Publicado en
octubre 25, 2021
Era una parte solitaria del lago a la que casi nadie iba. Por eso fue que me sorprendió ver a un niño ahí. Estaba de espaldas, las piernas sumergidas en el agua y los hombros encogidos en gesto de abatimiento. Me inquietó su presencia, así que me metí en el agua para acercarme y saber qué le ocurría.
El niño se volvió al oír mis pisadas en el agua. La sonrisa que me dirigió era de infinita tristeza y de desolación. Sus ojos, grandes y negros, reflejaban lo mismo. Me sentí conmovido.
―¿Qué haces aquí tan solo, pequeño? ―le pregunté, agachándome a su lado.
―Me perdí ―respondió, casi a punto de echarse a llorar―. Y me sucedió algo terrible. ¿Me ayudas a salir del agua? ―Tendió sus manitas de niño hacia mí, suplicante.
―Ven aquí, yo te ayudo. ―Lo cogí por las axilas y empecé a izarlo―. Y no te preocupes, yo te llevo a casa. ―Lo alcé, lo abracé por la espalda con una mano y quise tomar sus piernecitas con la otra, ¡pero no toqué nada!
Aterrado, miré que el niño no tenía piernas, estaba cortado justo a la altura de la cintura. Jirones de carne blancuzca le colgaban como péndulos. ¡Grité! Y mientras lo hacía, mis piernas se debilitaron y se doblaron completamente. ¿Tan grande había sido el susto que se me aguadaron las piernas...? Y entonces, ¡Oh, horror! Me di cuenta que yo no tenía piernas. Veo como el niño, que ya tenía sus piernas, se pone de pie. Su mirada sigue siendo de tristeza, pero también puedo observar alivio.
―Lo siento ―musita―. Me salvaste de esta maldición y ahora tu debes salvarte de la misma. Estarás en el agua hasta que alguien te auxilie sacándote de aquí. Sólo así serás libre y habrás pasado la maldición a otra persona. ―Y, saltando en el agua, se marchó.
Un rato después, más calmado, analizo la situación y asimilo todo lo que ocurrió. Sin nada más que pueda hacer, debo esperar hasta que alguien llegue a auxiliarme y ocupe mi lugar.
Fuente del texto:
BookNet