SOY LA GLÁNDULA TIROIDES DE JUAN
Publicado en
septiembre 06, 2022
No conviene olvidarse de mí. Puedo convertir a Juan en un retrasado mental, obeso y perezoso, o acelerar sus procesos vitales hasta el extremo de matarlo.
Este artículo se basa en su mayor parte en entrevistas celebradas con el Dr. Lewis Braverman, director del Departamento de Endocrinología del Hospital St. Elizabeth, de Boston (Massachusetts).
SOY UNA glándula de color rosáceo, de forma parecida vagamente a la de una mariposa. Estoy colocada por delante de la tráquea, justamente debajo de la nuez de Adán. No peso mucho: de 20 a 25 gramos; mi producción de hormonas es apenas de unas 250 millonésimas de gramo al día. Mis dimensiones y mi productividad funcional podrían hacer pensar que soy un órgano poco importante, pero en realidad soy una central energética: soy el tiroides de Juan.*
Si al nacer hubiera carecido de mis hormonas, Juan se habría convertido en un enano de labios abultados y nariz achatada, es decir, en un cretino idiotizado. Pero ahora, en su vida adulta, mi papel principal consiste en determinar a qué ritmo ha de funcionar el organismo de Juan; si, en relación con su metabolismo, va a ser lento como un caracol o rápido como una liebre.
Creo que se me podría comparar con el fuelle de una fragua. Yo avivo el fuego vital regulando la intensidad de las combustiones con las cuales los miles y miles de millones de células del organismo de Juan transforman el alimento en energía. Puedo moderar el fuego o avivarlo y convertirlo en un incendio devastador. Si llegara yo a producir una cantidad ligeramente menor de mis hormonas, Juan podría convertirse en un individuo mofletudo, obeso, perezoso y lerdo, y hasta podría llevar una existencia puramente vegetativa. Por otra parte, si me excediera en mi producción, Juan comería con apetito voraz, pero estaría flaco como un fideo, pues su organismo consumiría el alimento a gran velocidad. Se le pondrían los ojos saltones; quizá a un grado tal que no lograría cerrar los párpados. Se sentiría sobresaltado, nervioso, y probablemente necesitaría tratamiento siquiátrico. El corazón podría acelerársele hasta el extremo del desfallecimiento y la muerte.
Al igual que otras glándulas endocrinas de Juan, soy, en miniatura, una fábrica de productos químicos, ya que puedo extraer sustancias que circulan por el torrente sanguíneo para formar con ellas compuestos muy complicados: las hormonas. Mis dos hormonas principales contienen aproximadamente dos tercios de yodo. La cantidad de esta sustancia que necesito diariamente es de sólo 1/5000 de gramo; sin embargo, de esta cantidad infinitesimal dependen la idiotez o el desarrollo normal en la infancia, el vigor o la lasitud enfermiza en la vida adulta.
No abrumaré al lector con detalles de mi virtuosismo químico, pero creo que sí le interesarán ciertos aspectos descollantes de mi trabajo. El yodo me llega del tubo digestivo de Juan en forma de yoduros. Mis enzimas (poseo varias, que sirven a diferentes fines), toman el yodo de los yoduros y lo fijan a un aminoácido que circula en la sangre de Juan: la tirosina, como se le llama químicamente. Una vez hecha esta combinación, puedo ya formar mis dos hormonas principales. Entonces intervienen de nuevo mis enzimas, haciendo que las moléculas de estas hormonas se unan a las proteínas de la sangre de Juan, para que el torrente circulatorio las lleve hasta los más remotos rincones de su organismo.
La potencia de mis hormonas es sorprendente. Un renacuajo sin hormona tiroidea no se convertirá en rana. Mis hormonas estimulan virtualmente a todas las incontables células de Juan.
Por esta gran potencia de mis hormonas, es preciso regularlas exactamente para generar sólo la energía necesaria en un momento dado. Cuando estaba embarazada la esposa de Juan, su tiroides producía una cantidad de hormonas un poco mayor que la habitual, para ayudarla a satisfacer las necesidades especiales de la gestación. Mientras Juan duerme, sus exigencias energéticas se reducen al mínimo. Pero toda actividad, por leve que sea, acelera el proceso hormonal. El solo acto de sentarse en la cama aumenta considerablemente el gasto de energía; ponerse en pie lo aumenta aun más, y el ejercicio físico intenso lo acelera muchas veces. La actividad mental, en cambio, apenas se traduce en un mayor consumo de energía.
