¿QUIÉN FUE SHERLOCK HOLMES?
Publicado en
septiembre 02, 2022
Hasta su creador mismo intentó matarlo, pero todavía hoy el maestro de detectives está muy vivo, pues afortunadamente sus admiradores de todo el mundo se niegan a separar la realidad de la ficción.
Por Peter Browne.
"AQUÍ viene otro", dijo el conserje Alfred Blythe mientras veíamos a un turista, con la cámara fotográfica colgada del hombro, subir por la calle de Baker, de Londres, estirando el cuello al contar los números de las casas. Fuera del gran conjunto de oficinas donde Blythe se sienta a su mesa en el vestíbulo, el turista hizo una pausa, claramente perplejo, antes de empujar la puerta y decir tímidamente al entrar: "Estoy tratando de localizar la casa de Sherlock Holmes, en el número 221b".
Por duodécima vez aquel día, Blythe explicó que el edificio de la Abbey National Building Society, que abarca los números 219 al 233, lleva mucho tiempo en el sitio donde se supone que Holmes compartía su alojamiento con el Dr. Watson. El turista pareció abatido. —Dígame— preguntó, —¿fue Sherlock verdaderamente un detective?
Todos los veranos, varios miles de turistas emprenden esperanzados el peregrinaje hacia el número 221b para hacer la misma pregunta. Sus firmas, estampadas en el libro de visitantes que custodia Alfred Blythe, muestran que sólo en agosto de 1972 acudieron viajeros del Canadá, los Estados Unidos, Rusia, Japón, Francia, España, Suecia, la India, Italia, Brasil y Dinamarca. Algunos llegaron convencidos de que Sherlock Holmes no sólo era de carne y hueso, sino que todavía está dedicado a su profesión.
Hay mucha gente, en todo el mundo, que comparte esta creencia. Todas las semanas se entrega concienzudamente al Abbey National un paquete de cartas dirigidas a Sherlock Holmes, al número 221b, y todas se contesta con una cortesía que no compromete a nada: "Le comunicamos que el señor Holmes se ha mudado de casa, pero, por desgracia, desconocemos su dirección actual".
Un joven polaco solicita el autógrafo de Holmes; el presidente de un club de Toronto lo invita a asistir a un banquete como orador oficial. Incluso aquellos que se dan cuenta de que Holmes, si estuviera vivo, tendría hoy por lo menos 118 años, se aferran a una ilusión. "Quizá usted se pregunte por qué una estudiante sensata y totalmente cuerda le escribe", dice una adolescente de Londres. "Es porque, para mí, usted es inmortal".
Siempre ha ocurrido lo mismo desde la época en que se publicó la primera aventura de Sherlock Holmes —Estudio en rojo— en el Beeton's Christmas Annual, el año 1887. Tan vívido fue el retrato que de Holmes hizo sir Arthur Conan Doyle, que casi inmediatamente el autor comenzó a recibir cartas en que se le rogaba que pusiera a los firmantes "en comunicación con el señor Holmes", para aclarar algún asunto particular.
Entre 1891 y 1927, a medida que fue publicándose cada uno de los episodios de las aventuras de Holmes —todos ellos, menos dos, en la revista Strand—, lo que más firmemente quedó fijado en la imaginación del público fueron las facciones aguileñas y la flaca figura que aparecía en las ilustraciones de Sidney Paget; y lo que se antojaba más real era el genio del detective capaz de deducir que un asesinato lo había cometido un hombre alto y zurdo que renqueaba, fumaba cigarros indios, calzaba botas de caza y llevaba en el bolsillo un cortaplumas romo.

Pero Conan Doyle, a quien importaban más las novelas históricas tales como The White Company, en la cual derrochó muchísimo trabajo de investigación, llegó a considerar una carga insoportable la insaciable demanda pública de aventuras de Holmes. En 1893 terminó de escribir El problema final, en el cual lanzó a Sherlock y al profesor Moriarty, el Napoleón del crimen, por las cataratas de Reichenbach, en Suiza, y anotó con alivio en su diario: "He matado a Holmes".
La reacción pública lo dejó atónito. Graves hombres de negocios de la City (el centro de las finanzas de Londres) se pusieron cintas de luto en los sombreros de copa. En Chicago, Boston y San Francisco surgieron clubes para "mantener vivo a Holmes". Un lector empezaba una carta de protesta con la increpación: "¡Es usted un desalmado!" Claro está que el editor del Strand lloró tanto como sus lectores y accionistas, calificando la muerte de Holmes de "espantoso miento".
Conan Doyle se mantuvo firme durante ocho años; luego cedió, y resucitó a Holmes en la más célebre de sus narraciones, El mastín de los Baskerville. A medida que una aventura seguía a otra, la circulación del Strand aumentó en 30.000 ejemplares, y los ansiosos londinenses hacían cola para comprarlos directamente en la imprenta. Las aventuras se le ocurrían tan fácilmente a Conan Doyle que la mayor parte de una la escribió en el pabellón de Lord's una tarde en que la lluvia había interrumpido un partido de cricket.
