un gesto de perplejidad en su rostro siempre tranquilo.

    —Espero, Timothy, que... En el caso de un caudal tan importante como el tuyo...
    —No te preocupes —repuso Hanson—. Ha sido redactado por un abogado. Debidamente firmado por mí y por los testigos. No hay ninguna ambigüedad, nada que pueda dar pie a impugnarlo.
    —Comprendo —dijo Paúl.
    —No lo tomes a mal, viejo amigo. Sé que te estás preguntando por qué no te encargué su redacción y acudí a un abogado provinciano. Tuve mis razones. Por favor, confía en mí.
    —Desde luego —dijo apresuradamente Pound—. No hables más de ello. ¿Deseas que lo guarde en lugar seguro?
    —Sí. Pero hay otra cosa. En él te designo como único albacea. Sé que preferirías haberlo visto. Pero te doy mi palabra de que no hay nada, en las funciones del albacea, que pueda turbar tu conciencia, tanto profesional como personalmente. ¿Aceptas?

    Pound sopesó el grueso sobre con las manos.

    —Sí —dijo—, puedes contar con ello. En todo caso, estoy seguro de que hablamos de un futuro remoto. Tienes un aspecto magnífico. Viendo las cosas como son, es probable que vivas más que yo. ¿Qué harás entonces?

    Hanson aceptó la lisonja por la buena intención que la había provocado. Diez minutos más tarde, salió al claro sol de mayo, en Gray's Inn Road.


    Hasta mediados de setiembre, Timothy Hanson se mostró tan activo como siempre. Hizo varios viajes al Continente y frecuentó aún más la City de Londres. Pocos hombres que mueren antes de hora tienen oportunidad de poner en orden sus muchos y complicados asuntos, y Hanson quería estar seguro de que los suyos quedarían exactamente arreglados como él pretendía.

    El 15 de setiembre, llamó a Richards. El chofer y hombre—para—todo que, con su esposa, cuidaba de Hanson desde hacía doce años, encontró a su patrono en la biblioteca.

    —Tengo que darle una noticia —Hanson—. A final de año, pienso retirarme.

    Richards se sorprendió, pero no dio señales de ello. Pensó que habría algo más.

    —También pienso emigrar —dijo Hanson—y pasar mi retiro en una residencia mucho más pequeña, en algún lugar donde luzca el sol.

    Conque era esto, pensó Richards. De todos modos, el viejo se mostraba considerado al avisarle con tres meses de anticipación. Pero, tal como estaba el mercado de trabajo, tendría que empezar a buscar en seguida. Y no era sólo el trabajo, sino la linda y pequeña vivienda de que disfrutaba ahora.

    Hanson tomó un grueso sobre de encima de la repisa de la chimenea. Lo tendió a Richards, que lo tomó sin comprender.

    —Temo —dijo Hanson—que, a menos que los futuros ocupantes de la casa quieran seguir contando con sus servicios y con los de Mrs. Richards, tendrá que buscar otro empleo.
    —Sí, señor —dijo Richards.
    —Desde luego, le dejaré las, mejores referencias antes de marcharme —repuso Hanson—. Sin embargo, por razones de negocio, le estimaré que no mencione esto en el pueblo, ni lo diga a nadie hasta que sea necesario. También le agradecería que no buscase otro empleo hasta, digamos, el primero de noviembre. Dicho en pocas palabras, no quisiera que se supiese de momento la noticia de mi próxima partida.
    —Muy bien, señor —contestó Richards, que sostenía aún el grueso sobre.
    —Esto me lleva —dijo Hanson—a la última cuestión. Ese sobre. Usted y Mrs. Richards me han servido bien y fielmente durante los pasados doce años. Quiero que sepa que lo aprecio. Siempre lo he apreciado.
    —Gracias, señor.
    —Les agradecería mucho que siguiesen igualmente fieles a mi memoria cuando me haya ido. Sé que pedirle que no busque empleo durante las próximas seis semanas puede ser duro para usted. Aparte de esto, quisiera ayudarle de algún modo en su vida futura. Este sobre contiene diez mil libras, en billetes usados de veinte libras.

    Richards perdió al fin su aplomo. Arqueó las cejas.

    —Gracias, señor —dijo.
    —Por favor, no me lo agradezca —dijo Hanson—. Se lo doy en la desacostumbrada forma de dinero efectivo, porque, como casi todo el mundo, me fastidia que el fisco se lleve una buena tajada del dinero que he ganado con mi trabajo.
    —Tiene usted razón —dijo, calurosamente, Richards.

    Podía palpar los gruesos fajos de billetes a través del sobre.

    —Una cantidad como esta devengaría un fuerte impuesto, que usted tendría que pagar. Yo le aconsejaría que no lo ingresase en el Banco, sino que lo guardase en lugar seguro. Y que no gastara cantidades importantes que pudiesen llamar la atención. Está únicamente destinado a ayudarle en su nueva vida, dentro de unos meses.
    —No se preocupe, señor —dijo Richards—. Conozco el paño. Todos hacen lo mismo, hoy en día. Y muchísimas gracias, en nombre de los dos.

    Richards cruzó el patio enarenado para seguir limpiando el flamante «Rolls Royce». Se sentía optimista. Su salario había sido siempre generoso, y, teniendo habitación de balde, había podido ahorrar bastante. Con esta nueva ganga, quizá no tendría necesidad de volver a la cada vez más agotada bolsa de trabajo. Había una pequeña casa de huéspedes en Porthcawl, en su Gales natal, que él y Megan habían descubierto aquel mismo verano...

    El 1 de octubre por la mañana, Timothy Hanson bajó de su dormitorio antes de que el sol se hubiese elevado sobre el horizonte. Mrs. Richards tardaría aún una hora en llegar para prepararle el desayuno y empezar la limpieza.

    Había sido otra noche terrible, y las píldoras que guardaba en el cajón cerrado de su mesita de noche iban perdiendo la batalla contra las punzadas de dolor que le desgarraban el bajo vientre. Estaba pálido y macilento, más viejo de lo que correspondía a su edad. Se dio cuenta de que ya no había nada que hacer. Había llegado su hora. Pasó diez minutos escribiendo una breve nota a Richards, pidiéndole disculpas por su inofensiva mentira de quince días atrás y diciéndole que telefonease a Martin Pound para que viniese inmediatamente. Dejó la carta sobre el suelo, en lugar visible junto a la puerta de la biblioteca, destacando contra el oscuro entarimado. Después telefoneó a Richards y dijo al hombre adormilado que le contestó que no necesitaría que Mrs. Richards le sirviese temprano el desayuno, pero que, en cambio, necesitaría al chofer en la biblioteca, dentro de treinta minutos.

    Cuando hubo terminado, sacó de su mesa escritorio la escopeta cuyos cañones había recortado unos 25 cm. para hacerla más manejable. La cargó con dos cartuchos de grueso calibre y se retiró a la biblioteca.

