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enero 31, 2022
La vieja aficion a coleccionar conchas marinas goza hoy de gran boga.
Por Murray Hoyt.
VISTEN toda clase de prendas a cual más estrafalaria: holgados chaquetones de capucha sobrepuestos al bikini, sombreros de paja bastante maltrechos, calzado de lona con la suela de caucho, chales, camisetas. Fija la vista en el suelo, armados del inseparable bastón con el que van hurgando la arena, avanzan paso a paso. De cuando en cuando se les oye lanzar jubilosa exclamación de triunfo. Son los entusiastas de una fantástica afición que alcanza día a día mayor boga: la de los buscadores y coleccionistas de conchas marinas.
A la generalidad de los veraneantes que llenan las soleadas playas de cualquier parte del mundo, un día húmedo y frío, de cielo encapotado y mar gruesa, les parece una verdadera calamidad; no así a los miles de hombres y de mujeres para quienes el hallazgo de un ejemplar raro de concha marina es sorpresa tan emocionante como la de encontrar una joya en una chatarrería. A mal tiempo, buena búsqueda de conchas marinas, ya que es entonces cuando la marejada arroja a la playa miles y miles de esas primorosas creaciones calizas.
En Sanibel, isla de la Florida, y en otra isla cercana a ella, la Captiva, las conchas marinas dejadas en la playa por una borrasca forman a veces capas de 60 a 90 centímetros de espesor. Ambas islas son, por lo que hace al tamaño y variedad de los ejemplares, las que mayor abundancia ofrecen en el Hemisferio Occidental, y dos de los lugares más productivos de conchas. Asimismo han de mencionarse la Gran Barrera de Arrecifes, en la Australia nordoriental, las Filipinas y el Japón.
Alfabeto chino llaman a esta Conus.
La Historia ofrece frecuentes ejemplos del valor que las conchas han representado para el hombre. En el África Occidental hubo una época en que por 60.000 conchas cauríes podía un hombre comprarse una esposa joven y saludable, y por 20.000 de esas conchas una cónyuge de la clase común y corriente. Entre los objetos encontrados por los arqueólogos en las excavaciones efectuadas al sur de Babilonia en la tumba real de Shub-ad, soberana que reinó en Ur por los años 2500 antes de Jesucristo, figuraban conchas del género Cardium. En la edad media, los peregrinos que de toda Europa acudían a Santiago. de Compostela a visitar el sepulcro del patrón de España tornaban por recuerdo e insignia de su viaje la concha de la venera, molusco que se cría en las costas de Galicia. Esta concha, llamada de los peregrinos o de Santiago, era para ellos tan codiciable como lo es hoy en día para los coleccionistas que la buscan en las playas de diferentes mares. La Shell Oil Co. fue en sus comienzos empresa constituida para comprar conchas en todo el mundo; el petróleo —¡quién lo hubiera creído!— era en aquel entonces para la Shell negocio secundario.
Las conchas, en especial las cauríes, sirvieron en otra época de medio de cambio tanto en Asia como en África. Por los años del 1800 las naciones europeas que comerciaban con África importaron miles de toneladas de esas conchas de un lustroso blanco amarillento. La moneda de los indios de la costa oriental de los Estados Unidos eran unas cuentas fabricadas de concha de molusco a las cuales llamaban wampum. A las conchas se ha dado variedad de empleos: los de joyas, platos, cazuelas, objetos sagrados y, por supuesto, el de motivos arquitectónicos.
Quienes en la actualidad se dedican a coleccionarlas forman diversas categorías, que van desde la del conquiliólogo o malagólogo de los museos hasta la de la abuelita que gusta de tener unas cuantas conchas "porque son tan lindas". Además, hay para los coleccionistas boletines informativos con los nombres y direcciones de las personas interesadas en negociar en ellas.
De izquierda a derecha: Primera hilera: Diente sangrante, Oreja de mar, Peine limón. Segunda hilera: Gorro escocés, Ala de ángel.
De las conchas que se encuentran en las playas de la Florida son las más estimadas por su rareza: la junonia, la oliva dorada y la garra de león. La que alcanza tal vez mayor valor es la concha del género Conus llamada gloria del mar, procedente de las Indias Orientales y de las Filipinas, de la cual hay apenas unos cuantos ejemplares. Casi tan valiosas como la anterior son otras tres conchas: la caurí gigante moteada, la caurí príncipe, y la pleurotomaria de las Antillas. Ejemplares perfectos de estas últimas se han avaluado en más de 1000 dólares cada uno.
Las caprichosas formas y delicadas tonalidades de las conchas se deben a esqueletos de diminutos organismos marinos trocados en obras de arte mediante secreciones cálcicas durante el proceso que es uno de los insondables prodigios de la Naturaleza. El futuro coleccionista de conchas empezará probablemente eligiendo alguna cuya apariencia le recuerda algo conocido. Así por ejemplo, las conchas llamadas ala de pavo, alfabeto chino, ala de ángel, concuerdan por su aspecto con estos nombres. Lo mismo cabe decir de la oreja de mar. En la diente sangrante, ocurre que la abertura de la concha de este molusco Nerita peloronta semeja la mandíbula inferior de un hombre en la que hubiesen quedado sólo uno o dos dientes que estuvieran sangrando. A la concha sombrero de mandarín le queda muy bien el nombre, y la diminuta concha mano de gatito atraerá inmediatamente la atención del que sepa que así la llaman.
