LA CONSTELACIÓN DE LAS PLÉYADES (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
mayo 10, 2021
Cuento Danés seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una vez un hombre que tenía seis hijos a los que no había puesto nombre, como suele hacer la gente, sino que simplemente les llamaba por orden de edad: Primero, Segundo, Tercero, Antepenúltimo, Penúltimo y Último.
Cuando el Primero tenía dieciocho años y el Último doce, el padre los envió a todos a recorrer mundo para que cada uno de ellos aprendiera un oficio. Se pusieron en marcha. Al principio recorrieron un trecho del camino juntos, pero pronto llegaron a un lugar en el que había un doble cruce de caminos, de tal forma que de él salían seis caminos que iban en distintas direcciones. Entonces acordaron que se debían separar y que cada uno seguiría su propio camino. Decidieron también que justo dos años después se volverían a reunir todos allí y regresarían juntos a casa de su padre.
Y, efectivamente, el día acordado se volvieron a reunir todos allí y regresaron todos juntos a casa de su padre. Entonces éste les fue preguntando a cada uno cuál era el arte que había aprendido. El Primero dijo que se había hecho maestro en construcción naval y que era capaz de construir barcos que navegaban solos. El Segundo se había embarcado, se había hecho piloto y era capaz de pilotar un barco tanto en los aires como en el agua. El Tercero sólo había aprendido a escuchar, pero lo hacía tan bien que desde un reino era capaz de escuchar lo que pasaba en otro. El Antepenúltimo se había hecho tirador, y cada uno de sus disparos era magistral. El Penúltimo había aprendido a trepar; podía subir por una pared como si fuera una mosca y no había muro de roca tan escarpado que no fuera capaz de subirlo.
Cuando el padre hubo oído a estos cinco y se hubo enterado de lo que eran capaces, dijo que aquello no estaba del todo mal, que quizás era cuanto podía esperarse, pero que, no obstante, él había esperado más de ellos, pues, al fin y al cabo, lo que habían aprendido también otros eran capaces de hacerlo. Finalmente quiso saber qué había aprendido el Último; siempre había depositado en él sus máximas esperanzas, pues era su hijo preferido y predilecto.
El Ultimo se alegró de que por fin le tocara el turno a él, y contestó, enormemente satisfecho, que se había convertido en un maestro del robo. Cuando el padre oyó aquello, se puso tan furioso que le cogió de las orejas y gritó:
—¡Qué vergüenza! ¡Has traído la deshonra a mí y a toda la familia!
Por aquel entonces sucedió que un mago malvado le robó al rey del país su joven y encantadora hija. Y el rey la prometió como esposa -y, además, la mitad de su reino como dote- a aquel que la encontrara y se la arrebatara al mago. Entonces los seis hermanos decidieron salir a probar suerte. El maestro en construcción naval construyó un barco que navegaba solo. El piloto lo pilotó por tierra y por mar. El escucha escuchó atentamente en todas direcciones y por fin afirmó que la oía en el interior de una montaña de cristal. Pusieron rumbo hacia allí. El escalador subió la montaña a toda velocidad y desde arriba vio al mago: estaba dormido y su horrible cabeza reposaba en el regazo de la princesa. Entonces descendió, fue a buscar al pequeño y magistral ladrón, se lo cargó a la espalda y se metió con él en la montaña. El ladrón magistral le robó la princesa al mago de debajo de su cabeza sin que éste se diera cuenta, y a continuación el escalador bajó a los dos hasta el barco.
En cuanto ya estaban todos a bordo, zarparon. El escucha no dejó de prestar atención al mago. Cuando aún no se habían alejado mucho de donde éste se encontraba, les dijo a los otros:
—El mago se está despertando... Se despereza... Echa en falta a la princesa... ¡Ahora viene hacia aquí!
A la princesa le entró entonces un miedo terrible y dijo que estarían todos perdidos a menos que hubiera un excelente tirador a bordo, que el mago podía viajar por los aires hasta cualquier sitio y que pronto les daría alcance. Dijo además que era invulnerable y que las balas no le hacían nada, salvo si le daban en un pequeño punto negro que tenía en mitad del pecho, no mayor que el ojo de una aguja.
Y, efectivamente, el mago llegó volando por los aires a toda velocidad. El tirador apuntó inmediatamente hacia él, disparó y le alcanzó justo en mitad del diminuto punto negro. En ese mismo momento, el mago estalló por completo en miles y miles de pedazos incandescentes y sus fragmentos se esparcieron echando humo en todas direcciones; de ahí procede la gran cantidad de pedernal que se encuentra por todas partes.
Los seis hermanos llegaron por fin a casa con la princesa, a la que llevaron a la corte de su padre. Todos se habían enamorado de ella, y todos y cada uno de ellos podían decir que sin su ayuda ella nunca se habría salvado. El rey se vio entonces en un gran apuro, pues no sabía a cuál de ellos debía entregar a su hija. En el mismo apuro se vio la princesa, pues no sabía a cuál de ellos quería más.
El buen Dios, sin embargo, no quiso que hubiera peleas entre ellos, así que hizo que los seis hermanos y la princesa murieran esa misma noche. Luego esparció a los siete por el cielo, convertidos en estrellas, que son lo que ahora conocemos por la constelación de las Pléyades. La estrella que más brilla es la princesa, y la que menos, el pequeño ladrón.
Fin