PERENNE SÍMBOLO DE LA VIDA
Publicado en
enero 09, 2024
El árbol, representación de la vida, cobra significado especial para un pueblo con antiguas tradiciones.
Por Gordon Gaskill.
CADA AÑO, a fines de octubre, cientos de israelíes se reúnen en una apacible arboleda llamada Bosque de Simchoni, a varios kilómetros tierra adentro de la antigua ciudad costera de Gaza, ¡para hablar con los árboles!
Hay allí unos 40.000 árboles, principalmente eucaliptos, pero aquellos con que la gente habla son especiales. Se trata de cipreses: exactamente 188; uno por cada soldado israelí muerto durante la guerra relámpago de cinco días en el Sinaí, en 1956. Cada ciprés ostenta una placa con el nombre de un soldado muerto: soldado raso Yaakov Chayon... sargento Asher Goldstein... teniente coronel Shemuel Glinka ...
También los visitantes son únicos: los parientes de los muertos. "Para ellos", me aseguró un guardabosque, "los árboles no son sólo árboles, sino los hombres mismos". Lo que les dicen es a veces trivial: Que Miriam se casó la primavera pasada... Que a Moshe le nació un hermoso varón hace dos meses... Que Ari se aplica en la escuela. "Pero en ocasiones", prosiguió el guardabosque, "sus palabras parten el alma". Una madre abrazaba un tronco y gemía: "¡Oh, Menashe, Menashe, ¿por qué tenías que morir?" Su marido, algo más sereno, pero con los ojos empapados de lágrimas, vuelto hacia el árbol, declaró: "Fuiste un buen hijo, Menashe, un buen muchacho. Estamos orgullosos de ti".
Muchas naciones plantan árboles, pero ninguna como lo hace Israel. "No sólo con la azada, sino con el corazón", me decía un ingeniero forestal. Y pocos países necesitaban árboles con más urgencia. Al nacer Israel en 1948, la mitad de su territorio era desierto; gran parte del resto era piedra gris y pelada, y colinas roídas por la erosión que parecían irredimibles. Pero el Fondo Nacional Judío (FNJ), viejo y poderoso organismo que recauda fondos en todo el mundo, resolvió recubrir la tierra desnuda con un verde manto de nuevos árboles.
En realidad los sionistas habían empezado a hacerlo en 1908, cuando plantaron 12.000 árboles en honor del "padre del sionismo", Theodor Herzl, fallecido poco tiempo antes. El FNJ inició sus plantaciones en 1919, y en la época de la independencia crecían ya cinco millones de árboles. No tardaron en plantar hasta ocho millones al año. En la actualidad el total sobrepasa 110 millones (más de 30 árboles por cada hombre, mujer y niño) agrupados en casi 600 montes, grandes y pequeños, cada uno de los cuales nació por algún motivo especial: honrar, conmemorar o agradecer. El más extenso es un monumento conmovedor. Se denomina el "Bosque de los Mártires" y con el tiempo contendrá seis millones de árboles, uno por cada una de las víctimas que murieron en el holocausto perpetrado por Hitler.
Pregunté en Jerusalén a un individuo de la comisión ejecutiva del FNJ, Theodore Hatalgui, cuál era el significado, cuál el sentimiento que confería al programa israelí de reforestación su carácter peculiar. "Es una vieja costumbre nuestra", explicó. "Plantamos árboles cuando nace un niño; en los aniversarios de boda, en los bar mitzvah, en el día de la madre; o en memoria de una esposa amada o de un padre. En otros lugares se expresan con flores; aquí lo decimos con árboles".
La mística del árbol penetra hondamente en el corazón humano, en formas que no siempre son fáciles de explorar. El ex primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, famoso por la reciedumbre de su carácter, raras veces exteriorizaba sus sentimientos, pasara lo que pasara. Sólo una vez lo vieron a punto de perder la compostura, y eso fue en una ceremonia pública, cuando plantó un ciprés en memoria de su esposa Paula, fallecida hacía poco tiempo. Después de apretar la tierra en torno al árbol, se irguió y se quedó mirándolo profundamente abstraído. Luego, ante el asombro de los presentes, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro contraído, empezó a mover levemente los labios, como si se comunicara con el ciprés. Por último, penosamente, recobró la serenidad y se dirigió muy derecho a su automóvil, dejando tras de sí un silencio conmovido.
Consciente de la fuerza de estos verdes símbolos vivientes, Israel empezó a plantar árboles en vez de otorgar títulos o medallas, o de levantar fríos monumentos de piedra. Al tomar impulso esta idea, el FNJ estableció que toda persona o grupo. que lo deseara podría dedicar árboles, en pequeña o gran escala. Según las posibilidades económicas cada quien puede plantar un jardín (de 100 a 999 árboles), una arboleda (de 1000 a 2499), un bosque (de 2500 a 9999) o una selva (10.000 o más). Conforme con las características del suelo, se plantan desde vástagos de un dedo de largo hasta arbolitos casi de la longitud del antebrazo, unos y otros proporcionados en los viveros dirigidos por técnicos forestales del FNJ.
A medida que mi mujer y yo visitábamos un bosque tras otro, empezamos a advertir que, si bien se trataba de Israel, algunas de las más notables plantaciones estaban dedicadas a "gentiles". Paseábamos un día por el monte Herzl, en Jerusalén, cuando nos sentimos particularmente conmovidos al ver que una graciosa hilera de árboles lleva este noble título: "Avenida de los Árboles de los Virtuosos Gentiles". Con ella se quiso honrar a quienes, sin ser judíos, arriesgaron la vida para salvar a los perseguidos durante la pesadilla nazi.
Varios presidentes norteamericanos han sido honrados con bosques. Theodore Hatalgui me contó lo sucedido cuando asesinaron a John Kennedy: "A los pocos minutos de difundirse la espantosa noticia por todo el mundo, los teléfonos de nuestra oficina de Nueva York empezaron a sonar con llamadas de judíos norteamericanos que querían plantar un extenso bosque en su honor". El resultado es un enorme "Bosque de la Paz" que lleva su nombre, más un imponente monumento en forma de tronco de árbol, como símbolo de que también Kennedy fue abatido prematuramente.
Por supuesto, estos maravillosos monumentos de madera y follaje no están al alcance de la mayoría, pero el FNJ ha ideado un ingenioso programa de "plante usted un árbol con sus propias manos" que ha tenido gran éxito. En 1972 los visitantes procedentes de todo el mundo plantaron más de 45.000 árboles con sus propias manos. La tarifa es el equivalente de tres dólares por árbol: más de lo que la plantita cuesta en realidad; pero con esta suma el FNJ impulsa su programa.
El "Bosque de la Paz", dedicado a John Kennedy en las colinas de Judea, a unos 13 kilómetros de Jerusalén.
Una extraña particularidad de la soberbia labor de los israelíes en materia de bosques estriba en que el gobierno carece de un organismo encargado de la repoblación forestal. Los bosques son incumbencia del FNJ, que no es una institución oficial, y que también se hace cargo de la rehabilitación de las tierras. Lo más raro es que, de todos los especialistas que figuran en el departamento forestal del FNJ, sólo unos doce son ingenieros forestales. Todos los demás son simplemente "reclutas".
Lo mismo puede afirmarse del primer director forestal, el difunto Joseph Weitz y de su hijo Sharon, que lo sucedió en el puesto. Joseph nació en Rusia, obtuvo su primer empleo en Palestina como cuidador de un viñedo, se interesó por los árboles y fue quien realmente fundó el programa forestal del FNJ. "Mi padre", refiere Sharon, "me ayudó a plantar mi primer árbol cuando tenía yo siete años. Jamás dudé de mis deseos, y aunque nunca estudié ingeniería forestal, sí estudié los bosques".
Joseph Weitz organizó en 1928 la primera plantación de ensayo de muchas especies de árboles en torno a un kibbutz de las colinas de Judea, al oeste de Jerusalén. Fui a ver cómo estaban ahora esos árboles precursores. Entre los importados, el eucalipto es el que ha medrado más. Algunos cipreses se dan muy bien, pero el mejor de todos es el pino rústico originario de Palestina. Su nombre botánico es Pinus halepensis, pero los israelíes lo llaman pino de Jerusalén. Necesita muy poca agua, arraiga en suelo pobre, crece rápidamente y se planta en las tres cuartas partes de los nuevos bosques. Otras especies indígenas, como el tamarisco y la acacia (con que Moisés construyó el arca de la alianza) se plantan en climas desérticos y semidesérticos.
