EL GUATEQUE EN LA CASTELLANA
Publicado en
abril 06, 2023
"¡Qué ha sido de mi existencia!", se decía mi tía Javiera desesperada. "Más vale que me despida de este mundo cruel". Pero como no quería cometer ese desatino, decidió escribirle a la Domi a España…
Por Elizabeth Subercaseaux.
A los 70 años, mi tía Javiera se encerró en su pieza por tres días e hizo un recorrido por su vida. Quería averiguar si había vivido como convenía a su alma y como aparecía en los libros de autoayuda, o si había vivido como mandaba su neurosis. Alguien le había dicho una vez que la vida de una mujer plena se componía de varias etapas. Si te saltabas una, eras una mujer incompleta; si te saltabas dos, eras una mujer con problemas serios; si te saltabas tres, eras una mujer al borde de la desesperación, y si te las saltabas todas era mejor lanzarse por el quinto piso... Fue entonces cuando mi tía Javiera se dio cuenta de que a los 20 años no era regia, a los 30 no era flaca, a los 40 no era interesante, a los 50 no era elegante, a los 60 no era rica y a los 70 no era sana.
—¡Ay, Dios mío! —suspiró—, qué ha sido de mi existencia, más vale que me despida de este mundo cruel, me tiro por la ventana y sanseacabó.
Pero ella no estaba como para cometer ese desatino y, además, se moría de miedo, así que optó por escribirle a la Domitila a España...
"Domi, dime qué hago, la vida se me escapa de las manos, ya cumplí los 70 y me doy cuenta de que nunca he sido regia, ni flaca, ni interesante, ni elegante, ni sana, estoy enferma de casi todo, particularmente de los nervios y del alma, y no me gustaría despedirme del mundo en este estado de angustia".
A vuelta de correo llegó una escueta respuesta de la Domitila. "Véngase de inmediato a Madrid, mire que la movida aquí es tan fuerte, que dan lo mismo los años y hasta una vieja patidifusa como usted puede encontrar sangoloteo. Justamente este sábado me han invitado a un guateque en La Castellana y no podré ir, así que le puedo pasar por un rato a mi galán, que no está nada de mal, no es un Alain Delon ni se parece a Robert Redford, pero para una noche, pasa".
La cosa es que mi tía, alentada por su propia desesperación, tomó el primer avión disponible y partió. La Domitila la estaba esperando en Barajas, con un tipo bastante malacatoso, un tal Paco, quien en cuanto vio aparecer a mi tía Javiera montó en cólera y le dijo a la Domi, susurrando, bajito, de manera que mi tía no pudiera oírlo:
—Mal estaré, vejete, sin dientes y con cara de torero jubilado, pero nunca tanto como para ir al guateque con esta vieja fea que me has traído; mira, Domi, guapa, sal tú con ella, si quieres, pero a mí no, hija, a mí no me la encajas.
—Si no la llevas, me devuelves las diez mil pelas —dijo la Domi y el tipo puso esa cara que ponen los hombres cuando saben que no les queda otra que hacer lo que se les indica.
—Está bien, maja, pero una sola vez y te la devuelvo.
La cosa es que mi tía Javiera se sintió halagada de tener un galán en esos años en que una mujer está mucho mejor para tejer calcetas que para bailar apretado. Se acicaló lo mejor que pudo y esa misma noche fue al guateque con Paco.
Para sorpresa de Paco lo pasaron bomba. Mi tía bailó hasta que le crujieron los huesos, meneando el esqueleto con una gracia acumulada durante años, y al cabo de poco rato, ya ni importaba que fuera vieja ni que tuviera bigotes ni que el ojo derecho se le fuera para arriba con esa insistencia desgarradora. Lanzaba una pierna para allá, la otra para acá, movía las caderas, balanceaba los pechos medio lacios, pero en fin, qué más se puede pedir a esas alturas de la vida, en que las carnes se sueltan y se caen; bamboleaba la cintura como una quiceañera y batía las tres pestañas que le quedaban, como cualquier mujer enamorada. Era una delicia verla.
—Maja, estás como para comerte viva le decía Paco, relamiéndose los bigotes, y mi tía dale que dale, sangoloteándose de lo lindo.
Como a las tres de la madrugada le vinieron unas punzadas en la parte baja del estómago, luego otras en el pecho y una especie de garra le apretó la garganta, y cayó al suelo, blanca.
El sonido fúnebre de la ambulancia se dejó sentir casi de inmediato. La subieron a una camilla, la cubrieron bien para que no le viniera neumonía y se la llevaron. Paco llamó de inmediato a la Domi, despertándola.
—¡Qué pasa, Paco, son las cuatro de la madrugada! ¿Dónde está la señora Javiera? —preguntó alarmada.
—Paró las patas, Domi. Se infartó —gritó Paco—. Ya te decía yo que la vieja estaba pasadita y buena para el otro mundo. Nos encontrábamos bailando de lo lindo cuando cayó al suelo, tiesa como una tabla de planchar y ahí quedó la pobre. Muerta.
—¡Muerta! ¡Animal! ¡Culebra con vino en la sangre! ¡Sanguijuela! ¡La mataste del corazón! Te dije que la llevaras al guateque y la entretuvieras un rato, no que la devolvieras muerta.
—Bueno, medio muerta, todavía respiraba cuando se la llevaron.
La Domi se levantó de un salto y se fue al hospital.
Mi tía estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos, conectada a un suero gota a gota y a dos catéteres, con un cura esperando en la sala contigua para darle la extremaunción.
—¡Ay, Dios mío, doña Javiera! ¿Qué le pasó? —dijo la Domi tomándole la mano. Mi tía abrió el ojo que no se le iba a ninguna parte y esbozó una sonrisa triste.
—Esto me pasa por vieja y por ridícula —dijo—. Bailé como una loca, sentí los mismos fulgores que sentía de jovencita, de pronto me vi muchacha de nuevo y el entusiasmo se apoderó de cada partícula de mi cuerpo... es que me enamoré de Paco, como si el tiempo se hubiese devuelto.
—¿Se enamoró de ese pelafustán sin dientes y con olor a cebiche de besugo? ¡Pero, por Dios, doña Javiera!
—Me enamoré de la idea del amor, Domi. Fue eso.
—¿Y no hay nada que podamos hacer para que se le quite?
Mi tía se quedó pensando un buen rato y luego dijo que a decir verdad ella no quería que se le quitara. Quería seguir enamorada del tal Paco, sin dientes y pasado a besugo, hasta la muerte que, por lo demás, estaba cerca.
—Pero usted merece algo mejor que ese malandro, doña —aventuró la Domi—. Además, lo anda buscando la poli, porque es medio manilargo y anduvo metiendo sus dedos en una joyería.
—¡Qué romántico! —suspiró mi tía—. Siempre quise tener un enamorado que fuera ladrón.
Por esas cosas raras de la vida, mi tía no dejó la vida en esa cama de hospital. A los tres días comenzó a recuperar sus fuerzas y los colores de la cara, y al cuarto día el médico dijo que no entendía lo que estaba pasando, pero que la señora podía irse a su casa, porque se había mejorado.
—¡Es el amor, Domi! —gritaba ella, entusiasmada ante su propia resurrección—. ¿Dónde está Paco?
Paco estaba ahí mismo, esperándola.
—Esta noche tenemos otro guateque en La Castellana, ¿te animas a ir, Javiera? —le preguntó Paco con un tono de voz un poco temeroso.
—¡Por supuesto! —dijo mi tía y, rápidamente, partió con él.
La Domi entró de vuelta al hospital y habló con el "ambulancero".
—Esa vieja que va allí, ¿la ve? ¿Esa que va abrazada al malacatoso del Paco? Bueno, esta noche vuelve muerta, así que tenga lista la ambulancia.
Pero se equivocó. Mi tía bailó unos merequetengues que casi la mandan a otra galaxia, y al cabo de una semana regresó a las Américas con el corazón joven y el Paco escondido en la maleta.
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JULIO 10 DEL 2001