Publicado en
junio 02, 2022
Cuando Brian, el esposo de la Domitila, regresó de su viaje y fue al potrero a saludar a su vaca, esta se puso a dar saltos de alegría y se enredó el cuello con la soga... ¡Imposible describir el drama que se desató con la muerte de la Uli! Su entierro fue memorable, y ni la Domi ni la tía Molly sabían qué hacer para consolar a Brian.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Semana tras semana, Brian iba al mercado de Iowa City a vender sus productos. La Domitila y la tía Molly se quedaban a cargo de la casa, de los trillizos, del conejo Vincent, del perro Walter y de la vaca Uli, por supuesto.
—No olvidar zanahorias para Uli —le decía Brian a la Domi antes de partir— y alfalfa tiene que estar fresca, no olvidar. Uli no gustarle alfalfa de más de dos días.
—Vete tranquilo —respondía la Domitila, que a estas alturas había aceptado a la Uli como parte de la familia o mejor dicho como una especie de flaca de la esquina de Brian.
Cuando Brian se marchaba, la Uli se quedaba en el potrero atada a una soga, con una cara de tristeza infinita, a la espera de que él volviera. Parece increíble que una vaca pueda deprimirse, pero era justamente lo que le pasaba a la Uli, se deprimía profundamente, se negaba a comer y si la Domitila intentaba embutirle la alfalfa a la fuerza, pegaba unas patas al aire y la miraba con desdeño.
—¿Qué me miras con esa cara, vaca mimada? —la increpaba la Domi—, ¿crees que porque Brian se fue te puedes hacer la regalona conmigo, maleducada?
Pero la Uli no entendía ni una letra en español y se limitaba a levantar una ceja.
En uno de sus viajes, Brian se quedó a dormir en Iowa City, pues le salió un negocio inesperado. Llamó tarde en la noche para avisar que no llegaría y para decirle a la Domi que no olvidara llevarle la alfalfa a la Uli en cuanto despuntara el alba.
De madrugada y a regañadientes la Domitila se levantó para llevarle el alimento a la vaca, pero cuando la Uli la vio y su cerebro de vaca entendió que Brian no había vuelto del viaje, se puso a llorar. La Domi nunca había visto a una vaca llorar, pero como en los Estados Unidos todo era distinto pensó que tal vez aquí las vacas no eran como en otras partes.
—Ya, Uli, si no es para tanto. Brian va a regresar mañana. Tranquilízate —le dijo acariciándole la cabezota, pero la Uli estaba desconsolada. No quiso comer. No quiso que la Domi le desatara la soga para que corriera por el potrero.
En buenas cuentas lo único que quería era dejarse llevar por su tristeza.
—Está bien, llora todo lo que quieras, muérete llorando si te da la gana —dijo la Domi molesta con esa vaca mañosa, y por la noche, desesperada, le escribió un e-mail a mi tía Eulogia:
"...Y usted no me va a creer, pero esta vaca sinvergüenza está de veras enamorada del perejiliento de Brian y como Brian se quedó en Iowa City ha armado un escándalo digno de una mujer que sorprende a su marido con otra. ¿Qué hago? Espero su consejo".
"Querida Domitila: Debes tener paciencia. Los hombres son muy obsesivos, unos se obsesionan con los autos, otros con la Bolsa de Comercio, la mitad de la humanidad con el fútbol, casi todos con la flaca de la esquina, y Brian se ha obsesionado con esta vaca. Yo no haría nada. Es más fácil lidiar con una vaca que con cualquiera de las obsesiones masculinas. Total, dicen que las vacas viven 7 años por cada año del ser humano, así que, en todo caso, va a morir antes que ustedes. Armate de paciencia y dale alfalfa hasta que reviente, y cuando no la soportes, sácale la lengua. Cariños, Eulogia".
Y eso era lo que estaba dispuesta a hacer la Domi al día siguiente, si no hubiera ocurrido la desgracia.
Cuando por fin Brian regresó de Iowa City y fue al potrero a saludar a su vaca, la Uli se puso a dar saltos de alegría; saltaba como una loca lanzando mugidos tan fuertes, que hacían pestañear a las mismísimas estrellas.
—Oh, my dear Uli, cálmate, be quiet (Oh, mi querida Uli, estáte quieta) —le decía Brian, pero la Uli había enloquecido de alegría y no dejaba de brincar, y en uno de esos saltos, se le enredó la soga en el cuello y dio una voltereta en el aire y quedó con las patas apoyadas en el cielo, y cayó lentamente al suelo, como un alambre que se dobla en dos y ahí quedó, tirada en el pasto, con los ojos fijos en el firmamento y la cola estirada. Había muerto de felicidad.
Imposible describir el drama que se desató a continuación. Brian llegó a la casa gritando:
—¡Uli, morir, Uli, morir, socourro! —pero nadie entendía lo que pasaba.— Uli estar muerta —sollozaba agarrándose la cabeza con las dos manos.
—¿Qué pasó? —preguntaron al unísono la Domitila y la tía Molly.
