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abril 02, 2022
La guerra de Vietnam está llena de inciertas complejidades, pero en el fondo el asunto resulta muy sencillo.
Por Stewart Alsop (Condensado de "The Saturday Evening Post").
EL SEGUIR como periodista la guerra de Vietnam, consiste, más que nada, en hablar mucho y viajar constantemente en avión. La mayoría de las conversaciones se sostienen con personajes importantes, pero cuatro de ellas, celebradas con hombres que distan mucho de ser famosos, han quedado vívidamente grabadas en mi memoria.
Uno de esos hombres es un soldado raso de Vietnam del Norte: un prisionero en cuyo juvenil rostro se reflejaba aún el miedo a la muerte. Se llama Nguyen Van Thant y hablé con él por medio de un intérprete.
Nguyen tiene 19 años de edad; por la negra mata de sus cabellos nunca ha pasado un peine. Sus brazos son de niño, cortos y desprovistos de vello, y muestra una sonrisa aterrorizada y simpática.
Reclutado en el ejército comunista del Vietnam del Norte en agosto de 1963, fue enviado por el camino de Ho Chi Minh, a través de Laos, hasta el Vietnam del Sur. Durante la larga marcha no recibió más alimento que arroz y un poco de pescado seco, y cuando llegó a su destino había contraído "las fiebres". Pocos días después fue hecho prisionero.
Al preguntarle por qué le habían enviado al Vietnam del Sur, contestó:
—Nos dijeron que debíamos combatir para liberar a nuestros hermanos del Sur.
—¿Creía acaso que los comunistas ganarían la guerra?
—No lo creo. Los guerrilleros del Viet Cong tienen gran temor a los helicópteros y a los vehículos artillados.
Sentado en una estrecha pieza de la prisión, Nguyen Van Thant presentaba una figura menudita y asustadiza, y su aspecto resultaba conmovedor. En cierto modo, encarnaba la razón misma de que una pequeña guerra se esté convirtiendo en un conflicto mayor y más peligroso. Después de varios años de sufrir grandes bajas, al Viet Cong se le comienzan a agotar sus reservas humanas.
Hasta el año pasado, las guerrillas que se infiltraban en el Vietnam del Sur, procedentes del Norte, estaban constituidas por comunistas convencidos que habían huido al Norte en 1954, cuando se dividió al país en dos partes en el paralelo 17. El año pasado, por primera vez, los comunistas del Vietnam del Norte comenzaron a suplir la deficiencia en hombres con reclutas de su ejército regular, como Nguyen Van Thant, los que suman unos 9000 o 10.000 soldados, según los últimos cálculos del servicio de información secreta.
Esta semioculta invasión desde el Norte constituye la razón por la cual los Estados Unidos no han tenido otra alternativa que ampliar la guerra. Si se le permite al Vietnam del Norte que envíe sus propias y adiestradas tropas en ayuda del Viet Gong, no será posible ganar la guerra en el Sur.
Mi segunda plática la sostuve con un capitán estadounidense en la pequeña aldea de Phu Hoa Dong, situada a media hora de vuelo en helicóptero desde Saigón. En enero pasado el ejército vietnamita limpió la aldea de guerrilleros del Viet Cong, y el capitán Robert Alhouse fue enviado como asesor del comandante del batallón que defiende el lugar.
Phu Hoa Dong está todavía rodeada de comunistas, como muy pronto pudimos comprobarlo cuando el capitán Alhouse conducía a un pequeño grupo de visitantes civiles hasta un extremo de la polvorienta calle de la aldea. Se escuchó un disparo de fusil a no más de 100 metros de nosotros, y una bala nos pasó silbando sobre la cabeza. Se contestó al disparo con fuego de ametralladora, mientras el capitán guiaba al nervioso grupo de civiles hasta dejarlos a cubierto detrás del grueso tronco de un árbol.
El capitán Alhouse no pareció impresionarse con el incidente: todos los días es blanco de disparos.
—Por eso recibo un extraordinario todos los meses, como paga de combate —me dijo, mientras regresaba sin prisa al centro de la aldea.
Lo que más le interesaba al capitán, y lo que quería comentar, era "su" aldea, a la que evidentemente había tomado cariño. Su afecto se ve correspondido, a juzgar por la actitud de los niños, que se le trepaban como hormigas constantemente y a quienes tenía que sacudirse de vez en cuando, si bien ellos se le volvían a encaramar en seguida. El capitán está plenamente decidido a defender "su" aldea contra los comunistas que la rodean y no abriga duda alguna de que ello es perfectamente factible.
Existen dos ejércitos norteamericanos en Vietnam: el. ejército de la burocracia militar en Saigón y el ejército de los capitanes Alhouses, que se encuentran diseminados por las amenazadas aldeas del país. Mientras haya suficientes capitanes Alhouses y el gobierno de los Estados Unidos se mantenga firme en su política, sólo hay un camino por el cual podría perder la guerra: si flaquea la voluntad de lucha del pueblo de Vietnam.
Existen también dos Vietnams: el de los militares, los políticos y las sectas religiosas, en Saigón y las otras grandes ciudades (todos los cuales viven en constante disputa), y el Vietnam del ejército en campaña. Debe tenerse muy presente que son los vietnamitas quienes sostienen verdaderamente la guerra, y no los norteamericanos que los acompañan. En realidad resulta sorprendente que exista todavía un ejército en condiciones de lucha. Año tras año, las tropas de este pequeño país han sufrido considerables bajas.
Mi tercera entrevista la tuve con el coronel Banh, comandante de un acosado regimiento vietnamita en la provincia de Darlac, al norte de Saigón. ¿Cuánto tiempo creía él que pudiera sostenerse el ejército de Vietnam? le pregunté.
—No será indefinidamente —me contestó— pero sí mucho más tiempo de lo que en el Occidente se puedan imaginar. Comprenderá que para mis soldados la guerra constituye una forma de vida: nunca han conocido otra cosa. Si no nos traicionan podremos resistir largo tiempo. Pero, por supuesto, tiene que haber alguna esperanza.
La cuarta de estas conversaciones la celebré con el sargento Thomas Alfinito, miembro de la misión norteamericana agregada a las tropas vietnamitas que defienden la ciudad provincial de Ban Me Thuout. El sargento ha acompañado a las tropas vietnamitas por casi un año. Al interrogarlo sobre la calidad de esos soldados, me contestó:
—Son estupendos combatientes y hombres magníficos. —Hablaba con explosiva convicción—. Están dispuestos a combatir en cualquier momento. Sencillamente no podemos abandonarlos.
Esta extraña guerra abunda en complejidades estratégicas y políticas, pero en el fondo el asunto resulta muy sencillo, y el sargento Alfinito lo supo expresar con claridad. Los tres últimos presidentes de los Estados Unidos han comprometido el honor de su país en su resolución de que esos "hombres magníficos", que han combatido a los comunistas en una guerra sangrienta de tan larga duración (y también los niños que rodean como hormigas al capitán Alhouse), no habrán de convertirse en esclavos del imperialismo comunista. Es imposible vislumbrar claramente cómo se podrá ganar la guerra de Vietnam. Pero, cueste lo que cueste, "sencillamente no podemos abandonarlos".