Las junonias son tan altamente codiciadas que han dado motivo a gran número de cuentos. Uno de ellos es el de cierta hombruna dama que vio a pocos pasos una junonia, y también al coleccionista que se adelantaba a coger ese codiciado ejemplar. Con ímpetu muy propio de su marimachesca índole, dio la dama un par de zancadas y yéndose sobre el coleccionista le ganó por la mano, o mejor dicho, por el pie, al plantar el suyo encima de la mano del que la extendía hacia la junonia, de la cual se adueñó de esta manera la dama por derecho de pisadura.
De arriba hacia abajo: Primera: Oliva dorada. Segunda: Caurí (Cypraea moneta). tercera: Gloria del mar, espécimen de gran rareza.
Aun en el caso de haber encontrado lo que, a nuestro juicio, es un espécimen perfecto de una concha notable por su rareza, bien podrá suceder que el conquiliólogo a quien mostremos nuestro hallazgo ponga cara más seria que la de jugador de póker, enarque las cejas y nos diga: "¿Dónde está la otra valva?"; o si se trata de la concha de un molusco univalvo: "¡Qué extraño! No tiene opérculo".\
El espécimen perfecto debe tener: si es de concha de molusco bivalvo, ambas valvas, y también la charnela que las articula; si es de molusco univalvo, el opérculo, o sea, la pieza que en la extremidad del cuerpo del animal sirve a este para cerrar la entrada cuando se recoge en el interior de la concha. La mejor manera de hacerse de especímenes perfectos será pescar vivos los moluscos a que pertenecen las conchas. No menos emocionante que la caza mayor para el aficionado a ese deporte, es para el conquiliófilo este género de pesca, el cual se efectúa rastreando, vadeando o buceando.
Algunos pescadores de conchas se echan encima un equipo que les asemeja a acémila de buscador de yacimientos auríferos en los días de la fiebre del oro. Vadear, en parajes que prometan buena pesca, sin más equipo que zapatos de lona con suela de caucho, traje de baño, guantes, y llevando colgadas del cinturón las mochilas en que se guardarán los hallazgos, es lo propio del pescador que sabe lo que se hace. Si la mar está picada y en el lugar elegido da el agua a la cintura, el pescador irá probablemente provisto de un balde de fondo de vidrio a través del cual pueda ver con claridad el lecho del mar. En caso de bucear, el balde le sirve de sostén mientras descansa entre zambullida y zambullida, y también para echar en él las conchas que vaya encontrando.
Garra de león
En aguas de más fondo (de dos metros y medio a cuatro metros de profundidad), algunos pescadores usan máscara de buceo y snorkel. Otros llevan un neumático inflado al cual va amarrada una cesta, y ambas cosas sujetas con un cordel al cuerpo. De este modo cuentan con la cesta para depositar sus hallazgos, y con el neumático para mantenerse a flote al salir a la superficie para descansar.
Los buscadores de conchas toman muy en serio su afición; pero esto no impide que algunos de ellos sean amigos de bromas. El año pasado, al ir paseando por la playa vi un raro ejemplar de concha peine de las llamadas limón. Al agacharme a recogerla me entusiasmó lo lustroso de su color. Pero vaya sorpresa cuando al mirarla por el otro lado veo escrito allí "¡Hola!" Un guasón había tenido la ocurrencia de pintar de un hermoso amarillo limón el lado de la concha que quedaba a la vista, para que alguien —yo en este caso— se llevase un buen chasco.
Otro bromista importó del Japón una caja de conchas baratas, pero de muy vistosa apariencia, las cuales esparció en la playa frente a su casa, para pasar un rato divertido viendo y oyendo los aspavientos y las exclamaciones de los que encontraban esas chucherías. Veces ha habido, sin embargo, en que se encuentren en las playas del Caribe y del Golfo de México auténticas conchas de los mares del Pacífico. Un barco con cargamento de orejas de mar que viajaba de California a Nueva York zozobró frente a la costa de Santiago de Cuba. Años después del naufragio estuvieron apareciendo en las playas vecinas esas conchas, para contento de cuantos las hallaban. Otro caso fue el de una casita en la playa de Fort Myers (la Florida), que, conteniendo una hermosa colección de conchas procedentes de todas partes del mundo, fue arrastrada y destruida por un huracán. Conchas del Japón y aun de la Gran Barrera de Arrecifes de Australia aparecieron durante años en las playas cercanas.
Mano de gatito
Reina en las playas frecuentadas por buscadores de conchas un ambiente de cordial satisfacción. Por espacio de un par de semanas nos cruzamos diariamente mi mujer y yo con una de las pocas personas que en la playa tenían cara de pocos amigos: una señora que, al saludarla nosotros, nos miraba con cierto airecillo de superioridad.
Pues bien, esa misma señora vino un día a nuestro encuentro sonriendo de la manera más amistosa, para decirnos: "Estoy encantada con esta playa. Acabo de encontrar mi junonia".
Fotos por J. D. Barnell. Cortesía de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia.