EMPORIO DEL EXTREMO ORIENTE
Publicado en
junio 19, 2022
Edificio Jardine Matheson, Shanghai, diciembre de 2017.
Jardine Matheson, empresa que cuenta con una experiencia de casi siglo y medio, está llamada a ser una de las principales propulsoras del mercado que se abre en Oriente.
Por Noel Barber.
JARDINE MATHESON, la gran casa comercial inglesa con sede en Hong Kong, compra y vende toda clase de productos: desde un avión, un buque o un hotel, hasta una pastilla de jabón o un bolígrafo. A partir de su modesto comienzo, cuando, en 1832, la fundaron dos audaces mercaderes escoceses, hasta el momento actual, en que su volumen de negocios excede de los 60 millones de libras esterlinas, su historia constituye uno de los casos más novelescos en los anales de la empresa privada.
Hoy la lista de empresas asociadas a ella en una amplia red mundial llena 17 páginas de la biblia mercantil de Hong Kong, titulada The Dollar Directory. En Australia, Jardine posee empresas de transporte marítimo y por carretera, de construcción, de seguros y de carga y descarga de buques. En Nueva Guinea maneja un negocio forestal y de maderas de construcción. En Singapur y Malasia sus intereses abarcan desde plantaciones de caucho hasta una urbanizadora con un capital de cinco millones de libras esterlinas. Mediante su subsidiaria, la McMillan Jardine del Canadá, abastece gran parte de los pedidos de maderas, pulpa de papel, papel de periódico y contrachapado que importa el Japón. Unidos a asociados chinos, Jardine y Matheson crearon la gigantesca Textile Alliance Company, de Hong Kong, que emplea a 15.000 hombres y mujeres en sus fábricas de la misma Hong Kong y en las de Formosa, Tailandia, Singapur y la Federación de Malasia.
Su empresa naviera toca en todos los puertos del Extremo Oriente. La Lombard Insurance Company, también de su propiedad, posee 30 sucursales internacionales. La Jardine Fleming, su banco de inversiones, emite y suscribe valores financieros en todo el mundo.
En China, donde la Jardine ha estado negociando durante más de un siglo de cambiantes ideologías políticas, todavía sigue a la cabeza de las empresas privadas. Su Departamento Comercial para China, dirigido por Y.C. Huang, chino cincuentón y vivaracho, vende fertilizantes, ganado, algodón y máquinas herramientas a China roja, a la que compra anualmente 16.000 toneladas de arroz, además de semillas de soja, aceites vegetales y cerdas de ganado porcino.
No contento con estos tratos corrientes, YC, como se le conoce en la compañía, es el genio que mueve los hilos de ciertos negocios que no por ocasionales son menos lucrativos. Cierta vez hubo de bregar cinco meses en fiero regateo con los funcionarios rojos para concertar una de sus mayores y más recientes ventas, la de seis aviones Viscount. Hace poco YC vendió a los chinos dos buques de carga de 15.000 toneladas cada uno y, en sorprendente contraste, un cargamento de cerdos sementales australianos de raza fina.
Comprar y vender en China es tarea capaz de destrozar los nervios más templados. No hace mucho una empresa europea hizo un pedido a Jardine para comprar aceite de cacahuate chino. YC se dirigió a toda prisa a Cantón, donde vio que no había oferta del producto. Durante once días consecutivos YC presentó personalmente su solicitud al organismo de comercio exterior del Estado, pero el día decimosegundo no se presentó personalmente, y aquella misma tarde recibió un cable de Hong Kong en el que se le comunicaba que los chinos habían vendido 4000 toneladas de ese aceite a un competidor de Jardine.
Cuando YC pidió una explicación, el jefe del organismo de comercio le explicó amablemente:
—Desde luego, al principio no disponíamos de aceite de cacahuate, pero, cuando usted vino a vernos once veces, comprendimos que su solicitud era seria, por lo que conseguimos cierta cantidad para vendérsela. Sin embargo, como usted ya no vino a los doce días, invitamos a otra empresa para que mejorase su oferta.
