Publicado en
mayo 15, 2023
La Domitila empezó a tomar medidas para que todo funcionara cuando Eulogia regresara... Y la primera fue expulsar de la casa a Jack Griffin. "Con un marido basta y sobra", dijo, guiñándole un ojo a Roberto.
Por Elizabeth Subercaseaux.
La extraña criatura la colmaba de atenciones. Le traía una flor, le ofrecía otra manzana, la acompañaba a bañarse debajo de la cascada, y Eva (o Eulogia en el Paraíso) no sabía qué pensar. Cuando se comieron la primera manzana estaba asustada. Sabía que a su padre no iba a parecerle bien el desacato.
Esa noche Eulogia escribió en su diario:
Querido diario:
Tuve que decirle a mi padre lo que había hecho, no me gusta desobedecerle. Pero mi padre, bondadoso como es, no me dijo nada, no me retó ni me castigó. Solo se mesó las barbas y movió la cabeza de lado a lado, como hace siempre que algo le preocupa. Después me explicó que la nueva criatura era tan compleja como yo misma. Dicho esto se esfumó, advirtiendo que él no quería meterse en líos, que había sido yo quien me había buscado el problema en que estaba metida, y ahora tendría que ver la manera de salir de ese enredo, "porque te has metido en un enredo de siglos, hija mía", me dijo, y se fue.
Mientras esto pasaba, muy lejos de aquella realidad paradisíaca, la Domitila tomaba medidas para que todo funcionara como un reloj, cuando su patrona regresara. La primera medida que tomó fue expulsar de la casa a Jack Griffin.
—Con un marido basta y sobra —declaró, guiñándole un ojo al perejiliento de Roberto que no dijo nada y se quedó tan tranquilo cuando el novio de Eulogia (mal que mal Jack Griffin era el novio de Eulogia) tuvo que salir volando.
—A Eulogia esto no le va a gustar nada —dijo Jack desde la puerta, empujando su maleta hacia la escalera del edificio—. Se pondrá furiosa.
—No lo creo —dijo la Domi, con las manos en las caderas—. Luego de esta temporada en el Paraíso, la señora va a llegar descansada; el aire fresco la habrá hecho reflexionar acerca de las bondades de su matrimonio con don Rober, y querrá volver a intentarlo. Se lo aseguro, don Jack, así que usted, mándese a cambiar y búsquese la vida en otra parte —y le cerró la puerta en las narices.
Una vez que Jack se hubo marchado, y de eso se dieron cuenta por el golpazo que dio la puerta del edificio, que se escuchó en los cuatro pisos, la Domi se volvió hacia Roberto, que la miraba con cierto espanto.
—Y en cuanto a usted, don Rober, no se crea que las cosas van a seguir como antes. Primero: nada de flacas de la esquina, ni rubias de la farmacia, ni crespas de la oficina, ¿me entendió? La única persona con falda que contará en su vida es la señora. ¿Estamos?
—Estamos, Domi —dijo Roberto, tomando asiento y sintiéndose un poco más tranquilo.
—Segundo: de ahora en adelante hace su cama, plancha sus camisas, lava su ropa y le sirve el desayuno a la señora. ¿Estamos?
—¿Y tú, qué vas a hacer?
—El resto. Tercero: si a la señora no le gusta este arreglo, usted se va por la misma puerta por donde entró. ¿Estamos?
De mala gana, Roberto dijo "estamos" y encomendó su alma al Señor.
Mientras tanto en el paraíso, Eulogia anotaba en su diario:
Querido diario:
La extraña criatura se llama Adán. Ayer, cuando nos comimos la manzana, le pregunté su nombre y me lo dijo. Me miró con unos ojos brillantes, una mirada que antes no le había visto. Luego me tomó de la mano y me invitó a caminar. No sé qué va a suceder entre esa criatura y yo. Siento que ahora estamos las dos solas aquí. La criatura me pide cosas raras. Hoy en la mañana me dijo: "Quiero pedirte un favor, no me llames más extraña criatura, yo soy un hombre y mi nombre es Adán". Luego me explicó la diferencia entre un hombre y una mujer, y me eché a reír. Eso le molestó terriblemente. Estuvo un buen rato enojado conmigo, y para hacerlo sonreír le regalé una flor.
