¿POR QUÉ MUEREN MÁS JÓVENES LOS HOMBRES?
Publicado en
junio 21, 2022
Los varones soportan una doble carga: su debilidad congénita, de tipo biológico, y las realizaciones tan poco realistas que espera de ellos la sociedad. Con.todo, aún hay medios para ayudar a esta especie en peligro.
Por Albert Rosenfeld (Condensado de "STAR").
¿POR QUÉ razón la sala de cunas de las maternidades es casi el único sitio donde los varones superan en número a las mujeres? El hecho resulta tanto más extraño si consideramos que la mortalidad masculina es mayor en todas las épocas de la vida, desde la infancia hasta la senectud.
Lo curioso del caso es que las imperfecciones del varón radican precisamente en aquellos rasgos que siempre se tuvieron como prueba de su superioridad biológica. En general, la complexión del hombre es más fuerte; es más musculoso; su peso es superior; puede correr con mayor rapidez y soportar más peso que la mujer. Pero, como consume más energía, sus pulmones han de inhalar un volumen mayor de oxígeno, el corazón tiene que latirle con más fuerza, su sangre ha de contener un número mayor de glóbulos rojos para llevar más oxígeno a un número mayor de células..., cada una de las cuales trabaja a un ritmo algo superior al de las células del organismo femenino. En una palabra, el metabolismo del hombre es más alto: el varón se "quema" con mayor rapidez.
Por otra parte, aunque la mujer se enferma con más frecuencia, también es verdad que se recupera más fácilmente que el hombre. Las estadísticas dan fe de que los varones sucumben en mayor número que las mujeres a las enfermedades graves. Además, los varones heredan un sinfín de enfermedades congénitas que rara vez atacan a las mujeres. Si la alimentación es insuficiente, mueren de inanición más varones que niñas. Éstas, por su parte, están mejor dotadas para soportar los choques emocionales, las inclemencias del clima y la fatiga.
Por tanto, cuando menos en parte, la resistencia y abundancia de las mujeres en relación con los hombres se origina en lo que el antropólogo Ashley Montagu viene llamando, desde hace años, "la superioridad natural de la mujer". Sin embargo, esa resistencia y esa abundancia son también achacables a factores culturales que hacen que niños y hombres sean más vulnerables a una amplia gama de presiones exteriores. No es sólo que su sexo sitúe al varón en una posición biológicamente desventajosa, sino que el papel sexual que se le asigna —lo que se espera de él— lo coloca, además, en desventaja sicológica, y esto, a su vez, agrava sus limitaciones biológicas.
El varón tiene que pasarse la vida haciendo algo para probar su hombría. En cambio, la niña se concreta a ser tal. Al chico que ya se siente inseguro de sí mismo no le ayuda la decepción que muestra su padre al ver que no lo escogieron para formar parte del equipo deportivo del colegio. Y el joven que por cualquier motivo duda de su capacidad sexual, siente redoblada su ansiedad al oír a sus amigos alardear de conquistas reales o imaginarias.
Durante toda su existencia el hombre tiene que competir: para lograr algo, para ganar dinero, para adquirir prestigio y posición social, para "ser todo un hombre". Su virilidad está siempre a prueba. Por ello bebe más y contribuye a elevar las cifras estadísticas del alcoholismo. Fuma más, y por ende lo ataca con más frecuencia el cáncer pulmonar y casi todos los demás tipos de cáncer. Aunque las mujeres no son inmunes a los ataques cardiacos ni a las úlceras gástricas, estos padecimientos son preponderantemente masculinos.
Acaso sean las mujeres más "emotivas", pero es mayor la cantidad de hombres con trastornos emocionales. (En todo el mundo es mayor el número de hombres que sufren colapsos nerviosos, y también los varones se suicidan con mayor frecuencia.) ¿Cuestión biológica? ¿Es su sistema nervioso más débil? Quizá. Pero tal vez esto se deba a que la misma libertad de las mujeres para exteriorizar su emotividad, para dar rienda suelta a sus sentimientos, les permite desahogarse, mientras que, en el caso del hombre, se espera que domine sus emociones, que las reprima. El varón no tiene válvula de escape, y, como es natural, llega un momento en que "estalla".
Además, cuando los hombres se ven sometidos a fuertes tensiones, reaccionan con ansiedad e inseguridad mayores. Por ejemplo, en las malas épocas el hombre puede quedar cesante. Claro que esto también puede ocurrirle a una mujer, y también ella, en tales circunstancias, pierde sus ingresos económicos. Pero el hombre pierde algo más: su posición como proveedor natural del hogar, y con ello su yo recibe un tremendo revés.
Todo esto no significa que la existencia sea más fácil para la mujer, pero es innegable que ésta tiene mayores probabilidades de sobrevivir. Y son muchas las mujeres que, habiéndolo comprendido así, procurarán ayudar a sus maridos a mejorar sus perspectivas de supervivencia. A nadie le gusta encontrarse solo al final de la vida.
¿Qué podemos hacer para empezar a cambiar este régimen que determina la prematura muerte del varón ? Desde luego, no podemos modificar sus desventajas biológicas. En cambio, es mucho lo que podemos hacer para aliviar las presiones culturales que pesan sobre él. En primer lugar, tenemos que aceptar que en los últimos años ha cambiado radicalmente el concepto de la hombría. En segundo lugar, tenemos que proceder conforme a esta nueva concepción.