"Su comunismo", dice YC, "no les impide creer en la competencia. Esperan a que haya dos compradores y entonces los enfrentan. Es muy posible que hayan aprendido de nosotros esa triquiñuela", añade con gesto pícaro.
Henry Keswick, presidente de Jardine, de 34 años, resume así su concepto de la empresa privada que logra llegar a la cumbre: "Compramos y vendemos todo lo que nos pueda traer algún beneficio".
Keswick se educó en las universidades de Eton y Cambridge, mide 1,93 m. de estatura y es el soltero más codiciado de Hong Kong. Constituye la cuarta generación de los Keswick procedentes de las tierras bajas escocesas, que han hecho famoso el nombre de Jardine en toda Asia. Creyente fanático en el valor del trabajo, es siempre el primero que llega por la mañana a su oficina.
Los 125 directivos británicos de su empresa no trabajan menos de 50 horas a la semana. En su mayoría comenzaron como "cadetes" o aprendices, y generalmente son universitarios. En su período formativo viven en una "república" comunal de solteros y no pueden casarse sin permiso antes de los 26 años, por la excelente razón de que deben estar dispuestos a ir a cualquier parte del mundo en el momento en que se les ordene hacerlo.
Keswick cree fervientemente en la juventud; la mayoría de sus directores tienen menos de 40 años.
"Los jóvenes trabajan mejor en equipo", explica. "El negocio se enfrenta con una tremenda competencia, por lo que nuestra gente ha de intercambiar sus conocimientos y opiniones. Entre nosotros no hay lugar para el hombre-orquesta".
Jardine Matheson, único superviviente de los negocios formados por los mercaderes aventureros que fundaron Hong Kong, sigue siendo una empresa familiar, que mantiene las tradiciones de duro trabajo y prudencia unidas al amor por el terruño característicos de los escoceses. Más de la mitad de los directores proceden de Escocia —cinco de ellos de Dumfries— y en la festividad de San Andrés traen por avión brezo de Escocia y se retiran solemnemente al último piso de las oficinas de la Jardine, desde donde se contempla un espléndido panorama del puerto de Hong Kong, limitado por las colinas de China, y allí devoran todos el haggis, típico guiso escocés de oveja, mientras el más joven de ellos sirve con un gran cucharón de madera torrentes de whisky.
Aunque en Hong Kong los jóvenes tienen en sus manos el timón, no hay peligro de que el entusiasmo pese más que la prudencia.
—Si en algún momento surgen dudas —explica Henry Keswick—, tenemos siempre a mano la experiencia de nuestra oficina de Londres, nuestro segundo consejo consultivo: "la Cámara de los Lores".
La oficina de Londres, que ha estado durante los últimos 100 años en el número 3 de la calle Lombard, maneja una buena parte de los negocios navieros y de seguros, y de las inversiones (volumen que está estrechamente ligado al capital financiero británico). Las oficinas, que conservan su añoso estilo, están llenas de cuadros del siglo XIX que representan a los comerciantes chinos con quienes entabló relaciones William Jardine, cirujano de la marina mercante, cuando en 1832 se asoció a James Matheson para establecerse en las fangosas riberas del río de las Perlas, en Cantón.
El principal negocio que establecieron al principio fue la exportación de té chino a Inglaterra, que a la sazón consumía unos 15 millones de kilos al año. Por aquel entonces la disciplina era muy severa. No se permitía la presencia de mujeres en las oficinas, y las comunicaciones eran absolutamente primitivas. Jardine hacía los asientos en los libros de contabilidad con una tinta que elaboraba con polvos de colores. Matheson acarreaba el agua de los arroyos cercanos. Los dos socios eran duros como la piedra y los chinos los respetaban. Una vez que Jardine recibió sin inmutarse un golpe en la cabeza cuando estaba presentando una solicitud, se ganó el apodo de "vieja rata cabeza de hierro".