    Meticuloso hasta el fin, cubrió su sillón de orejas predilecto con una gruesa manta, consciente de que pronto pertenecería a otra persona. Se sentó en el sillón, acariciando el arma. Echó una última mirada a los libros que tanto apreciaba y a las vitrinas que habían albergado su tan querida colección de monedas raras. Después, dirigió los cañones contra su pecho, apoyó el dedo en los gatillos, aspiró profundamente y disparó sobre su corazón.


    Mr. Martin Pound cerró la puerta de la sala de juntas contigua a su despacho y ocupó su sitio en la cabecera de la larga mesa. En la mitad de ésta, a la derecha, hallábase sentada Mrs. Armitage, hermana de su cliente y amigo, y a la que conocía por referencias. Su marido se sentaba a su lado. Ambos vestían de negro. Al otro lado de la mesa, con aire aburrido e indolente, estaba sentado su hijo. Tarquín, joven de poco más de veinte años y que parecía sentir un interés desordenado por el contenido de su desmesurada nariz. Mr. Pound se caló las gafas y se dirigió al trío.

    —Deben saber que el difunto Timothy Hanson me pidió que actuase como único albacea en su sucesión. En circunstancias normales, y en mi expresada condición, habría abierto el testamento inmediatamente después de su muerte, para el caso de que hubiese alguna instrucción inmediata, referente, por ejemplo, a la forma del entierro.
    —Entonces, ¿no lo redactó usted? —preguntó Armitage, padre.
    —No, no lo redacté —respondió Pound.
    —¿Y no sabe el contenido? —preguntó Armitage, hijo.
    —No; lo desconozco —dijo Pound—. En realidad, el difunto Mr. Hanson impidió la apertura del testamento, al dejarme una carta personal sobre la repisa de la chimenea de la habitación donde murió. En ella ponía en claro varias cosas, que ahora estoy en condiciones de comunicarles a ustedes.
    —Vayamos al testamento —dijo el joven Armitage.

    Mr. Pound le miró fríamente y no le respondió.

    —Cállate, Tarquín —dijo suavemente Mrs. Armitage.

    Pound siguió diciendo:

    —En primer lugar, Timothy Hanson no se suicidó en un estado de desequilibrio mental. En realidad, estaba en la última fase de un cáncer incurable, y conocía su enfermedad desde el mes de abril último.
    —Pobre infeliz —dijo Armitage, padre.
    —Yo mostré después esta carta al instructor del Condado de Kent, y el hecho fue confirmado por el médico forense en la autopsia. Esto permitió que las formalidades del certificado de defunción y la encuesta se cumplieran en sólo quince días. En segundo lugar, decía claramente que no quería que se abriese y leyese el testamento hasta que hubiesen terminado aquellas formalidades. Por último, declaraba su deseo de que se procediese a una lectura formal del testamento, con abstención de toda comunicación por correo, en presencia de su única pariente superviviente, su hermana Mrs. Armitage, y el marido y el hijo de ésta.

    Los otros tres miraron a su alrededor con creciente y no precisamente dolorida sorpresa.

    —Pero sólo estamos nosotros tres aquí —dijo Armitage, hijo.
    —Exacto —dijo Pound.
    —Entonces, debemos ser los únicos beneficiarios —dijo Armitage, padre.
    —No necesariamente —repuso Pound—. Si les he convocado hoy aquí, ha sido sólo atendiendo a la carta de mi difunto cliente.
    —Si pretendió gastarnos una broma... —dijo hoscamente Mrs. Armitage.

    Apretó los labios, con facilidad nacida de una larga práctica.

    —¿Puedo proceder a la lectura del testamento? —preguntó el señor Pound.
    —Adelante —dijo el joven Armitage. Martín Pound tomó un fino cortapapeles y abrió cuidadosamente el grueso sobre que tenía en la mano. Sacó de el otro sobre abultado y un documento de tres páginas, con los márgenes de la izquierda sujetos con una cinta verde. Pound dejó a un lado el voluminoso sobre y abrió el pliego de papeles. Empezó a leer.
    —«Esta es la última voluntad de Timothy John Hanson, natural de...»
    —Sabemos todo esto —interrumpió Armitage, padre.
    —Vaya al grano —dijo Mrs. Armitage. Pound les miró con disgusto por encima de las gafas. Prosiguió:
    —«Declaro que este mi testamento debe ser protocolizado de acuerdo con la ley inglesa. Segundo: revoco todos mis anteriores testamentos y actos de última voluntad...»

    Armitage, hijo, lanzó un ruidoso suspiro, como si estuviese acabando la paciencia.

    —«Tercero: nombro albacea a Martín Pound, de Pound y Gogarty, abogado, y le encargo que administre mi herencia, pague todas mis deudas legítimas y cumpla la cláusula de este mi testamento. Cuarto: pido a mi albacea que, al llegar a este punto de la lectura, abra el sobre adjunto, en el que encontrará el dinero para los gastos de mi entierro, el pago de sus honorarios profesionales y cualesquiera otros desembolsos que tuviese que hacer para el cumplimiento de mi voluntad. En el caso de que sobrase algún dinero, le ruego que lo destine a una obra de caridad de su propia parroquia.»

    Mr. Pound dejó el testamento y asió de nuevo el cortapapeles. Sacó del sobre cinco fajos de billetes de 20 libras, todos nuevos y sujetos con una cinta de color castaño en la que se indicaba que cada fajo contenía la suma de 1.000 libras. Se hizo el silencio en la sala. Armitage, hijo, dejó de explorar una de sus cavidades nasales y contempló fijamente el montón de dinero, con la indiferencia de un sátiro observando a una virgen. Martín Pound volvió a tomar el testamento.

    —«Quinto: pido a mi único albacea que, en consideración a nuestra larga amistad, asuma sus funciones el día siguiente a mi entierro.»

    Martin Pound volvió a mirar por encima de las gafas.

    —En circunstancias normales —dijo—, habría ya inspeccionado el negocio de Mr. Hanson en la ciudad y sus otros bienes conocidos, para asegurarme de que eran administrados bien y fielmente, al objeto de que los beneficiarios no sufriesen perjuicios por negligencias en la gestión. Sin embargo, sólo en este instante he sido encargado oficialmente del albaceazgo, y antes de ahora no podía hacerlo. Además, resulta que no puedo empezar hasta el día siguiente al del entierro.
    —Oiga —dijo Armitage, padre—, si hubiese negligencia, podría reducirse el valor de la herencia, ¿no?
    —No puedo decirlo —respondió Pound—. Pero dudo de que se produzca tal cosa. Mr. Hanson tenía unos auxiliares excelentes en su negocio de la City, y sé de fijo que confiaba en su lealtad y en su competencia.
    —Sin embargo, ¿no sería mejor que usted hiciese algo? —sugirió Armitage.
    —El día después del entierro —dijo Pound.
    —Entonces, que el entierro se celebre lo antes posible —intervino Mrs. Armitage.
    —Como usted quiera —dijo Pound—. Usted es su más próxima pariente. «Sexto: de todo el resto de mis bienes, instituyo...»

