NUEVE DÍAS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA
Publicado en
octubre 21, 2020
¿Justicia de la URSS? ¿Legalidad rusa?
En septiembre de 1975 tres abogados parisienses (Jean-Marc Varaut, Jean-Michel Pérard y Francois Morette) estuvieron nueve días en la Unión Soviética. Fueron a ese país a solicitud del Comité Internacional para la Defensa de los Derechos del Hombre, organismo que respondió a un llamamiento de las familias de cuatro prisioneros políticos rusos: Leonid Plyushch, matemático; Vladimir Bukovsky, biólogo; Georgy Petrovitch Vins, clérigo; y Boris Evdokimov, periodista. Varaut, que ha intervenido en varios litigios de derechos civiles, llevó un diario de la semana que pasó en Rusia.
Por Jean-Marc Varaut
SÁBADO. A las 11 de la noche llamamos a la puerta de Andrei Sajarov, en el quinto piso de un modesto edificio de Moscú, en Ulitsa Chkalova número 48 b. Durante muchos años el régimen soviético había colmado de privilegios a ese famoso científico: automóvil con chofer, casa de campo, criados, sueldo elevado. A mediados del decenio de 1960 a 1969 Sajarov inició una campaña para pedir más libertad personal, y el 4 de noviembre de 1970 participó en la fundación del Comité para la Defensa de los Derechos del Hombre en la URSS y enarboló la bandera de los disidentes (otros rusos como él, encarcelados, recluidos en sanatorios, desterrados o perseguidos en alguna otra forma porque sus opiniones discrepaban de la política oficial). Ahora Sajarov vive y trabaja en una incómoda vivienda de dos habitaciones.
Inmediatamente nos stntimos cautivados por él. Alto y ligeramente encorvado, de mirada triste y encanecido prematuramente, habla con suavidad, lo que da a sus palabras mayor fuerza. Sopesa cada pregunta que se le hace y la contesta con total despreocupación de cualquier micrófono que pudiera haber oculto. "La persecución judicial debe terminar", declara, "y hay que poner fin a la intolerable deformación de la siquiatría con fines políticos. Debemos humanizar nuestro ambiente".
A Sajarov le cortaron el teléfono al mismo tiempo que Leonid Brezhnev, jefe del Partido Comunista soviético, firmaba en Helsinki los convenios que garantizan el libre flujo de personas e información dentro de cada país y entre las naciones. Nos dice que también entonces negaron a algunos acusados el derecho de escoger libremente a sus defensores. "En respuesta a un llamamiento de Occidente, debe proclamarse la amnistía general de todos los perseguidos por sus creencias políticas o religiosas. Esa amnistía demostraría que la URSS está sinceramente dispuesta a fomentar la distensión internacional".
Sajarov nos habla de nuevas detenciones, de preparativos secretos para más enjuiciamientos, y nos insta a que demos a conocer tales hechos. Sus palabras robustecen nuestra voluntad de comprobar la aplicación efectiva de las garantías consignadas en la constitución soviética. Al terminar nuestra visita, ya muy entrada la noche, nos vamos pensando en la valentía de esa figura solitaria. Sin embargo, lo mismo que Solyenitsin, Sajarov está algo protegido por su renombre internacional, lo cual nos recuerda a tantos otros que, por desconocidos, están indefensos.*
Domingo. Misa de 8 en la iglesia de Saint-Louis-des-FranÇais. Al escuchar los himnos, cantados en ruso, recordamos las 10.000 a 15.000 iglesias ortodoxas dinamitadas o clausuradas en todo el país desde fines del decenio de 1950 a 1959.
Lunes. Vamos a visitar a la madre de Vladimir Bukovsky. El 29 de marzo de 1971 detuvieron a su hijo porque hizo llegar clandestinamente a Occidente un informe horripilante de cómo encerraron en asilos para enfermos mentales a algunos disidentes completamente cuerdos. En el juicio de Bukovsky, el "público" era gente de la KGB; los testigos de descargo fueron arrestados so pretexto de ser "síquicamente anormales". Él fue condenado a dos años de cárcel por "agitación y propaganda antisoviéticas"; a cinco en un campo de concentración "reformatorio" y a cinco más de destierro.
Su madre nos dice que la salud de Bukovsky se consume en la siniestra prisión de Vladimir. Tiene úlceras, sufre de la vejiga y padece inflamaciones glandulares; y no recibe asistencia médica. Han prohibido a la señora que envíe vitaminas a su hijo y sólo le permiten visitarlo una vez cada seis meses.