El proceso evolutivo estampó en los genes del hombre las propiedades que debía tener para desempeñar su tradicional papel de proveedor (cazador) y defensor (guerrero). Estas aptitudes le han dado buenos resultados a lo largo de la historia. Para sobrevivir, para proteger su hogar y su familia, para alimentar a su compañera y a su prole, necesitaba ser veloz, fuerte, resistente y agresivo.
Pero, ¡cómo ha cambiado su situación! Ya no subsisten muchas de las viejas amenazas; una de las poquísimas maneras de demostrar heroísmo que tiene un hombre armado de su cartera, es ganarle el taxi a algún congénere que también trata de tomarlo. Incluso en el campo, las máquinas se encargan de casi todos los trabajos pesados. En el mundo de los negocios, ahora es más importante saber convivir pacíficamente con los demás, para tener contentos a los empleados, y demostrar una preocupación inteligente por las personas y el medio que nos rodean.
Sin embargo, la sociedad sigue adiestrando al varón para el desempeño de esas tareas innecesarias ya. En consecuencia, el hombre jamás sabe a ciencia cierta cómo debe actuar. Lo más probable es que en las reuniones sociales permanezca sumido en hosco silencio, y que beba más de la cuenta. En casa, se siente desconcertado y frustrado ante su incapacidad para brindar esa tierna comprensión, esa sensibilidad que su esposa y sus hijos esperan de él, en medida cada vez mayor. En una palabra, se considera víctima de un engaño, porque la definición de hombría ya es otra, y nadie lo preparó para ajustarse a la nueva noción. Los desengaños y las presiones que de ello derivan, lo enferman y acortan su vida.
Para remediar esta situación conviene que examinemos detenidamente nuestros prejuicios fundamentales en torno a la masculinidad:
Agresión y violencia. Al igual que la niña, el varón debería aprender a temprana edad que las disputas pueden zanjarse sin puños, piedras ni palos. Es necesario enseñarlo a defenderse (lo mismo que a la niña), pero no debemos instarlo a que pelee, ni tacharlo de poco hombre si no le gusta pelear.
Deportes. A muchos —demasiados— niños se les inculca la idea de que es afeminado preferir la poesía y la música a la pesca o al fútbol, por ejemplo. Es muy cierto que los deportes constituyen magníficas válvulas de escape para la energía masculina... así como para la femenina, pero los individuos difieren entre sí radicalmente, y si un chico tiene aficiones ajenas al atletismo, deberá permitírsele cultivarlas —con tal de que haga el ejercicio que su salud requiere—, sin hacerle creer que por ello es menos viril.
Expresión de los sentimientos. Al hombre no debe exigírsele que reprima sus emociones por el simple hecho de ser hombre. ¿Por qué el varón, cualquiera que sea su edad, no va a demostrar francamente sus afectos cuando son sinceros y profundos? ¿Por qué ha de considerarse una falta de hombría llorar cuando le embarga la tragedia? ¿O clamar desesperado ante el desastre, o indignado ante las injusticias que se cometen? El niño que puede expresarse abiertamente estará menos sujeto a accesos violentos, mientras que el hombre que se obliga a mantenerse impasible, inalterable, acaso se instale en el más insensible egoísmo.
Los papeles que desempeñan los cónyuges. En nuestra época, cuando muchas mujeres desean llevar una vida más variada, más interesante; ahora que los hombres están empezando a aceptar lo que siempre han sabido —que la mujer es tan capaz como ellos de ser brillante, competente, amante del riesgo—, ambos sexos pueden empezar a compartir las alegrías y las cargas que antes se consideraban incumbencia exclusiva del uno o del otro. Las mujeres ganarán más dinero y conocerán más mundo que el de su hogar. Los hombres dispondrán de más tiempo para disfrutar de los goces de la paternidad. También dedicarán más horas —en labor conjunta con su cónyuge— a inculcar en sus hijos, según el sexo de éstos, actitudes más en consonancia con las realidades de nuestro tiempo.
Afán de competencia. En nuestro mundo de las computadoras, en una época en la que el "trabajo masculino" puede ser tan radicalmente distinto de lo que era, ¿qué objeto hay en obligar al hombre a desempeñar un papel social que ya no tiene razón de ser? Y, en el nivel personal, ¿a qué persistir en esa pugna para adquirir prestigio y dinero, una vez satisfechas las necesidades de la familia? Por supuesto, el dedicarse a una labor estimulante y difícil, especialmente cuando contribuye a dar felicidad y satisfacción a quien la desempeña y a sus semejantes, constituye una sana fuente de legítimo orgullo, y puede conducir a una vida larga y feliz. Lo que la acorta es el hábito de competir, de contender en una lucha incesante que sólo produce ansiedad.
Una vez libres de estas tensiones que ellos mismos se imponen, es probable que los hombres beban menos, fumen menos y, en general, se muestren más sensatos en el cuidado de su propia salud.
Estas sugerencias no apuntan al debilitamiento del sexo masculino; antes bien tienden a reforzar su condición humana. Los varones que logren ponerlas en práctica no sólo disminuirán los índices de mortalidad, sino que harán más felices a su mujer, a sus hijos... y a sus nietos, pues dispondrán de más años para disfrutar de la vida familiar.