CUIDADO CON EL EXCESO DE HIERRO
Publicado en
junio 08, 2021
La demasía de este mineral en la dieta puede ser nociva.
Por Suzanne Chazin.
UNO DE LOS PRIMEROS principios dietéticos que se nos enseñan es que el hierro da salud y vigor al organismo. Los cereales de caja se enriquecen por sistema con el equivalente de entre 25 y 100 por ciento del suministro diario que de este mineral recomiendan las autoridades de salud. El hierro entra también en la composición de complementos de vitaminas y minerales, y se agrega a panes y a pastas alimenticias. Semejante abundancia está encaminada a prevenir la anemia (padecimiento consistente en la incapacidad de la sangre para transportar suficiente oxígeno a los tejidos), y lo ha logrado: la mayoría de la gente nunca padece esta enfermedad.
Hasta no hace mucho, los expertos suponían que no había razón para fijar límites al consumo de hierro, pero ciertas investigaciones efectuadas en fechas recientes revelan una inquietante posibilidad: una dieta rica en este mineral puede incrementar el riesgo de contraer afecciones cardiacas. Aunque los resultados no son concluyentes, indican que el hierro es menos inofensivo de lo que se pensaba.
¿Reserva dañina? El cuerpo humano necesita hierro para fabricar glóbulos rojos, que son los vehículos del oxígeno en el torrente circulatorio. Sin este mineral dejarían de formarse los glóbulos, y la consiguiente falta de oxigenación de los tejidos afectaría el funcionamiento de todos los órganos. Quienes no ingieren hierro en cantidad suficiente se sienten desganados y son menos resistentes a las enfermedades.
Sin embargo, una vez que el organismo asimila el mineral, ya no lo elimina, a menos que sufra una pérdida de sangre, sea por menstruación, parto, lesión, donación u otra causa. El hierro que queda después de producido el número necesario de glóbulos rojos se almacena en forma de una proteína llamada ferritina. Esta reserva, que va aumentando con la edad, se consideró inocua hasta 1979, año en que Jerome Sullivan, entonces estudiante de medicina y hoy patólogo del Centro Médico para Ex Combatientes de Charleston, Carolina del Sur, sospechó que no era así.
Sullivan a menudo examinaba las arterias y el corazón de pacientes que morían de insuficiencia coronaria. Una duda lo corroía: ¿Por qué esas personas eran casi siempre varones? ¿Por qué era tan raro que las mujeres jóvenes, incluso las que tenían elevadas concentraciones de colesterol en la sangre, sufrieran infartos cardiacos? Los expertos insistían en que ciertas hormonas sexuales femeninas, los estrógenos, prevenían las enfermedades del corazón.
Al estudiar los textos médicos, Sullivan reparó en un curioso dato estadístico: el riesgo de contraer afecciones cardiacas es mayor entre las mujeres que se han sometido a la histerectomía, aunque no se les hayan extirpado los ovarios (principales fuentes de hormonas femeninas del organismo). Por consiguiente, el efecto preventivo no podía atribuirse a los estrógenos, sino al útero. Y la única función del útero, aparte de la gestación, es menstruar. ¿Acaso la pérdida periódica de sangre, rica en hierro, protegía a las mujeres en edad fértil contra las enfermedades cardiacas?
Un factor inadvertido. Sullivan averiguó que la mujer media en edad de menstruar tiene una insignificante reserva de hierro de entre 10 y 40 microgramos de ferritina por litro de sangre, cifra que se triplica en las sexagenarias. Por su parte, el hombre empieza a acumular hierro en cuanto deja de crecer, y a los 45 años alcanza la misma concentración de ferritina en la sangre que una mujer a los 70.
El especialista analizó después la tasa de mortalidad por infarto de cada sexo. A los 45 años de edad, dicha tasa es, al igual que la reserva de hierro, cuatro veces mayor entre los hombres que entre las mujeres. Sin embargo, como estas últimas comienzan a acumular hierro a partir de la menopausia, al cumplir 70 años corren el mismo riesgo de sufrir un infarto que los hombres a los 45.