Desde entonces, Holmes sigue viviendo. Se calcula que de libros que contienen sus casos ya se han vendido unos 100 millones de ejemplares en 41 lenguas, desde el esquimal hasta el esperanto, y se reeditan constantemente. Se pueden leer en sistema Braille y en taquigrafía; se usan en un curso de inglés que se distribuye por toda Europa, y en una ocasión se facilitaron a la policía egipcia como parte de su adiestramiento.
El sabueso de la calle de Baker hace mucho tiempo que rebasó la letra impresa, pues Holmes es un personaje irresistible para los actores. Fue en 1903 cuando el detective apareció por primera vez en la pantalla cinematográfica, en La derrota de Sherlock Holmes. La lista contiene ahora 150 películas, la más reciente, de 1969, La vida privada de Sherlock Holmes. John Barrymore, Clive Brook y Raymond Massey han personificado al gran detective. Pero fue el sardónico Basil Rathbone, en 14 filmes entre 1939 y 1946, quien se aproximó más al original y quien, más que ningún otro actor, encarnó a Holmes para los cinéfilos de todo el mundo.
Acerca del detective se han creado unas 30 obras teatrales, entre ellas la musical de Broadway Baker Street, anunciada en Nueva York con carteles que proclamaban: "Enseñó a James Bond cuanto éste sabe". Aunque todavía no se ha llegado a "Sherlock en el Hielo", ya es personaje de un ballet de Sadler's Wells, y constantemente se están adaptando sus casos para la radio y la televisión. En Rusia se reverencia a Holmes como "el exterminador del crimen y la perversidad, modelo magnífico de fuerza y cultura". Una reciente producción soviética mostraba a Holmes y Watson, fieles lectores de The Times, leyendo el diario comunista Estrella de la Mañana.
En Escandinavia, Holanda, Sudáfrica, Australia y el Japón florecen clubes dedicados al estudio erudito de los casos de Holmes. Entre los 500 socios de la Sherlock Holmes Society de Londres —"un eminente grupo de grandes cerebros" se la ha llamado— figuran ingenieros, científicos, médicos, colegiales, maestros de escuela, clérigos, periodistas, un puñado de profesores, un barón, un marqués, un vicemariscal del aire... y la hija de Conan Doyle. El número de socios de los Baker Street Irregulars, de Nueva York, asciende ahora a 600, con más de 30 grupos afiliados diseminados por todos los Estados Unidos y el Canadá, desde la Speckled Band de Boston hasta los Scholars de San Francisco.

Los "sherlockianos", como a sí mismos se llaman, obran basados en la grata suposición de que los relatos de la vida de Holmes son verdaderas, pero a veces incompletas, memorias de sus casos, compiladas, por su narrador, el ex médico militar Dr. John Watson. La autora de novelas policiacas Dorothy Sayers ha definido las normas que rigen su actuación: "El juego hay que jugarlo tan solemnemente como un partido de cricket en Lord's. El más ligero indicio de extravagancia o de comedia echa a perder el ambiente".
Como Watson era algo tardo en sus reacciones y un modelo de discreción victoriana, las narraciones de Holmes están plagadas de contradicciones y proporcionan un extenso campo para una labor detectivesca literaria. Los sherlockianos han decretado hace mucho tiempo que Holmes jamás dijo realmente "elemental, mi querido Watson", ni fumó una pipa curva, ni usó una gorra de cazador de venados, o "gorra de viaje con orejeras", según la descripción más aproximada de esta prenda.
Hoy las páginas de los excelentes diarios de la Sherlock Holmes Society y de los Baker Street Irregulars se ocupan en cuestiones más esotéricas. Del Japón llega un estudio sobre el uso de cocaína por Holmes; un físico alemán examina sus conocimientos acerca de los diamantes. Un respetado cirujano de Londres analiza gravemente el estado de salud de Watson: "En The Speckled Band se comprueba una deficiencia de vitamina A, causante de ceguera nocturna. Aquí, en una estancia a oscuras, Holmes pudo ver claramente una serpiente que bajaba por una cuerda de campana, y apalearla con el bastón. Pero yo no vi nada, escribió Watson".
Los sherlockianos buscan claves con un celo digno de su héroe. Norman Crump, entonces jefe de redacción de noticias locales del Sunday Times, hizo en cierta ocasión un peligroso viaje a pie, a lo largo de la vía del subterráneo Inner Circle cerca de Aldgate, para determinar si el tren que llevaba un cadáver en el techo en The BrucePartington Plans viajaba de izquierda a derecha, o al revés. Para fijar la fecha exacta de The Beryl Coronet, en el cual desempeñan papel importante unas huellas en la nieve, el escritor Gavin Brend consultó los archivos de la Real Sociedad Meteorológica.
