PROFETA DEL MUNDO MODERNO
Publicado en
abril 19, 2021
Su sentido de la justicia, su simpatía por el oprimido y su insistencia en que todos los humanos poseen derechos naturales, hicieron de Juan Jacobo Rousseau un Profeta del mundo moderno.
Por Francis Leary.
CIERTA soleada tarde de octubre del año 1749, un hombre delgado y de melancólica apostura deambulaba, ojeando su periódico, por el camino de postas que iba de París a Vincennes. De pronto su mirada se detuvo en un anuncio: la Academia de Dijon premiaría con una medalla de oro al autor del mejor ensayo sobre el tema "¿Ha purificado o corrompido la moral el progreso en las artes y en las ciencias?"
De golpe sintió el caminante que desde su niñez se había preparado ni más ni menos que para responder a esa pregunta. "Un tropel de ideas inundaron mi mente", escribiría más tarde. Su tema iba a ser: "El hombre es bueno por naturaleza y son las instituciones sociales lo que lo corrompe". Su ensayo, titulado Discurso sobre las ciencias y las artes, no sólo ganó el premio, sino que marcó un hito en el pensamiento político de Occidente y colocó a su autor, Juan Jacobo Rousseau, a la vanguardia de los filósofos europeos.
La democracia, los derechos individuales y el gobierno justo —todas estas y muchas otras cuestiones fundamentales y a veces conflictivas con las que nos enfrentamos en la actualidad— pueden ser rastreados hasta los escritos de este ginebrino, sembrador de tantas evoluciones y revoluciones sociales, que en un artículo reciente afirmó un editorialista: "De no haber existido Rousseau, nosotros no seríamos como somos".
A los 38 años, cuando escribió su primer Discurso, Juan Jacobo era casi desconocido y se ganaba la vida como tutor, copista de partituras y maestro de música. Mas era enormemente ambicioso y estaba convencido de su singular capacidad.
Iba a valerse de la principal debilidad de la Ilustración del siglo XVIII —su énfasis en la razón pura— para impugnar el absolutismo de los regímenes de la época. Exhortó a la confianza en el sentimiento o en la conciencia como medios para la realización de cambios revolucionarios. La fuente de toda verdad era para él la naturaleza, y su sensibilidad le decía que había más moralidad en el lago de una montaña que en todas las catedrales del orbe. Como promotor de la idea del "hombre natural", creía que el hombre era originalmente una criatura de buenos instintos, pervertidos luego por una sociedad voraz y tiránica.
Mucho antes que los ecólogos previno él al mundo contra los excesos de la ciencia y el envilecimiento de las ciudades. Dejó su sello en los posteriores sistemas de educación al instar a los maestros a preferir la persuasión a la fuerza. Con todo, su aporte cardinal y la idea central de todas sus obras fue esa pregunta hiriente que ha preocupado a la humanidad desde que el ginebrino la formuló: ¿cómo conciliar los intereses de la sociedad con los intereses de los individuos? Según su biógrafo Jean Guéhenno, Rousseau dio cuerpo durante dos siglos a la idea de "la condición humana en el mundo moderno".
En todo ese tiempo, casi cada intento de transformar la sociedad encontró en él justificación. Sus escritos fueron fuente de inspiración para las revoluciones norteamericana y francesa. La Declaración de los Derechos del Hombre, adoptada por la Asamblea Constituyente de Francia el 26 de agosto de 1789, se basa en el Contrato social de Rousseau al proclamar que "el objetivo de la sociedad es la promoción del bien común" y que "la soberanía reside en el pueblo". Y este mismo principio ha sido determinante en el establecimiento de Estados Unidos.
Mientras los más violentos revolucionarios, Robespierre y Lenin entre otros, han invocado su deslumbrador concepto de la "voluntad general" en defensa de la tiranía, muchos partidarios de los cambios sociales por la vía pacífica se han visto atraídos por las ideas de Rousseau. Goethe y Tolstoi, por ejemplo, lo veneraban.
Con motivo del bicentenario de su muerte se celebraron seminarios internacionales dedicados a su persona y a su obra, se publicaron nuevas biografías de él y en torno suyo se trabajaron varios programas y debates en la televisión. En pocas palabras, volvió a considerársele de actualidad.