    Aquí, Martin Pound hizo una pausa y pestañeó, como si no pudiese dar crédito a lo que leía. Tragó saliva y prosiguió:

    —«...instituyo heredera a mi querida hermana, en la confianza de que compartirá su buena fortuna con su querido esposo Norman y con su simpático hijo Tarquín. Ello sujeto a la condición establecida en el párrafo séptimo.»

    Hubo un silencio de pasmo. Mrs. Armitage se llevó delicadamente el pañuelo a los ojos, no para enjugar una lágrima, sino para disimular la sonrisa que torcía las comisuras de sus labios. Cuando apartó el pañuelo, miró a su esposo y a su hijo con el aire de una gallina vieja que, al levantar el trasero, se ha encontrado con un huevo de oro macizo. Los dos Armitage varones permanecieron sentados, con la boca abierta.

    —¿A cuánto asciende su caudal? —preguntó al fin el padre.
    —Realmente, no lo sé —dijo Pound.
    —Vamos, tiene usted que saberlo —insistió el hijo—. Aproximadamente. Usted llevaba todos sus asuntos.

    Pound pensó en el abogado desconocido que había redactado el testamento que tenía en la mano.

    —Casi todos... —dijo.
    —¿Y bien...?

    Pound cedió. Por muy desagradable que le resultasen los Armitage, eran los únicos beneficiarios del testamento de su difunto amigo.

    —Yo diría, dados los precios actuales en el mercado, y suponiendo que se realizasen todos los bienes, entre dos millones y medio y tres millones de libras.
    —¡Diablos! —exclamó el viejo Armitage, y empezó a hacer un cálculo mental—. ¿A cuánto ascenderá el impuesto de sucesiones?
    —Temo que a un suma muy importante.
    —¿Cuánto?
    —Siendo una herencia tan cuantiosa, aplicarán a buena parte de ella el mayor índice, que es del setenta v cinco por ciento. Sobre el total, calculo que será aproximadamente el sesenta y cinco por ciento.
    —¿Quedando un millón limpio? —preguntó el hijo.
    —Es una estimación muy vaga, compréndalo —respondió Pound, desatentadamente.

    Pensó en cómo había sido su amigo Hanson: educado, caprichoso minucioso. Por el amor de Dios, Timothy, ¿por qué, por qué lo has hecho?

    —Queda el párrafo séptimo —observó.
    —¿Qué dice? —preguntó Mrs. Armitage, saliendo de su ensueño referente a un auge social. Pound reanudó la lectura.
    —«Durante toda mi vida, me ha horrorizado que un día pueda ser comido bajo tierra por los gusanos y otros parásitos —leyó—. Por consiguiente, hice construir un ataúd forrado de plomo, que se encuentra depositado en la empresa de pompas fúnebres "Bennet y Gaines", en la población de Ashford. Quiero ser llevado en él a mi última morada. En segundo lugar, nunca he querido que un día pudiese desenterrarme una excavadora o algo por el estilo. En consecuencia, ordeno que arrojen mi cadáver al mar, concretamente a veinte millas al sur de la costa de Devon, donde antaño serví como oficial de Marina. Por último, quiero que sean mi hermana y mi cuñado quienes, por el amor que me profesaron durante toda su vida, se encarguen de lanzar mi ataúd al océano. Y digo a mi albacea que, si no se cumpliese cualquiera de estas disposiciones, o mis beneficiarios pusiesen cualquiera impedimento, quedará nulo y sin efecto todo lo anteriormente establecido, y la totalidad de mi herencia pasarán a la Hacienda.»

    Martin Pound levantó la mirada. En su fuero interno, le sorprendían los temores y caprichos de su amigo, pero no dio la menor señal de ello.

    —Ahora, Mrs. Armitage, tengo que preguntarle formalmente: ¿tiene usted que formular alguna objeción a los deseos expresados por su difunto hermano en el párrafo séptimo?
    —Realmente, un entierro en el mar es una estupidez —dijo ella—. Y no creía que estuviese permitido.
    —Es sumamente raro, pero no ilegal —respondió Pound—. Conozco otros casos.
    —Será muy caro —dijo el hijo—. Mucho más que en un cementerio. ¿Por qué no una cremación?
    —El costo del entierro no afectará a la herencia —dijo seriamente Pound—. Los gastos saldrán de aquí —Tocó las 5.000 libras que tenía junto al codo—. Y ahora, ¿alguna objeción?
    —Bueno, no sé...
    —Tengo que advertirles que, si se oponen, el testamento quedará nulo y sin valor en lo tocante a ustedes.
    —¿Qué quiere decir con esto?
    —Que todo pasaría al Estado —gruñó su marido.
    —Exactamente —dijo Pound.
    —Entonces, no me opongo —dijo Mrs. Armitage—. Aunque pienso que es una ridiculez.
    —Si es así, ¿debo entender que me autoriza para tomar las disposiciones necesarias? —preguntó Pound.

    Mrs. Armitage asintió bruscamente con la cabeza.

    —Cuanto antes mejor —dijo su marido—. Así podremos proceder a la protocolización del testamento y al cobro de la herencia.

    Martin Pound se levantó rápidamente. Estaba harto.

    —No hay más cláusulas en el testamento. Todas sus páginas están firmadas por el testador y los testigos. Por consiguiente, creo que no hay más que discutir. Haré las gestiones necesarias y me pondré en contacto con ustedes para fijar el día y el lugar, Buenos días.


    No es muy agradable encontrarse en medio del Canal de la Mancha a mediados de octubre, salvo para los entusiastas. Mr. y Mrs. Armitage dejaron bien claro, antes de salir del puerto, que a ellos no les entusiasmaba en absoluto.

    Mr. Pound suspiró, mientras aguantaba los embates del viento en la popa de la embarcación, para no tener que estar con ellos en la cabina. Había tardado una semana en hacer las gestiones y había contratado una barca de arrastre en Brixham, Devon. Los tres marineros que la tripulaban habían aceptado el desacostumbrado trabajo, después de fijar un precio adecuado y de asegurarse de que no quebrantarían ninguna ley. En aquella época, la pesca en el Canal rendía poco.

    Se había necesitado una polea para subir el ataúd de media tonelada a la camioneta, en el patio de atrás de la empresa de pompas fúnebres kentiana. Después, la camioneta había arrancado y el automóvil negro la había seguido hasta la costa del Sudoeste. Los Armitage no habían parado de quejarse en todo el trayecto. En Brixham, la camioneta se había arrimado al muelle, y el ataúd había sido depositado en la barca. Ahora estaba atravesado sobre dos tablones en la amplia cubierta de popa, brillando su encerada madera de roble y sus pulidas guarniciones de metal bajo el cielo de la mañana de otoño.

    Tarquin Armitage había acompañado al grupo en el automóvil hasta Brixham, pero, después de echar una mirada al mar, había preferido quedarse en el caldeado interior de una hostería de la población. En todo caso, su presencia en la ceremonia fúnebre era innecesaria. El capellán retirado de la Marina Real, a quien había localizado Pound a través del correspondiente departamento del Almirantazgo, había aceptado con satisfacción un generoso estipendio por sus servicios y se hallaba ahora sentado en la pequeña cabina con los demás, cubierto su sobrepelliz con un grueso gabán.

    El patrón de la barca de arrastre anduvo sobre la cubierta y se acercó a Pound. Sacó una carta marina, que fue agitada por la brisa, y señaló con el dedo índice un punto a veinte millas al sur del puerto de partida. Arqueó una ceja. Pound asintió con un movimiento de cabeza.

    —Aguas profundas —dijo el patrón. Señaló el ataúd con la cabeza—. ¿Le conocía usted?
    —Mucho —dijo Pound.

    El patrón lanzó un gruñido. Tripulaba la pequeña barca de arrastre con su hermano y un primo; casi todos aquellos pescadores eran parientes. Estos tres eran rudos devonianos, de cara y manos tostadas por el sol, de la madera de sus antepasados, que habían pescado en aquellas turbulentas aguas desde los tiempos en que Drake aprendía la diferencia entre el palo mayor y el de mesana.

    —Llegaremos dentro de una hora —dijo, y volvió tambaleándose a la proa.

    Cuando llegaron al lugar señalado, el patrón situó la barca de proa al viento y la mantuvo inmóvil con el motor casi parado. El primo tomó una larga pieza de madera, tres tablas fijadas con travesanos por su parte inferior, de una anchura total de un metro, y la apoyó en la borda, con la cara lisa hacia arriba y de manera que la barandilla quedase casi en la mitad del plano en declive, a la manera del eje de un columpio. Así, la mitad de la rampa se apoyaba en la cubierta, y la otra mitad sobresalía sobre el encrespado mar. Mientras el hermano del patrón manejaba el motor de la cabria, su primo prendía unos ganchos en las cuatro asas metálicas del ataúd.

    Zumbó el motor y se tensaron los cables. El gran ataúd se alzó de la cubierta. El hombre de la cabria lo mantuvo a una altura de un metro y el primo empujó el féretro de roble sobre las tablas. Lo situó de cara al mar y asintió con la cabeza. El de la cabria lo bajó hasta apoyarlo justamente sobre la barandilla. Aflojó los cables y el ataúd, con un chasquido, quedó en la debida posición, medio fuera y medio dentro de la barca. Mientras el primo lo mantenía fijo, el de la cabria bajó, quitó los ganchos y ayudó a levantar el borde de las tablas hasta dejarlas en sentido horizontal. Ahora el ataúd pesaba poco, porque estaba equilibrado. Uno de los hombres miró a Pound y éste llamó al capellán y a los Armitage para que saliesen de su refugio.

    Los seis permanecieron en silencio bajo las nubes bajas, salpicados ocasionalmente por la cresta de una ola al pasar y esforzándose en mantener el equilibrio en aquel mar embravecido y sobre la oscilante cubierta. En honor del capellán, hay que decir que fue lo más breve posible, dentro de la dignidad, agitados sus blancos cabellos y el sobrepelliz por las ráfagas del viento. Norman Armitage estaba también descubierto, y parecía mareado como el loro del cuento y helado hasta los huesos. Lo que pensaba de su difunto pariente, que yacía ahora tan cerca de él, envuelto en capas de alcanfor, plomo y roble, puede presumirse fácilmente. En cuanto a Mrs. Armitage, con su abrigo de pieles, su sombrero y una bufanda de lana, sólo se le podía ver la afilada y helada nariz.

    Martin Pound contempló el cielo mientras seguía el sacerdote con su rezo. Una gaviota solitaria daba vueltas en el viento, insensible a la humedad, al frío y al mareo, sin saber nada de impuestos y testamentos y parientes, autosuficiente en su perfección aerodinámica, independiente, libre. El abogado volvió a mirar el ataúd y, después, el océano. No estaba mal, pensó, si uno se dejaba llevar por el sentimentalismo. Personalmente, nunca se había preocupado de lo que sería de él después de muerto, y no sabía que a Hanson le hubiese importado tanto esta cuestión. Pero, si a uno le importaban estas cosas, no era un mal lugar de descanso. Vio la madera de roble salpicada de espuma que nunca podría penetrar en ella. «Bueno, nadie te molestará ahí, viejo amigo», pensó.

    —...encomendamos a Tu eterna clemencia a nuestro hermano Timothy John Hanson, por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

    Pound advirtió, de pronto, que el sacerdote había terminado. Éste le miraba, interrogador. Pound hizo una seña a los Armitage. Éstos se situaron junto a los pescadores y apoyaron una mano en la parte de atrás del ataúd. Pound asintió con la cabeza, en dirección a los hombres, que levantaron poco a poco el extremo de las tablas. El otro extremo se hundió en el agua. Por fin se movió el ataúd. Los dos Armitage empujaron. Se oyó un chirrido y el féretro se deslizó rápidamente. La barca osciló. El ataúd golpeó el lado de una ola, con un ruido sordo, más que un chasquido. Y desapareció. Instantáneamente. Pound miró al patrón, que estaba arriba, en la caseta del timón. El hombre levantó una mano y señaló en dirección al sitio de donde habían venido. Pound asintió de nuevo con la cabeza. Aumentó el zumbido del motor. Las tablas habían sido retiradas y guardadas. Los Armitage y el capellán corrían a guarecerse. Aumentaba la fuerza del viento.

    Era casi de noche cuando doblaron la punta del malecón de Brixham; las primeras luces brillaban en las casas de allende el muelle. El capellán tenía su cochecito aparcado cerca de allí, y se marchó rápidamente. Pound pagó al patrón, satisfecho de ganar en una tarde tanto como en una semana pescando caballas. Los de la empresa de Pompas Fúnebres esperaban con el automóvil y el aburrido Tarquín Armitage. Pound les cedió el automóvil para ellos solos. Prefería volver a Londres en tren, sin compañía.

    —Espero que calculará usted inmediatamente el valor del caudal —dijo Mrs. Armitage, con voz estridente—. Y que hará protocolizar el testamento. No queremos más comedias.
    —Tengan la seguridad de que no perderé tiempo —dijo fríamente Pound—. Tendrán mis noticias.

    Saludó y se dirigió a la estación. Presumía que el asunto no sería largo. Tenía ya todos los detalles de la herencia de Hanson. Y todo estaría en orden. Hanson era un hombre tan precavido...