A ambos lados del Atlántico, los sherlockianos celebran su banquete anual en enero, mes en el que la investigación sitúa el cumpleaños de Holmes; en Londres, el brindis es siempre "recuerdo inmortal". Los Irregulars de Nueva York son famosos por llegar en coches hansom de alquiler; el mazo de su presidente está hecho con madera de la puerta de una casa de la calle de Baker. La sociedad de Londres cena en el Hotel Charing Cross, que tiene varias asociaciones con Holmes: por ejemplo, un malvado rompió a Sherlock el colmillo izquierdo en la sala de espera. Las listas de platos están impresas en tipo baskerville, por supuesto.
Los entusiastas más extravertidos se visten a veces como personajes de las narraciones: el acontecimiento más deliciosamente extravagante de años recientes fue la peregrinación en memoria de Holmes que llevó a Suiza en 1968 a 40 sherlockianos británicos y norteamericanos, adecuadamente disfrazados y con barba. La culminación de ese viaje tuvo lugar al borde de las cataratas de Reichenbach, cuando lord Gore-Booth, presidente de la Sherlock Holmes Society (y hasta fecha reciente jefe del Foreing Office), se puso la capa de Holmes. Reprodujo la famosa pelea con Moriarty —representado por un distinguido consejero real— antes de descubrir una lápida con esta inscripción: "En esta terrible caldera ocurrió el acontecimiento culminante de la carrera de Sherlock Holmes, el más grande detective del mundo, cuando el 4 de mayo de 1891 venció al profesor Moriarty".
A Holmes se le ha tributado el definitivo espaldarazo de poner su nombre a una taberna. La "Sherlock Holmes", cerca de Trafalgar Square, contiene una fiel reproducción del estudio del detective. Esta estancia debe su existencia a los concejales de St. Marylebone, el distrito donde está la calle de Baker. Decidieron honrar a su residente más distinguido con una reproducción en ese lugar durante el Festival Británico de 1951.

El bibliotecario de Marylebone, Jack Thorne, y el diseñador Michael Weight acometieron la tarea de reconstituirla, con adecuada minuciosidad sherlockiana, insistiendo en que hasta el polvo de la habitación debía ser genuinamente victoriano..., recogido cuidadosamente de un desván vecino que se cree no había sido abierto desde el decenio de 1890 a 1899. La oficina de Correos se contagió también del espíritu de la celebración y desenterró impresos telegráficos de la época. Scotland Yard, al no poder contribuir con un vaciado en yeso de las huellas de las patas del perro de los Baskerville, sacó en su lugar un molde de las huellas del perro policía más grande de la corporación. Para la bandeja del té de Holmes y Watson se necesitaban ciertos panecillos y, aunque era a mediados del verano, una panadería se comprometió a suministrar una cantidad diaria especial.
Unas 54.000 personas acudieron a contemplar la estancia. Cuando la enviaron a Nueva York y se exhibió allí durante seis semanas, Thorne fue también con ella. Continuó haciendo su primera tarea de cada día: dar un mordisco a cada uno de los panecillos con mantequilla, para dejar la impresión de que Holmes y Watson acababan de salir para ocuparse de un nuevo caso urgente. El detalle era, desde luego, perfectamente veraz: en un panecillo, el apresurado mordisco de un hombre que está embebido en cosas más importantes; en el otro, una delicada incisión médica.
Sherlock Holmes vive, y seguirá viviendo. La biblioteca pública de Marylebone Road recibe frecuentes consultas de investigadores, como el estudiante de la Universidad de Arizona que estaba escribiendo una tesis sobre Holmes para obtener su título académico. La Junta Turística de Londres se ve apurada para responder a la demanda de los visitantes extranjeros que quieren reimpresiones de la Guía Turística del Londres de Sherlock Holmes, publicada en el número de invierno de 1970 del Sherlock Holmes Journal. ("Doblamos por la calle de Welbeck: en la primera esquina está la calle de Bentinck, donde fracasó el plan de Moriarty para eliminar a Holmes...")
La rama de Tokio de los Baker Street Irregulars hizo labrar una placa para conmemorar el encuentro del Dr. Watson, en la larga barra del Criterion, en Picadilly, con el Dr. Stamford, que lo presentó a Holmes. Los sherlockianos de los Estados Unidos han organizado una suscripción pública para colocar otra lápida en el Hospital de San Bartolomé, donde Holmes y Watson se encontraron por primera vez frente a frente en el laboratorio de histopatología. Y lo más convincente de todo es que justamente al lado de la calle de Baker hay un corto pasaje bautizado en 1937 por el augusto Concejo del Condado de Londres con el nombre de Sherlock Mews.
Por todo ello, no es extraño que, durante una encuesta realizada en 1970, uno de cada cuatro de los 2000 londinenses interrogados estuviera convencido de que Holmes había existido realmente. Para otros muchísimos, jamás ha muerto. A fuer de gran sherlockiano, Vincent Starrett escribió: "Holmes y Watson viven todavía, para todos cuantos los aman, en un romántico recinto del corazón; en un nostálgico rincón de la mente".