En 1842, al finalizar la guerra del opio, los chinos cedieron a los ingleses, como compensación final, una isla cercana a la costa para que establecieran una base comercial. Su nombre era Hong Kong, esto es. "isla de los arroyos fragantes", y aquel fue el momento en que el destino llamó a las puertas de Jardine y Matheson. Los dos amigos establecieron sus almacenes en la Punta del Este de Hong Kong, donde instalaron el famoso cañón que todavía dispara a las 12 del día, y que fue inmortalizado por Noel Coward en sus versos:
In Hong Kong they strike a gong and fire off a noon-day gun, but mad dogs and Englismen go out in the mid-day sun*
Desde entonces la empresa navegó viento en popa. Cuando el viejo Jardine se retiró, su sobrino se puso al frente de la empresa de Hong Kong, mientras el sobrino de Matheson marchó a la China continental, donde ayudó a forjar el moderno Shanghai. Durante cerca de un siglo Jardine, Matheson y Compañía prosperó cada vez más. A diferencia de sus contrincantes, que comerciaban con China, la casa Jardine comerciaba en China. Aunque Hong Kong era la sede, los tratos se cerraban en Shanghai, en Cantón o en otros puertos. Jardine construyó el primer ferrocarril de China en 1876, además de muchos kilómetros de carreteras pavimentadas, e instaló fábricas de tejidos y grandes almacenes hasta que su personal alcanzó la cifra de 113.000 empleados, casi el doble del personal de la Marina Real inglesa.
Los Keswick ingresaron en la casa en 1850, cuando William Keswick, cuyo padre se había casado con una hija de Jardine, abrió la primera oficina de la empresa en el Japón para comerciar con el té y la seda procedentes de la pequeña ciudad de Yokohama. El nieto de William Keswick, John, se encontraba en Shanghai cuando el emporio de los Jardine recibió su primer golpe al invadir Japón a China, en 1937. A continuación estalló la segunda guerra mundial y los japoneses encarcelaron a los hombres de Jardine en toda el Asia, además de clausurar sus establecimientos. Cuando en 1945 fue liberado un pequeño grupo de enflaquecidos y harapientos ex prisioneros de guerra que habían trabajado en la empresa, sólo se encontraron en Hong Kong tres integrantes del personal local. La compañía se hallaba virtualmente en el mismo estado en que había comenzado en 1832.
John Keswick volvió a Shanghai y rehizo la fortuna de la compañía, pero pronto le asestaron un nuevo golpe: los comunistas de Mao capturaron Shanghai y se apoderaron de inversiones británicas por valor de más de 300 millones de libras esterlinas. La compañía Jardine estaba tan profundamente inmersa en la vida económica del país que decidió quedarse, pero Keswick descubrió pronto que le sería imposible continuar sus actividades comerciales. La cervecería Jardine, por sí sola, perdió un millón de libras esterlinas en un año, cuando China roja redujo en un 17 por ciento el precio de la cerveza, al mismo tiempo que elevó los costos de las materias primas y prohibió los despidos. Fueron necesarios cinco años de laboriosas discusiones antes de que se le permitiera a Keswick cerrar la fábrica, momento en que las pérdidas habían subido a la cifra de ocho millones de libras.
Jardine volvió a depender de Hong Kong, donde abrió de nuevo sus negocios de importación y exportación. Para contribuir a restaurar la normalidad en la colonia, la empresa restableció algunos servicios públicos, como los tranvías de Hong Kong y el transbordador Star, que se habían inaugurado antes de estallar la guerra. El período de gran prosperidad de la posguerra y la enorme explosión demográfica subsiguiente ofrecieron nuevas oportunidades. En la actualidad la empresa vende en Hong Kong la mayoría de sus mercaderías, operación que supone casi la mitad de los beneficios obtenidos en 1971: cinco millones de libras esterlinas.