Y entonces Brian explicó lo de los saltos, las carcajadas, la maldita soga que se le enredó en el cuello y su querida Uli dando el último brinco de su vida para caer al suelo toda lo larga que era.
Todos lloraron. Y la Domitila sintió el horrible cargo de conciencia de haber sido pesada con la pobre vaca.
El entierro de la Uli fue memorable. Hasta el día de hoy se recuerda en Iowa. La sepultaron debajo de un sicomoro, Brian contrató a la orquesta del pueblo cercano y cinco hillbillies bailaron al son de las guitarras. La tía Molly disparó 21 escopetazos. Sirvieron maíz en coronta con mantequilla, tostadas con mermelada y mantequilla de maní, brotes de alfalfa con tomates y lentejas con zanahorias, todo vegetariano, porque Brian dijo que en su casa no se volvería a comer bisté ni hot dogs, para glorificar la memoria de la Uli. Esa noche, una vez que todos los invitados se marcharon, la familia se reunió frente al fogón a contar anécdotas de la Uli, y Brian se fue a la cama llorando a mares.
—No te acongojes, la Uli murió de felicidad, no como las otras brutas que mueren de fiebre aftosa —lo consolaba la Domitila, pero todo era inútil.
Perder a la Uli era la tragedia más grande en la vida de Brian, y ni la Domitila ni la tía Molly sabían qué hacer para consolarlo.
Pasó un mes, pasó otro y llegó la primavera, pero Brian seguía desconsolado. Había perdido el apetito, no le interesaba reparar su tractor, y a los trillizos ni los miraba. Nada le importaba en la vida.
Y la Domi le escribió a la tía Eulogia.
"Querida señora Eulogia: ¿A usted le parece normal que esté tan deprimido por la muerte de una vaca? ¿Se imagina lo que sería si la muerta fuera yo o uno de los niños o la tía Molly? ¡Ay, señora Eulogia! No sé qué hacer, ¿para qué se murió esa vaca desatinada?".
La tía Eulogia se devanaba los sesos pensando, hasta que por fin dio con una solución. Esta vez llamó a la Domi por teléfono.
—¿Por qué no le regalas otra vaca? ¿No dicen que "un clavo saca otro clavo"?
—¿Sabe que no es mala idea?
Y así fue como la Domitila y la tía Molly fueron al mercado de Iowa City a comprar otra vaca.
En el mercado se encontraro con un mexicano que andaba vendiendo sus vacas traídas de Texas. El hombre era un encanto, se llamaba Telésforo y resultó ser amigo del antiguo novio mexicano de la Domitila.
—Yo tengo la vaca indicada —dijo Telésforo— se llama Sinforosa, es guapísima y muy inteligente. Si me acompañan se las presentaré, está en los establos, por aquí, pasen, por favor.
La Sinforosa era flaca como un espárrago, medio famélica, con un cuello largo como de garza y unas pestañotas que echaban aire de puro largas. La tía Molly opinó que a Brian le encantaría esa vaca con pinta de dama de las camelias y además le gustaría que fuera mexicana.
La Domitila, que tenía la conciencia negra con la Uli, se convenció de inmediato. "Un clavo saca otro clavo", pensó, y la compró para Brian.
Efectivamente, a Brian le gustó la Sinforosa y a la Sinforosa le gustó su nuevo dueño. Fue algo así como amor a primera vista.
La primera noche de la Sinforosa en el potrero, Brian no llegó a dormir. La "Sinfou", dijo, no se acostumbraba a esos nuevos paisajes y había que acompañarla. La segunda noche tampoco llegó porque la "Sinfou" le tenía miedo a Marte. La tercera noche a la "Sinfou" le cayó mal la alfalfa y hubo que llamar al veterinario de Iowa City.
A la cuarta noche, la Domitila se enfrentó a su marido.
—Mira, Brian, directo al grano: la Sinforosa o yo. Escoge —le dijo.
Y cuando Brian dijo "la Sinfou", la Domitila se puso a llorar.
—¡Pero Doumi! ¿Por qué no podemos vivir los tres en armonía? —preguntó Brian—. ¿Qué hacer la "Sinfou" que molestarte tanto? Pobre "Sinfou" estar su alfalfa, no veo cuál ser problema tan grande, no hace nada malo...
La Domi trató de explicarle que no era lo que la "Sinfou" hiciera o dejara de hacer, era él que estaba obsesionado con los animales y ella podía soportar a una flaca de la esquina, a una crespa de la oficina y a una rubia de la farmacia, pero ¿una vaca? ¿Y ahora una segunda vaca?
—¡Too much! (Es demasiado) —le gritó en su medio inglés.
Si no hubiera sido por la oportuna intervención de la tía Molly, el matrimonio de la Domitila habría naufragado.
La tía Molly se encerró con Brian en el granero y después de una larga conversación y cinco escopetazos al aire, Brian aceptó vender la vaca.
—La próxima vez que entre un animal a esta casa, sea vaca, oveja o yegua, me voy a casa de la señora Eulogia —amenazó la Domitila, observando que la Sinforosa la miraba con cara de odio desde el tráiler.
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MARZO 16 DEL 2004