Nos informa que la fuerza de la opinión pública mundial movió a las autoridades soviéticas a reconocer que su hijo estaba "cuerdo", después de haberlo recluido en una de las instituciones siquiátricas de la KGB. Pero ahora la opinión pública lo ha olvidado. Nos ruega que de nuevo demos al mundo la voz de alarma: "Va a morir, o va a acabar loco de verdad".
Esa misma tarde entregamos al guarda del Ministerio del Interior de la URSS una carta de presentación del Comité Internacional para la defensa de los Derechos del Hombre en la cual se solicita de las autoridades que nos proporcionen informes de nuestros "clientes". Algunos funcionarios, atónitos, quieren que salgamos del Ministerio, pero nos mantenemos firmes.
Una hora después nos reciben dos coroneles en una hermosa oficina con muros forrados de madera. Uno de ellos, el coronel Danilov, se dirige a nosotros en ruso, dice que no habla otro idioma y nos indica que en Intourist podremos obtener un intérprete. Regresamos 20 minutos después. Nuestra intérprete está muy pálida cuando la llevamos a la oficina del coronel. "Nunca he venido con nadie a visitar este monumento", nos confiesa. Después de otra espera nos reciben de nuevo los dos coroneles, que se muestran sorprendidos e irritados.
"Respetamos el sistema jurídico soviético y no tenemos intención de mezclarnos en los asuntos internos de la URSS", declaramos, "pero, como abogados, nuestra misión es defender los derechos individuales donde peligren. Las familias de nuestros representados afirman que se hallan en este caso. Antes de proceder judicialmente, con ayuda de nuestros colegas soviéticos, ¿podemos ver a Vladimir Bukovsky? ¿Con fundamento en qué acuerdo fue internado Plyushch en un sanatorio para enfermos mentales? ¿A quién debemos dirigirnos para obtener permiso de que esas personas emigren?"
Los dos coroneles responden con evasivas, pero sin darnos un nyet categórico. Les preguntamos:
—¿Saben ustedes que Bukovsky se está muriendo?
Y su asombrosa respuesta es:
—Las apreciaciones de los familiares, ¡siempre tan subjetivas!
Insistimos en leerles los acuerdos de Helsinki, a pesar de sus esfuerzos para interrumpirnos: "Los estados signatarios respetan los derechos humanos y las libertades básicas, entre ellas la libertad de pensamiento, de conciencia, de cultos, de opinión, para todos..."
Salimos sin haber obtenido una sola respuesta positiva.
Miércoles. El martes viajamos a Kiev, y hoy vamos a la paupérrima vivienda de Tatiana Zhitnikova Plyushch. En enero de 1972 fue arrestado su marido, Leonid, y posteriormente internado indefinidamente en la prisión siquiátrica de Dnepropetrovsk. El motivo: síntomas de perturbación paranoica, manifestada en "alucinaciones de reforma ideológica, un complejo mesiánico elemental e ideas seudo-lógicas en torno a la sicología". La verdadera razón: había hecho circular la Crónica de los acontecimientos, boletín clandestino de lo que ocurre en la Unión Soviética.
La señora de Plyushch nos dice con gran ternura que no hay hombre más dulce y cuerdo que su esposo. Sin embargo, en su última visita notó que el estado corporal y mental de su marido había empeorado: indudablemente por las fuertes dosis de drogas que le obligan a tomar, como el haloperidol y la triftacina. Ella misma está vigilada constantemente por la KGB, le cortaron el teléfono, perdió su empleo y teme que le quiten a sus hijos.
En la vivienda de la señora de Plyushch conocimos también a la esposa y a la madre de Georgy Vins. El pastor Vins, secretario del Consejo de Iglesias Bautistas Evangélicas Cristianas, que ya había purgado una sentencia de tres años de cárcel, fue aprehendido nuevamente en marzo de 1974 por continuar difundiendo publicaciones religiosas "ilegales" y por organizar asambleas en un bosque cercano a Kiev. Allí había predicado sermones "acompañados de cánticos ruidosos que perturbaban la paz pública". También se le acusó de infracción de las leyes penales por haber escrito: "No corresponde al Estado decidir cómo deben sus ciudadanos adorar a Dios o abstenerse de hacerlo".
En su enjuiciamiento, que se efectuó a puerta cerrada en enero de 1975, el pastor no tuvo abogado que lo defendiera, pues no le permitieron recurrir al letrado noruego que se había ofrecido a representarlo. Acusado de convertir la sala del tribunal en estrado para propalar calumnias, Vins replicó: "Sólo me queda seguir el ejemplo de Nuestro Señor que está en el cielo y guardar silencio". Nunca se hizo pública la justificación oficial de su sentencia: cinco años en un campo de trabajos forzados y cinco de destierro.
