ONU: BUROCRACIA SIN RUMBO
Publicado en
julio 04, 2021
Aunque fue fundada para ayudar a otros, la institución parece estar consagrada a su propio servicio.
Por Dale Van Atta.
En su 50 aniversario, la ONU es un vasto y multimillonario imperio de oficinas y empleados diseminados por todo el mundo. Luego de entrevistar a numerosos funcionarios en Estados Unidos y el extranjero, y de examinar miles de páginas de documentos de esa organización, muchos de ellos confidenciales, el redactor viajero Dale Van Atta comprobó que la institución está urgida de una reforma.
Este artículo acerca del Secretariado General y los organismos especiales de la ONU es el segundo de dos informes. El primero, "El fiasco de la ONU como fuerza de paz", se publicó el mes pasado.
POR LA IMAGEN que proyectaba en público, Aly Teymour, hijo del camarero mayor del finado rey Faruk de Egipto, parecía el hombre perfecto para el puesto de jefe de protocolo de las Naciones Unidas. "Cuando camina por los pasillos de la ONU vestido con su terno oscuro de corte conservador", publicó en tono de elogio el Times de Nueva York, "su presencia es imponente".
Sin embargo, se murmuraba que, en privado, acosaba sexualmente a funcionarios jóvenes de la organización. Un estadounidense de 23 años reveló a un reportero que a fines de 1990 Teymou lo había manoseado en el baño de hombres del Consejo de Seguridad. En diciembre de 1992, cuando la prensa comenzó a divulgar los rumores, el Times de Londres le preguntó a un alto funcionario de la ONU qué pensaba hacer el secretario general al respecto. Nada, fue la respuesta, pues el nombre del jefe de protocolo no se había mencionado en los diarios.
En vez de investigar el asunto, el secretario general Boutros Boutros-Ghali dio a Teymour el nuevo nombramiento de secretario general adjunto, con un salario de más de 120,000 dólares anuales. Pero los diplomáticos árabes y de otros países siguieron quejándose entre ellos de que el hombre se había vuelto motivo de vergüenza. Finalmente, el secretario general decidió despedirlo; pero, como explicó a Reader's Digest, no sin una compensación. "Le encargué una última conferencia internacional", dijo Boutros-Ghali. En marzo de 1995, Teymour viajó a Copenhague, por cortesía de la ONU. Hoy día está oficialmente "jubilado", con su pensión completa, y sigue desmintiendo los rumores.
Dispendios e indolencia. El caso Teymour ejemplifica la tolerancia del abuso que prevalece desde hace tiempo en la ONU, institución que fue fundada para ayudar a otros pero que parece estar consagrada a su propio servicio:
• En los peores momentos de la hambruna que se desató en Etiopía, mientras los empleados de la ONU hacían literalmente una colecta entre ellos para ayudar a las moribundas víctimas, la Asamblea General aprobó una erogación de 73.5 millones de dólares para construir un centro de conferencias en Addis Abeba, la capital etíope. Once años después, el gigantesco edificio aún no está terminado, y los costos proyectados ascienden a 107 millones de dólares. Se cree que el centro va a estar vacío casi todo el tiempo.
• En septiembre de 1994, la ONU desmontó un sistema de seguridad en su sede, que costó 938,000 dólares y nunca se utilizó. El sindicato de empleados había impedido que se activara el sistema de torniquetes que leería electrónicamente las tarjetas de identificación, con el argumento de que el personal temía los riesgos para la salud que pudieran causar las ondas de radio.
Pero el verdadero motivo era que los relojes de los torniquetes podían registrar la hora exacta de llegada y salida de los empleados. "El personal no quería que se vigilara su puntualidad", declaró a Reader's Digest un veterano delegado estadounidense.
Mala administración. Con sede en el famoso edificio de 39 pisos y cristales verdes desde los cuales se divisa el río East de Nueva York, la ONU está constituida hoy por cientos de oficinas, comités y comisiones diseminados por todo el orbe. En 1945, cuando se fundó, tenía un personal de 1500 empleados y un presupuesto anual de menos de 20 millones de dólares. Hoy cuenta con unos 53,000 empleados y tiene un costo de operación de 10,000 millones de dólares al año.
"La casa modelo que diseñaron los fundadores en 1945 se ha convertido en una enorme y ruinosa estructura", afirma Sir Brian Urquhart, de Gran Bretaña, ex subsecretario general de la ONU y uno de los principales partidarios de su reforma. Al decir de la ex embajadora estadounidense Jeane Kirkpatrick, tal gigantismo se ha traducido en "derroche, acaparamiento, exceso de personal y mala administración". Estos males adoptan diversas formas:
Mina de oro. Durante 17 años, Mostafa Tolba fue director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), con sede en Nairobi, Kenia. Cuando se jubiló, en 1992, percibía un salario anual equiparable al del secretario de Defensa de Estados Unidos (143,800 dólares en ese tiempo), aunque él debía rendir cuentas sobre un presupuesto de 63 millones de dólares, y el Departamento de Defensa administraba 282,000 millones.