En sus escritos había predicho el peligro latente en la sociedad de consumo, la vida tumultuosa en las grandes ciudades y las ruinosas consecuencias de la carrera armamentista. Solamente en Francia, 150 eruditos están hoy día dedicados a investigar otros aspectos del pensamiento de Juan Jacobo Rousseau.
Sin embargo, pocos de sus contemporáneos, quienes ora lo aclamaron ora lo escarnecieron, imaginaron que este filósofo extraño y taciturno que abogaba por la hermandad entre los hombres y al mismo tiempo huía a menudo de ellos, llegaría a captar con un carácter tan permanente y universal la atención de la humanidad.
Hijo de un pobre relojero de Ginebra, Rousseau definió su nacimiento (1712) como "la primera de mis desgracias", porque ocasionó la muerte de su madre. A pesar de no haber recibido una instrucción regular, devoraba los libros y amaba la música. Fue aprendiz primero de un notario y luego de un escultor tan salvaje que Juan Jacobo se escapó de Ginebra a los 16 años y viajó de pueblo en pueblo.
En Annecy, en la Savoya francesa, conoció a Madame Louise de Warens, dama generosa de sólo 28 años de edad y recientemente separada de su marido. Madame de Warens alojó a Rousseau en su casa y lo impulsó a desarrollar sus aptitudes, asumiendo el doble papel de madre postiza y de amante. Durante los 12 años siguientes el joven pasó algunos períodos de tranquilidad hogareña y viajó por Italia, Suiza y Francia. "Nunca he pensado tanto, nunca he existido tanto, nunca me he sentido tan en paz conmigo mismo como durante las travesías que he hecho solo y a pie", dijo. Fue en esos años cuando desarrolló el amor por la naturaleza como madre y maestra de todo, amor que luego transmitiría a las escuelas del romanticismo en todo el mundo.
A los 30 años se mudó a París con el ánimo de alcanzar fama y fortuna por medio de su música. Su novedoso sistema de notas musicales basado en números fracasó y su primera ópera alcanzó no más que un éxito mediano. Un sacerdote compasivo le sugirió: "Ya que los músicos y eruditos no quieren cantar a coro con usted, cambie de tonada y vea qué suerte corre con las damas; en París nada puede lograrse sin la ayuda de las mujeres".
Rousseau siguió este consejo tan al pie de la letra que a través de toda su carrera lo apoyaron las mujeres, quienes alabaron su talento, le brindaron comodidades y los contactos necesarios para triunfar. Pero a la hora de amar con devoción eligió a Thérése Levasseur, una analfabeta que servía en la miserable hostería parisina donde él vivía. Junto a ella permaneció casi todo el resto de su vida, y ella le dio cinco hijos, a todos los cuales el padre abandonó en el orfanato. Jamás pudo perdonarse esta actitud, como tampoco le perdonaron sus críticos semejante contradicción entre su vida personal y la insistencia de sus escritos con respecto a la prudente y dedicada crianza de los niños.
A decir verdad, Rousseau nace como filósofo y escritor con el trabajo de Dijon, al que siguieron otras obras extraordinarias. En su Discurso sobre los orígenes de la desigualdad analizó la paulatina degradación del hombre a partir de la libertad e igualdad de las que disfrutaba en su "estado natural", concluyendo con un elocuente alegato en pro de los "derechos naturales" de todos los humanos. En el Contrato social sostuvo que la única esperanza de salvación para la humanidad radicaba en reconocer que la voluntad general del pueblo es siempre correcta, y en establecer un gobierno de soberanía popular que expresase e hiciese cumplir esa voluntad. En su extensa novela sentimental Julia o la nueva Eloísa, la más popular de sus obras, creó un tipo de héroe (el intrépido y sentimental adorador de la naturaleza y de los sentidos por sí mismos) que a través de las generaciones frecuentaría las páginas de las novelas románticas.
A medida que las obras fluían de la pluma del franco-suizo, toda Europa caía bajo el encanto de su retórica. "¡El hombre nace libre y, sin embargo, en todas partes se halla encadenado!", tronó desde las famosas primeras líneas del Contrato social. En el Discurso sobre los orígenes de la desigualdad dio rienda suelta a su resentimiento contra los privilegios de la nobleza en el reinado de Luis XV; entre otras cosas, afirmaba que "todos los crímenes, guerras, miserias y horrores" sufridos por la humanidad empezaron con "el primer hombre que, luego de cercar una parcela de terreno se dijo: Esto me pertenece, y encontró gente lo suficientemente ingenua como para creerle". Ningún otro escritor de su tiempo tuvo tal capacidad para resumir una idea compleja o envolverla en un lenguaje figurado tan eficaz.