Por último, el médico averiguó que las mujeres menstruantes pierden anualmente unos 500 miligramos de ferritina en el flujo menstrual. A juicio del investigador, si el flujo menstrual protege a las mujeres en edad fértil contra las afecciones cardiacas, la donación de medio litro de sangre cada seis meses tendría el mismo efecto sobre los hombres y sobre las mujeres que ya no menstrúan.
En junio de 1981, Sullivan publicó sus hallazgos en la revista británica The Lancet, pero la comunidad médica no les prestó atención, pues contradecían decenios de estudios que asociaban las enfermedades del corazón con la hipertensión, la obesidad, el exceso de colesterol en la sangre, el tabaquismo, la falta de ejercicio, la edad y el sexo.
"Yo creo que a nadie le hace daño disminuir su reserva de hierro, pero me parece que la hipótesis de Sullivan desvía nuestra atención de las causas principales de las cardiopatías, entre ellas el exceso de colesterol en la sangre", sostiene el epidemiólogo Meir Stampfer, investigador de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Harvard.
Con todo, Sullivan seguía convencido de que había otro factor implicado en el desarrollo de las enfermedades del corazón.
Cuestión de viscosidad. En 1990, el doctor John Murray, cardiólogo de la Universidad de Minnesota que realizaba un estudio en una comunidad de pastores nómadas africanos, observó que ninguno de los hombres mayores de 50 años padecía del corazón, aun cuando su dieta consistía principalmente en leche entera, rica en grasas saturadas y colesterol. Sin duda, los pastores hacían más ejercicio que el hombre sedentario medio, pero este hecho no bastaba para explicar por qué el colesterol no les causaba la muerte.
Murray sabía que la leche contiene poco hierro. Con base en la afirmación de Sullivan de que las grasas saturadas y el colesterol son inofensivos cuando no se han sometido a la acción oxidante del hierro, el investigador midió la viscosidad del colesterol sanguíneo de los pastores antes y después de administrarles complementos del mineral. A los 60 días de iniciado el uso de los complementos, la aumentada cantidad de hierro en el organismo favoreció la oxidación de las lipoproteínas de baja densidad (LBD), o colesterol "malo". Otros estudios han relacionado este colesterol oxidado y viscoso con la formación de ateromas, masas de materia grasa que se depositan en las paredes arteriales y obstruyen la circulación.
Habrían de pasar todavía dos años para que se hallaran pruebas más concluyentes del papel del hierro en el desarrollo de las cardiopatías, y de su acción oxidante del colesterol. El hallazgo fue obra de un grupo de científicos de Finlandia, país donde el consumo de carne y la cifra de infartos figuran entre los más elevados del mundo. El epidemiólogo Jukka Salonen y sus colegas, de la Universidad de Kuopio, observaron a 1900 finlandeses varones de entre 42 y 60 años de edad por espacio de un lustro; midieron las reservas de hierro de su organismo, y los interrogaron acerca de su alimentación. En el curso de la investigación, 83 de los participantes sufrieron infartos.
Entre los individuos con mayores reservas de hierro, el riesgo de sufrir un infarto resultó más de dos veces superior al de aquellos con menores reservas. Entre los que tenían concentraciones elevadas tanto de hierro como de LBD, el peligro fue del cuádruple. Al comparar los distintos factores de riesgo, Salonen concluyó que el exceso de hierro es más decisivo que la alta concentración de colesterol, la hipertensión arterial y la diabetes.
Aunque los críticos insisten en que las verdaderas causas de las afecciones cardiacas son las grasas saturadas y el colesterol, los estudios citados hacen suponer que la acción combinada de este último con el hierro puede ser un factor predisponente. Cuanto mayores son las reservas del mineral en el organismo, tanto más se oxida el colesterol. Por desgracia, no se han emprendido estudios importantes para comprobar el fenómeno inverso; es decir, si la oxidación del colesterol disminuiría si se redujeran periódicamente las reservas de hierro.