Al término de la gestión de Tolba, un informe de la ONU reveló que se habían resuelto pocos de los problemas ambientales por los que se creó el PNUMA; además, un funcionario del programa reconoció que "algunos de los problemas han empeorado". Pese a todo, Tolba se jubiló con una pensión de más de 50,000 dólares al año. El ex director también instituyó un premio de ecología de 200,000 dólares, cuyo ganador en 1993 fue él mismo.
Los salarios de la ONU compiten con los más altos de la Ciudad de Nueva York. La mayoría de los empleados disfrutan de un estipendio de 1270 dólares por cada hijo menor de 18 años; además, la institución paga a los empleados extranjeros hasta 12,675 dólares anuales por cada hijo inscrito en una escuela primaria particular, y la misma cantidad por cada hijo universitario. Se permite jubilarse desde la edad de 55 años, con pensiones 25 por ciento más altas que las que reciben los servidores públicos estadounidenses.
Muchos gobiernos no imponen gravámenes a los salarios devengados en la ONU. Así, un empleado de la institución que gana 72,000 dólares anuales percibe un salario neto equivalente a un sueldo de 120,000 en la Ciudad de Nueva York.
Fábrica de papel. Cada año la ONU publica una verdadera montaña de documentos —más de 2000 millones de páginas— en una enorme imprenta instalada bajo el jardín norte de la sede. Según un informe de 1992 de McKinsey & Co., una empresa internacional de consultoría en administración, los empleados de la imprenta se toman casi cinco veces más días por enfermedad, el doble de vacaciones y el doble de descansos durante la jornada laboral que sus colegas de las imprentas privadas de Estados Unidos. A pesar de ello, sus salarios son 40 por ciento más altos. McKinsey recomendó a la ONU cerrar la imprenta para obtener sustanciosos ahorros, pero fue desoída.
Vida eterna. Una vez creadas, las agencias, oficinas y comisiones de la ONU se niegan rotundamente a morir. En 1955, siendo un joven funcionario del Departamento de Estado norteamericano, Ronald Spiers ayudó a organizar el Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas, que iba a disolverse luego de rendir un informe. En 1989, cuando regresó a la ONU para ocupar el puesto de subsecretario general, Spiers se encontró con que dicho comité temporal se había convertido en una institución, con sede en Viena, que contaba con personal y presupuesto propios. Varias de sus funciones coincidían con las de la Organización Internacional de Energía Atómica, también de la ONU.
El moribundo Comité del Personal Militar se reúne cada dos viernes en un salón del sótano del Secretariado General. Desde hace decenios su principal ocupación ha sido fijar la hora de la próxima junta. El Comité de Descolonización se creó en 1961. Hoy quedan sólo 17 colonias en el mundo, y casi todas prefieren conservar esa condición; pero al comité se le sigue asignando un presupuesto bianual de más de 500,000 dólares.
Traición a refugiados. Fundado en 1951, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), con sede en Ginebra, ha recibido el Premio Nobel de la Paz en dos ocasiones. Con 5000 empleados y una partida anual de 1200 millones de dólares, el ACNUR salva miles de vidas en todo el mundo. Pero la mala administración y el hurto han manchado su antes encomiable trayectoria.
En enero de 1991, mientras 50 personas morían cada día en el campamento Dolo, del sur de Etiopía, la ayuda alimentaria del ACNUR para los refugiados somalíes iba a parar al mercado negro. En el campamento Liboi, del norte de Kenia, el asesino era la falta de agua potable. Se habría podido instalar un pozo de bombeo en dos días, pero los desacuerdos que surgieron entre la oficina del ACNUR en Nairobi y la empresa local de construcción de pozos, administrada por alemanes, demoró por meses la operación, mientras cientos de personas perecían.
En 1983, el ACNUR envió a Uganda como su representante a Shinga-Vele Lukika, zairense que llevaba 17 años trabajando en la dependencia. Durante su gestión en ese país, desaparecieron alimentos y equipos valuados en más de 2 millones de dólares. Entre lo sustraído había 260 toneladas de mercaderías destinadas a los refugiados pobres, y vehículos del comisionado que valían más de 670,000 dólares.
En una auditoría de la ONU se hizo referencia a la oficina de Lukika por su "mala administración", y el zairense fue llamado a Ginebra en 1986 y suspendido... con su paga completa. Pero sus simpatizantes armaron revuelo. El alto comisionado adjunto de ese tiempo, el estadounidense Arthur Dewey, recuerda que durante un almuerzo en Ginebra, un funcionario africano del ACNUR comentó que sus colegas de África lo matarían si presionaba para que se investigara a fondo a Lukika. Dewey no se amilanó y recomendó el despido del hombre, pero Javier Pérez de Cuéllar, entonces secretario general de la ONU, pidió al ACNUR que lo recontratara.
La dependencia envió a Lukika de regreso a África en 1989, esta vez a Yibuti. Dos años después, las guerras civiles en Etiopía y Somalia ocasionaron que grandes oleadas de personas se refugiaran en aquel país. Lukika recibió del ACNUR enormes cantidades de alimentos y otros productos. Nuevamente, una auditoría reveló anomalías administrativas y un desfalco de casi 690,000 dólares, incluidos siete pagos hechos a compañías ficticias por un monto de 346,000 dólares.