    Hasta mediados de noviembre no pudo Mr. Pound comunicar de nuevo con los Armitage. Aunque sólo invitó a Mrs. Armitage, como única beneficiaria, a visitar su bufete de Gray's Inn Road, ella se presentó con su marido y su hijo.

    —En cierto modo, me encuentro un poco perplejo —digo el abogado.
    —¿Sobre qué?
    —Sobre el caudal de su difunto hermano, Mrs. Armitage. Permita que le explique. Como abogado de Mr. Hanson, sabía ya cuáles eran las diversas partidas que componían su herencia; por consiguiente, pude examinarlas una a una sin pérdida de tiempo.
    —¿Y qué son? —preguntó ella, bruscamente. Pound no permitió que le apremiasen.
    —Tenía, en efecto, siete partidas importantes en su caudal. En conjunto, representan el noventa y nueve por ciento de sus bienes. En primer lugar, estaba el negocio de monedas raras y preciosas que tenía en la City. Debe usted saber que era una empresa privada de su exclusiva propiedad. La fundó y la desarrolló él mismo. También poseía, a través de la empresa, el edificio en que se halla emplazada. Lo compró, con una hipoteca, poco después de la guerra, cuando los precios eran bajos. La hipoteca fue cancelada hace tiempo; la empresa poseía el edificio libre de cargas, y él poseía la empresa.
    —¿Qué valor tiene todo esto? —preguntó Armitage, padre.
    —Aquí no hay problema —dijo Pound—. Con el edificio, las mercaderías en existencia, la clientela y los alquileres pendientes de las otras tres compañías ocupantes del inmueble, exactamente un millón doscientas cincuenta mil libras.

    El joven Armitage silbó entre dientes e hizo un guiño.

    —¿Cómo lo sabe con tanta exactitud? —preguntó Armitage.
    —Porque lo vendió por esa suma.
    —¿Qué...?
    —Tres meses antes de morir, después de unas breves negociaciones, vendió la empresa, con todo su activo, a un rico comerciante holandés que deseaba comprarla desde hacía años. La suma pagada es la que acabo de mencionar.
    —Pero él trabajó allí hasta casi el día de su muerte —objetó Mrs. Armitage—. ¿Quién más sabía esto?
    —Nadie —dijo Pound—. Ni siquiera el personal. La escritura de venta del edificio fue redactada por un abogado modesto, el cual, cumpliendo su deber, no dijo una palabra acerca de ello. El resto de la venta se hizo constar en contrato privado entre él y el comprador holandés. Pero se establecían condiciones. Sus cinco empleados debían conservar sus puestos, y él seguiría como único gerente hasta final de este año o hasta su muerte, si se producía, como así fue, antes de aquella fecha. Desde luego, el comprador pensó que esto no era más que una formalidad.
    —¿Ha visto usted a ese hombre? —preguntó Mrs. Armitage.
    —¿Al señor de Jong? Sí. Es un acreditado comerciante en monedas de Amsterdam. He visto los documentos. Todos están perfectamente en regla; son absolutamente legales.
    —¿Y qué hizo él con el dinero? —preguntó el viejo Armitage.
    —Lo ingresó en el Banco.
    —Entonces, no hay problema —dijo el hijo.
    —La segunda partida era su casa solariega de Kent, una propiedad magnífica, con 60 áreas de parque. En junio pasado, hipotecó esta propiedad por el noventa y cinco por ciento de su valor. En el momento de su muerte, sólo había pagado un trimestre de intereses. AI morir el la sociedad constructora se convirtió en primer acreedor, y ahora, ha tomado posesión de los títulos de propiedad. También esto es perfectamente legal.
    —¿Cuánto le dieron por la finca? —preguntó Mrs. Armitage.
    —Doscientas diez mil libras —dijo Pound.
    —¿Y también las ingresó en el Banco?
    —Sí. Después, estaba su apartamento de Mayfair. Lo vendió por contrato privado aproximadamente al mismo tiempo, valiéndose de otro abogado para el contrato de venta, y por el precio de ciento cincuenta mil libras. Esta suma fue también ingresada en el Banco.
    —Y van tres. ¿Qué más? —preguntó el hijo.
    —Aparte de estas tres propiedades, tenía una valiosa colección de monedas. Ésta fue vendida por partes, a través de la empresa, por poco más de medio millón de libras, en un periodo de varios meses. Pero las facturas se guardaron por separado y fueron encontradas en su caja de caudales de la casa de campo. Perfectamente legales y cuidadosamente anotadas. Ingresó en el Banco los precios de cada una de las ventas. Su agente de Cambio y Bolsa, por orden suya, vendió toda su cartera de valores antes del primero de agosto. En penúltimo lugar, estaba su «Rolls Royce». Lo vendió por cuarenta y ocho mil libras, y alquiló otro coche. Por último, tenía cuenta corriente en diversos Bancos. La herencia total, por lo que he podido averiguar, y estoy convencido de no haberme dejado nada, importa poco más de tres millones de libras.
    —¿Quiere usted decir —dijo Armitage, padre—que, antes de morir, él realizó todos los bienes que poseía, los convirtió en dinero efectivo e ingresó éste en el Banco, sin decirlo a nadie ni levantar la menor sospecha en sus conocidos y en los que trabajaban para él?
    —Ni yo habría podido expresarlo mejor —confesó Pound.
    —Bueno, a nosotros no nos habría interesado toda esa chatarra —dijo el joven Armitage—. Le habríamos encargado que la vendiese. Por consiguiente, él le ahorró este trabajo en los últimos meses. Ahora, sólo hace falta que pague las deudas, liquide el impuesto y nos dé el dinero.
    —Siento no poder hacerlo —dijo Mr. Pound.
    —¿Por qué no? —preguntó Mrs. Armitage, en tono ligeramente irritado.
    —El dinero que depositó, por todas aquellas ventas...
    —¿Qué?
    —Lo retiró.
    —¿Qué...?
    —Lo ingresó, y después lo retiró. De muchos Bancos, en cantidades parciales, en un período de muchas semanas. Pero lo retiró todo. En dinero efectivo.
    —No se pueden retirar tres millones de libras en efectivo —dijo el viejo Armitage, con incredulidad.
    —¡Oh, sí que se puede! —replicó mansamente Pound—. No de una sola vez, desde luego; pero sí en cantidades de cincuenta mil libras, de los Bancos importantes y con previo aviso. Muchos negocios operan con grandes sumas en efectivo. Por ejemplo, los casinos o los corredores de apuestas. Y los traficantes en artículos de segunda mano...

    Le interrumpió un creciente vocerío. Mrs. Armitage golpeaba la mesa con su puño rollizo; su hijo se había puesto en pie y agitaba el dedo índice sobre la mesa; su marido trataba de adoptar la actitud de un juez disponiéndose a dictar una grave sentencia. Y todos gritaban a la vez.