Los científicos todavía disienten en cuanto a la gravedad del peligro, pero convienen en que no se ha demostrado que las reservas del mineral reporten beneficio alguno.
Un mal escurridizo. Por el contrario, quienes todavía crean que la abundancia de hierro es benéfica no tienen más que echar una mirada a sus consecuencias: en los cinco últimos años perecieron 34 niños, y 160 enfermaron de gravedad, por haber ingerido accidentalmente complementos del mineral. Por otra parte, el hierro resulta letal para los enfermos de hemocromatosis, trastorno hereditario caracterizado por la acumulación de cantidades excesivas del mineral. Como sus síntomas son vagos y se parecen a los de otras enfermedades de la edad madura (como diabetes, cardiopatías, cirrosis y cáncer), muchos casos pasan inadvertidos hasta que la enfermedad alcanza una etapa irreversible.
Protéjase. Aunque usted no se cuente entre las personas propensas a almacenar cantidades excesivas de hierro, le convendría tomar algunas precauciones:
1. Averigüe cuál es su reserva de hierro. Entre las mujeres menstruantes, la concentración de hierro debe ser de entre 12 y 40 microgramos de ferritina por litro de sangre; entre las mujeres que ya no menstrúan y los hombres, la cifra debe hallarse entre los límites de 70 y 150.
En ciertos casos, los hombres mayores de 35 años y las mujeres que han pasado la menopausia harían bien en someterse a una determinación de la ferritina sérica. Eugene Weinberg, experto en hierro de la Universidad de Indiana, recomienda hacerlo "si los padres o un pariente consanguíneo murieron de afecciones cardiacas, diabetes, cáncer de páncreas, colon o hígado, o si sufrían una artritis grave. Es posible que hayan padecido hemocromatosis sin saberlo".
En opinión de algunos investigadores, quienes alcancen o excedan el límite de 150 deben someterse a un régimen pobre en hierro.
2. Coma menos carnes rojas. En un estudio de cuatro años de duración efectuado con un grupo de casi 45,000 hombres y cuyos resultados se publicaron en 1994, el doctor Walter Willett, epidemiólogo de la Universidad Harvard, y sus colegas averiguaron que la ingestión abundante de hierro procedente de carnes rojas incrementa moderadamente el riesgo de contraer una insuficiencia coronaria mortal y de sufrir infartos cardiacos no mortales. Como las carnes rojas contienen enormes cantidades de colesterol y de hierro, abstenerse de ellas puede reportar un doble beneficio al corazón.
3. Vigile su ingestión de hierro complementario. Una persona que comienza el día con una tableta de vitaminas y hierro y un tazón de cereal que contenga el suministro diario completo del mineral ha tomado ya 36 miligramos: el doble de lo recomendado. Los científicos aún discuten si el hierro complementario, que no proviene de la carne, resulta perjudicial, pero, dado que su exceso no ofrece beneficios, los investigadores aconsejan a los hombres, y a las mujeres que ya no menstrúan, tomar complementos sin hierro y cereales no enriquecidos con el mineral.
4. Done sangre. Un estudio realizado en Finlandia y publicado en 1994 reveló que, entre los hombres cuyas reservas de hierro disminuían a causa de la donación periódica de sangre, se reducía en 44 por ciento la susceptibilidad a la oxidación de las LBD.
Entre los hombres que donan sangre cuatro veces al año, la concentración de ferritina puede disminuir a menos de 50 microgramos por litro de sangre; entre las mujeres, a 25. Además, en un estudio efectuado en Italia con un reducido grupo de personas, los donadores de sangre de entre 65 y 69 años presentaron una tasa de mortalidad de 50 por ciento con respecto a los no donadores de la misma edad.
Aunque todavía se discute si la demasía de hierro resulta perjudicial, los investigadores coinciden en un punto: las personas que toman complementos de este mineral para combatir la anemia ferropénica no deben suspender su consumo, a menos que su médico lo apruebe.