Publicado en
enero 25, 2022
¿Qué le pasaba a mi tía José, que olvidaba fechas que una buena esposa siempre recuerda?
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi tía José llevaba tantos años casada con Julián García Cifuentes, que un buen día empezó a olvidar fechas que una buena esposa no olvida jamás. No se acordaba del año en que se habían casado, no se acordaba dónde habían pasado la luna de miel, ni siquiera se acordaba si habían tenido una luna de miel.
—¿Estás seguro de que fuimos a Acapulco? Yo creo que Acapulco ni existía —le dijo una mañana.
—Sí, existía y fuimos —respondió él malhumorado. Le cargaba la fragilidad de la memoria de su mujer.
—¿Y qué hicimos?
—¿No te acuerdas de nada? ¿No te acuerdas de la amplia y hermosa habitación que teníamos frente al mar, ni de las noches que pasamos en esa terraza hablando de nuestro futuro, ni de lo que hacíamos después, cuando regresábamos a la pieza?
—¿Qué hacíamos?
—Ay, José... Trata de acordarte.
Pero ella tenía profundas lagunas en su memoria matrimonial y lo peor era que ahora, cuando lo miraba y lo veía con esa panza, sin remedio ni solución a corto plazo, sin pelos en la cabeza, con los pies cada vez más grandes y las manos cada vez más chicas y los dedos cada vez más chuecos, le parecía increíble que entre ella y aquel hombre hubiese existido una noche de amor.
—¿Estás seguro, Julián, que tú y yo...?
—Segurísimo, mi amor, ¿de dónde crees que salieron Juliancito, la José chica, María Elvira, Roberto y Luis Enrique?
—Ah, de veras —respondía mi tía, pero no muy convencida.
Un día habló con mi tía Eulogia.
—Estoy preocupada —le dijo—, tengo una excelente memoria para todo, menos para Julián. Todo cuanto tiene que ver con él y con nuestro matrimonio, se me olvida. No me acuerdo cuándo nos casamos, he olvidado nuestra luna de miel, no me acuerdo de su cumpleaños, olvido nuestros aniversarios y no tengo idea de dónde quedaba la primera casa en que vivimos juntos. Ni siquiera me acuerdo en cuál iglesia nos casamos.
—¡Ah! —suspiró mi tía Eulogia, quien poco a poco y con todas las lecciones que le enseñaron entre Roberto, la flaca de la esquina y la misma vida, se había ido poniendo sabia como mi abuela—: Es muy fácil saber lo que te pasa, mujer. Lo que quieres es olvidar a Julián. Eso es. Nada más simple. Es obvio.
—¿A él? ¡Pero cómo voy a querer olvidarlo! Tú debes estar loca. Es mi marido. El padre de todos mis hijos. El único hombre con quien he estado toda mi vida. Mi primer amor. Me enamoré de él el mismo día de mi Primera Comunión. Fue mi novio oficial desde el quinto año de Humanidades, mi sweetheart, como dicen los americanos. Y ha sido mi marido por quién sabe cuántas décadas.
—Por lo mismo es que quieres olvidarlo. No hay marido que dure 100 años ni mujer que lo resista. ¿No te das cuenta?
—¿Y qué hago ahora?
—Toma distancia —le dijo mi tía—. Vete de viaje a cualquier parte. Regálate unas vacaciones. ¿No te gustaría ir a España, por ejemplo?
—¿Sola?
—¡Sola!, pues, mujer, no pretenderás ir con él si lo que quieres es olvidarlo.
Y así fue como mi tía José partió a Madrid dejando a Julián García Cifuentes con la boca abierta y el corazón en un hilo, sin entender nada de lo que estaba pasando en el alma de su mujer. Se había cansado de decirle que a él le importaba un pito que olvidara las fechas, pero ella había insistido en tomar distancia. La maldita Eulogia, bruja de mal agüero (nunca la pudo resistir), la había convencido de que no había marido que durara 100 años ni mujer que lo resistiera. Y para más remate, la había convencido de irse sin decir dónde se alojaría, ni cuándo regresaría, y él no podía llamarla por teléfono ni mucho menos ir a buscarla. Y ni hablar de pretender irse con ella...
—Por lo menos escríbeme cuando llegues —le rogó.
—Ya te escribiré, no te preocupes —le dijo mi tía José.
Un mes más tarde llegó la primera carta, produciéndole a Julián una tierna alegría en el corazón.