    —No pudo llevarse el dinero... Tuvo que meterlo en alguna parte... Usted tenía que encontrarlo... Los dos se habían puesto de acuerdo para esto...

    Esta última observación agotó la paciencia de Martin Pound.

    —¡Silencio...! —rugió.

    Su exabrupto fue tan inesperado que todos se callaron.

    Apuntó con un dedo al joven Armitage.

    —Usted, señor, retirará inmediatamente sus últimas palabras. ¿Lo ha entendido?

    El joven Armitage rebulló en su asiento. Miró a sus padres, que le observaban con ceño.

    —Disculpe —dijo.
    —Bueno —siguió diciendo Pound—, este truco especial ha sido empleado otras veces, generalmente para eludir el pago de impuestos. Pero me sorprende en Timothy Hanson. Raras veces da resultado. Se puede retirar una importante cantidad de dinero, pero disponer de él es algo muy distinto. Pudo depositarlo en un Banco extranjero; pero, sabiendo que iba a morir, habría sido una insensatez. Él no podía desear favorecer a unos banqueros que son ya bastante ricos. No; debió ponerlo en alguna parte, o comprar algo con él. Puede que tardemos algún tiempo, pero llegaremos al final. Si el dinero fue depositado, lo encontraremos. Si adquirió con él otros bienes, también lo descubriremos. Aparte de todo lo demás, existen los impuestos de plusvalía y de transmisión de bienes y sobre el propio capital. Por consiguiente, tendrán que tener alguna información.
    —¿Que puede hacer usted personalmente? —preguntó al fin el viejo Armitage.
    —Hasta ahora, y gracias a los poderes que me otorga el testamento, me he puesto en contacto con todos los Bancos importantes y de negocios del Reino Unido. Hoy en día, todo está regulado por computadoras. Pero, hasta ahora, no ha aparecido ningún depósito a nombre de Hanson. También he publicado anuncios en los periódicos más importantes de la nación, pero no he obtenido ninguna respuesta. He visitado a su antiguo chófer y criado, Mr. Richards, ahora retirado en el sur de Gales; pero nada ha podido aclararme. Él no vio nunca grandes cantidades de billetes, y pueden creerme si les digo que debían abultar mucho. Y ahora, mi pregunta es: ¿qué quieren que haga?

    Hubo un silencio mientras los tres consideraban la pregunta.

    En su fuero interno, Martín Pound lamentaba lo que su amigo había tratado de hacer. «¿Cómo pudiste pensar que te saldrías con la tuya? —preguntó al espíritu ausente—. ¿Tan poco respeto sentías por el fisco? No tenías que temer a estas personas ambiciosas y vanas, Timothy. Pero sí a los de los impuestos. Son inexorables, incansables. No se paran nunca. Nunca acaban los fondos. Por muy bien escondido que esté el caudal, seguirán buscando hasta que nos cansemos. Mientras no sepan dónde está, proseguirán la caza sin cesar. Sólo cuando lo sepan, y aunque esté fuera de Gran Bretaña y de su jurisdicción, cerrarán el expediente.»

    —¿No se propone seguir buscando? —preguntó el viejo Armitage, con un poco más de cortesía que la mostrada hasta entonces.
    —Un poco más, sí —convino Pound—. Aunque he hecho ya cuanto he podido. Y tengo que atender a mi clientela. No puedo dedicar todo mi tiempo a esta investigación.
    —Entonces, ¿qué aconseja usted? —preguntó Armitage.
    —Siempre nos queda el Fisco —dijo suavemente Pound—. Más pronto o más tarde, y seguramente más pronto que tarde, tendré que informarles de lo ocurrido.
    —¿Y piensa que ellos lo descubrirán? —preguntó afanosamente Mrs. Armitage—. A fin de cuentas, ellos son también beneficiarios, en cierto sentido.
    —Estoy seguro de que lo harán —dijo Pound—. Querrán su tajada. Y tienen todos los recursos del Estado a su disposición.
    —¿Cuánto tardarían? —preguntó Armitage.
    —¡Ah! —dijo Pound—. Esto es otra cuestión. A juzgar por mi experiencia, no suelen tener prisa. Las cosas de palacio van despacio.
    —¿Meses? —preguntó el joven Armitage.
    —Probablemente años. No renunciarán a la búsqueda. Pero tampoco se apresurarán.
    —No podemos esperar tanto tiempo —chilló Mrs. Armitage, cuya ascensión social parecía retrasarse demasiado—. Tiene que haber un camino más rápido.
    —¿Qué le parecería un detective privado? —sugirió Armitage, hijo.
    —¿Podría contratar a un detective privado? —preguntó Mrs. Armitage.
    —Ellos prefieren el término agente privado de investigación —contestó Pound—. Sí, podría hacerlo. En el pasado, tuve ocasión de emplear uno de estos agentes, hombre de gran competencia, en el descubrimiento de unos herederos ignorados. En nuestro caso, los herederos están presentes y lo que se ha extraviado es el caudal. Sin embargo...
    —Entonces, acuda a él —saltó Mrs. Armitage—. Dígale que tiene que descubrir dónde puso todo su dinero aquel desgraciado.

    «Codicia —pensó Pound—. Si Hanson hubiese sospechado lo codiciosos que podían llegar a ser...»

    —Muy bien. Pero está la cuestión de sus honorarios. Tengo que decirles que, de las cinco mil libras que me fueron confiadas para gastos, queda un saldo muy pequeño. Los desembolsos han sido más importantes que de costumbre... Y el investigador cobrará bastante. Sin embargo, es lo mejor que...

    Mrs. Armitage miró a su marido.

    —¿Norman?

    El viejo Armitage tragó saliva. Veía esfumarse su automóvil y sus proyectadas vacaciones de verano. Asintió con la cabeza.

    —Yo... bueno... me haré cargo de los honorarios cuando se haya agotado el saldo de las cinco mil libras —dijo.
    —Muy bien —admitió Pound, levantándose—. Contrataré los servicios de Mr. Eustace Miller, exclusivamente. No me cabe duda de que descubrirá el paradero de la fortuna desaparecida. Hasta ahora, nunca me ha fallado.

    Dicho lo cual, les despidió y se encerró en su despacho para telefonear a Eustace Miller, investigador privado.


    Durante cuatro semanas, Mr. Miller guardó silencio; no así los Armitage, que acribillaban a Martin Pound con sus incesantes exigencias de una rápida localización de la desaparecida fortuna que les correspondía. Por fin, Miller informó a Martin Pound de que había llegado a un punto crucial en su investigación y pensaba que debía explicar sus progresos hasta la fecha.

    Pound sentía casi tanta curiosidad como los Armitage, y convocó una reunión en su despacho.