Ya lo enviaron a Siberia. Le confiscaron todas sus pertenencias, por lo que la señora de Vins y sus cinco hijos nada tienen, salvo una cama, una mesa y siete sillas. Perdió su empleo de maestra. Se ha enterado de que su marido, como Bukovsky, está gravemente enfermo.
Jueves. En compañía de la señora de Plyushch y de un intérprete, vamos a ver al coronel Vashchenko, jefe del departamento de sanidad del Ministerio del Interior de Ucrania. Cuando solicitamos al coronel que permita a la señora de Plyushch escoger un médico que examine a su esposo, responde: "Considero que su solicitud demuestra una falta de confianza en los médicos soviéticos. Tenemos los mejores especialistas. No permitimos la intromisión de extraños".
Entonces le pedimos los nombres de los siquiatras que atienden a Plyushch, para que algunos colegas de Occidente se pongan en contacto con ellos, y también le rogamos que nos diga cómo se llaman los médicos del consejo de vigilancia. El coronel responde dándonos seguridades acerca de la salud de Plyushch, quien está, según él, en manos de un siquiatra con más de 15 años de experiencia. A nuestras reiteradas solicitudes del nombre de ese siquiatra, contesta: "El nombre no importa. No necesitan conocerlo".
Ciertos médicos de Occidente se ofrecieron para atender a Plyushch. El coronel declara que nunca se recibieron esos ofrecimientos. Le pedimos que nos diga adónde debe dirigirse cualquier nueva oferta.
—Al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania.
—¿Puede usted darnos el domicilio de ese Ministerio?
—Lo desconozco.
Nos dirigimos entonces a otra sección del Ministerio del Interior de Ucrania, en donde solicitamos una entrevista con el general V. E. Makogon, jefe del departamento de campos de trabajo. Se nos informa que está de viaje, así como sus ayudantes. Nos comunicamos directamente por teléfono con él, y el general contesta, pero corta la comunicación cuando insistimos en verlo.
Nuestra última visita de ese día fue a la Corte Suprema de Ucrania. Allí también, después de la espera acostumbrada, el presidente del tribunal nos manda decir que no puede recibirnos porque no conoce bien los expedientes de que deseamos hablar. Así pues, redacto una solicitud de informes acerca de la situación presente y el futuro de nuestros clientes encarcelados. Cito los acuerdos de Helsinki. Los típicos trámites burocráticos hacen que transcurra una hora antes de que nos entreguen un recibo numerado de la solicitud certificada.
Aunque nuestros esfuerzos han sido estériles, ahora las autoridades soviéticas saben que esos hombres y sus familias no están solos. Hacemos arreglos para que la señora de Plyushch nos escriba cada mes. Si deja de hacerlo, podemos suponer que la han arrestado.
Viernes. De regreso en Moscú, vamos al Ministerio de Sanidad Pública de la URSS. Varios indicios nos señalan que todos los Ministerios han sido advertidos ya de nuestra presencia. Cuantas veces hacemos alguna pregunta, el portavoz carece de autoridad para responder. Ni siquiera la tiene para decirme si los hospitales siquiátricos dependen del Ministerio de Sanidad Pública o del Ministerio del Interior.
Domingo. Visitamos el Kremlin, nuestra primera y última excursión turística en tan extraña semana. Después salimos de regreso. Es desconsolador dejar detrás de nosotros a todos aquellos que ya se han hecho amigos nuestros y nos han dicho que, "moral y sicológicamente", nos hemos convertido en sus abogados, aunque no podamos practicar la abogacía en ningún tribunal soviético ni ver a los penados en cuyo nombre se nos ha pedido ayuda. Ni siquiera hemos podido ver a la esposa de Boris Evdokimov. Aprehendido en 1972, purga una sentencia por tiempo indefinido en el mismo hospital siquiátrico donde se encuentra Plyushch. Pero traemos a Occidente este mensaje de Andrei Sajarov: "La revelación de los hechos es nuestra única defensa contra el abuso del poder".
ESTA revelación ha sido éficaz hasta ahora por lo menos en un caso: en enero de 1976 Plyushch salió de Dnepropetrovsk y se le permitió emigrar de la URSS en compañía de su familia, pero cree que en aquel hospital-prisión siguen encerrados unos 60 disidentes políticos.
—La Redacción
*Un mes después de nuestra visita se otorgó a Andrei Sajarov el Premio Nobel de la Paz. Las autoridades soviéticas le negaron permiso de ir a Noruega a recibir personalmente el galardón.
CONDENSADO DE "LE FIGARO" (18-IX-1975)