EL VECINO DE ABAJO (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
marzo 31, 2021
Cuento Noruego seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una vez un campesino que vivía en Telemarken y poseía una gran granja, pero no tenía más que malas cosechas y mala suerte con sus animales, así que al final tuvo que abandonar la granja y las tierras. Le había quedado muy poco dinero, y con él se compró algo de tierra en un lugar en donde estaba solo, lejos de la ciudad, en un terreno baldío del bosque silvestre. Un día llegó a su dehesa un hombre.
—Buenos días, señor vecino —dijo el hombre.
—Buenos días —dijo el campesino—. ¿Eres mi vecino? Pensaba que estaba aquí solo.
—Allí puedes ver mi granja —dijo el extraño—. No está lejos de la tuya.
Y, efectivamente, había una granja que él no había visto antes y que era grande, espléndida y estaba en buen estado. Entonces se dio cuenta de que se las estaba viendo con un espíritu subterráneo, pero no se asustó. Le rogó al vecino que entrara y le invitó a que probara su cerveza, que éste bebió muy a gusto.
—Escucha —empezó a decir el vecino—, tienes que hacerme un favor.
—Dime antes de qué se trata —replicó el campesino.
—Tienes que trasladar tu establo, pues donde está estorba al mío —dijo el vecino.
—No, no puedo hacerlo —replicó el campesino—. He terminado de construirlo este verano, y ya se está aproximando el invierno. ¿Qué podría hacer entonces con mi ganado?
—Bueno, como quieras, pero si no lo derribas me temo que lo vas a lamentar —dijo el vecino, marchándose después.
El hombre le estuvo dando vueltas y vueltas, pero no sabía qué hacer. Ceder y derribar un establo nuevo estando tan próximo el invierno le parecía muy poco razonable, máxime sin contar con ayuda de nadie.
Un día que estaba en el establo, el suelo se hundió. El campesino fue a parar a un lugar increíblemente maravilloso: todo era de oro y plata. En ese momento llegó el hombre que se le había presentado como su vecino y le rogó que se sentara. Pasado un rato, sirvieron comida en bandejas de plata y cerveza en jarras que también eran de plata, y el vecino le invitó a que se sentara a la mesa y comiera con él. El campesino no se atrevió a contradecirle, así que se sentó a la mesa. Pero en cuanto se disponía a meter la cuchara en el plato, le cayó en él algo del techo, lo cual le hizo perder inmediatamente el apetito.
—Sí —dijo el espíritu subterráneo—, ya ves lo que nos causan tus vacas. Nunca podemos comer tranquilos, pues cada vez que nos sentamos a la mesa caen inmundicias. Por mucha hambre que tengamos, se nos quita el apetito y no podemos comer. Pero si me escucharas y trasladaras el establo, no te faltaría nunca comida y tendrías siempre buena cosecha, por muy viejo que llegues a ser. Si, por el contrario, no lo haces, vivirás tiempos difíciles durante toda tu vida.
Cuando el hombre oyó aquello, decidió derribar inmediatamente el establo y empezar a construir uno nuevo en otro sitio. Pero no tuvo que construirlo él solo, pues de noche, cuando todos dormían, se pusieron tantas capas de madera como durante el día. El hombre se imaginó que había sido su vecino el que le había ayudado.
No se arrepintió de haber tomado esa decisión, pues siempre tenía forraje y grano suficiente, y el ganado prosperó estupendamente. Sin embargo, en una ocasión hubo un año malo. Tenía tan poco forraje que estuvo pensando en sacrificar la mitad de su rebaño y vender la carne. Una mañana, cuando la criada entró en el establo, se dio cuenta de que el perro pastor se había marchado, y con él todas las vacas y todos los terneros. La criada se echó a llorar y, naturalmente, se lo contó al campesino. Pero éste pensó para sí que habría sido el vecino, que habría decidido llevárselas para darles de comer. Y así fue, pues en cuanto llegó la primavera y el bosque volvió a estar verde, oyó un día al perro pastor ladrando y saltando junto al bosque, y tras él venían todas las vacas y todos los terneros, tan lustrosos que daba gusto verlos.
Fin