    Si la familia Armitage había esperado enfrentarse con un personaje al estilo de Philip Marlowe o de la imagen popular del sagaz detective privado, debió sentirse desilusionada. Eustace Miller era bajito, redondo y de aspecto bonachón, con mechones de cabellos blancos alrededor de su, por lo demás, calva cabeza, y gafas en media luna. Vestía seriamente, llevaba una cadena de reloj, de oro, cruzada sobre el chaleco, y se levantó sobre sus cortas piernas para emitir su informe.

    —Empecé esta investigación —dijo, mirándoles sucesivamente a todos por encima de las gafas—partiendo de tres presunciones. Primera: el difunto Mr. Hanson había realizado sus extrañas actuaciones en los meses anteriores a su muerte, con un propósito deliberado y firme. Segunda: creí, y sigo creyendo, que la intención de Mr. Hanson fue privar a sus presuntos herederos y a los agentes del Fisco de toda participación en su fortuna después de su muerte...
    —¡El viejo bastardo! —saltó el joven Armitage.
    —No estaba obligado a dejarles nada —terció suavemente Pound—. Prosiga, Mr. Miller.
    —Gracias. Presumí que Mr. Hanson no había quemado el dinero, ni había corrido el enorme riesgo de llevarlo al extranjero, habida cuenta del gran volumen que hubiese tenido una cantidad tan importante en dinero efectivo. Dicho en pocas palabras, llegué a la conclusión de que había comprado algo con él.
    —¿Oro? ¿Diamantes? —preguntó Armitage, padre.
    —No. Examiné todas estas posibilidades, pero las descarté después de intensas investigaciones. Entonces pensé en otro artículo de gran valor y volumen relativamente pequeño. Consulté a la empresa «Johnson Matthey», dedicada al comercio de metales preciosos. Y lo encontré.
    —¿El dinero? —preguntaron a coro los tres Armitage.
    —La solución —replicó Miller, y, muy satisfecho, sacó un fajo de papeles de su cartera de mano—. Éstos son los documentos de la compra de Mr. Hanson a «Johnson Matthey» de doscientos cincuenta lingotes, de cincuenta onzas, de platino de una pureza del 99,95 por ciento.

    Se hizo un pasmado silencio alrededor de la mesa.

    —Francamente, no fue un ardid muy hábil —añadió Mr. Miller, con cierto desencanto—. El comprador pudo destruir todos sus papeles referentes a la compra, pero, naturalmente, el vendedor no destruyó los suyos. Y aquí están.
    —¿Por que platino? —preguntó débilmente Pound.
    —Esto es interesante. En el actual régimen laborista, se necesita permiso para comprar y almacenar oro. Los diamantes son inmediatamente identificables dentro del ramo y mucho menos fáciles de realizar de lo que dan a entender algunas novelas policíacas mal informadas. En cambio, el platino no requiere permiso para su compra, tiene aproximadamente el mismo valor que el oro y, aparte del rodio, es uno de los metales más apreciados del mundo. Cuando él lo compró, pagó el precio establecido en el mercado libre; o sea, quinientos dólares americanos la onza.
    —¿Cuánto gastó? —preguntó Mrs. Armitage.
    —Aproximadamente los tres millones de libras que obtuvo de la realización de sus bienes —contestó Miller—. En dólares USA, y este mercado calcula siempre en dólares USA, seis millones doscientos cincuenta mil dólares. Correspondientes, como dije, a doscientos cincuenta lingotes de cincuenta onzas de peso.
    —¿Adonde los llevó? —preguntó el viejo Armitage.
    —A su casa solariega de Kent —respondió Miller. Estaba disfrutando del momento y su aire satisfecho daba a entender que aún tenía más que revelar.
    —Pero yo estuve allí —protestó Pound.
    —Con ojos de abogado —dijo Miller—. Los míos son de investigador. Y sabía lo que buscaba. Por consiguiente, no empecé en la casa, sino en los edificios exteriores. ¿Saben ustedes que Mr. Hanson tenía un taller de carpintería magníficamente equipado en un granero, detrás de la caballeriza?
    —Sí —dijo Pound—. Era su hobby.
    —Exacto —asintió Miller—. Y allí concentré mis esfuerzos. El lugar había sido escrupulosamente limpiado; con un aspirador eléctrico.
    —Posiblemente por Richards, el chófer y hombre para todo —dijo Pound.
    —Es posible, pero no probable. A pesar de la limpieza, observé unas manchas en las tablas del suelo e hice analizar algunas astillas. Las manchas eran de fuel. Siguiendo una idea, pensé en alguna clase de máquina, tal vez un motor. Como este mercado es bastante reducido, encontré la respuesta al cabo de una semana. En mayo último, Mr. Hanson compró un potente generador eléctrico alimentado con fuel y lo instaló en su taller. Poco antes de morir lo vendió como chatarra.
    —Lo debió utilizar para sus máquinas de carpintería —dijo Pound.
    —No; su fuerza mecánica era suficiente para esto. Lo compró para otra cosa. Para algo que requería una enorme potencia. También descubrí esto, en otra semana. Era un horno pequeño, moderno y muy eficaz. También éste desapareció hace tiempo, y estoy seguro de que fue arrojado, con los guantes de amianto y las tenazas, en lo más profundo de algún lago o río. Pero creo que puedo decir que fui incluso más minucioso que Mr. Hanson. Entre dos tablas, cubierto por una compacta capa de aserrín, sin duda en el sitio donde había caído durante su operación, encontré esto.

    Era su pièce de résistance, y el momento de su triunfo. Sacó de su cartera un paquetito de tejido blanco y lo desenvolvió despacio. Extrajo de él una laminilla de metal que brilló bajo la luz, una pizca de metal que debió gotear de un cucharón y solidificarse. Miller esperó, mientras todos lo miraban.

    —Desde luego, lo hice analizar. Es platino de alta calidad, un 99,95 por ciento puro.
    —¿Ha encontrado el resto? —murmuró Mrs. Armitage.
    —Todavía no, señora, pero lo encontraré. No tema. Mr. Hanson cometió un gran error al elegir el platino. Éste tiene una propiedad que él debió menospreciar, pero que es única. Su peso. Ahora, sabemos al menos lo que buscamos. Un recipiente de madera de alguna clase, aparentemente insignificante, pero que..., y esto es lo importante..., debe pesar casi media tonelada...

    Mrs. Armitage echó la cabeza atrás y lanzó un grito extraño y ronco, como el aullido de un animal herido. Miller se sobresaltó. Mr. Armitage hundió la cabeza entre las manos. Tarquín Armitage se puso en pie, rojo el semblante de furor, y gritó:

    —¡Maldito bastardo!

    Martín Pound miró con incredulidad al sorprendido investigador privado.

    —¡Dios mío! —exclamó—. ¡Qué barbaridad! Se lo llevó consigo.