Finalmente, en 1991, se obligó a Lukika a renunciar. Nunca se le entabló juicio ni se le ordenó restituir ni un centavo, y recibió su pensión completa hasta la fecha en que murió, poco después.
Inflación burocrática. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que financia unos 5000 proyectos con un costo anual de 1000 millones de dólares, constituye la mayor fuente de fondos de la ONU para el Tercer Mundo. Pero, con una red de oficinas en 132 países en desarrollo y casi 7000 empleados, el PNUD destina más de 200 millones de dólares al año tan sólo al pago de salarios.
La corrupción ha llegado a un grado pasmoso. Un empleado del PNUD en Mali desfalcó 560,000 dólares; otro, en Kenia, malversó 368,000.
También tenemos el caso de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), con sede en Viena, cuyos 900 empleados tienen, supuestamente, la misión de fomentar el crecimiento económico del Tercer Mundo. Consciente de la necesidad de reducir su tamaño, la ONUDI despidió a 120 de sus empleados en 1993. Pero ese mismo año, el director general de la dependencia, Mauricio de Maria y Campos, contrató como consultor "temporal" a su ex jefe, Rana Singh, funcionario de la ONU jubilado. Este percibe su pensión completa, un jugoso salario y viáticos por día. Un documento confidencial del gobierno de Estados Unidos calcula que gana 12,000 dólares mensuales, aunque "no hay nadie en Viena que sepa decir qué es lo que hace". Sus contratos "temporales" se han renovado al menos tres veces. Singh declaró a Reader's Digest que ha estado ayudando a "reorganizar" la agencia.
Dormidos en sus laureles. Dos organismos de la ONU que reciben frecuentes elogios por sus buenas obras son la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), que en 1965 ganó un Premio Nobel. La OMS se anotó su mayor triunfo en 1977, cuando llevó a feliz término una asombrosa campaña —que duró diez años y tuvo un costo de 100 millones de dólares— para erradicar del mundo la viruela. Por desgracia, ambas agencias se han dormido en sus laureles en los últimos años.
El presupuesto anual de la OMS, de 1800 millones de dólares, es el más alto de todos los organismos especiales de la ONU. Pero según dos profesores de la Universidad George Mason, que publicaron un candente informe sobre la OMS, la agencia invierte más de la mitad de esa suma en sus 6000 empleados (incluidos los consultores), muchos de los cuales trabajan en Ginebra.
A los programas de prevención y control de enfermedades sólo se asigna el 34 por ciento del presupuesto, y menos de uno por ciento se destina a combatir el paludismo, mal que según la propia dependencia constituye "el mayor problema de salud en las regiones más pobres del mundo".
En 1992, los medios mostraron escenas conmovedoras de la embajadora especial del UNICEF, Audrey Hepburn, sosteniendo en brazos a niños somalíes víctimas de la hambruna. Poca gente sabía que en 1991, cuando comenzó la crisis en Somalia, el UNICEF huyó del país —junto con las demás agencias de la ONU— y dejó que las instituciones de beneficencia privadas afrontaran solas el problema buena parte de ese año.
Cuando el organismo regresó, sus empleados ocuparon tres de las mejores quintas del país, con alquileres de hasta 5000 dólares mensuales. Un funcionario de la ONU que fue testigo de los hechos se quejó: "Los jefes trabajan en oficinas y viven en villas con aire acondicionado, pero, aparte de sus excursiones a la playa, no hacen otra cosa en Somalia".
Reformas a medias. En los últimos años ha habido varios intentos de reformar la ONU desde dentro. En 1993, el entonces subsecretario general Dick Thornburgh, ex gobernador de Pensilvania y procurador general de Estados Unidos, respaldó varias iniciativas reformistas, entre ellas la de cerrar la enorme imprenta de la organización. Renunció al cabo de un año, después de publicar una acerba crítica. Joseph Connor, actual subsecretario de la ONU, también espera cambiar la institución; para ello tiene planeado crear un sistema de evaluación del desempeño profesional, capacitar a directores y empleados, y reestructurar el escalafón. Pero Connor es el séptimo en ocupar ese puesto en siete años, lo que hace suponer que dejará inconcluso el trabajo.
El año pasado, la embajadora estadounidense Madeleine Albright declaró ante el Congreso: "No puedo justificar ante los contribuyentes de mi país ciertos arreglos relacionados con el personal, los ventajosos convenios de jubilación, la irresponsabilidad, el derroche de recursos, la duplicación de funciones y la falta de atención a los resultados que prevalecen en la ONU".
Los comentarios de la diplomática son muy atinados, pero falta que se haga algo al respecto. "Si no se actúa", advierte Charles Lichenstein, ex embajador de Estados Unidos ante la ONU, "el público norteamericano" —y el resto del mundo— "bien podrían concluir que la vida útil de la ONU ha llegado a su fin".