Otros dos órganos me auxilian en la regulación de mi producción hormonal: el hipotálamo, zona pequeña de tejido encefálico de Juan que coordina su sistema nervioso, estimula a la hipófisis o pituitaria órgano situado por debajo de su cerebro. En respuesta a tal estímulo, la glándula pituitaria segrega a su vez la tirotropina, cuya función consiste en exitarme para que yo provea la energía necesaria en determinado momento. Si elaboro hormonas en exceso, cesa instantáneamente el estímulo de la pituitaria. Este mecanismo de regulación automática conserva mi producción hormonal en un nivel equilibrado y consante.
Como se ve, estoy sometido a un doble control: nervioso y químico. Así se explica por qué las situaciones excepcionales de tensión y las preocupaciones constantes pueden hacerme producir cantidades excesivas de hormonas, capaces de convertir a Juan en un manojo de nervios y aun dejarlo en un estado emocional que obligue a tratarlo siquiátricamente. La muerte de un familiar, un descalabro en los negocios, un accidente automovilístico grave, una operación quirúrgica importante, las desavenencias surgidas en el matrimonio, etcétera, son sucesos que, repetidos en el curso de unos meses o de pocos años, pueden causar una reacción en cadena. El cerebro sobrecargado con preocupaciones hace al hipotálamo producir estímulos en exceso que causan la hiperactividad funcional de la glándula pituitaria, la cual a su vez me estimula a mí en demasía. En consecuencia someto a Juan a un ritmo vital acelerado a tal extremo que no puede resistirlo.
En muchos aspectos soy uno de los puntos más débiles del organismo de Juan. Estoy sujeto a muchos trastornos. Es tan precisa mi regulación, depende de tantos factores mi producción de hormonas, que cualquier falla en el conjunto de ellos se traduce en alteraciones funcionales.
La causa más frecuente de mis trastornos es la falta de yodo. Los mariscos y las verduras cultivadas en tierras cercanas al mar contienen yodo en abundancia. Si no se pueden conseguir estos alimentos, el uso de la sal yodada basta para satisfacer las necesidades de Juan y las mías de este elemento químico. Pero en muchas partes del mundo la gente no dispone de esta sustancia. En las regiones montañosas el yodo es sumamente escaso, tanto en la tierra como en el agua. Lo mismo ocurre en zonas que hace muchos siglos estuvieron cubiertas por glaciares, pues al derretirse el hielo arrastró el yodo que contenía el suelo. Además en muchos de esos lugares no se consigue fácilmente la sal yodada.
Como reacción a la escasez de yodo, aumenta mi volumen al crecer millones de nuevas células en un intento de captar todo el yodo disponible. Mi peso puede aumentar entonces de unos 20 gramos a varios cientos. A este aumento por deficiencia de yodo se le da el nombre de bocio atóxico que, aunque molesto desde el punto de vista estético, no constituye casi nunca un peligro para la salud, a menos que el crecimiento sea de tal magnitud que comprima la tráquea.
Hay diversos factores que pueden forzarme a una relativa inactividad. Si alguna insuficiencia hereditaria, ciertas drogas o algunos padecimientos adquiridos inhiben la función de alguna de mis principales enzimas, mi producción de hormonas se reduce o cesa del todo. Asimismo, por causas hasta ahora ignoradas, dejo sencillamente de funcionar; me atrofio, o mis células funcionales quedan reemplazadas por tejido tiroideo que no funciona como tal. O bien la pituitaria de Juan puede sufrir una disfunción, que se traduciría en una cantidad insuficiente de la hormona estimulante que necesito.
También cabe el otro extremo: muchas causas pueden obligarme a producir hormonas en exceso, con lo cual también aumentaría difusamente mi volumen, como en el caso de la escasez de yodo. Sólo que este último sería un bocio tóxico. Por extraño que parezca, el exceso de yodo puede ser causa de este padecimiento. También es posible que un tumor de la pituitaria de Juan la obligue a producir más tirotropina, que me estimularía hasta el punto de hacerme saturar el organismo con mis hormonas.
El cáncer es otro de mis muchos padecimientos. Pero la variedad que suele afectarme se cuenta entre los tumores malignos de más benigno pronóstico, pues tiende a mantenerse localizado, sin propagarse. Se trata por extirpación quirúrgica con muy buenas probabilidades de curación. O bien se puede tratar con píldoras de extracto de tiroides, para detener el crecimiento anómalo y reducir su tamaño.
Afortunadamente, los médicos actuales saben mucho respecto al tratamiento de mis enfermedades; probablemente conocen mejor mi fisiología y mi patología que las de otras glándulas endocrinas. Si desempeño mis funciones con pereza, me pueden estimular con yodo; o en forma de píldoras se puede suministrar al organismo la hormona faltante. Si mi producción hormonal es excesiva, los médicos pueden recurrir a muchas sustancias medicamentosas que inhiben el efecto de mis enzimas y disminuyen de esta manera mi secreción de hormonas. También hay el recurso de dar de beber a Juan un coctel hecho con yodo radiactivo. Este elemento, igual que el yodo ordinario, irá a depositarse directamente en mis células, y las radiaciones disminuirán su desproporcionada actividad secretora. Como la radiactividad del yodo se agota rápidamente, su efecto cesa en el curso de unas cuantas semanas.
La mayoría de los hipertiroidismos se tratan con los métodos mencionados. Sin embargo algunos enfermos necesitan tratamiento quirúrgico. En la operación, el cirujano debe decidir qué porción de mis tejidos va a extirpar. Si el cirujano cortara menos del necesario, seguiría yo produciendo demasiadas hormonas; si se excediera en la cantidad de tejido extirpado, Juan necesitaría un tratamiento supletorio de hormona tiroidea.
¿Cómo sabe el médico que soy yo la causa de determinados trastornos que puede sufrir Juan? Si tiene temblores al extender las manos y separar los dedos, si está nervioso y le cuesta trabajo conciliar el sueño, si tiene buen apetito pero sigue adelgazando, cualquier médico sospechará que mi hiperactividad funcional es la causa de esos males. Si el rostro de Juan tiene un aspecto fofo y siente una gran pereza, el médico pensará inmediatamente en una deficiente actividad tiroidea, o hipotiroidismo.
Naturalmente que todo buen clínico se suele ayudar con pruebas de laboratorio. Una de ellas consiste en tomar una muestra de sangre para medir la cantidad de hormona que transportan las proteínas sanguíneas. Esta determinación cuantitativa da una medida fiel de la actividad tiroidea. Hasta la fecha se han ideado unas doce pruebas de laboratorio para detectar los trastornos tiroideos; pero sólo el especialista puede señalar cuáles convienen más a determinado paciente.
No obstante, estoy segura de que aún guardo algunos secretos para la ciencia médica. Recientemente, en el decenio de 1960 a 1969, los investigadores descubrieron mi hormona llamada calcitonina, y les aseguro que esta sustancia tiene un gran futuro. El calcio es uno de los elementos minerales más abundantes en el organismo; es el componente principal de huesos y dientes. La hormona que producen las glándulas paratiroides, vecinas y compañeras mías, tiene la propiedad de llevar el calcio a la corriente sanguínea de Juan, principalmente sacándolo de los huesos. Si esta pérdida de calcio es excesiva, los huesos se debilitan. La calcitonina que yo produzco ayuda a compensar este proceso y a conservar así el equilibrio.
Cuando se sepa más al respecto, acaso la calcitonina sea un elemento valioso para evitar que los huesos de las personas de edad avanzada se vuelvan frágiles y se fracturen tan fácilmente. Como esto no cae dentro de mis funciones, no puedo asegurarlo, pero es desde luego una estupenda posibilidad. En todo caso, creo estar en lo cierto al declarar que aún no se ha dicho la última palabra respecto de mí.
*Juan, de 47 años de edad, es un hombre típico de su edad. En anteriores números de SELECCIONES otros órganos de su cuerpo ya han explicado su funcionamiento.