    Dos días más tarde, Mr. Pound informó al Fisco de todas las circunstancias del caso. Una vez comprobados los hechos, resolvieron, aunque de mala gana, dar por fallido el crédito.


    Barney Smee se dirigió alegremente y con paso vivo a su Banco, confiando en que llegaría antes de que cerrasen para las vacaciones de Navidad. La razón de su regocijo estaba en el bolsillo de su chaqueta: un cheque por una suma muy importante, pero que era el último de una serie que, durante los últimos meses, le habían asegurado unos ingresos 'muy superiores a los que jamás había conseguido en veinte años de dedicarse al arriesgado negocio de metales de desecho para la industria de joyería.

    Ahora se felicitaba de haber corrido el riesgo, que no había sido pequeño. Sin embargo, todo el mundo se dedicaba hoy en día a defraudar al Fisco, ¿y quién era él para condenar al que había sido causa de su buena fortuna, simplemente porque el hombre sólo había querido negociar en dinero efectivo? Barney Smee comprendía perfectamente al inversor de blancos cabellos que decía llamarse Richards y que tenía un permiso de conducción para demostrarlo. Por lo visto, el hombre había comprado sus lingotes de 50 onzas hacía años, cuando eran baratos. Si los hubiese vendido en el mercado libre, a través de «Johnson Matthey», sin duda habría obtenido un precio más alto, pero, ¿cuánto le habría costado en impuestos? Él debía saberlo muy bien, y Barney Smee no iba a llevarle la contraria.

    En todo caso, las operaciones en dinero efectivo eran el pan de cada día en el negocio. Los lingotes eran auténticos; incluso llevaban la marca original de «Johnson Matthey», empresa de la que procedían en su origen. Sólo el número de serie había sido borrado. Esto le había costado un buen pico al viejo, porque, sin número de serie, Smee no podía ofrecerle un precio que se acercase al corriente en el mercado. Sólo podía ofrecerle un precio de saldo, o de mayorista, unos 440 dólares USA la onza. Pero los números de serie habrían delatado al propietario a efectos fiscales, por lo que, a fin de cuentas, el viejo debía saber lo que llevaba entre manos.

    Barney Smee había liquidado sus cincuenta lingotes y había ganado diez dólares limpios por onza. El cheque que llevaba en el bolsillo era el precio de la venta de los dos últimos lingotes. Lo que no sabía era que, en otros lugares de Gran Bretaña, otros cuatro traficantes como él habían pasado el otoño introduciendo en el mercado, cada uno de ellos, cincuenta lingotes de 50 onzas, en operaciones de segunda mano y pagando en dinero efectivo al vendedor de blancos cabellos. Salió de una calle lateral y entró en Oíd Kent Road. Al hacerlo, tropezó con un hombre que se apeaba de un taxi. Los dos se disculparon y se desearon Feliz Navidad. Barney Smee siguió alegremente su camino.

    El otro, un abogado de Guernsey, miró el edificio ante el que se había apeado, se ajustó el sombrero y se dirigió a la entrada. Diez minutos más tarde, celebraba una conferencia privada con la un tanto desconcertada madre superiora.

    —¿Puedo preguntarle, madre superiora, si el Orfanato de Saint Benedict está registrado como institución caritativa, según la Ley de Beneficencia?
    —Si —dijo la madre superiora—. Así es.
    —Bien —dijo el abogado—. Entonces, no existe infracción alguna y no podrán aplicarle el impuesto sobre transmisión de capital.
    —¿Oué? —inquirió ella.
    —Es el llamado vulgarmente «impuesto sobre donaciones» —dijo, sonriendo, el abogado—. Me complace decirle que un donante cuya identidad no puedo revelar, por ser secreto profesional, resolvió donar una suma importante a este establecimiento.

    Esperó una reacción, pero la vieja monja de cabellos grises no hizo más que mirarle como pasmada.

    —Mi cliente, cuyo nombre no sabrá usted nunca, me encargó concretamente que me presentase a usted, precisamente en este día, víspera de Navidad, y le entregase este sobre.

    Sacó un sobre de grueso papel de la cartera y lo tendió a la madre superiora. Ésta lo tomó, pero no hizo nada por abrirlo.

    —Tengo entendido que contiene un talón bancario conformado por un acreditado Banco mercantil de Guernsey, librado a cargo del mismo y a favor del Orfanato de Saint Benedict. No he visto el contenido, y me limito a seguir las instrucciones.
    —¿Libre de impuestos? —preguntó ella, sosteniendo el sobre y con aire indeciso.

    Los donativos de caridad eran pocos y espaciados, a pesar de las muchas solicitudes.

    —En las Islas del Canal tenemos un sistema fiscal distinto del general del Reino Unido —dijo pacientemente el abogado—. Nosotros no tenemos el impuesto de transferencia de capital. Y también practicamos el secreto bancario. Un donativo dentro de Guernsey o de las Islas no devenga impuesto. Si el recipiendario está domiciliado o reside en el Reino Unido, fuera de las Islas, puede verse afectado por su sistema fiscal. A menos que esté exceptuado. Como, por ejemplo, por la Ley de Beneficencia. Y ahora, si tiene la bondad de firmarme recibo de un sobre de contenido ignorado, daré por cumplida mi misión. Mis honorarios fueron liquidados en su día, y tengo deseos de volver a casa para reunirme con mi familia.

    Dos minutos más tarde, la madre superiora se quedó sola. Poco a poco, abrió el sobre con un cortapapeles y extrajo su contenido. Era un solo talón bancario, conformado. Cuando vio la cifra, sacó el rosario del bolsillo y empezó a pasar rápidamente las cuentas. Cuando hubo recobrado parte de su aplomo, se acercó al reclinatorio que había junto a la pared, se arrodilló en él y estuvo media hora rezando.

    De nuevo en su mesa escritorio, y sintiendo que aún le temblaban las rodillas, volvió a contemplar el cheque, que importaba algo más de dos millones y medio de libras. ¿Quién había tenido nunca tanto dinero en el mundo? Trató de pensar lo que haría con él. Una fundación, pensó. O un fondo en depósito. Con aquello había suficiente para sostener por siempre el orfanato. Y, desde luego, para ver cumplida la ambición de toda su vida: sacar el orfanato de los barrios bajos de Londres y establecerlo en el campo, al aire libre. Podría doblar el número de niños. Podría...

    Demasiadas ideas afluían a su mente, y una pugnaba por abrirse paso. ¿Cuál era? ¡Ah, sí! El periódico del último domingo. Algo había llamado su atención y hecho sentir un fuerte deseo. Sí; irían allí. Tenía dinero bastante para comprarlo y sostenerlo indefinidamente: Era un sueño hecho realidad. Había visto un anuncio en la sección de fincas. En venta: una casa solariega en Kent, con sesenta áreas de parque...


    Fin

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