EL MAGNÍFICO INVENTO DE LA TÍA EULOGIA
Publicado en
abril 27, 2022
Mi tía Eulogia quería vender una idea que a nadie se le había ocurrido: hacer una plancha inalámbrica. Ella sabía que no la habían inventado antes, porque los hombres no planchaban...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Que mi tía Eulogia se hiciera famosa no era algo que estuviera en el menú de mi familia, pero como medio mundo tiene sus 15 minutos de fama, por qué no iba a tocarle a ella, ¿verdad? La cosa es que un 15 de diciembre se encontraba planchando las camisas de Roberto y se enredó con el cordón de la plancha, y la plancha le cayó en la mano y se quemó dos dedos... y el resultado del desastre fue que paró en el hospital para quemados, donde la dejaron tres días con la mano vendada colgando de un gancho y una semana en cama.
Fue la Navidad más tranquila de su vida y casi lo agradeció. No tuvo que comprarle regalos a nadie, no tuvo que ocuparse de acaramelar un pavo ni del arbolito ni de sufrir el consabido ataque de nervios; los miembros de la familia se trasladaron al hospital con una rosca de pasas y una botella de orchata, y sumando y restando lo pasaron tan bien, que Roberto le rogó que para la otra Navidad se quemara la pierna.
Después del incidente y una vez de vuelta a su casa, mi tía decidió contactarse con un inventor, usted sabe, uno de esos hombres que se pasan la mitad de la vida inventando cosas raras para patentarlas y hacerse millonarios (casi nunca logran patentar nada pero no pierden las esperanzas). Lo que mi tía Eulogia quería era venderle una idea de algo que a nadie se le había ocurrido antes: una plancha inalámbrica. Si ya se había logrado poner al hombre en la Luna, a bordo de una nave espacial, si se había inventado una vacuna contra casi todos los males conocidos y un sistema (Internet) que te conecta con todo el mundo en menos de un minuto, y si ahora se estaba en el umbral de poder operar a un paciente a la distancia, con ayuda de unas cuantas cámaras de televisión y, además, el hombre había sido capaz de clonar a una oveja (la pobre Dolly), ¡vaya! fabricar una plancha inalámbrica debía ser un asunto de niños.
—Tú estás loca —le dijo Roberto—. ¿Para qué sirve una plancha inalámbrica? Si fuera de alguna utilidad ya la habrían inventado hace tiempo.
Mi tía Eulogia sabía muy bien que si no la habían inventado no era porque no fuese útil, sino porque tradicionalmente las que planchan son las mujeres. "Si quienes plancharan fuesen los hombres", se dijo muy convencida, "la plancha inalámbrica se habría inventado hace por lo menos 50 años".
—Una plancha inalámbrica es la cosa más útil del mundo —respondió mi tía—. Se acabaron los dedos quemados, los cables que se enredan en las piernas, las mesas de planchar obligatoriamente junto a un enchufe, los chiquillos que se electrocutan con los cordones pelados... Me parece tan buena mi idea, que capaz que de ahora en adelante planchar sea un placer y, por lo tanto, hasta un perejiliento como tú se entusiasme y empiece a planchar sus propias camisas.
Roberto suspiró y partió a encontrarse con la flaca. Las latas de mi tía le daban cada día más lata. (Pero, claro, en ese momento, estaba lejos de suponer que mi tía Eulogia iba a saltar a la fama). Mi tía no tardó nada en dar con un inventor de cosas, Edison González, un tipo estrafalario, con las mechas paradas y bastante cara de idiota, que había inventado cuanta tontería existe: una máquina para pasar las penas; un lápiz que escribía solo; una olla con una pantallita de televisión en la tapa (te permitía ver la telenovela mientras cocinabas); una escoba con música para olvidarse de que se está trabajando gratis; un secador de pelo a vapor, que no te quemaba el cabello, pero corrías un serio peligro de morir electrocutada (por este invento el tipo estuvo tres días en la cárcel); un clavo que no necesitaba martillo y otras cosas por el estilo.
Cuando mi tía le habló de la plancha inalámbrica, Edison dio un salto hasta el techo, la idea le parecía buenísima... pero él había tenido tantos problemas con sus inventos, que esta vez no quería correr riesgos. "Así que si le damos con el palo al gato, tendrá que ser usted quien dé la cara", le dijo a mi tía.
Edison se puso a la tarea de inmediato, y como no había nada más sencillo que hacer una plancha sin cordón, la tuvo lista en un mes y ¡plaf!, quién iba a decirlo, la plancha fue un éxito total. Millones de mujeres corrieron a comprarla, los fabricantes de planchas cambiaron sus modelos, en la televisión se la anunciaba diciendo "se acabaron los alambres enredosos y las camisas mal planchadas", y aparecía una vieja planchando con una mano y sujetando un helado de frambuesa con la otra.
Tal como habían acordado, mi tía dio la cara y saltó a la fama de la noche a la mañana. Edison estaba encantado, pero sumamente arrepentido de haberle pedido a mi tía que diera la cara por el invento y llevarse toda la gloria.