Hace mucho tiempo el FNJ rechazó la idea de plantar únicamente árboles con valor comercial. Sharon Weitz declara con un dejo de ira: "Sólo un necio valoraría los árboles exclusivamente en función del dinero". No quiere decir esto que los bosques sean nulos desde el punto de vista económico. Mediante desmontes y podas hechos con amorosa atención, el FNJ obtuvo 60.000 toneladas de madera en 1972, con valor de más de un millón de dólares. El FNJ ha tenido que tranquilizar a las personas aprensivas asegurándoles que los árboles plantados por ellos con sus propias manos no se cortarán jamás.
"Los bosques rinden muy diversos beneficios", me explicó Weitz. "Detienen la erosión del suelo, ayudan a formar terrenos arables, hacen subir el nivel de los mantos freáticos, contienen las avenidas de los ríos, las dunas... y en suma, se podría decir que se pagan con su simple valor de recreación".
Otro factor típico de Israel hace inapreciables a los bosques. "En cierto sentido", me advirtió Weitz, "los bosques han sido nuestro crisol". En cumplimiento de la famosa Ley del Retorno, Israel acogía con los brazos abiertos a cualquier judío de cualquier origen, aun cuando no hubiera ya un empleo para él. "En consecuencia poníamos a los recién llegados a trabajar en los bosques, en tareas sencillas que todos podían aprender rápidamente. Casi 75.000 inmigrantes han hecho labores de repoblación forestal en algún momento de su vida, lo cual ha creado entre ellos un espíritu de grupo que nunca más se eclipsará".
Los hombres que se dedican a cultivar árboles son una raza aparte en Israel. Para Sharon Weitz y sus técnicos, el trabajo da extraordinarios resultados. Pasé un día en el Negev con un grupo italiano de estudiantes de ingeniería forestal y sus profesores. Se expresaban con entusiasmo al hablar de los métodos israelíes y pensaban que podrían adaptar algunos de ellos a las zonas improductivas de la Italia meridional. También han acudido estudiantes de otros muchos países, sobre todo de las regiones áridas de la cuenca mediterránea.
Por otra parte, los técnicos forestales de Israel consultan una vasta biblioteca que han reunido y hacen viajes de estudio a ciertos países extranjeros. En una visita a Ios Estados Unidos, Weitz descubrió un método adecuado para resolver el molesto problema de transportar arbolitos desde el vivero hasta la zona de plantación, o sea, el método de raíz desnuda, que consiste en poner los esquejes en paquetes llenos de aserrín humedecido en vez de tierra. En la actualidad los técnicos del FNJ pueden transportar hasta 8000 árboles en un solo jeep, y no necesitan un camión, como antes.
Los árboles de Israel también han desempeñado su papel en la guerra. Un día me llevaba Sharon Weitz en automóvil por las colinas boscosas del norte de Galilea, cuando señaló una masa de árboles y me dijo riendo: "Esa es nuestra academia militar". Aclaró que a fines del decenio de 1930 a 1939 las aútoridades sionistas decidieron adiestrar a un grupo de jóvenes inteligentes en materia de tácticas militares modernas, y tuvieron la suerte de contar con la ayuda de algunos militares británicos amigos de los judíos.
"Naturalmente debíamos hacerlo con discreción", comentó Weitz, "y encontrar algún pretexto para explicar la presencia de esos hombres en el lugar que usted ve ahora. En consecuencia, se les destinó a nuestro departamento forestal", y al decir esto rió. "No creo que hayan aprendido mucho de árboles, pero recuerdo que uno de ellos, un tal Moshe Dayan, trabajó mucho conmigo. Y no cabe duda de que aprendieron a combatir".
Después de la guerra de los seis días, los generales israelíes pidieron a Sharon que alegrara alguno de los nuevos puestos militares; sobre todo los emplazados en los eriales increíblemente estériles de la península del Sinaí, plantando en ellos algunos árboles. "Los soldados se han encariñado con esos árboles", afirma Weitz. "Los tratan como a niños. Un soldado me confesó que le hacen pensar en su hogar, e incluso comparte con ellos su ración de agua". Pero hubo otro soldado que le conmovió más aun en una de aquellas remótas bases. De pie junto a una acacia pequeñita y enclenque, el soldado dio unas palmaditas en su metralleta y aseguró: "Esta es la muerte". Luego acarició el árbol y añadió: "Este es la vida".