Lejos de allí, en un motel donde alquiló una habitación por dos días, hasta ver qué pasaba con su vida y cómo se las arreglaba para convencer a la loca de la Domitila que su lugar no estaba en un motel, sino en la casa donde había vivido con Eulogia los últimos meses, Jack se disponía a escribir una carta.
Mi querida Eulogia:
No se dónde estás, ni dónde diablos queda esa isla (¿el Paraíso?) adonde dice la Domitila que te fuiste a descansar. Lo averiguaré con la agencia de viajes para ver la posibilidad de que te hagan llegar esta carta. Quiero decirte, en pocas palabras, que en tu ausencia han ocurrido varios desastres. El primero: tu ex está instalado en tu casa, al amparo de la Domitila, que me ha expulsado. El segundo desastre tiene que ver con tu oficina: Melody se enamoró del cartero y se han ido a Río de Janeiro por una semana. Tina Fernández ha ocupado su lugar y está preguntando dónde te has metido. No me atrevo a decirle que estás en el Paraíso, por temor a que crea que todos nos hemos vuelto locos. ¿Podrías contestar mi carta e instruirme acerca de qué debo decirle? No quiero interrumpir tus vacaciones, pero vuelo a la agencia, a ver si hay modo de hacerte llegar esta nota. Te quiero, Jack.
Jack llegó a la agencia y se encontró con una señorita que era peor'que un muro de piedra.
—La privacidad del cliente es lo primero. La señora ha pedido que no se le diga a nadie su paradero y no se lo diremos a nadié.
—¡No me interesa que me diga dónde está! Solo quiero hacerle llegar esta carta —gritó Jack, furioso. Al verlo tan desesperado, la señorita se apiadó de él y le prometió averiguar si había alguna cigüeña disponible. Jack creyó que había entendido mal.
—¿Una cigüeña? ¿Para qué quiere una cigüeña? —Para que le lleve la carta, pues.
—¿Me está diciendo que una cigüeña, un pájaro, va a llevarle esta carta a Eulogia? —Jack estaba atónito.
—Así es, señor.
—¿Pero dónde está ella?
—En un lugar al que solo llegan las cigüeñas —contestó la mujer.
—Me está tomando el pelo, ¿verdad? ¿No llegan aviones? ¿Trenes? ¿Solamente cigüeñas?
—Lo que oye, señor. Yo no tengo la culpa. Hable con el gerente. Es él quien organiza todas las rutas.
—¿Y quién me garantiza que la cigüeña le va a llevar esta carta?
—La compañía, señor.
Y en el Paraíso, EULOGIA anotaba:
Querido diario:
La criatura, perdón, Adán, me ha estado enseñando cosas nuevas. Dice que los hombres son los que pagan la música y, por lo tanto, los que eligen la melodía. Yo me quedé mirándolo, pues no lograba entender lo que me quería decir. ¿Qué es eso de pagar la melodía? La única melodía que conozco es la de los pájaros y no se vende, ¿quién va a comprarla, y para qué? También me ha dicho que las mujeres (o sea yo) somos inferiores a los hombres. Adán es muy raro. Me cuesta entender su lenguaje. No nos comprendemos. Me resulta más fácil conversar con el búho que con él.
Dos días más tarde, estando Eulogia pelando una piña (ananás) y dispuesta a no darle a Adán ni una pequeña rebanada, apareció la cigüeña en el horizonte. En el pico traía una carta que dejó caer a su lado. Eulogia la tomó en sus manos y la leyó con rapidez. Una vez que hubo terminado, guardó la carta debajo de una piedra y buscó con la mirada a Adán, quien estaba un poco más allá jugando con unas piedras.
—¿Quieres piña? —le preguntó.
Había cambiado de opinión. Después de leer la carta, pensaba quedarse en el Paraíso para siempre.
ILUSTRACIÓN: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 23 DEL 2006