Paradójicamente, durante esos diez años —poco más o menos— de auge como crítico de la sociedad, contó con la protección de admiradores acaudalados. Uno de los más generosos fue M=Madame Louise d'Epinay, quien lo acogió en su propiedad de Montmorency en los suburbios de París. Cuenta Rousseau que allí se enamoró realmente por primera vez: de la cuñada de Madame d'Epinay, Sophie d'Houdetot, casada y 20 años menor que él. Paseaban juntos por el bosque, y se citaban clandestinamente a la luz de la Luna en el jardín de Sophie; pero Madame d'Epinay se enteró del romance, sintió celos y lo expulsó de su casa.
En su momento más glorioso y cuando se había hecho de discípulos en toda Europa, Rousseau tuvo que huir de París. En Emile, texto muy influyente sobre educación, ofendió a la Iglesia al sostener que un niño no necesita una educación religiosa formal que le basta creer en Dios, en la inmortalidad del alma, y en el libre albedrío del hombre para elegir entre el bien y el mal. En vez de utilizar un seudónimo como tantos autores polémicos de la época, él firmó Emile con su propio nombre. Lógicamente, las autoridades procedieron a la quema de sus libros. Juan Jacobo pasó los ocho años siguientes eludiendo el arresto en viajes errantes alrededor de Francia y Suiza, y en una breve estadía en Inglaterra.
La gente llegó a tributarle una especie de culto. A donde quiera que iba, lo buscaban. Más de una delegación de corsos y polacos solicitó su ayuda en la redacción de constituciones para las repúblicas independientes que anhelaban erigir. Las multitudes lo perseguían. Durante una breve visita al palacio parisiense del príncipe de Conti, los curiosos se encaramaban unos sobre los hombros de los otros para poder verlo. Su figura era inconfundible por ir envuelta en una larga túnica armenia y un sombrero de piel.
Por encima de toda esa adulación, Rousseau vivía cada vez más preocupado. Padecía de problemas crónicos en la vejiga e intensos dolores de cabeza; le perseguían las autoridades y los escritores.
La enemistad más célebre la tuvo con Voltaire. Los dos se desplazaban en polos opuestos. Aunque este último compartía la vehemencia de Rousseau contra la injusticia y su desprecio por las instituciones sociales contemporáneas, desconfiaba mucho de la veneración del ginebrino por los sentidos y el "hombre natural". Rousseau, se mofaba Voltaire, "pretende que caminemos en cuatro patas y comamos bellotas".
La rencilla se convirtió en guerra declarada e impulsó a nuestro protagonista a escribir su monumental obra Confesiones. Voltaire había sacado a la luz un panfleto anónimo en el que tachaba a Rousseau de hipócrita y de padre sin corazón. Juan Jacobo en su propia defensa, narró la historia de su vida para demostrar que no había contradicción entre el hombre y sus obras, y "para mostrar a los mortales a un hombre en toda su verdad natural, y ese hombre seré yo mismo". Luego de cinco años de trabajo llegó al público una cándida obra maestra de justificaciones y revelaciones.
Rousseau pasó sus últimos años en una posada de París copiando partituras, como en sus comienzos, a diez sous la página. En julio de 1778, cuando completaba en una finca de Ermenonville un himno evocativo de la naturaleza llamado Ensueños, murió repentinamente. Sus restos fueron trasladados, conforme lo había pedido, a una pequeña isla en medio del lago de la finca. En 1794 sus restos pasaron al Panteón de París en medio de un sentido homenaje al inspirador del lema nacional: "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Por una ironía del azar, sus restos descansan al lado de los de Voltaire.
El gran intruso logró inflamar el espíritu y la imaginación de muchas generaciones. Como señaló Jean Guéhenno: "Su obra y su destino son un recuerdo permanente de que el hombre tiene siempre dentro de sí la potestad de cambiar el mundo".
Retrato de Rousseau, por Quentin de la Tour.