"Eulogia, la mujer que inventó la plancha inalámbrica"... "Una inventora genial"... "Los inventos dejan de ser un asunto de los hombres"... rezaban los titulares de los diarios y Roberto, atónito, y la flaca de la esquina, con ese profundo sentido de lealtad de género que tenía, se sintió feliz por su amiga-enemiga. Los niños se declararon encantados de que su mamá apareciera a cada rato en la tele y toda mi familia estaba convulsionada porque nunca, ninguno de nosotros, había aparecido en un diario. Yo misma empecé a presentarme de manera distinta: "Soy la sobrina de la tía Eulogia", declaraba a cualquier lugar que fuera y me hacían una venia.
En medio de ese furor, una mañana llegó un periodista de un diario muy importante para hacerle una entrevista. El periodista era un jovencito con olor a yogur, tipo Brad Pitt, de una arrogancia insoportable, uno de esos jóvenes que miran a las mujeres mayores como quien mira el estiércol de una vaca. Saludó a mi tía Eulogia con cara de hastío, como diciendo: "Esta señora debe ser una buena lata", y encendió su grabadora de mala gana. Se veía que el editor del diario lo había obligado a entrevistarla.
—¿Podría decirme qué la llevó a inventar esta plancha? —preguntó el joven, bostezando.
Mi tía decidió jugar un rato.
—Mi amante —dijo.
—¿Su amante?
—Sí, pues, esta es una plancha mucho más rápida que las otras, no molesta el cordón, el trabajo se hace en un santiamén y eso, claro, me deja más tiempo libre para estar con mi amante.
¡Plop! Del susto, el jovencito estuvo a punto de desmayarse.
—¿Y eso lo podemos publicar en el diario?
—Por supuesto que no —dijo mi tía—, todo esto es off the records.
—¿Y qué edad tiene su amante? —preguntó el periodista siguiéndole el juego a mi tía.
—24 años —dijo ella, guiñándole un ojo.
¡Plop!
—¡24! Usted me está tomando el pelo.
—¿Y tú cuántos años tienes? —le preguntó mi tía a su vez.
—25 —dijo el periodista, confundido.
—Mi amante es un año menor.
La entrevista se fue poniendo cada vez más interesante.
—Dígame, ¿qué es lo que más le molesta de la gente?
—La estupidez —dijo mi tía, sin dudarlo y añadió:— hay dos cosas que son infinitas, la estupidez humana y el universo, y sobre el universo ni siquiera estoy segura —dijo, recordando las palabras de Einstein.
—¿Y ahora qué le pregunto? —quiso saber el periodista, que empezaba a encontrar a mi tía bastante más entretenida de lo que pensó al comienzo.
—Hablemos del matrimonio —sugirió mi tía en voz baja.
—Está bien, ¿qué puede decirme del matrimonio? —preguntó intrigado.
—Mira, joven, voy a decirte algo que dijo hace mucho tiempo un escritor que seguramente no conoces ni de nombre: "El verdadero momento en que una mujer deja de querer a su marido no es cuando se decide a engañarlo, sino cuando él se entera del engaño, porque destruye el encanto de engañarle".
—Mmmm... Si usted engañara a su marido, ¿la perdonaría él?
—Tú, con esa pinta de vaso de leche que tienes, seguramente no sabes nada de la vida, así que déjame decirte que la mujer perdona las infidelidades, pero no las olvida, y el hombre olvida las infidelidades, pero no las perdona, ¿entiendes?
El periodista la miró intrigado.
—¿Sabe, señora? Fíjese que yo estoy de novio y vamos a casarnos en abril. ¿Qué me aconseja?
—Que tengas los ojos bien abiertos antes del matrimonio y medio cerrados después de él.
—¿Y qué hago para hacerla feliz?
—Pues hacerte perdonar a cada rato por estar ahí —sentenció mi tía.
Mi tía Eulogia no tenía ni la menor experiencia en entrevistas y no sabía qué haría el periodista con su grabación. Esa noche se acostó emocionada, sabiendo que al día siguiente ella sería la noticia, aparecería en la primera plana de los diarios y Roberto estaría muy orgulloso de su mujer... ¿Cuántas veces había aparecido la flaca en el diario? Nunca. Pero las cosas no son todas color rosa, como se verá...
A la mañana siguiente, mi tía despertó con el grito destemplado de Roberto. Se sentó en la cama y ahí estaba su marido, con el diario entre las manos, la barbilla temblando, blanco como si fuera un muerto.
—¡Eulogia! ¡Has arruinado mi vida, la de tus hijos, la tuya! —balbuceaba el hombre sin poder controlarse.
Le dio el diario y mi tía solamente alcanzó a leer el largo titular, pues enseguida se desmayó:
"Vieja degenerada inventa una plancha inalámbrica para tener más tiempo libre con su amante de 24 años".
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MARZO 05 DEL 2002