Sin embargo, nadie comprende mejor que Jardine que la compraventa no es suficiente en nuestros tiempos. "Es preciso incrementar el número de empleos", asegura Henry Keswick, "ampliar los mercados, mejorar el nivel de vida y aumentar la capacidad de consumo, para intensificar las actividades comerciales".
Estas son las ideas que lo han movido a edificar el Excelsior, nuevo hotel de 33 pisos y 1000 habitaciones, cuya construcción ha costado diez millones de libras esterlinas, y que en breve ha de inaugurarse en la Punta del Este de Hong Kong, en la misma zona en que Jardine estableció sus primeros almacenes hace más de cien años.
Además de ser fuertes accionistas en el consorcio que financia el hotel, las compañías de Jardine abarcan casi todo lo que interviene en su construcción: instalaciones de acondicionamiento de aire, ascensores, materiales para empapelar muros, alfombras, mantelerías y ropa de cama, y hasta las mismas camas. A los críticos que se quejan de que Jardine haga dinero administrando su propia lavandería, se les recuerda que perdieron el contrato para construir el hotel porque un competidor presentó mejor oferta.
"No existe ningún lugar en el mundo con ambiente tan favorable para la empresa privada", dice Keswick. "Hong Kong posee una de las divisas más fuertes de Asia, y los dividendos y utilidades están exentos de impuestos. Lo único que se debe hacer es trabajar como demonios, conservar los ojos bien abiertos y no apegarse a ninguna rutina".
Cuando llegó a Hong Kong la televisión en color, Jardine se dio cuenta en seguida de que precisamente en aquella ciudad eran muy ventajosos los aparatos pequeños, puesto que las viviendas disponían de muy poco espacio para las grandes pantallas. Su empresa Renta-color ha establecido un monopolio virtual en el mercado de masas de la televisión, ante la gran sorpresa de sus contrincantes, que se preguntaban por qué no tenían éxito los aparatos de pantalla de 66 centímetros, tan populares en Occidente.
Henry Keswick cree que se abre un brillantísimo futuro a quienes sepan comerciar con China roja, y afirma: "El comercio internacional con ese país crecerá gradualmente después del viaje del presidente Nixon".
Y. C. Huang explica tal afirmación en los siguientes términos: "China está ahora más establecida, mantiene relaciones diplomáticas con más países y ha ingresado en las Naciones Unidas. Los chinos intentan reconstruir su economía y, aunque no lo confiesen abiertamente, saben que no pueden lograrlo sin la ayuda exterior. Se ven ante la necesidad de mecanizar su agricultura y les hace falta más caucho. Su comercio exterior crecerá necesariamente".
En la actualidad Jardine está ofreciendo contratos quinquenales a otras empresas occidentales como consultor especializado en el comercio con China. Ante cualquier otra empresa análoga posee la ventaja de su experiencia; sus hombres pueden viajar libremente por toda la extensión de China y mantienen contactos personales con el gobierno de Mao en todos los niveles.
"Creo firmemente", dice YC, "que Jardine, con su experiencia sin rival, puede servir de puente entre China y Occidente".
Muchas empresas de Hong Kong están preocupadas por su futuro, puesto que en 1997 la zona de los Nuevos Territorios habrá de pasar de nuevo a la soberanía china. Pero los directivos de Jardine se muestran optimistas al respecto.
"Comerciar con Oriente es como dedicarse al viejo juego chino en el que siempre hay una nueva caja que abrir", explica Henry Keswick. "Jardine ha sufrido más altibajos que nadie en sus relaciones con China y ha sobrevivido a ellos mejor que la mayoría de las demás empresas. Llegado el momento, encontraremos muchas nuevas cajas para meter en ellas nuestro dinero".
*"Las gentes de Hong Kong / golpean el gong / disparan a mediodía el cañón / mientras ingleses y perros rabiosos / pasean al meridiano sol". Versos de The Lyrics of Noel Coward, publicados por Heinemann, Chappell and Co. Ltd., 50 New Bond Street, Londres WI.