"Mi querido Julián: Esto de tomar distancia ha sido tremendamente beneficioso para mí. Estoy empezando a recordar nuestra luna de miel en Acapulco. ¡Claro! Tenías razón. Nuestro cuarto con vista al mar era precioso. He visto de nuevo la terraza, las puestas de sol, el mar a nuestros pies. Y me parece haber vuelto a brindar con esas deliciosas margaritas que tomábamos, ¿te acuerdas? ¡Qué felicidad recuperar mi memoria perdida! Me hace tanto bien la distancia, que voy a quedarme otro mes más".
Dos meses más tarde llegó una segunda carta, produciéndole a Julián un franco alivio, porque ya estaba terriblemente preocupado y angustiado por la larga ausencia de mi tía.
"Mi querido Julián: Esto de tomar distancia ha sido tan beneficioso que, por fin, me acuerdo de tu cumpleaños: estás a punto de cumplir 70 años, naciste el 23 de abril. ¿No es maravilloso que me acuerde? Y también he recordado nuestras noches de amor y las cosas que hacíamos en el hotel de Acapulco, y luego en nuestra casita de la calle Libertad. Hasta he recordado que nos casamos en la iglesia de Nuestra Senóra de la Trinidad, un sábado 15 de septiembre a las 8 de la noche. ¡Qué felicidad recuperar mi memoria perdida! Me hace tanto bien la distancia, que voy a quedarme otro mes más".
Cuatro meses más tarde, Julián se comunicó con la INTERPOL. "Mi señora se fue a recordar a España y no volvió nunca más", le dijo a un detective con un pucho colgando del labio inferior y un abrigo lleno de manchas de mayonesa, que apareció por la casa una mañana.
—¿A recordar, dice?
—Así es.
—¿Y qué es lo que tenía que recordar? —quiso saber el detective.
—Bueno, varias cosas. Nuestra luna de miel, la fecha de nuestro matrimonio, mi edad, en fin, usted sabe, todas esas cosas que olvidan las mujeres.
—¿Sabe una cosa, amigo? Le sugiero que se busque alguna flaca de la esquina y trate de olvidar a su esposa —recomendó el detective.
—Pero es que yo estoy muy viejo para aventuras amorosas. Las flacas son para hombres jóvenes y atléticos, no para un vejete de ojos lacios, como yo.
—Entonces espere a que su esposa vuelva a escribirle, pero nosotros no podemos hacer nada para ayudarlo a encontrarla. Una mujer que quiere tomar distancia de su viejo no se considera ni perdida, ni secuestrada, ni asesinada, ni cabe en ninguna de las categorías de las personas que nosotros buscamos.
Cuando se cumplió un año de su partida, Julián recibió una nueva carta que le produjo una fuerte emoción; de hecho, casi le da un infarto porque, a esas alturas, ya se había resignado a perderla.
"Mi querido Julián: Esto de tomar distancia realmente ha dado buenos resultados. Hace varios días que amanezco pensando en ti, echándote de menos, recordando cada minuto que hemos pasado juntos en esta larga vida que hemos compartido, nuestros aniversarios, las casas en que hemos vivido, nuestras noches de amor, los nacimientos de nuestros hijos... He decidido regresar. He sanado completamente de mis lagunas mentales. Me siento una mujer nueva, con la memoria intacta y tengo deseos de verte. Llego el martes".
Sobra decir la alegría que produjo esta carta en Julián. ¡Por fin volvía!
El martes, a las 10 de la mañana, aterrizó el avión que traía a mi tía de vuelta. No más verla bajar por la escalerilla, Julián supo que el cambio experimentado por su mujer era, de verdad, importante. Se veía más joven, más contenta, sin arrugas, se había teñido el pelo, caminaba como una mujer de 30 años, su cuerpo parecía haberse devuelto, las cosas que se le habían caído volvían a estar en su lugar... una especie de milagro de recuperación.
Esa noche, en la intimidad de su cuarto, Julián le preguntó qué había hecho para verse tan rejuvenecida.
—No hice nada. Tomé distancia, simplemente —respondió ella con los ojos risueños.
—No me vengas con cuentos. Puedo ser un viejo chancletudo, pero tonto no soy. ¿Vas a decirme que en esto de recordar nuestras noches de amor, nuestra luna de miel, el hotel de Acapulco, las margaritas que bebíamos y las cosas que hacíamos hace 50 anós, no intervino nadie? Mírame bien a los ojos, José, y dime la verdad: ¿te enamoraste de alguien en España?
—No podría contestarte, porque se me olvidó —dijo ella y se durmió.
Es la memoria de las mujeres... ¡Qué se le va a hacer!
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 05 DEL 2000